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“Eliminar el Seguro Popular fue una tragedia”; en Oaxaca, los más pobres deben comprar sus medicinas
“Eliminar el Seguro Popular fue una tragedia”; en Oaxaca, los más pobres deben comprar sus medicinas
Imagen: Alejandro Santibañez @alexso_art
11 minutos de lectura
“Eliminar el Seguro Popular fue una tragedia”; en Oaxaca, los más pobres deben comprar sus medicinas
Con la eliminación del Seguro Popular en este sexenio, la atención a la salud de pacientes más pobres enfrenta falta de medicinas, de estudios y atención hospitalaria.
13 de marzo, 2024
Por: Nayeli Roldán
@nayaroldan 

María, de 24 años, vive en San Juan Chicomezúchil, en la sierra norte de Oaxaca, donde sólo hay un consultorio médico que atiende padecimientos menores como diarreas o gripes. Por eso debe recorrer media hora para ir a Ixtlán de Juárez, otro municipio en el que –igual que el suyo– seis de cada diez viven en pobreza, pero al menos ahí hay un hospital comunitario de la Secretaría de Salud. Es su segundo embarazo y cada mes acude a revisión porque el parto será ahí, donde sí tienen servicio, 18 camas para hospitalización. 

Su esposo se emplea en diferentes oficios mientras ella se dedica a labores de la casa. Han tenido que pagar los medicamentos que le han prescrito porque en el hospital no hay, aunque no son más de 500 pesos mensuales, cuenta María. 

A la par de esos gastos, también están ahorrando para pagar el parto que, según le explicaron, serán 2 mil pesos si es parto natural o 4 mil si es cesárea. Tiene confianza del servicio porque en ese hospital también llevó el seguimiento de su primer embarazo hace siete años. 

— ¿El parto también lo hicieron aquí? –se le pregunta. 

— No, ese sí me mandaron a Oaxaca, pero porque se me complicó, era fin de semana y pues no había quién anestesiara. Pero al final lo tuve en parto normal, no hubo necesidad de eso.

— ¿Y allá te cobraron?

— No, porque lo cubrió el Seguro

— ¿Cuál, el Seguro Popular?

— Sí.

— ¿Siguen teniendo Seguro?

— No, ahorita ya no

— ¿Qué te dijeron, por qué ya no hay?

— Pues dijeron que no, que ya lo habían quitado y pues ya habría que ponerlo uno.

El personal del hospital explica que desde 2020 dejaron de recibir medicinas para surtir la farmacia, ni recursos para mantener el hospital, por eso es que ahora ya le tienen que cobrar a los pacientes, aún sabiendo que se trata de población en condiciones de pobreza, porque si no lo hicieran, no podrían seguir dando el servicio.

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¿Qué era el Seguro Popular?

Se trata de otro de los efectos de la desaparición del Seguro Popular, una estrategia que había funcionado durante 20 años para dar atención médica a las personas sin seguridad social, los más pobres del país, pero que fue sustituida por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), a partir de 2020, aunque fue extinto el año pasado. 

El Seguro Popular consistía en financiar tratamientos de enfermedades consideradas catastróficas por su alto costo, como cánceres, pero también dotaba de medicinas e insumos y se hacía cargo del mantenimiento de hospitales de la Secretaría de Salud que daba servicio en las entidades. 

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Sin embargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador insistió que “ni era seguro, ni era popular”; además, ya no sería necesario una vez que entrara en vigor el decreto de gratuidad de los servicios de salud y medicinas para toda la población. 

Insabi Oaxaca
Foto: Lizeth Ovando

Eliminar el Seguro Popular deja hospitales sin insumos en Oaxaca

A cuatro años de esa decisión, las unidades médicas y los habitantes de municipios tan marginados como Ixtlán de Juárez jamás tuvieron claro cuál sería la diferencia de transformar el servicio a Insabi, lo que sí padecieron es la falta de recursos y de insumos

“Ahorita cada unidad tiende a cobrar porque no hay ingresos por parte de la Federación y hay poco estatal. Los únicos recursos que podemos tener son las cuotas de recuperación, que son pagos de consultas, pagos de cirugías, para que podamos comprar toda esa parte que la farmacia no tiene. Todo es costos, costos, costos”, explica un trabajador de la salud que pidió no publicar su nombre por temor a represalias. 

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“Con Seguro Popular Nos preguntaban ¿‘cuántas consultas diste’? 20, ah pues Seguro Popular nos pagaba las 20 consultas. Las cirugías, igual. Y no se le cobraba a la gente”. 

Ahora sus finanzas se rigen bajo el modelo de “beneficencia pública”, en el que se registran los ingresos y egresos de las “cuotas de recuperación” y el poco presupuesto del gobierno estatal. Por eso “a muchos pacientes se les da la receta, pero se les dice ‘compren’”, dice el trabajador.  

El Insabi también desapareció, y fue sustituido por el IMSS Bienestar a partir de 2023, pero la estrategia tampoco es clara. 

“A nivel Oaxaca no se ha aterrizado nada. Nos dijeron que a partir de enero de 2024 en automático pasamos a ser IMSS Bienestar, pero no hay un documento como tal que nos lo diga, ni nadie que venga a decirnos. Solo queda como aviso parroquial”. 

Usan ahorros y pensión de adultos mayores para pagar tratamientos

Los pacientes del hospital comunitario pintado de naranja confirman que ahora pagan por todo; por eso hace un par de años abrieron un local donde hacen estudios de laboratorio y rayos X justo enfrente, porque esos servicios dejaron de ser públicos

Afuera del hospital una familia está pegada a la pared cubriéndose de sol. Eva, de 66 años está en silla de ruedas, se fracturó el tobillo mientras cuidaba de sus borregos en su pueblo, Santiago Laxopa. Sus hijas la llevaron a Ixtlán, pero ahí no la pudieron atender porque no había médico en ese momento, y tuvieron que trasladarse hasta el hospital civil Aurelio Valdivieso, en la capital oaxaqueña. 

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Necesitó una radiografía, pero no se la hicieron en el hospital, sino que la pagaron en una sucursal de Salud Digna, y compraron las medicinas que le recetaron. Solo de eso fueron 2 mil 800 pesos, más los gastos de transporte que hacen ahora por cada revisión. De su pueblo a Ixtlán les cobran 700 pesos y si van a Oaxaca, son 1,400.

Para pagarlo, han tenido que utilizar los ahorros que juntó su esposo Fidel Celis, de 68 años, trabajando como herrero. “Gracias a eso tenemos nuestro ahorrito y sacamos adelante este compromiso (el accidente de Eva)”; y para comer, Fidel siembra maíz, chícharo, haba y frijol.

Además de los ahorros, Fidel y Eva también utilizan la pensión para adultos mayores, el principal programa social del gobierno de López Obrador. Con todo eso apenas han solventado los gastos, aunque no saben cuánto ha sido en total. “Ahí tenemos los papelitos pero ni en cuenta cuánto hemos gastado, el caso es que estamos gastando (porque) nomás nos dan la receta y tienes que comprar las medicinas”. 

Oaxaca Insabi
Foto: Lizeth Ovando

Ellos eran usuarios del Seguro Popular, su hija mayor dio a luz ahí sin pagar nada, y a Fidel le detectaron hipertensión. “Empezó mi enfermedad y tenía yo el seguro, vine aquí porque el doctor del pueblo me mandó para hacer unos estudios en laboratorio y pues con el seguro no te cobraban nada. Y salió el resultado de que yo tenía triglicéridos, todavía estoy en tratamiento. Tengo mis citas cada dos meses. 

Sin embargo, el tratamiento ya no se lo provee el Seguro Popular sino que el pueblo se organizó para que las autoridades municipales de Santiago Laxopa compraran las medicinas que los enfermos requerían. 

“Cuando llegó el momento en que van para arriba las medicinas, entonces el pueblo dijo ‘¿y por qué no nos ayuda el municipio?’ Entonces ya está estipulado en un escrito que es un apoyo que trae el Municipio a la salud”.

A la espera de una operación que no llega

Froylán tiene 56 años. Pasó la noche afuera del hospital Aurelio Valdivieso en la capital de Oaxaca, junto con su hermana y sus sobrinos. Están esperando que operen a su madre, necesitan amputarle el pie a consecuencia de la diabetes. Trajeron el poco dinero que tenían, pero ya se gastaron 900 pesos en las medicinas, por eso también previnieron y para comer, trajeron tortillas y salsa, que en ese momento tienen en el suelo, a un lado de un cobertor color azul. 

Él es campesino y gana 300 pesos al día cuando se integra a una cosecha. La familia también cría y vende pollos y guajolotes, pero quisieran tener más para poder pagar los 120 mil pesos que cobraría un hospital privado por la cirugía de su madre, el mismo donde la atendieron en julio pasado. 

Froylán cuenta que su madre tenía el dedo del pie morado y la llevaron a un hospital particular “porque ahí luego luego atienden. Nos dijeron ‘el dedo chiquito ya no sirve, como una fruta, y cuando ya está así hay que quitarlo’, y se lo quitaron”. 

De esa operación, explica, fueron 25 mil pesos. Pudo pagarlo al vender su yunta (dos bueyes) en 60 mil pesos, pero ya no tienen nada. “El dinero se va rápido”, dice. Esta segunda vez que se puso mal, la llevaron a consulta al particular también, y le dijeron que “ya no le circulaba la sangre en el pie, y ya hasta tiene gusanitos”, dice Froylán. 

Llevan un día esperando afuera del hospital, y nadie les dice cuándo podrán operarla. “No nos dicen ni cuándo, y ella tiene sed y tiene hambre, y no le dan porque dicen que no debe de comer. Tiene puro suero nomás ahí por la vena”. 

“Lo que pasa es una tragedia”

El hospital Aurelio Valdivieso recibe a pacientes de todo el estado de Oaxaca. Lo mismo atiende fracturas como la de Eva, que pie diabético como la madre de Froylán, y 700 partos al mes como el de María. 

Por eso es que las 180 camas que tiene, siempre están ocupadas. Pese a que el hospital está rebasado, nunca han logrado que sea declarado de segundo nivel y que los partos sean atendidos en un hospital para la mujer, que inauguraron en el gobierno de Gabino Cué, pero que no ha vuelto a funcionar. 

José Manuel Salcedo, el jefe de Pediatría, lleva más de 30 años laborando ahí. Explica que sí vio diferencia cuando eran parte del Seguro Popular porque tenían medicamentos e insumos necesarios para atender a los pacientes. Cuando se le pregunta cuál es la diferencia ahora, responde de manera tajante: 

Fue una tragedia con este gobierno. La verdad no puedo mentir, y a quien quiera que le pregunte va a decir lo mismo: ha sido una tragedia. No tenemos medicamentos, no tenemos cómo hacer las cosas, lo hacemos porque los pacientes están ahí,  porque nuestra ética nos dice hay que hacerle y buscarle pero la verdad es que sí ha sido muy muy difícil. Ha habido marchas, ha habido huelgas, ha habido de todo, corridos de directores porque no funciona”. 

Insabi salud
Foto: Lizeth Ovando

“Se iban a morir a su casa” ante falta de insumos médicos

Salcedo explica que la ocupación de camas es de 100%, lo cual representa un riesgo porque ante tanto trabajo “algo te va a salir mal”, pero además, ya no tienen lo suficiente para atenderlos. Hasta 2018, con los recursos del Seguro Popular les surtían el almacén dentro del hospital y al que solicitaban lo que requerían para cada atención, pero después comenzaron las carencias y, luego, la pandemia de Covid-19 las agudizó aún más. 

— ¿Cómo funcionaba el Seguro Popular aquí en un hospital como este, doctor? 

— Había programas, por ejemplo, el de los niños que se llamaba de Gastos Catastróficos era para todos los recién nacidos con insuficiencia respiratoria, cardiopatías, y tenían atención total. Otro era el Nueva generación, donde todos los niños de un año hasta los 5 años, todo lo que les pasara tenían atención total. Todos los niños con leucemia, con problemas neuroquirúrgicos. En adultos, por ejemplo todo lo que fuera columna, cadera, huesos largos; medicina interna todo, había hasta diálisis peritoneal y todo para el manejo de los diabéticos. Cuando llegó este nuevo se los quitaron o sea toda esa gente se murió.

— ¿O sea ya no tuvieron seguimiento de sus tratamientos? 

— Ya no, se acabó, ya no hubo para diálisis, ya no hubo para nada

— ¿Y qué hacían los pacientes, doctor?

— Pues se iban a morir a su casa.

— ¿Y ustedes qué les decían? 

— Que no tenemos con qué atenderlos, ni lugar, ni nada porque lo quitaron.

— ¿Qué les dijeron cuando se dio el cambio de Seguro Popular a Insabi?

— Ni siquiera nos dijeron del Insabi, solo que quitaban el Seguro Popular. Por eso empezamos a pedir que nos dieran recursos. Por eso hubo muchas marchas y huelgas, plantones y todo porque no era posible ni agua, ni alcohol, ¡ni gasas! 

En todo este tiempo sus demandas han sido ignoradas. Funcionan con lo mínimo e incluso, el mismo personal hace vaquitas para comprar medicinas o pagar los estudios que requieren cuando las familias de sus pacientes no tienen para solventarlos. Por eso, dice Salcedo, el Seguro Popular funcionaba bien en ese hospital.

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“Gracias a Dios no hubo un paciente que se pudiera ir diciendo ‘no me apoyaron’. Aquí no se robaban nada, no se perdía nada. Si (el presidente) dice que se robaban, debió haber puesto candados para que no sucediera, ir fiscalizando bien cada estado, cada unidad, pero no quitarlo, porque eso fue como una decapitación”.

Carencias provocan que den menos consultas

Las carencias han impactado en la capacidad de atención. Antes realizaban 50 mil consultas y unos 22 mil egresos hospitalarios, pero ha bajado a la mitad, lo que, por supuesto, genera reclamos por parte de los usuarios. Pero Salcedo, como el resto de sus compañeros intentan, como lo que pueden, atender a sus pacientes y salvar vidas, por eso apela a que, una vez conociendo sus condiciones, los comprendan. 

“Hacemos lo más que podemos por sus pacientes. No nos reclamen cuando de repente no tenemos porque ni ellos tienen ni nosotros tenemos qué ver. No nos culpen de alguna impericia porque nosotros  también estamos desesperados pero ¿cómo le hacemos? Entiéndanos, tengan comprensión. Esperemos que las cosas cambien. Yo digo que cambiarán si el Seguro Popular volviera otra vez y no que nos dejaran sin nada”.

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Cohousing, la creciente tendencia de personas que buscan compartir la vejez en una vivienda comunitaria
10 minutos de lectura
Cohousing, la creciente tendencia de personas que buscan compartir la vejez en una vivienda comunitaria

El modelo de vivienda comunitaria está empezando a popularizarse como método para paliar la soledad en la tercera edad.

15 de abril, 2024
Por: BBC News Mundo
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Un grupo de más de 25 personas, en su mayoría mayores, se propuso empezar de nuevo su vida en una zona verde del interior de Sao Paulo, Brasil.

Uno de sus principales objetivos era vivir en comunidad para escapar de la soledad, uno de los problemas a los que se enfrentan muchas personas cuando van envejeciendo.

“A medida que envejeces, la tendencia acaba siendo a estar más aislado”, le dice uno de los responsables del proyecto, el economista Norival de Oliveira, de 60 años, al periodista de BBC News Brasil Vinícius Lemos.

“Este tipo de comunidad tiene precisamente el objetivo de generar más convivencia social y no permitir que las personas mayores sean dejadas de lado“.

Junto con su socio, el arquitecto Ricardo Pessoa, de 62 años, Norival buscaba alguna forma de hacer que el envejecimiento fuera menos solitario.

Los dos investigaron algunos conceptos ya adoptados en otros países y quedaron encantados con lo que se conoce como cohousing (traducido en español como covivienda o vivienda comunitaria).

Este es un estilo de vida comunitario en el que las personas tienen sus propias casas, pero comparten varios espacios colectivos.

Ricardo y Norival
Ricardo y Norival, que llevan 13 años juntos, iniciaron el proyecto que atrajo a otras personas. Archivo personal

El concepto surgió en la década de 1970 en Dinamarca y comenzó a adoptarse en otras partes del mundo.

Estas comunidades suelen estar formadas por grupos que tienen algún tipo de afinidad, como por ejemplo personas que tienen en común el deseo de vivir juntas en la vejez.

En Reino Unido por ejemplo, en el norte de Londres, funciona uno de estos proyectos integrado exclusivamente por mujeres mayores de 50 años.

Y en España (solo por dar otro ejemplos) hay diversas iniciativas de vivienda comunitaria en marcha con el objetivo de promover la convivencia, la solidaridad y el cuidado de las personas mayores, para evitar que padezcan una soledad involuntaria.

Un ejemplo brasileño de cohousing

En 2019, Norival y Ricardo conversaron con sus amigos sobre la creación de una comunidad con otras personas del mismo grupo etario.

“Preparamos material sobre el tema y llamamos a 13 de nuestros amigos más cercanos para tratar de poner la idea en práctica”, cuenta Norival.

Sin embargo, la mayoría de ellos decidió no sumarse al proyecto por motivos económicos o personales. Sólo otros tres, además de Norival y Ricardo, continuaron apostando por la idea.

Ambos decidieron buscar más personas que encajaran en el perfil que trazaron para el cohousing, como tener más de 50 años y querer vivir en una comunidad.

“Lo abrimos al público en general porque nos dimos cuenta de que, en el fondo, no podía ser sólo con los amigos que ya conocíamos”, explica Norival.

“De hecho, necesitábamos encontrar personas que tuviesen afinidad con esta forma de vida”. Así, la comunidad llamada Bem Viver (Buena vida) ganó nuevos residentes, que descubrieron el proyecto a través de comentarios de conocidos o en internet.

Las redes sociales ayudaron a dar a conocer la iniciativa y a atraer a más personas interesadas, especialmente durante el momento más álgido de la pandemia de covid-19.

En el perfil de Instagram de Bem Viver, Norival comenzó a publicar sobre el proyecto. Esto atrajo a mucha gente curiosa y también a quienes estaban realmente interesados en la propuesta.

Grupo
El grupo se unió para vivir en comunidad y escapar de la soledad. Archivo personal

Cada candidato pasó por un período de prueba interactuando con otros residentes para aprender más sobre el proyecto. Y el candidato sólo podía optar por vivir en la comunidad si contaba con la aprobación de los demás.

Para integrar el proyecto hay una parte fundamental: contar con recursos económicos que ayuden a sostener la idea. Cada residente paga inicialmente una cuota única, que corresponde al pago de su parte del terreno, y luego paga la construcción de la casa.

“Algunos ya tenían ese dinero ahorrado y planeaban utilizarlo de alguna manera durante esta etapa de vejez, pero también había gente que vendía casas en la playa o departamentos para participar”, explica Norival.

Los creadores del proyecto estiman que el costo de construcción de cada casa podría superar los US$100.000 además del precio del terreno, un valor que podría hacer la idea inviable para muchos jubilados.

Por otro lado, quienes logran hacerlo lo consideran una inversión para tener una vejez saludable, afirma Norival.

Un lugar para pasar la vejez

El grupo buscó terrenos en ciudades del interior del estado de Sao Paulo. Querían estar en una zona verde, pero también cerca de infraestructuras con comercios, espacios de ocio y hospitales.

Tuvieron en cuenta ciertos criterios, como no estar muy lejos de la capital y que fuera un sitio con mucho contacto con la naturaleza.

A finales de 2022, encontraron el lugar que consideraban ideal: un área verde, de alrededor de 63,5 mil m², dentro del perímetro urbano de Mogi das Cruzes, un municipio de Sao Paulo.

Con el terreno comprado, comenzaron a buscar un profesional que se encargara del proyecto arquitectónico.

Área verde en Mogi das Cruzes
Este fue el terreno elegido en Mogi das Cruzes. Archivo personal

Fue durante este período que el grupo conoció al arquitecto Roberto Kubota, de 62 años.

Los residentes de Bem Viver lo buscaron porque Kubota había compartido en las redes sociales información sobre viviendas comunitarias, aunque hasta entonces no había trabajado en ninguna iniciativa de este tipo.

“Había intentado vivir en un cohousing antes de la pandemia, que sería en una playa. Pero llegó la pandemia y el proyecto no avanzó”, le dice Kubota a Vinícius Lemos, de BBC Brasil.

Cuando conoció Bem Viver, dice que quedó encantado y, además de ser elegido para trabajar como arquitecto, compró una de las acciones para vivir en la comunidad.

“Fueron dos deseos que se cumplieron al mismo tiempo: trabajar en la construcción de esta forma de vivienda y vivir cerca de la naturaleza y en comunidad”, afirma el arquitecto.

Proyecto
El proyecto muestra cómo serán las casas de covivienda. Reproducción

Él cuenta que, desde joven, quería vivir en una comunidad.

“Cuando me gradué, me fui de mochilero y terminé en un kibutz [una comuna agrícola israelí] y vi que vivir en una comunidad era un negocio que podía funcionar”, dice.

A lo largo de los años, dejó de lado ese deseo, pero admite que siempre pensó en esa posibilidad.

“Llegué incluso a comprar un terreno para compartir el fin de semana con amigos, pero no funcionó porque mis amigos estaban en otra etapa de sus vidas”, comenta.

Sin hijos y divorciado, a Kubota le preocupaba la soledad a medida que se hacía mayor.

“Vemos que la población está envejeciendo y existe este miedo. Vivir en comunidad puede ser beneficioso para la salud e incluso para ganar unos años de vida”, afirma.

“Quienes participan en estas iniciativas están realmente abiertos a vivir en una comunidad. Tal vez sea incluso un legado hippie de la generación de los años 70″.

Proyecto comunitario

Una de las reglas del proyecto es que todos puedan tener una opinión sobre cómo debería ser la comunidad.

Kubota dice que la participación fue intensa: “Fue un proceso colaborativo, y la inteligencia de todos los integrantes del grupo también fue muy importante para definir todo”.

Vista aérea del proyecto
Las casas no estarán muy lejos la una de la otra, para fomentar la comunicación. Reproducción

El arquitecto afirma que todo fue pensado para hacer la vida lo más sencilla posible y con facilidades para los residentes, ya que son mayores. El terreno elegido, por ejemplo, no tiene gran pendiente, lo que facilita la accesibilidad. En el lugar hay numerosos árboles y un pequeño lago natural.

En los alrededores existen áreas preservadas, donde se encuentran diferentes tipos de árboles, animales silvestres, así como lugares para hacer senderismo y algunos sitios que ofrecen turismo rural.

Todas las viviendas también serán de una sola planta y compactas, con espacios pensados para el uso de personas mayores.

Las viviendas estarán muy juntas, a unos 15 metros la una de la otra, para facilitar la interacción entre los residentes. Todas las casas tendrán el mismo estilo arquitectónico, y hay proyectos de tres tamaños: 89 m², 98 m² y 110 m².

Un área colectiva, que estará a 200 metros de las casas, al borde del terreno, contará con sala comedor, con balcón y cocina; un salón para actividades artísticas (música y danza principalmente); un taller de manualidades; barra y parrilla.

La comunidad también contará con piscina, gimnasio u otra sala de actividades físicas, lavandería colectiva, una plazoleta y huertas. Alrededor de un tercio del terreno tiene una zona verde permanente.

“El principio es el respeto a la naturaleza. Queremos construir todo pensando en la sustentabilidad, con mejoras socioambientales para conservar y preservar la naturaleza”, dice Norival.

Área verde en Mogi das Cruzes
La zona en la que se construirá la comunidad cuenta con un lago natural y varios árboles. Archivo personal

Se espera que la construcción comience a mediados de este año.. después de que el ayuntamiento apruebe el proyecto.

Norival explica que los hijos o nietos podrán visitar o vivir temporalmente con los residentes. “Pero es fundamental entender que los espacios y actividades están dirigidos a personas de 50 años y más”, explica.

Entre los residentes se encuentran personas con edades de entre 56 y 79 años. Muchos ya están jubilados. “La edad promedio es de 65 años”, señala Norival.

No se permite alquilar ni utilizar la casa por temporada. Los miembros del grupo también han definido algunas reglas con respecto a los herederos.

“Quien vaya a heredar la propiedad tendrá que tener el perfil para mudarse, de lo contrario [el proyecto] perderá su carácter”, afirma Norival.

Si el heredero no encaja en el perfil, la recomendación será vender a un nuevo residente que tenga más de 50 años y quiera vivir en una comunidad.

Roberto Kubota
El arquitecto Roberto Kubota fue elegido para desarrollar el proyecto y acabó convirtiéndose en uno de los futuros residentes. Archivo personal

Los beneficios de la compañía en la vejez

El concepto de vivienda comunitaria es defendido por los expertos como una forma de promover la salud mental de las personas mayores.

Marisa Fumanti, jubilada de 66 años, vio a su madre sufrir la soledad durante su vejez. “Ella se sentía muy sola y me exigía bastante al respecto. Pero yo trabajaba mucho, así que al final no lograba acompañarla tanto”, le dice a BBC News Brasil.

Cuando sus propios hijos se fueron de la casa, Marisa y su pareja se dieron cuenta de que había llegado el momento de cumplir su sueño de vivir en una zona rural.

La pareja compró una finca en el interior de Sao Paulo. Sin embargo, Marisa dice que las cosas eran demasiado pesadas para compartirlas sólo entre la pareja.

En 2021, la jubilada recibió un llamado de Norival, a quien había conocido años antes en un curso, para formar parte de Bem Viver y aceptó.

“Desde que tenía 30 años, siempre quise vivir en una comunidad, pero no tenía idea de que existía el cohousing“, explica.

“Trabajé en el campo de la educación toda mi vida y siempre entendí que la capacidad regenerativa del hombre está en lo colectivo, por eso siempre lo he buscado”.

Los futuros residentes de Bem Viver viven actualmente en diferentes ciudades, mientras el proyecto no está listo. Aun así, ya se consideran grandes amigos y suelen verse en persona con frecuencia para interactuar y hablar del proyecto, comenta Marisa.

“Hemos construido una gran relación. No nos conocíamos y hoy somos como amigos de la infancia”.

El principal factor por el que estas comunidades son beneficiosas es que tienden a ayudar a evitar la soledad, que afecta a muchas personas mayores mientras sus hijos o nietos continúan su vida lejos de ellos.

La soledad, según estudios, no sólo perjudica el bienestar emocional de las personas mayores, sino que también es un problema de salud pública, porque aumenta el riesgo de enfermedades mentales u otros problemas de salud.

Marisa Fumanti
Marisa Fumanti vio a su madre sufrir la soledad durante su vejez y no quiere afrontar una situación similar. Archivo personal

Investigaciones recientes demostraron, por ejemplo, que la soledad puede provocar cambios en el cerebro que favorecen la aparición de enfermedades degenerativas, como el Parkinson, el alzhéimer y otros tipos de demencia.

Estudios anteriores indicaron un mayor riesgo de pérdida cognitiva leve y desarrollo de demencia entre las personas mayores solitarias.

Esta falta de interacciones sociales puede afectar la memoria, la capacidad de atención y la flexibilidad cognitiva, además de aumentar el riesgo de depresión, ansiedad y estrés crónico.

Un estudio publicado el año pasado demostró que la depresión es cuatro veces más común entre las personas mayores que dicen sentirse siempre solas.

Quienes viven solos presentan mayores índices de soledad que quienes viven con una o más personas.

Para la jubilada Marisa Fumanti, la vivienda comunitaria será la oportunidad de evitar la misma soledad que afrontó su madre, ya fallecida.

“Es un nuevo modelo de vida que satisface muchas de las necesidades de las personas mayores, minimiza la depresión y proporciona ejercicio colectivo”.

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