“Sin miedo vota Morena” fue una de las frases que la regidora del PRI en el Ayuntamiento de Tixtla, Esmeralda Garzón Campos, escribió en sus redes sociales después de convertirse en morenista en plena recta final de la elección.
Un llamado que exponía el nivel de su desafío, el cual, al parecer, le significó el mayor de los costos: fue asesinada al salir de su casa en la cabecera municipal el 7 de junio pasado.
Su asesinato está documentado por Amapola, periodismo transgresor, como el primero de los seis ataques armados de la etapa postelectoral de la jornada 2023-2024, con seis personas muertas. Este crimen reactivó las alarmas del semáforo de la criminalidad en Tixtla, que durante el escenario preelectoral y la jornada de votación permaneció en amarillo.
La regidora hizo pública su renuncia al PRI, su partido por herencia y tradición familiar, el pasado 6 de abril a través de sus redes sociales, y destapó un conflicto familiar de antaño, fue como abrir la caja de Pandora.
Las primeras razones que citó para salir del partido que hace varios años convirtió a su madre, Violeta Campos Astudillo, en diputada local y hace muchos más, a su padre, Ausencio Garzón Chávez, en alcalde de Chilpancingo, fueron que dejó de representar sus “ideales” y “lucha”, porque sus líderes tomaron “malas decisiones”, como la imposición de candidatos. Algunas personas que conocían a la regidora supieron que pretendía reelegirse y no logró el apoyo de los líderes del PRI.
Los argumentos con los que cierra el texto escalan en el ámbito personal, sin desligarse del partido. “Hoy rompo con las cadenas del pleito que Edgardo Astudillo Morales tiene contra mi madre y su descendencia. Hoy quiero que mis hijas, hijo y nietas puedan vivir un futuro promisorio fuera de esta innecesaria pelea encarnizada que cobró una vida, la de mi hermano Román Rodríguez Campos”.
Edgardo Astudillo Morales es un empresario gasolinero de la ciudad que hace varios años fue alcalde de Tixtla y con quien la familia de la regidora tiene parentesco, por una ala familiar de su madre.
Ese mismo vínculo familiar la convertía en sobrina del exgobernador Héctor Astudillo Flores y de quien fue tres veces aspirante a la alcaldía de Tixtla, Saúl Nava Astudillo, asesinado el 5 de enero de 2022, durante el cortejo fúnebre de su tío, Vicente Astudillo Navarro, quien era hermano de Edgardo, de acuerdo con lo que documentaron periodistas locales.
En el mensaje de la regidora asesinada no hay mayores detalles del conflicto familiar, pero deja claro que el tema es delicado. “Cómo se le ocurre meterse con él”, dice un habitante de Tixtla que conocía a la regidora y a su familia, al comentar sobre ese polémico mensaje.
En los dos meses como simpatizante de Morena, la regidora expuso su simpatía por los candidatos del partido guinda. De Beatriz Mojica Morga, quien ahora es senadora electa, compartió varias fotografías de su campaña política, y de Edgar Ignacio Alcaraz Medina, aspirante a la alcaldía, a quien los votos no le favorecieron el 2 de junio pasado, subió propaganda oficial.
Entre los cambios de la regidora que más llamaron la atención, según comentaron habitantes de la cabecera municipal, fue la cercanía de sus últimos días con el actual alcalde morenista de Tixtla, Moisés Antonio González Cabañas.
En particular, porque la expriista fue su principal adversaria desde el principio de la administración (2021), cuando la violencia se resentía sobre el corredor que conecta la zona Centro con la región Montaña, de la cual forma parte Tixtla.
El alcalde acepta que tuvieron una cercanía a partir de su nueva posición política, pero que desconoce qué fue lo que sucedió. “El de nuestra regidora es un tema que conmocionó. Es un tema complejo, desconozco la forma. Mi relación con la regidora era una relación institucional, formal, de respeto. Ha habido casos aislados, como el del excandidato de hace varios años por parte del PRI (se refiere a Saúl Nava); son situaciones que muchas veces están fuera del alcance de las instancias correspondientes del municipio”.
Si la intención es enmarcarlo en un contexto político, “sí es un tema que nos pone a valorar lo que ha sucedido”, comenta González Cabañas.
Los resultados de la votación del 2 de junio favorecieron a los candidatos de la alianza PAN-PRI-PRD tanto para la alcaldía como para la diputación local por el distrito vigésimo cuarto, con sede en este municipio.
El alcalde y el diputado local electos son Alberto Michi Campos y Jorge Iván Ortega Jiménez, quien tiene el mismo nombre de su tío, uno de los dos líderes del grupo criminal que tiene el control económico y político del municipio y de una zona más amplia conocida como Montaña baja.
El resultado de la votación no es ninguna novedad, aun cuando el actual alcalde es morenista.
En la elección 2021, de acuerdo con personas consultadas en el municipio, fue una sorpresa que los votos favorecieran la propuesta del partido guinda, cuando las anteriores dos administraciones municipales de Tixtla fueron perredistas, una de ellas a cargo de Erika Alcaraz Sosa (2018-2021), y muchas más atrás, priistas.
La gente, deducen varios de sus habitantes, salió a votar en una operación hormiga, en particular en la cabecera municipal, donde creen que tiene sus mayores simpatías Morena.
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Esta vez, aun cuando el PRD fenece por falta de votos a nivel nacional, los partidos de la alianza, juntos o separados, recobraron Tixtla y se quedaron, además, con las alcaldías de Quechultenango, Chilapa y Chilpancingo. Todos estos municipios conforman un pasillo con otras peculiares coincidencias.
En el mapa criminal diseñado el año pasado por el gobierno estatal está coloreado de azul cielo gran parte de la región Montaña hasta una fracción de la región Centro, zonas que alimentan una subregión que el colectivo público nombra como Montaña baja. Este tono cubre hasta la mitad del municipio de Chilpancingo.
El azul cielo es el color con el que se delimitó el territorio donde tiene operaciones el grupo criminal de Los Ardillos, del cual son líderes los hermanos Celso y Jorge Iván Ortega Jiménez. Ambos, a su vez, hermanos del actual diputado local del PRD por el distrito de Tixtla, Bernardo Ortega Jiménez, el cual le quedó a su hijo, Jorge Iván Ortega Jiménez, quien será diputado local para la próxima legislatura, porque el candidato de la alianza encabezada por Morena, Hossein Nabor Guillén, quien en el pasado fue alcalde por el PRD, no le hizo sombra.
El diputado Ortega suma su cuarto periodo como legislador local en diferentes momentos, los dos últimos continuos, y antes fue alcalde de Quechultenango, de donde son originarios. Mantiene un especial interés por Tixtla; la exalcaldesa Alcaraz Sosa, se sabe de manera pública, es su pareja sentimental.
“Ellos (Los Ardillos) hacen política”, comentó un actor político local que fue consultado sobre el papel de este grupo criminal en el municipio, de quien se reserva el nombre por razones de seguridad.
Al final, con su decisión, la regidora expriista también desafiaba acuerdos políticos encarnados. “La maldad tiene patas cortas y la bondad largas. Podrán quitar todas las lonas de Morena, pero no van a impedir que salgamos a votar”, escribió en su cuenta de Facebook el 6 de mayo.
Cuando se llega a la cabecera municipal de Tixtla hay retenes de agentes policiacos que podrían considerarse habituales. Los más visibles están en los dos accesos que comunican con Chilpancingo, pero los habitantes hablan de otros en el camino hacia la comunidad de Atliaca y en la salida a El Troncón, que conectan con Mochitlán y Quechultenango.
En el retén ubicado cerca de la gasolinera, por la vía de paga, al desembocar la caseta de cobro, los agentes suelen preguntar a los automovilistas cuál es el motivo de su visita a Tixtla o tomar algunos datos de los vehículos, en particular si son foráneos. Lo mismo ocurre por el acceso a Tixtla por la carretera libre.
Podría considerarse una práctica inusual en otros lugares, pero no en la parte Centro de Guerrero, donde tienen presencia Los Ardillos.
Un grupo de jóvenes que hace algunas semanas visitó los manantiales que quedan cerca de Quechultenango, compartieron que en el camino se toparon con retenes de personas armadas donde les pidieron nombre, identificación, ocupación, en qué laboran, hacia dónde iban y a quiénes verían.
Esta vigilancia sólo es parte de los cambios más visibles que habitantes de Tixtla ubican en los últimos años, porque hay cosas más profundas, como la libertad de discernir o de opinar de manera pública de lo que ocurre.
Una mujer, quien pidió no revelar ningún rasgo de su identidad, compartió que los habitantes dejaron de tratar de manera pública los cambios impuestos en el municipio o cualquier suceso criminal, como el asesinato de la regidora; todo lo reservan a la intimidad de sus casas, porque “son cosas de las que se habla bajito”.
En la intimidad de cuatro paredes algunos compartieron parte de esos cambios, como que el comercio local se lo apropió el grupo criminal, imponiendo gravámenes, por ejemplo, en la venta de agua purificada; en un lapso corto el precio del botellón pasó de 12 a 18 pesos. O, también, se hace cargo de la distribución de pollo, carnes, refrescos y cervezas. Todo esto a lo largo de los últimos años.
Lo más visible del control que ejercen Los Ardillos en Tixtla, aparte del económico y político, es en el espacio físico. Los habitantes saben que nada pasa en Tixtla sin su anuencia, mucho menos un crimen de una figura política como era Esmeralda Garzón.
“El primer espacio del que se apropiaron fue del Ayuntamiento”, dice otra mujer del municipio, quien es profesionista.
De las cosas que más repiten dentro y fuera de Tixtla es que el actual alcalde tiene un margen acotado de maniobra. “Sólo le dejaron la cultura”, dijo un habitante durante una charla con el propósito de saber cómo es la vida en la cabecera municipal.
Unas horas antes, en entrevista, el alcalde había comentado la importancia de Tixtla en términos culturales, lo que, a su vez, nombró como una de sus apuestas para la gobernabilidad del municipio.
“Nosotros le hemos apostado mucho al arte, a la cultura, a los hermanamientos, además de que se da de manera natural en Tixtla. Puedo considerar que Tixtla es la capital cultural de Guerrero”.
Cuando habló de cómo la violencia física, producto de la criminalidad, le ha pegado a Tixtla, se refirió a un asunto colateral por su cercanía con Chilpancingo, no porque pertenezca a su municipio. “Lo más complicado es cuando la violencia se desborda en otros municipios y nos llega a pegar a nosotros”.
Antes, dijo, Tixtla sí fue golpeado por una violencia “descontrolada”, pero no ahora. Este apunte no va en proporción al temor que expusieron varias personas de la cabecera al momento de hablar.
La sensación de un peligro entre la gente, por el ambiente enrarecido, en Tixtla de alguna manera lo percibió la regidora Garzón Campos, con su desafío de llamar a votar sin miedo.