El 23 de agosto, Servando Salazar Cano llegó a trabajar como gerente de mantenimiento en la planta Prime Wheel de Tijuana, Baja California, pero nunca salió de las instalaciones y a la fecha no lo encuentran.
Salazar Cano llevaba 10 años trabajando para la empresa, después de haberse graduado como ingeniero en electromecánica. Pese haber nacido en Poza Rica, Veracruz, Servando se crió en la ciudad fronteriza, y sólo salió brevemente para terminar sus estudios universitarios.
Fue en Prime Wheel, una maquila de autopartes de capital chino, donde encontró la oportunidad de empleo para sostenerse a sí mismo, a su esposa Wendy Bravo y a sus tres hijas, con un bebé en camino.
Servando acudió a su sitio de trabajo ubicado en Ejido Chilpancingo ese día, tuvo su última comunicación con su pareja alrededor de las 12:50 horas y, según testimonios recabados por la Fiscalía y sus familiares, fue visto por última vez aproximadamente a las 13:15 horas por un compañero de trabajo.
Aunque se abrió una investigación por su desaparición y se está trabajando el caso desde el ámbito penal, la esposa de Servando acusó que el apoyo que tuvieron al inicio de las diligencias se ha ido apagando.
“Ya no hay esa agilidad, pero esos tiempos tienen que ser apresurados porque no es cualquier cosa, es una vida. Es una vida y está dentro de la empresa, fue dentro de la empresa pero no se sabe si se privó de la libertad o si se le privó de la vida”, denunció en conferencia de prensa.
A la fecha, en Tijuana se registran 1,658 personas desaparecidas o no localizadas, con 194 –poco más del 10%– correspondiente a los primeros 10 meses del año en curso. A nivel estatal, la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) ha contabilizado 2,965 personas desaparecidas y no localizadas.
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Wendy relató que directivos, gerentes, supervisores y compañeros de Servando comenzaron a buscarlo en la planta, pero no lo encontraron. Se contactó a la Fiscalía del estado para levantar la denuncia por desaparición y se elaboró una ficha de búsqueda.
Sin embargo, en ningún momento se detuvieron las labores al interior de la planta, donde hay hornos y fundidoras de metal para la elaboración de rines de automóviles, acusaron los familiares.
Según la cronología del caso, expuesta por el activista Jaime Cota de Casa Obrera BC, quien acompaña el caso, el 2 de septiembre el Fiscal Central del estado, Rafael Orozco Vargas, dijo que la desaparición de Servando no estaba relacionada de ninguna manera con los hornos de la empresa.
“Pero no había ninguna investigación hasta ese momento de los hornos, entonces no podía él dar esa afirmación”, expuso Cota. “Fue hasta el 18 de septiembre, 25 días después de la desaparición de Servando, cuando comenzaron a investigar los hornos, 25 días de estar trabajando los hornos las 24 horas”.
La hermana de Servando, Clarisa Cano, denunció que la Fiscalía ha sido “incompetente” en las diligencias, pues a la fecha no ha realizado pruebas que podrían ser clave para la investigación, como revisar los hornos.
Las comisiones estatal y nacional de búsqueda han apoyado en las diligencias, añadió Cano, pero no se han registrado avances.
Al momento, la Fiscalía de Baja California ha informado a la familia que hay tres personas detenidas con relación al caso, pero los presuntos implicados no han querido brindar información que pudieran aportar a las investigaciones.
“Se dijo que se detuvieron a tres personas, que fueron las que están involucradas en este hecho; que horas antes de que Servando desapareciera dieron la orden de que todos salieran a comer, aunque eso no era habitual”, comentó Clarisa. “Todos salieron a comer, menos Servando”, de tal manera que el trabajador quedó aislado.
El ingeniero Moisés “N” y José Alfredo “N”, supervisor general de la planta, fueron detenidos a finales de septiembre por la presunta comisión del delito de desaparición de persona cometida por particulares; y una tercera persona por el mismo delito bajo la sospecha de haber tenido participación directa en los hechos.
La Fiscalía estatal sumó que como producto de las diligencias había localizado el celular y un vehículo tipo Jeep Chrysler, modelo reciente, en una plaza comercial cercana a la planta. De acuerdo con las autoridades, dicho automóvil habría salido de Prime Wheel.
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El 30 de septiembre, la Fiscal general del estado, María Elena Andrade Ramírez, declaró a medios que no había indicios sobre la posible ubicación de Servando.
Otra incongruencia denunciada por los familiares y acompañantes es que a inicios de septiembre, peritos de la fiscalía detectaron trazos de sangre dentro de un baño de la empresa, aunque 10 días después se retractaron de su declaración.
“Dijeron que no sabían si lo que habían encontrado era sangre, y ahora simplemente lo han olvidado, ya no lo mencionan”, señaló Cota.
Por ello, Wendy reclamó: “Pasa el tiempo y prácticamente vamos perdiendo todas las esperanzas, o evidencias, para saber qué es lo que le pasó a Servando”.
Para enseñarles el cristianismo y otros conocimientos a los pueblos originarios, los religiosos que vinieron con los conquistadores y colonizadores desarrollaron un método que combinó dibujos y escritura.
Cuando los españoles llegaron al territorio de lo que hoy conocemos como México, existía un sistema de escritura principalmente pictográfico, en el que cada “dibujo” significaba una frase o enunciado completo.
Este sistema era utilizado por las castas gobernantes, principalmente para conservar tradiciones religiosas, discursos, hechos históricos o registros poblacionales y tributarios, entre otros asuntos.
Los amanuenses que conservaban estos libros (normalmente tiras de papel plegadas o lienzos o pieles de animales) aprendían de memoria largos discursos y con la punta del dedo repasaban las figuras para apoyarse y no perder el orden del mensaje que querían transmitir.
Es decir, esta escritura estaba más cerca de lo icónico que de lo ideográfico, más cerca de las pinturas rupestres que de la escritura egipcia o china.
Formalmente, los primeros evangelizadores españoles llegaron a la ciudad de México en 1524 (los llamados “12 apóstoles de México”).
Eran un pequeño grupo de frailes franciscanos que iniciaron una ingente y titánica obra cristianizadora de los indígenas. A estos les siguieron los dominicos y luego los agustinos.
La labor de las órdenes religiosas no se limitaba a la evangelización. También construyeron pueblos, villas y ciudades, impartieron justicia y fueron consejeros de los funcionarios reales, entre muchas otras actividades.
Por ejemplo, enseñaron a los primeros mexicanos a cultivar las plantas europeas, vestir “a la española”, edificar iglesias, criar animales españoles, labrar acueductos, utilizar el telar europeo y aprender los oficios mecánicos.
Simultáneamente, destruyeron los templos prehispánicos, derrumbaron las esculturas de los dioses, quemaron los libros que mencionamos e hicieron procesos inquisitoriales contra los indios remisos.
Estas actividades pasaban inevitablemente por que los religiosos aprendieran las principales lenguas mesoamericanas. Y así lo hicieron.
En un principio, en la escritura mezclaron los pictogramas y el alfabeto. Por ejemplo, se conserva una interesante transcripción al náhuatl del catecismo ideado por fray Pedro de Gante.
Otros religiosos, quizá deseosos de un mayor acercamiento a los usos y costumbres de los pueblos indígenas, pedían a los copistas que transcribieran en grandes telas, con su sistema, pasajes bíblicos.
Iban de una a otra aldea acompañados de un numeroso séquito de indios ladinos –los llamaron igual que en España llamaban a los judíos y a los musulmanes que se movían entre la cultura propia y la cristiana–, reunían a los pobladores, trepaban en alguna tarima o en algún basamento piramidal en ruinas, mostraban el gran lienzo a los neófitos, señalaban con una vara las imágenes, contaban en español el asunto de la pintura y, finalmente, los ayudantes traducían al náhuatl.
Una nueva dificultad se les presentó cuando tuvieron que enseñar las lenguas indígenas a los evangelizadores que llegaban.
No era deseable, por pesado y dilatado, que las aprendieran de los indígenas (como tuvieron que hacer los primeros).
Así que organizaron escuelas para que los nuevos frailes estudiaran las lenguas originarias. Esto condujo, como un proceso natural y lógico, a dotar al náhuatl, por ejemplo, de un alfabeto. Y el sistema de escritura no fue otro que el usado en el castellano.
Una vez escrita la lengua mexicana con el sistema alfabético que el español recibió del latín, se desató una fiebre escritural muy variada y abundantísima.
Se hicieron libros a la europea (manuscritos primero, impresos después): silabarios, diccionarios, sermonarios, gramáticas, doctrinas, crónicas, anales, informes, pliegos de agravios, etc.
Por fortuna se conservan testimonios de este proceso.
Recuerdo de mis lecturas que los agustinos fundaron una escuela en Tiripitío para enseñar la lengua michoacana. Incluso en Culhuacán, al sur de la ciudad de México, el convento de estos ermitaños tenía un batán en el que fabricaban papel.
Una figura central en este proceso de adquisición del alfabeto latino por el náhuatl es sin duda el franciscano Bernardino de Sahagún. Sus manuscritos, conocidos como Códice florentino en la actualidad, han sido digitalizados para su consulta universal.
Como afirma la estudiosa Alejandra Ortiz Castañares, el Códice Florentino fue “creado para conocer a los mexicas y evangelizarlos. Es uno de los pocos con lenguaje híbrido, en el que la tradición pictográfica indígena se incorpora no sólo como lenguaje, sino también como refuerzo visual del apenas nacido alfabeto latino en náhuatl”.
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Sin duda, fue una solución muy práctica y útil. Pero los evangelizadores no previeron un problema: las diferencias fonéticas entre la lengua modelo y las americanas.
Por ejemplo, en náhuatl no existía el fonema /ñ/ y las vocales eran tres, no cinco. Y en español no existen los fonemas interdentales laterales. Para solucionar eso, improvisaron usando dos grafías (tl, tz).
Además, había fonemas en español que poco a poco se estaban perdiendo, como la cedilla (/ç/), la doble s, la /sh/ (que se escribía como una X), etc.
Tampoco imaginaron dos consecuencias inesperadas. En primer lugar, la prosodia del español –sus acentos, tonos y entonación– en muchos casos arrastró, por decirlo así, a la prosodia del náhuatl.
Como ejemplo, tenemos la pronunciación de la capital del imperio azteca: Mexico-Tenochtitlan. La primera palabra aludía a la etnia (los mexitin, en oposición a tepanecas, acolhuas chalcas, etc.) y la segunda al lugar mismo, el islote donde se fundó. La primera fue y sigue siendo la más usada.
Su pronunciación sería algo así como meshico –palabra grave, no esdrújula–. El fonema /sh/ existía en español y se escribía como una X, de ahí muxer (musher), oxo (osho) y dixe (dishe). Con el paso de los siglos, este fonema del español se fue suavizando hasta pronunciarse como una jota, y así fue como evolucionó la dicción a mujer, ojo o dije.
Con muchas palabras del náhuatl se dio esta “evolución”. Así se pasó de Xalisco (Shalisco) a Jalisco, de Xalapa (Shalapa) a Jalapa y de México a Méjico. En el siglo XIX muchas grafías de estos topónimos se adoptaron a la nueva pronunciación, excepto México, que la seguimos escribiendo a la vieja usanza pero la pronunciamos a la moderna.
La segunda consecuencia fue que la pronunciación a la española de las palabras indígenas muchas veces fue adoptada como la forma correcta por los propios indígenas.
Aunque es un fenómeno complejo y de múltiples aristas, estos ejemplos darán una idea al amable lector: de Coliman se pasó a Colima; de Tlalpam a Tlalpan; de Janitzio a Janicho; de Olizapan (Ahuilizapan) a Orizaba y de Cuauhnáhuac primero a Cuedlavaca y, finalmente, a Cuernavaca.
Diremos que hubo palabras que casi quedaron idénticas en esa transición que implicó el mestizaje de las culturas del Nuevo y el Viejo Mundo, mientras que otras locuciones tuvieron una transformación radical. Eso se debió a la facilidad o no de pronunciar esos términos en la nueva lengua dominante.
Como dijo Octavio Paz, lo que entonces pasó no fue un encuentro, sino un encontronazo. Pero no es éste el espacio para hablar de ello. Lo que quiero decir en este breve recuento que ahora hago es que el tema no sólo tiene interés y suma importancia para lingüistas, sino también para literatos, historiadores, antropólogos, sociólogos, etc.
Por desgracia es un espacio muy poco explorado, pero los que hablamos la lengua de Cervantes (vivamos de uno u otro lado del Atlántico) estamos obligados a no permitir que se pierda.
*Ramón Moreno Rodríguez es profesor e investigador en el área de la lengua y las literaturas hispánicas, especialista en narrativa española, de la Universidad de Guadalajara (México). Este artículo apareció en The Conversation. Puedes leer la versión original aquí.