
Para entender mejor
En Facebook se ha viralizado el relato del caso de un menor de 10 años que presuntamente se contagió de sida en Barbados, tras comer una rebanada de piña que contenía sangre de una persona infectada con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Pero se trata de desinformación, el virus no se puede transmitir de esa manera y tampoco hay registro que sustente que la supuesta historia realmente ocurrió.
Instituciones especializadas como los Consejos Estatales para la Prevención y Control del Sida en México aclaran que el VIH sí se aloja en la sangre, pero éste muere al entrar en contacto con el aire, por lo que si una persona con VIH tuviera alguna cortada a la hora de manipular alimentos no supondría un riesgo de contagio. El infectólogo Uri Torruco, consultado por El Sabueso, coincidió en esto.
Sin embargo, la publicación desinformante alerta sobre consumir alimentos como frutas cortadas. Lo que genera miedo entre las personas y contribuye al estigma hacia quienes viven con VIH y con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida), que son cosas distintas. En total, esta publicación cuenta con más de 61 mil ‘me gusta’ y ha sido compartida 126 mil veces en Facebook.
“Un niño de 10 años en Barbados había comido piña unos 15 días atrás y se enfermó desde el día en que había comido. Más tarde, cuando le hicieron su chequeo médico, los médicos le diagnosticaron SIDA !!! (sic)”, se lee en la desinformación.
El Sabueso entrevistó al infectólogo Uri Torruco, quien aclaró que el sida es la fase más avanzada de la enfermedad por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH); y tarda entre 7 y 10 años en desarrollarse si es que la enfermedad no es tratada.
Además, el especialista refiere que el virus tampoco se manifiesta a los 15 días de haberse expuesto, sino que esto puede tomar de 4 a 6 semanas; e incluso más en algunos casos.
Por su parte, el Consejo Estatal para la Prevención y Control del Sida (COESIDA) también desmiente el mito de que la manipulación de alimentos por parte de personas que viven con VIH es riesgosa, pues el virus pierde la posibilidad de transmitirse al entrar en contacto con el aire.
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El especialista en infectología reiteró que no hay evidencia que corrobore que el contagio de VIH se pueda dar a través de la boca. De acuerdo con él, las enfermedades sistémicas –es decir, aquellas que afectan a todo el cuerpo– no se transmiten por el simple hecho de tener contacto con la sangre de alguien infectado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que el contagio se da con el intercambio de líquidos corporales de una persona infectada, tales como la sangre, la leche materna, el semen o secreciones vaginales. Para que esto ocurra, es necesario que los fluidos lleguen al torrente sanguíneo de la otra persona por medio de mucosidad, cortes, llagas, o por una inyección directa.
Torruco mencionó que la vía más prevalente de contagio de VIH tanto en México como en el mundo es por transmisión sexual.
El VIH se puede tratar y prevenir a partir de un tratamiento con antirretrovirales (TAR). Las personas con VIH que acceden a este tipo de medicamentos pueden disminuir tanto la carga viral que tienen que se vuelve indetectable e intransmisible.
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Si quieres saber más sobre este virus, puedes consultar instituciones especializadas como el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (ONUSIDA) o el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el sida (CENSIDA).
En conclusión, en redes sociales circula un mensaje que advierte sobre el contagio de ‘sida’ a través de alimentos que fueron cortados por personas con VIH. Pero se trata de desinformación, pues no hay evidencia de que el virus se pueda transmitir de esta forma.

En un mundo cada vez más estresante, muchos viajeros encuentran consuelo en la repetición: volver cada año a los mismos pueblos de esquí, suburbios costeros o sus cafés favoritos.
Durante los últimos 15 años, el fotógrafo Jason Greene y su familia han viajado desde la ciudad de Nueva York hasta Mont Tremblant, en Quebec, para pasar una semana del invierno boreal en la nieve.
“Tenemos una tradición: el primer día comemos paletas de jarabe de arce, patinamos sobre hielo y luego pasamos por la tienda de dulces local”.
La ciudad turística francocanadiense, dice, “ocupa un lugar especial en nuestros corazones porque allí todos aprendimos a esquiar y hacer snowboard”.
Para muchos viajeros, la novedad es el objetivo: tachar nuevos destinos y buscar nuevas sensaciones.
Pero un número creciente de personas, como Greene y sus cuatro hijos, hace lo contrario: regresa al mismo lugar cada año. Reservan la misma habitación, comen los mismos platos y recorren las mismas calles para encontrar comodidad en lo familiar, en lugar de la emoción del descubrimiento.
“Para muchas personas, hay una sensación de seguridad al volver a lo conocido”, afirma Charlotte Russell, psicóloga clínica y fundadora de The Travel Psychologist.
“Sabemos qué esperar, qué nos conviene… y [es] menos probable que enfrentemos desafíos inesperados”.
Este comportamiento, añade, suele atraer a personas abrumadas por su vida diaria, por lo que repetir las mismas vacaciones una y otra vez puede resultar muy reconfortante.
Esa sensación incomparable de tranquilidad fue lo que me llevó de nuevo a Lima, Perú, este mayo, exactamente un año después de mi primera visita, mientras escribía mi libro de viajes Street Cats & Where to Find Them.
Me alojé en el mismo hotel, comí el mismo sándwich en el mismo café, caminé por las mismas calles y dejé que muchos de los mismos gatos durmieran en mi regazo, disfrutando de la satisfacción que me había sorprendido la primera vez.
La profesora de sociología Rebecca Tiger ha regresado a Atenas ocho veces, con una novena visita programada este mes, por razones similares. “Siempre me quedo en Pangrati porque me encantan los cafés del barrio [y] sus gatos”, señala.
“Ahora tengo residentes locales con quienes mantengo contacto mientras estoy fuera y socializo cuando regreso”.
Tiger aprecia la familiaridad que ha cultivado con el tiempo y no se aburre gracias a la diversidad de experiencias que ofrece el lugar.
Los datos reflejan este cambio impulsado por la nostalgia.
Según el informe para 2026 Where to Next? de la plataforma de viajes Priceline, el 73% de los viajeros encuestados afirmó sentirse atraído por los lugares y experiencias que los marcaron, desde playas familiares hasta parques de diversiones.
El último informe global de viajes de Hilton confirma la tendencia: el 58% de los viajeros con hijos planea volver a destinos de su propia infancia, mientras que el 52% de los viajeros brasileños regresa a los mismos lugares año tras año.
La nostalgia y la comodidad son lo que ayuda a Greene y su familia a “dejar atrás el estrés de la vida y relajarse en nuestros lugares favoritos”.
No solo repiten su costumbre del jarabe de arce en la montaña.
Su rutina diaria en Mont Tremblant también se replica cada año: “Esquí y snowboard durante tres días seguidos, luego un día libre para pasear en trineo con perros, dar un paseo en carruaje u otra actividad invernal”.
Cuando la vida se vuelve difícil, es la anticipación de su viaje invernal -y la alegría que sienten juntos allí- lo que les ayuda a sobrellevarlo.
Russell señala que, desde una perspectiva neurocientífica, “los circuitos de recompensa en nuestro cerebro pueden volverse menos receptivos a medida que nos acostumbramos a visitar el mismo lugar”.
Sin embargo, volver puede seguir aportando beneficios para el bienestar, añade, destacando que suele ser más relajante ir a un sitio asociado con el disfrute porque seguimos “distanciados de las señales que asociamos con el estrés”.
Greene afirma que su familia no ha experimentado ninguna disminución en la emoción de hacer exactamente las mismas cosas en el mismo orden cada año.
Aun así, Tiger y yo intentamos añadir un toque de novedad a nuestras vacaciones repetidas y rutinas familiares.
Cuando visito Inglaterra, lo cual intento hacer varias veces al año, no es para repetir experiencias idénticas, sino para conocer estadios de fútbol, producciones teatrales y rutas de senderismo.
Si solo me quedara en Wandsworth y viera partidos en el estadio de Craven Cottage, mis vacaciones se volverían aburridas rápidamente.
En cambio, recorro el país, como en distintos restaurantes y dejo que mi curiosidad me guíe hacia nuevas aventuras. Según Russell, esta combinación ayuda a mantener viva la chispa de la exploración, al tiempo que ofrece comodidad.
Esto es importante, explica, porque “hay un punto en el que volver al mismo lugar empieza a ser problemático.
Si regresamos demasiadas veces y superamos nuestro “apetito” por él, se llama adaptación hedónica: acostumbrarse a las cosas placenteras y volver a nuestro nivel emocional original”.
Tiger plantea un argumento similar sobre su predilección por Grecia.
“El país sigue siendo nuevo para mí: nuevas playas, islas y pueblos rurales; hay tantos lugares por explorar que podría pasar toda una vida allí y no conocer ni una fracción de ellos”.
Si solo nos fijamos en los códigos de los aeropuertos de destino, nuestros viajes podrían parecer idénticos. Pero las experiencias que vivimos -Tiger en Grecia y yo en Inglaterra- son tan distintas que nuestros recorridos nunca resultan monótonos.
Crecí en los suburbios de Filadelfia y veía a los vecinos viajar en masa y entre el tráfico hacia la costa de Jersey cada verano. Iban al mismo pueblo, la misma playa, con las mismas atracciones en el mismo muelle y se alojaban en las mismas casas de alquiler.
Alguna vez me pregunté: ¿qué pasa cuando viajar deja de ser una ruptura con la rutina y se convierte en otra rutina más?
Ahora, en un mundo cada vez más estresante, entiendo el atractivo de buscar alegría en lo familiar, mientras doy un pequeño paso fuera de mi zona de confort para encontrar nuevas emociones en lugares conocidos.
A Tiger le encantan sus rutinas vacacionales en Grecia, pero admite que otras partes del mundo también le atraen.
“Siento mucha curiosidad por Japón, pero me gusta controlar el ritmo de mis días”, dice.
Su trabajo como profesora es agotador, al igual que su trayecto diario, por lo que se entiende cuando afirma: “Mi tiempo en Grecia es un respiro que agradezco, tanto porque es familiar como porque resulta extraño al mismo tiempo”.
Y añade: “Atenas casi se siente como un segundo hogar”.