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Permiso para matar: más de 1,500 víctimas asesinadas o desaparecidas por fuerzas de seguridad en tres sexenios
Permiso para matar: más de 1,500 víctimas asesinadas o desaparecidas por fuerzas de seguridad en tres sexenios
Permiso para matar documenta casos de desaparición forzada y ejecución extrajudicial de fuerzas de seguridad | Ilustración: Jesús Santamaría / @re.zndz y Andrea Paredes / @driu.paredes
7 minutos de lectura
Permiso para matar: más de 1,500 víctimas asesinadas o desaparecidas por fuerzas de seguridad en tres sexenios
La investigación "Permiso para matar" busca documentar un grupo específico de crímenes de guerra: aquellos que presuntamente fueron cometidos por fuerzas de seguridad, federales o estatales contra víctimas inocentes o indefensas, pero nunca llegaron a un ministerio público. Son las víctimas de desaparición forzada y ejecución extrajudicial.
28 de agosto, 2023
Por: Daniel Moreno

Nunca sabremos cuántas personas han muerto realmente por “culpa” de la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Y nunca sabremos por qué murieron o quién las mató, porque más del 90% de homicidios quedan impunes.

Hablamos de todos los muertos, de los que oficialmente “se mataron entre ellos”, de los que “chocaron” con fuerzas de seguridad de cualquier nivel siendo supuestos integrantes del crimen organizado, de los que cayeron por el fuego cruzado y que se describe en informes oficiales como “víctimas colaterales”, de cientos de integrantes de fuerzas de seguridad, víctimas de algún ataque y, por supuesto, de las personas inocentes, indefensas, cuya vida fue truncada por policías, soldados o marinos con el pretexto del cumplimiento del deber, sobre las que trata esta investigación.

Claro que hay números oficiales que registran los asesinatos cometidos cada año y podemos decir que, desde 2006, se han reportado más de 370 mil homicidios dolosos y feminicidios. 

Pero no hay forma de calibrar la precisión de los números oficiales, de saber cuáles de estas muertes deben contarse como resultado del conflicto armado. 

Además, las víctimas registradas oficialmente por el INEGI no incluyen, para poner un ejemplo, 111 mil personas desaparecidas, un número incluso que las propias autoridades consideran que solo ofrece una idea aproximada del tamaño del problema, porque tampoco hay posibilidades de tener una cifra exacta. 

Esos conteos, por supuesto, tampoco incluyen a las víctimas que yacen en cientos o miles de fosas clandestinas que permanecen ocultas a lo largo del territorio, a la espera de algún grupo de madres buscadoras, esas que recorren kilómetros cada día buscando a sus hijos e hijas.

Manifestación de madres buscadoras.
Permiso para matar, una investigación sobre un grupo específico de crímenes de guerra presuntamente fueron cometidos por fuerzas de seguridad, federales o estatales contra víctimas inocentes o indefensas | Foto: Cuartoscuro

¿Cómo confirmar hechos y cifras cuando un boletín oficial informa vagamente que hubo un enfrentamiento en el que murieron “cinco o diez presuntos delincuentes”, por ejemplo? ¿Qué hacer cuando el gobierno dice que un grupo delictivo “se llevó a sus muertos”? ¿Cuántos no fueron reportados por la propia autoridad? ¿De cuántos no habrán de encontrarse huellas?

¿Cuántas personas sin vínculo con la violencia han muerto o desaparecido a manos de la autoridad, pero no fueron reportadas?

Y si no sabemos con precisión cuántos, se alejan las posibilidades de saber por qué o quién lo hizo, porque hay que insistir y ser más precisos: 24 de cada 25 asesinatos intencionales quedan impunes

¿Cuántos murieron sin empuñar un arma, sin retar a la autoridad? ¿Quién puede ir más allá de lo que informan los escuetos boletines de la Defensa Nacional o de la Guardia Nacional? ¿Los fallecidos sí eran del crimen organizado? ¿De veras le dispararon a la policía?

¿Quién investiga las causas reales de un asesinato? ¿Quién busca al homicida? ¿Quién certifica que sí “encontraron el cuerpo en un terreno” o verifica que efectivamente las autoridades sólo “repelieron una agresión”?

Oficialmente, no hay gobierno que reconozca abusos de las fuerzas de seguridad, así que tampoco podemos saber cuántas personas fueron víctimas de violaciones a sus derechos humanos o de desaparición forzada. Y cuando por una u otra razón quedan en evidencia los abusos, las autoridades solo los atribuyen a “manzanas podridas”,  que excepcionalmente se filtran en sus filas, pero nunca se reconoce la existencia de un sistema pensado para permitir la impunidad de estas fuerzas, de sus mandos y de quienes diseñan las estrategias y marcan el rumbo de la “guerra”.

Hay datos para demostrar que todas estas preguntas son válidas, que se debe dudar de las cifras oficiales y, sobre todo, de una narrativa ofrecida por la autoridad que principalmente permite su actuar en impunidad.

Otro ejemplo. Los últimos tres gobiernos ―que han estado encabezados por cada uno de los tres principales partidos de México― tiene casos en los que se documentó que primero fue reportado un “enfrentamiento entre delincuentes y autoridades”, pero investigaciones periodísticas, de organizaciones de la sociedad civil o denuncias de familiares dejaron al descubierto que los hechos no habían ocurrido como se reportaron, que ni siquiera los números de víctimas cuadran o descubierto que, en realidad, se trató de crímenes cometidos por las fuerzas públicas

Ahí están Monterrey, Tanhuato, Tlatlaya, Nuevo Laredo… 

Permiso para matar, una investigación de los crímenes de fuerzas de seguridad 

La investigación que presentamos busca documentar un grupo específico de crímenes de guerra: aquellos que presuntamente fueron cometidos por fuerzas de seguridad, federales o estatales contra víctimas inocentes o indefensas, o que fueron “detenidos” por estas mismas fuerzas, pero nunca llegaron a un ministerio público. Son las víctimas de desaparición forzada y ejecución extrajudicial.

Más específico: hombres y mujeres sin vínculos con el crimen organizado, sobre los que no pesaba ninguna sospecha y que no eran parte de ninguna investigación

Este trabajo prueba que cualquier persona en México puede ser víctima del abuso de poder y las violaciones de derechos humanos que sostienen la política de seguridad del Estado.

Aquí hay más de mil 500 víctimas, con nombre y apellido. Víctimas de autoridades, de policías, soldados, guardias nacionales o marinos, no de la guerra contra el crimen. Aunque hablemos de un universo de 371 mil asesinatos en tres sexenios, mil 500 no son pocas porque en realidad son sólo una muestra, en la que se puede presumir que murieron o desaparecieron, impunemente, a manos de entidades gubernamentales. Triplemente grave.

Personas que salían de la escuela, estaban en casa, compraban algo en una tienda, jugaban futbol, transitaban por una carretera, comían en un restaurante… O que salían de la biblioteca de su escuela, el Tec de Monterrey, como les ocurrió a Jorge Antonio Mercado Alonso y a Javier Francisco Arredondo Verdugo, asesinados por el Ejército el 19 de marzo de 2010. Un caso muy conocido, y que aun así permanece impune.

Estudiantes del Tecnológico de Monterrey montaron un altar en honor a Francisco Arredondo Verdugo y Jorge Antonio Mercado Alonso estudiantes asesinados por fuerzas de seguridad en 2010
Estudiantes del Tecnológico de Monterrey montaron un altar en honor a Francisco Arredondo Verdugo y Jorge Antonio Mercado Alonso estudiantes asesinados por fuerzas de seguridad en 2010 | Foto: Cuaroscuro

Las fuerzas de seguridad, en estos mismos casos y según la versión oficial, simplemente “se equivocaron” o lo que hicieron solo fue un “acto de indisciplina” o “los culpan, pero seguro son inocentes” o…

En el caso de Jorge y Javier, como en cientos más, la autoridad buscó sembrarles pruebas a las víctimas para eludir su responsabilidad y si fueron “descubiertos” se debe únicamente a la insistencia de una familia o a la investigación de periodistas o al trabajo de organizaciones de la sociedad civil. Nunca a gobernante alguno.

La suma de casos, las coincidencias en el modus operandi y la impunidad dejan en claro que no solo son un número inaceptable, también que son algo más que errores o casos aislados.

Revelan que las fuerzas del orden saben que no habrá consecuencias. Que lo hacen porque se puede. Que actúan a sabiendas de que tienen licencia a priori y un manto de complicidades a posteriori para disponer de la vida de cualquier persona. Que en México se cometen crímenes de lesa humanidad.

Éste es un listado inédito de víctimas que demandan justicia, que exigen una explicación: ¿por qué, si solo salió unos minutos a un mandado? ¿Y por qué el gobierno encubre a sus criminales?

La investigación se basa en fuentes hemerográficas, testimonios, investigaciones académicas, recomendaciones de todas las comisiones de derechos humanos y, particularmente, en las propias denuncias que han recabado decenas de colectivos de familiares.

La metodología para esta búsqueda inicia con el universo digital de Google y un buscador diseñado por Óscar Elton y Mónica Meltis, de Data Cívica, que permitió seleccionar decenas de miles de notas periodísticas o boletines que incluían información sobre asesinatos y detenciones en los que presuntamente había policías estatales o federales, militares en activo, marinos destacamentados en unidades dedicadas a la seguridad o elementos de la Guardia Nacional.

Utilizando palabras clave, se generó un primer listado con más de 60 mil coincidencias. Se revisaron una por una para seleccionar los casos que podían encuadrar en dos categorías seleccionadas: ejecuciones extrajudiciales o desapariciones forzadas perpetradas por presuntas fuerzas federales o estatales, pero que además hay elementos para probar que no estaban participando en hechos delictivos y que ni siquiera tenían órdenes de aprehensión ni una orden de juez para su arresto, o bien que estaban indefensos.

Además, se revisaron todas las recomendaciones de las 32 comisiones estatales de Derechos Humanos y la Nacional.

Se acudió a algunas organizaciones de familiares de desaparecidos para conocer sus casos.

Se revisaron expedientes de los pocos casos que se abren al público y al periodismo.

Se hicieron entrevistas con 191 familiares directos de las víctimas.

Profundizamos también en la vida de 191 víctimas de ejecución y desaparición, en las que grabamos entrevistas con familiares que narran sus pesadillas y nos actualizan sobre el estado de la investigación.

Policías de distintas corporaciones, fiscalías, Guardia Nacional, Ejército y Marina. Decidimos no incluir a policías municipales, que también son parte del enfrentamiento armado, pues el número a identificar se podría multiplicar por 10, y esta investigación no contaba con tal alcance. Nos queda pendiente registrar, bajo la misma metodología, la colusión de las policías municipales con el crimen organizado, la mera ineficiencia o el poder que da un arma y que permite a los policías de estas corporaciones matar, sin que pase nada.

Fuerzas de seguridad han participado en crímenes de lesa humanidad en los últimos tres sexenios
Fuerzas de seguridad han participado en crímenes de lesa humanidad en los últimos tres sexenios | Foto: Cuartoscuro

La investigación a profundidad de estos 135 casos fue posible por el trabajo que hicieron periodistas de todo el país, que participaron por meses en esta investigación.

Participaron La Verdad de Juárez (Chihuahua), el Noroeste (Sinaloa), Amapola Periodismo (Guerrero), Lado B (Puebla), Elefante Blanco (Tamaulipas).

Y los periodistas Carlos Arrieta, Charbell Lucio y Carlos López (Michoacán), Miguel León (Veracruz) y el propio Paris Martínez (CDMX)

Todos y todas, coautores de este trabajo, que se nutre sobre todo de las propias indagatorias que hacen los familiares de las víctimas. Sin ellas ni siquiera podríamos saber lo poco que sabemos sobre la impunidad oficial cuando en México las autoridades matan personas inocentes, las ejecutan y las desaparecen.

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Qué pasa en tu cerebro haces scrolling (y 3 consejos para evitar hacerlo compulsivamente)
8 minutos de lectura
Qué pasa en tu cerebro haces scrolling (y 3 consejos para evitar hacerlo compulsivamente)

Deslizar el dedo por la pantalla mientras vemos fotos y videos en Instagram o Tiktok es un hábito que puede consumir horas de nuestras vidas. La explicación de por qué lo hacemos está en la forma como funciona nuestro cerebro.

13 de mayo, 2024
Por: BBC News Mundo
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Un video de un perrito, luego una foto de una vieja amiga en la playa, después un videomeme, luego una noticia del otro lado del mundo. Si te gusta, lo ves; si no te gusta, lo pasas.

El hábito de deslizar el dedo por la pantalla hace parte de la vida cotidiana de muchos de nosotros, a veces por unos segundos cuando vamos en un ascensor, a veces por horas antes de dormir.

¿Pero qué es lo que pasa a nivel neuronal cuando hacemos scrolling? ¿Por qué es tan adictivo? ¿Y cómo podemos evitar que se nos vuelva un problema?

Éilish Duke, profesora sénior de psicología en la Universidad de Leeds Beckett, dice que lo primero que hay que entender es que el impulso de agarrar nuestro celular y encender la pantalla, que desencadena el scrolling, es automático.

No somos conscientes de él porque hemos construido ese hábito por un largo periodo de tiempo, como pasa con el de cerrar la puerta cuando salimos de casa, por ejemplo.

“En una investigación que hicimos hace algunos años, encontramos que los participantes pensaban que revisaban su teléfono cada 18 minutos, pero cuando usamos grabaciones de pantalla notamos que realmente lo estaban revisando con mucha más frecuencia”.

Desde ese primer clic que enciende nuestra pantalla, entran en juego en perfecta consonancia ciertas funciones de nuestro cerebro y el sofisticado diseño de las aplicaciones de nuestro celular.

Según la profesora Ariane Ling, del Departamento de Psiquiatría de NYU Langone, un hábito como el scrolling se explica por cómo somos los seres humanos naturalmente, pero se ve exacerbado por factores del entorno.

Ling explica que los seres humanos estamos predispuestos a querer saber qué es lo que está pasando. Por eso, leemos las noticias o, por ejemplo, nos detenemos para mirar cuando hay un accidente en la vía. Es algo que hace parte del desarrollo evolutivo que nos ha permitido sobrevivir.

Y nuestro celular está diseñado para alimentarnos continuamente con información que nos interesa.

Es un matrimonio perfecto.

Ilustración
El scrolling activa el circuito de recompensa del cerebro. Imagen: Getty Images

La constante búsqueda de placer

Nuestros cerebros buscan naturalmente ser recompensados. Tenemos ciertos centros neuronales que reaccionan al placer —el sexo, las drogas, ganar dinero en un casino— y buscan que se repita una y otra vez.

“Están buscando esa novedad, ese próximo golpe de placer, lo que sea que podamos realmente disfrutar”, explica la profesora Duke.

Es lo que se conoce como sistema o circuito de recompensa del cerebro, y es exactamente el mismo mecanismo por el que una persona se vuelve adicta a una sustancia como el alcohol.

“Para muchos de nosotros, esa novedad viene en forma de nuestro teléfono”.

Las redes sociales, particularmente, siempre tienen ese algo nuevo placentero para ofrecer: una foto, un video, un tweet, un mensaje.

Pero hay otra parte de tu cerebro que lucha contra esos impulsos de buscar el placer y la recompensa inmediata: la corteza prefrontal.

Es la región del cerebro responsable de hacer que tomes decisiones menos impulsivas y más equilibradas, la que te hace, por ejemplo, parar de scrollear, levantarte del sofá y decidir ordenar tu casa o ejercitarte.

Esas dos funciones del cerebro, sin embargo, no siempre están perfectamente equilibradas.

Lo que nos pasa a muchos es que “la parte lógica de nuestro cerebro que controla nuestros impulsos no hace su parte, o al menos no tan bien como podría, está abrumada por la búsqueda de placer”, explica Duke.

Y en las personas jóvenes, más.

“Lo que vemos en los adolescentes es que el circuito de recompensa está en alerta máxima, está listo para funcionar todo el tiempo. Pero la corteza prefrontal no termina de desarrollarse hasta los 23 o 24 años, entonces no puede realmente controlar ciertos impulsos, como el de usar el teléfono”, afirma la profesora Éilish Duke.

Una mujer viendo su celular en la cama
El “flujo” en el que entra nuestra mente cuando scrolleamos explica que perdamos la noción del tiempo. Foto: Getty Images.

Distorsión temporal

Lo que pasa cuando hacemos scrolling, según la profesora Duke, es que entramos en un estado de flujo.

El concepto de flujo en psicología se refiere a un estado mental en el que la dificultad de la tarea que está haciendo una persona se ajusta muy bien al nivel de atención y habilidad que tiene para dar en ese momento dado.

Aplicaciones como Tiktok, en las que el algoritmo está constantemente cambiando y dándote nuevas cosas que te interesan y están especialmente dirigidas para ti, alimentan directamente ese estado de flujo.

Absorben toda tu atención y entras en una fase de distorsión temporal en la que no te das cuenta de que han pasado dos horas y estás sentado con la mano entumecida y has perdido todo ese tiempo viendo videos de perritos”, agrega Duke.

La doctora Ariane Ling explica cómo nuestro cerebro empieza a recaer excesivamente en el hábito del scrolling con una metáfora.

“Si piensas en un camino que se ha recorrido muchas veces diferentes, ese camino se vuelve mucho más claro, y seguimos caminando por ahí. Es más fácil”.

“Si estás scrolleando constantemente, se convierte en la experiencia por defecto. Y entonces, es muy difícil enfocar tu atención y tu tiempo en otra cosa”, añade.

En el manual diagnóstico de psiquiatría no existe la adicción al celular. Entonces, no hay unos criterios establecidos para diferenciar un uso saludable de uno problemático o directamente una adicción.

“Nos basamos en los criterios clásicos de diagnóstico de las adicciones, como que exista un impulso incontrolable o que el comportamiento esté teniendo un impacto funcional negativo en el resto de la vida de la persona; por ejemplo, que esté dejando de hacer las cosas que necesita hacer en el día a día o tenga síntomas de abstinencia”, explica la doctora Duke.

Pero también es importante escuchar tus propias preocupaciones.

“Si tú mismo has intentado parar, y lo has intentado de verdad y no has sido capaz de hacerlo, yo recomendaría que busques ayuda o una intervención más significativa”, dice Ariane Ling, de NYU Langone.

Cómo evitar el scrolling compulsivo

1. Tiempo lejos de la pantalla

“Tener ciertos rituales que te separen de tu celular es siempre de gran ayuda”, afirma la profesora Ling.

Según ella, ha habido un montón de investigación sobre cómo un ejercicio tan sencillo como salir a caminar sin tu teléfono puede tener un gran impacto.

“Siempre que puedas dejar el teléfono y tomarte un respiro, bien sea para dar un paseo o ir al gimnasio, es excelente hacerlo”, coincide la profesora Duke.

Y no solo lo es porque te impide usar tu teléfono durante ese lapso, sino también porque te ayuda a poner tu atención en lo que hay a tu alrededor, ejercitar otras funciones del cerebro y ser consciente de cómo te sientes dejando tu teléfono atrás.

Crear el hábito de no permitir celulares en la mesa cuando estás con tu familia o tus amigos también es ideal, porque así no depende solamente de ti, sino que alguien más te va a recordar que no es momento de usar tu celular. Y tener un refuerzo visual de esa regla, como una canasta para poner los celulares antes de comer, puede hacerla aún más efectiva.

En general, cualquier esfuerzo consciente de separar en tu rutina el tiempo con celular del tiempo sin celular puede ayudarte a evitar el scrolling sin sentido y por defecto.

“Si puedes reservar períodos de tiempo en los que no vas a usar tu teléfono, sino concentrarte en una tarea o simplemente estar presente con tus amigos, es una buena idea hacerlo”, aconseja Duke.

“Otra cosa que yo hago a veces es poner mi teléfono a blanco y negro, lo cual hace que sea menos atractivo mirar la pantalla”, dice le profesora Ling.

Un grupo de personas reunidas alrededor de una mesa sobre la cual hay una canasta en la que hay varios celulares
Según las expertas, no permitir teléfonos en la mesa es una buena medida para limitar tu tiempo en el celular. Foto: Getty Images.

2. Interactuar con el mundo físico

Hacer pequeños cambios en tu rutina para hacer las tareas que haces en tu celular sin usar tu celular también puede ayudarte a tener una relación más saludable con el scrolling.

“En uno de los estudios que hicimos hace algunos años, vimos una gran diferencia entre las personas que usaban relojes normales y las que usaban su celular para ver la hora”, cuenta Éilish Duke.

Sin quererlo, las personas que usaban su celular para ver la hora se quedaban atascadas scrolleando.

También, por ejemplo, “si puedes leer lo que sea que estés leyendo sin estar en línea, es maravilloso”, suma Duke.

“Yo animo a la gente a ser curiosa y buscar trucos para reducir su tiempo de uso del celular y pasar tiempo en el mundo tridimensional”, agrega Ling. “Somos táctiles, queremos involucrarnos con cosas en el mundo real”.

3. Navegar el impulso

Pocas veces cuando sentimos el impulso de entrar a una aplicación a scrollear o cuando ya llevamos horas haciéndolo, nos detenemos a pensar por qué lo estamos haciendo o qué tan satisfechos nos sentimos con esa decisión.

Tratar de ser más conscientes de nuestras decisiones, de cómo nos estamos sintiendo y de cómo funciona nuestra mente en esos momentos es una intervención poderosa que podemos hacer.

“El impulso de coger el teléfono es como tener un antojo. Te das cuenta de que tu cuerpo comienza a anhelarlo. Tu cerebro te dice: “oye, no hemos consumido dopamina en un rato, vamos por un poco”. Y ese antojo puede crecer, como una ola”, explica la doctora Ling.

Pero puedes aguantar ese impulso, ¿cierto? Puedes decir, ok, esto es lo que estoy notando, realmente quiero mirar mi celular, abrir esa notificación, pero puedo no hacerlo”.

“Se necesita mucha práctica y responsabilidad, pero creo que la gente que realmente practica diligentemente algo de esto nota los beneficios a largo plazo, como que es capaz de mantener su atención, se siente mejor, tienen experiencias fuera de su pantalla que hacen su vida más rica y significativa”, concluye Ling.

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