Activistas y ciudadanos convocaron a la segunda marcha contra la gentrificación en la Ciudad de México.
Las organizaciones invitaron “a toda la ciudad” a sumarse a la manifestación que se llevará a cabo el próximo domingo 20 de julio a las 15:00 horas.
De acuerdo con la convocatoria, recorrerán zonas que han sido afectadas por la gentrificación.
“Ocurrirá al sur, área fuertemente afectada por la gentrificación y turistificación del Mundial y de proyectos ecocidas como Fuentes Brotantes 134”, señaló la convocatoria.
En la invitación, dicha protesta saldrá del Metrobús Fuentes Brotantes en Insurgentes y llegará a El Caminero, en la colonia La Joya, en Tlalpan.
El pasado 4 de julio, al grito de “¡fuera gringos!” y “¡gringos go home!”, cientos de personas se manifestaron en la Ciudad de México en contra de la gentrificación, un problema que consideran, es provocado por la llegada de extranjeros con alto poder adquisitivo.
La movilización fue convocada por la tarde en el Parque México de la colonia Condesa, una zona que concentra personas provenientes de otros países, sobre todo estadounidenses, que llegaron atraídos por el bajo costo de vida en el país en medio de la pandemia de Covid-19.
Bajo el lema “Gentrificación no es progreso, es despojo”, los manifestantes, en su mayoría jóvenes, reclamaron que la llegada y establecimiento de los extranjeros en colonias como Roma-Condesa ha elevado el precio de la vivienda, provocando el desplazamiento de los capitalinos a zonas de la periferia.
Uno de los voceros del movimiento incluso llamó al gobierno mexicano a dejar de favorecer a quienes ganan en dólares y en euros.
“Ya estamos hartos de que vengan los extranjeros con sus euros y sus dólares y quieran comprar a nuestra patria porque al final del día les permitimos que comiencen a pasar ese tipo de cosas, ya no va a haber nadie que los detenga. Estamos a buen tiempo”, expresó.
El costo de los daños provocados durante la protesta contra la gentrificación realizada en la Ciudad de México se estima en 3 millones 200 mil pesos, de acuerdo con cálculos de la alcaldía Cuauhtémoc, que se acercó a los afectados para brindar acompañamiento después de la movilización.
La alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, señaló en entrevista que encargó a la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (FGJCDMX) “el puntual seguimiento de estos hechos”.
“Porque encima de todo este saqueo están vendiendo los productos en páginas de Facebook y otros sitios”, afirmó.
De acuerdo con un recorrido realizado por Animal Político, hubo 13 establecimientos mercantiles afectados, así como dos edificios de departamentos y un automóvil particular, mismos que tuvieron vidrios rotos y fueron grafiteados.
Respecto de estos daños, la FGJCDMX informó que hasta ahora sólo hay una carpeta de investigación por los delitos de robo a negocio con violencia y daño a la propiedad a negocio con violencia, por una denuncia presentada por una de las afectadas.
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Según el director General de Gobierno de la Alcaldía Cuauhtémoc, Obdulio Ávila -funcionario que acudió al diálogo sostenido entre autoridades y vecinos de las colonias afectadas-, en la mayoría de los casos los dueños de los inmuebles indicaron que los daños serán cubiertos por aseguradoras.
Rojo de la Vega afirmó que los mexicanos son personas que reciben con los brazos abiertos a quienes visitan, invierten o deciden vivir en el país. Destacó, además, que su alcaldía es —a su parecer— la más importante de México, al concentrar el 5 % del PIB nacional.
“Una causa que pudiera ser legítima para que cierto grupo de choque que fue contratado, o alguien que quiere desestabilizar el gobierno de la alcaldía, use esta causa para violentar, para robar, para romper vidrios y destrozar la zona donde trabajan miles de mexicanas y mexicanos que vienen a conseguir el sustento de sus hogares, gente que invierte en esta alcaldía”, explicó la alcaldesa.
Se pronunció contra “los discursos de xenofobia y de odio” expresados en la protesta, aunque reconoció que el problema de la gentrificación existe.
Después de pasar la mayor parte de su vida en Corea del Sur, Ahn Hak-sop intentó cruzar la frontera hacia el Norte.
En una calurosa mañana en agosto, una multitud inusualmente numerosa se congregó en la estación de Imjingang, la última parada de la línea de metro metropolitano de Seúl, la más cercana a Corea del Norte.
Había decenas de activistas y policías, con la atención puesta en un solo hombre: Ahn Hak-sop, un exprisionero de guerra norcoreano de 95 años que volvía a casa, al otro lado de la frontera que divide la península coreana.
Era lo que Ahn llamaba su viaje final: quería volver al Norte para ser enterrado allí, después de haber pasado la mayor parte de su vida en Corea del Sur, gran parte de ella en contra de su voluntad.
Nunca llegó a cruzar: fue rechazado, como era de esperar, porque el gobierno surcoreano dijo que no tenían tiempo suficiente para hacer los trámites necesarios.
Pero Ahn se acercó todo lo que pudo.
Debilitado por un edema pulmonar (acumulación de líquido en los pulmones), no pudo realizar la caminata de 30 minutos desde la estación hasta el Puente de la Unificación -o Tongil Dae-gyo-, uno de los pocos pasos que conectan Corea del Sur con el Norte.
Así que se bajó del coche a unos 200 metros del puente y recorrió el tramo final a pie, flanqueado por dos simpatizantes que lo sostenían.
Volvió con una bandera norcoreana en la mano, una imagen poco habitual y disonante en el Sur, y se dirigió a los periodistas y a la veintena de voluntarios que habían acudido en su apoyo.
“Sólo quiero que mi cuerpo descanse en una tierra verdaderamente independiente”, indicó. “Una tierra libre del imperialismo”.
Ahn Hak-sop tenía 23 años cuando fue capturado por los surcoreanos.
Tres años antes estaba en el instituto cuando el entonces gobernante norcoreano Kim Il-sung atacó el Sur. Kim, que quería reunificar las dos Coreas, movilizó a sus compatriotas afirmando que el Sur había iniciado el ataque de 1950.
Ahn estaba entre los que le creyeron. Se alistó en el Ejército Popular de Corea del Norte en 1952 como oficial de enlace, y luego se le asignó una unidad que fue enviada al Sur.
Fue capturado en abril de 1953, tres meses antes del armisticio, y condenado a cadena perpetua ese mismo año. Más de 42 años después fue liberado gracias a un indulto especial el día de la independencia coreana.
Como muchos otros presos norcoreanos, Ahn también fue etiquetado como “cabeza roja”, en referencia a sus simpatías comunistas, y tuvo dificultades para encontrar un trabajo adecuado.
No fue fácil, le dijo a la BBC en una entrevista en julio. El gobierno no ayudó mucho al principio, señaló, y los agentes le siguieron durante años. Se casó e incluso adoptó a un niño, pero nunca sintió que realmente perteneciera a su familia.
Durante todo ese tiempo, se instaló en un pequeño pueblo de Gimpo, lo más cerca que puede vivir un civil de la frontera con el Norte.
Sin embargo, en 2000 rechazó la posibilidad de ser devuelto al Norte junto con decenas de otros presos que también querían regresar.
Entonces era optimista en cuanto a la mejora de los lazos entre ambos países, y a la posibilidad de que sus gentes pudieran viajar libremente de un lado a otro.
Pero optó por quedarse porque temía que marcharse fuera una victoria para los estadounidenses.
“En aquel momento, estaban presionando para que Estados Unidos gobernara [en el Sur]”, afirmó.
“Si hubiera vuelto al Norte, habría sentido como si estuviera entregando mi propia habitación a los estadounidenses, desocupándola para ellos. Mi conciencia como ser humano no me lo permitió”.
No está claro a qué se refería, aparte de los crecientes lazos entre Seúl y Washington, que incluyen una sólida alianza militar que garantiza a Corea del Sur protección frente a cualquier ataque del Norte.
Esa relación molesta profundamente a Ahn, que nunca ha dejado de creer en la propaganda de la familia Kim: que lo único que impedía la reunificación de la península coreana era un “Estados Unidos imperialista” y un gobierno surcoreano que estaba en deuda con ellos.
Nacido en 1930 en el condado de Ganghwa, provincia de Gyeonggi, durante el dominio colonial japonés de la península coreana, Ahn era el menor de tres hermanos y también tenía dos hermanas menores.
El patriotismo arraigó pronto. Su abuelo se negó a que fuera a la escuela porque “no quería hacerme japonés”, recuerda. Así que empezó a ir a la escuela más tarde de lo habitual, tras la muerte de su abuelo.
Cuando Japón se rindió en 1945, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial y a la colonización de Corea, Ahn y su hermano menor, que habían desertado del ejército japonés, se escondieron en casa de su tía, al pie del monte Mani, en la isla de Ganghwa.
“No fue una liberación, sino una transferencia del dominio colonial”, afirmó.
“Un panfleto [que vimos] decía que Corea no iba a ser liberada, sino que en su lugar se implantaría el gobierno militar estadounidense. Incluso decía que si alguien violaba la ley militar estadounidense, sería castigado estrictamente bajo la ley militar”.
Como la Unión Soviética y Estados Unidos se disputaban la península coreana, acordaron dividirla. Los soviéticos tomaron el control del Norte y los estadounidenses, el del Sur, donde establecieron una administración militar hasta 1948.
Cuando Kim atacó en 1950, ya existía un gobierno surcoreano, pero Ahn, como muchos norcoreanos, cree que el Sur provocó el conflicto y que su alianza con Washington impidió la reunificación.
Una vez capturado, Ahn tuvo varias oportunidades de evitar la cárcel: le pidieron que firmara documentos renunciando al Norte y a su ideología comunista, lo que se llamó “conversión”. Pero se negó.
“Como me negué a firmar un juramento de conversión por escrito, tuve que soportar humillaciones, torturas y violencia sin fin, días llenos de vergüenza y dolor. No hay forma de describir plenamente ese sufrimiento con palabras”, dijo a la multitud que se había congregado cerca de la frontera en agosto.
El gobierno surcoreano nunca respondió directamente a esta acusación, aunque una comisión especial reconoció la violencia en la prisión en 2004.
Las acusaciones directas de Ahn fueron investigadas en 2009 por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Corea del Sur, organismo independiente que investiga las violaciones de derechos humanos cometidas en el pasado, que concluyó que había habido un esfuerzo deliberado para forzar su conversión, que incluía actos de tortura.
En Corea del Sur se acepta desde hace tiempo que estos presos suelen sufrir violencia entre rejas.
“Cuando recuperaba el conocimiento, lo primero que revisaba eran mis manos, para ver si tenían tinta roja”, recordó Ahn en su entrevista de julio.
Eso solía indicar que alguien había forzado una huella dactilar en un juramento escrito de conversión ideológica.
“Si no había, pensaba: ‘No importa lo que hayan hecho, gané’. Y me sentía satisfecho”.
El Norte ha cambiado notablemente desde que Ahn se marchó. El nieto de Kim Il-sung gobierna ahora el país, una dictadura solitaria con armamento nuclear que es más rica que en 1950, pero sigue siendo uno de los países más pobres del mundo.
Ahn no estuvo en el Norte durante la devastadora hambruna de la década de 1990, que mató a cientos de miles de personas. Decenas de miles de personas huyeron, llevando a cabo viajes mortales para escapar de sus vidas allí.
Ahn, sin embargo, rechaza la sugerencia de cualquier preocupación por la violación de los derechos humanos en el Norte, culpando a los medios de comunicación de ser parciales y sólo informar sobre el lado oscuro del país.
Afirma que Corea del Norte está prosperando y defiende la decisión de Kim de enviar tropas para ayudar a Rusia en su invasión de Ucrania.
El Sur también ha cambiado durante el tiempo que Ahn lleva allí: antes era una dictadura militar pobre y ahora es una democracia rica y poderosa. Su relación con el Norte ha tenido altibajos, oscilando entre la hostilidad abierta y el compromiso esperanzado.
Pero las convicciones de Ahn no han flaqueado. Ha dedicado los últimos 30 años de su vida a protestar contra un país que, en su opinión, sigue colonizando Corea del Sur: Estados Unidos.
“Dicen que los humanos, a diferencia de los animales, tenemos dos tipos de vida. Una es la vida biológica básica, en la que hablamos, comemos, defecamos, dormimos, etc. La segunda es la vida política, también llamada vida social. Si se despoja a un ser humano de su vida política, no se diferencia de un robot”, le dijo Ahn a la BBC en julio.
“Viví bajo el dominio colonial japonés todos esos años. Pero no quiero que me entierren bajo el dominio colonial [estadounidense], ni siquiera muerto”.
Con información adicional de Jungmin Choi en Seúl
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