En la plataforma X, antes Twitter, aseguran que otro vagón del Tren Maya se descarriló en Yucatán, pero el video compartido es el mismo del percance ocurrido el pasado 25 de marzo en la mega obra del presidente Andrés Manuel López Obrador.
“Entérate, se descarrila otro vagón del Tren Maya, esta vez en Yucatán”, señalan en una publicación en X. Sin embargo, una búsqueda inversa en Google Lens con los fotogramas de la grabación, obtenidos en InVID, llevó a diversas notas periodísticas del 25 de marzo.
Proceso y El País documentaron que un vagón del Tren Maya se descarriló aquel día cerca de la estación Tixkokob, Yucatán, cuando se dirigía de Campeche a Cancún, Quintana Roo, sin registrar afectaciones humanas ni materiales.
Dichos medios de comunicación contienen en sus informes un video que circula en redes sociales donde se puede ver el momento en que personal de seguridad se encuentra supervisando las vías tras el incidente, y se escucha a una persona narrar los hechos.
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“Aquí está cómo se descarriló. Está descarrilado, se salió, vean cómo está fuera de las vías del tren”, dice la persona en la grabación, diálogo que también se puede oír en el video compartido recientemente y el cual fue fragmentado para hacerlo parecer diferente.
Es decir, se trata del mismo material gráfico, pero con diferentes duraciones; la grabación difundida el 25 de marzo tiene una extensión de 50 segundos y el nuevo video divulgado dura únicamente 10 segundos.
Además, en las cuentas oficiales del Tren Maya no se habla de un nuevo descarrilamiento, únicamente en X se encuentra un comunicado fechado el 25 de marzo que ofrece detalles sobre el percance de ese día.
Tampoco fueron halladas notas en medios de comunicación que notificaran sobre ello.
Como te contamos en esta nota, el pasado 25 de marzo un vagón del Tren Maya se descarriló cerca de la estación Tixkokob, Yucatán, cuando se dirigía a Cancún.
Para ingresar a dicha estación, los tres primeros vagones del tren D006 pasaron un cambio de vías a una velocidad aproximada de 10 km/h, saliéndose de las vías el cuarto vagón, de acuerdo con la ficha informativa del Tren Maya.
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La empresa indicó que se integró una Comisión Dictaminadora para investigar las causas y prevenir cualquier situación similar.
Al respecto, el mandatario López Obrador señaló en la conferencia mañanera del 26 de marzo que se está indagando si fue intencional o error de los responsables del manejo de vías.
En conclusión: no se ha descarrilado otro vagón del Tren Maya en Yucatán, el video que circula es el mismo del percance del pasado 25 de marzo, pero fue seccionado para hacerlo parecer diferente.
En un país con crisis en la salud y con cientos de migrantes a la deriva, clínicas particulares y residenciales dan algo más que un tratamiento médico.
La Unidad Médica Bassuary, al oriente de Ciudad de México, en el inmenso municipio de Nezahualcóyotl, no es una clínica usual: está en una casa residencial, tiene altares en cada rinconcito y en el consultorio de la doctora jefe, Sarahí Hernández, más que diplomas hay fotos: de ella cuando joven, de Pedro Infante, de sus pacientes.
“A mí me gusta ver a la gente a la cara, tocarlos, darles el apapacho que tanto nos hace falta”, dice la doctora, de 58 años. “Me ha llegado gente con el pie podrido, literalmente, oliendo feo, y yo no puedo hacer otra cosa que conmoverme, tratarlos y ayudarles. Porque imagínate tú si los doctores solo atendiéramos a la gente guapa”.
La Bassuary -cuyo nombre es una reunión de las iniciales de su padre, madre y hermano; todos médicos- es, en sus términos, una “clínica particular”. Y familiar.
No está en un edificio construido para ser hospital, pero presta muchos de sus servicios: urgencias, cirugía, consulta.
En México se les suele llamar “clínicas patito”, un término peyorativo que connota informalidad, ilegalidad, mala praxis médica. Pero la Bassuary, así como muchas de estas clínicas particulares, no solo cumplen con la regulación, sino que a veces dan un servicio que los hospitales tradicionales quizá no.
Servicios como el apapacho: palabra náhuatl para el cariño, el consuelo, el abrazo, la palmadita.
Y sobre todo a quienes más lo necesitan: por ejemplo, la población migrante, que por estos días, dice Hernández, “parecen haberse ido, pero ahí están, ya van a volver, porque su situación es muy difícil y acá estamos para ayudarlos”.
Hoy los migrantes son el 10% de los pacientes de Hernández, pero hace unos meses eran más de la mitad.
Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el flujo migrante en México parece haberse reducido o cambiado de rumbo, con lo que espacios de atención como este, o los albergues, están medio vacíos.
Igual, dice la doctora, “tenemos más de 300 pacientes, porque necesidad es lo que hay y hospitales es lo que casi no hay”, asegura con ironía.
En prácticamente todos los estados mexicanos es común, sobre todo en las periferias de las ciudades, que la demanda por salud sea parcialmente abastecida por espacios como este.
Algunos son exclusivos para adultos mayores, otros para tratamientos ambulatorios: el portafolio de especialidades y niveles de cobertura es grande.
La Bassuary presta un poco de todo, pero su existencia, admite Hernández, tiene mucho que ver con las falencias del sistema de salud pública.
“Neza tiene solo dos hospitales y muy pocas camas censables; sin nuestro apoyo es imposible dar abasto”, asegura.
El sistema de salud público mexicano está en crisis hace décadas: hay desigualdad en el acceso, desabastecimiento de medicamentos, escándalos de corrupción, entre otros factores.
“Solo en pandemia -señala Hernández- yo atendí 14 mil pacientes, por teléfono, por chat, en persona. Un hospital tiene 70 camas, el otro 300. Y quedaron colapsados”.
A la crisis del sector se añade que la población mexicana sufre altas tasas de obesidad, hipertensión, diabetes e infecciones gastrointestinales.
Pero para la población migrante la situación es incluso más difícil, porque vienen de un viaje tortuoso por varios países y se enfrentan a la complejidad bacteriana y alimenticia de México.
“Para casi todos (los migrantes), el primer problema es intestinal. No solo porque acá la comida es irritante y grasosa, sino porque el agua tiene otras bacterias”, señala Hernández.
Pero otros casos son aún más graves. Ella recuerda a una migrante que llegó con fractura de clavícula porque los coyotes la habían lanzado de un puente.
Una migrante que visitó la clínica es Vanessa Alejo, una venezolana de 29 años que conoció a Sarahí hace unos meses cuando su hija, de 7 años, sufrió una infección.
“Fuimos al hospital y no sirvieron los tratamientos y cada vez que íbamos era muy difícil porque, si bien yo tengo permiso de residencia, piensan que uno está acá de paso y que está indocumentado”, asegura Alejo, que trabaja en una jarcería y en un restaurante.
Entonces le recomendaron a Hernández. “Ella me dio el mismo tratamiento, pero con una gran diferencia, me dio su número de teléfono, entonces yo pude darle cada detalle de su estado, ella nos mandó más exámenes y encontramos que tenía tifoidea”.
Y concluye: “La doctora me levantó a mi hija, si no hubiese sido por ella, esa bacteria me la mata”.
Nezahualcóyotl es un enorme municipio pegado a Ciudad de México en el que viven casi 2 millones de personas. Está construido, de manera informal, sobre lo que fue un lago. Ha sido durante décadas un destino para quienes migran a la zona en busca de un trabajo en la capital.
La clínica Bussary está, hace 15 años, en una casa de dos pisos de fachada verde viche en una calle residencial del municipio.
Al frente, en una casa rosada, hace dos años Sarahí empezó a ver que a la azotea se subían personas con un perfil muy distinto al que se frecuenta por acá: afrodescendientes.
Con el francés que aprendió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se graduó y da clases hace 30 años, Hernández entabló una relación con un grupo de 22 haitianos que iban camino a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza que azota a su país.
“Nos volvimos amigos, los niños de la clínica empezaron a jugar con sus niños en la calle, les dábamos comida, no les gustaba el arroz a la mexicana, ni la tortilla, solo los panes y los plátanos”, recuera la doctora.
Con el tiempo se corrió la voz de que acá prestaban, a veces gratis, a veces por el costo habitual de 200 pesos (unos US$10), servicios médicos sin necesidad de ser parte del sistema oficial.
“Empezaron a llegar brasileños, venezolanos, colombianos, cubanos, todos muy afectados y sin dinero porque la ruta migrante es muy dura”, explica Hernández. “En todos lados había abusos y sigue habiendo”.
Fanática de Patch Adams, el doctor estadunidense que revolucionó la medicina con tratamientos entretenidos, Hernández alguna vez quiso ser actriz. Pero, al ver a sus padres ejercer, entendió que la humanidad que le fascinaba del arte se podía traducir en medicina.
“Te puedo quitar un tumor, pero me importa más poderte acompañar en el proceso”, asegura.
A diferencia de la “medicina tradicional”, dice, “nosotros te vemos como iguales, sin soberbia”.
“No solo te quitamos el dolor físico, sino el emocional; no solo vemos el cuerpo, sino también el espíritu, la mente y el alma”.
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