El calor se ha convertido en el tema de conversación de todas las personas que vivimos en México, y no es para menos.
En la tercera “ola de calor” que comenzó en junio 18 estados han tenido temperaturas entre 40 y 45 grados.
Coahuila y Sinaloa han registrado temperaturas superiores a los 43 grados. En la capital del país se han superado los 30 y en un día incluso se llegó a los 33, cuando el promedio máximo el año pasado fue de 25 en este mes.
Y con este aumento de la temperatura, también han surgido dudas. Entre ellas, ¿por qué se están registrando estas condiciones climáticas? ¿Qué es una ola de calor? ¿Y qué tan alta es la temperatura respecto a años previos?
A continuación te presentamos datos y la respuestas de investigadores:
Una ola de calor se trata de un periodo en el que se registra una temperatura por arriba del promedio durante tres días consecutivos o más, según explica el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), y suelen presentarse entre abril y julio.
La doctora Graciela Binimelis de Raga -del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático- indicó, en conferencia de prensa, que para la Ciudad de México estos periodos son de tres o más días con temperatura máxima mayor que 30 grados centígrados, y temperatura media mayor que 24 grados.
Los umbrales dependen del lugar que se evalúa, porque temperaturas típicas en Sonora o Yucatán son extremas para la capital.
Dependiendo de la temperatura que se alcance, las autoridades clasifican sus riesgos y van de peligrosidad baja (16 a 29.9°), medio (30 a 33.9°), alto (34 a 39.9) y muy alto (arriba de 40°).
Los expertos han advertido que las olas de calor se están haciendo cada vez más frecuentes, más intensas y más duraderas debido al cambio climático.
El doctor Víctor Manuel Torres Puente, especialista en meteorología tropical, señaló que “las circulaciones atmosféricas asociadas al Niño van a favorecer que haya situaciones asociadas con ondas de calor”.
En el caso de la Ciudad de México, su temperatura máxima promedio en junio de 2019 fue de 25.9 grados; en 2020 de 26.5; para 2021 el máximo fue de 24.2; y el año pasado de 25.1, según los datos de Conagua.
El promedio máximo de un mes de junio los últimos cuatro años no superó los 30 grados en la capital del país, y en esta ola de calor se ha estado por encima de ese nivel.
Este 17 de junio, por ejemplo, el registro fue de 32.3.
En el caso de Coahuila, el año pasado su temperatura máximo promedio en junio fue de 36.8 grados. Y en esta ola de calor esta entidad ha llegado a los 45.
Otra entidad del norte del país, Sinaloa, tuvo una temperatura máxima promedio en junio del año pasado de 36.7, y en esta tercera ola, las últimas dos semanas, ha superado los 43 grados.
De acuerdo con Cenapred cada año en México se presentan ondas de calor de muy alto peligro. En el año 2000, por ejemplo, en Mexicali, una onda cálida duró más de 90 días.
Existen registros de que a lo largo de la historia estados como Baja California, Chihuahua, San Luis Potosí, Guerrero y Sonora han alcanzado temperaturas de más de 50 °C.
Francisco Estrada Porrúa, investigador del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC), indicó en este texto de la UNAM que se debe a varios factores.
“Por un lado, tenemos la variabilidad natural, que después de estar tres años en un evento moderado de La Niña, pasamos a condiciones de El Niño, el cual está asociado con este tipo de temperaturas en nuestro país. Por otro, el cambio climático global también aporta a las temperaturas extremas que en el último siglo se han vuelto más probables e intensas”.
El Niño es un fenómeno climático que se produce en el Pacífico tropical.
“Se caracteriza por el calentamiento anormal de las aguas superficiales del océano, lo que repercute en el clima mundial; las temperaturas del océano aumentan y esto afecta la circulación atmosférica, alterando los patrones climáticos en todo el orbe”, detalló el comunicado universitario”.
Según Estrada Porrúa, el pronóstico es que El Niño tendrá un impacto de moderado a fuerte, y esto combinado con el calentamiento global abona a alcanzar climas extremos.
“En cuanto a cambio climático global, lo que sabemos es que en los próximos 10 o 15 años no tendremos control básicamente de qué es lo que pueda pasar, pues aunque mitiguemos hoy mismo, los próximos lustros ya están determinados en gran medida por las emisiones que ya pusimos en los años anteriores; por tanto, por la inercia del sistema climático junto con la humana, de la sociedad, la economía, las emisiones, nos espera un panorama muy complicado”.
Dentro de ese “panorama complicado”, está el tema del agua.
Al 11 de junio, según este reporte del diario Reforma que cita a la Conagua, México tenía un déficit de lluvia de 20 por ciento respecto al mismo periodo de 2022, con 60 por ciento de las presas con almacenamientos menores a la mitad de su capacidad.
En México no somos los únicos que estamos sufriendo por el calor actualmente, en Puerto Rico las autoridades emitieron una “alerta de calor excesivo” por las altas temperaturas y tiempo seco, que como resultado darán una sensación térmica de 40° C.
Los domos de calor son áreas de alta presión atmosférica donde el aire caliente es empujado hacia abajo y queda atrapado en un solo lugar. Eso hace que la temperatura suba en toda una región.
La doctora Graciela Binimelis de Raga indicó que los impactos de los golpes de calor en la salud humana pueden ser incluso mortales, “sobre todo en niños y en adultos mayores que necesitan hidratarse para reponer toda el agua que está evaporando”.
Sin embargo, las afectaciones no son solo en la salud humana, sino que también hay un impacto en la agricultura, los incendios forestales y la contaminación, así como en los picos en el consumo eléctrico.
Es un fenómeno térmico que se da en las grandes ciudades debido a que los materiales de las que están hechas provocan mucho calor. El pavimento y concreto, al ser materiales oscuros, absorben la radiación del sol e irradian calor todo el día, y hasta en la noche.
Además, los vidrios y paredes de los edificios también rebotan las ondas del sol, lo que origina que el calor llegue de todos los ángulos. También influye la poca vegetación, ya que la tierra y las plantas filtran el calor de forma natural, pero en la ciudad escasean las áreas verdes.
El ave del terror superaba los 2,5 metros de altura y tenía poderosas extremidades y un pico enganchado con el que destrozaba a sus presas.
Hace 13 millones de años, en los amplios pantanales primitivos de Sudamérica, un enorme reptil aviar no volador, conocido como el “ave del terror”, dominaba el entorno con violenta voracidad.
Estas aves eran depredadoras por excelencia; podían alcanzar estaturas de más de dos metros y tenían poderosas extremidades, afiladas garras y potentes picos encorvados con los que despedazaban la carne de sus presas.
Sin embargo, un nuevo estudio de un fósil encontrado en Colombia hace varios años concluyó que el ave del terror posiblemente no lo tenía todo a su favor y también fue víctima de otros depredadores en un mundo de “todos contra todos”.
Los paleontólogos en el país sudamericano observaron unas marcas de colmillos en un hueso fosilizado que pertenece a una de estas peligrosas aves, lo que supone que algún otro animal aún más grande la pudo haber matado.
Los expertos compararon las perforaciones de los colmillos en el hueso de pata fosilizado con la dentadura de otro reptil prehistórico de tipo caimán o cocodrilo.
Escaneos en 3D de las mordeduras permitieron a los científicos reconstruir lo que creen que fue una “pelea a muerte” que el ave del terror no sobrevivió.
El nuevo estudio, publicado en la revista Biology Letters, comparó el tamaño y la forma de las marcas de dientes con los cráneos y dientes de depredadores similares a cocodrilos en colecciones de museos.
Los investigadores dicen que la muestra es una rara evidencia de la interacción entre dos de los principales depredadores extintos de la época.
El hueso estudiado fue descubierto hace más de 15 años en el desierto de Tatacoa en Colombia.
Cuando el ave habitaba en los pantanos de la región hace 13 millones de años, tendría unos 2,5 metros de altura y se cree que usaba sus poderosas extremidades para dominar y despedazar a su presa.
Lo que los científicos no han podido probar de forma concluyente es si esta particular y desafortunada ave del terror murió en el ataque o si el caimán la devoró como carroña.
“En las marcas de mordedura del hueso no hay señales de curación”, explicó el principal investigador Andrés Link, de la Universidad de los Andes, en Bogotá.
“Así que si ya no estaba muerta, murió en el ataque. Ese fue el último día en que el ave estuvo en este planeta. 13 millones de años después se encontró un pedazo del hueso de su pata”.
El desierto de Tatacoa es rico en yacimientos de fósiles de una época conocida como el Mioceno Medio.
En ese entonces, era un pantano húmedo, donde la sedimentación de los ríos atrapaba y fosilizaba los huesos de animales muertos, resultando en los restos preservados que se encuentran en la actualidad.
Este hueso en particular fue descubierto hace 15 años por César Augusto Perdomo, un coleccionista de fósiles de la región.
Los científicos colombianos trabajaron conjuntamente con Perdomo, estudiando y catalogando los fósiles que había recopilado en su museo.
Allí se dieron cuenta de que el trozo de hueso del tamaño de un puño correspondía a la pata de una ave del terror.
Ese fue un descubrimiento emocionante, porque los fósiles de ave del terror son raros.
Link y sus colegas también quedaron fascinados con las marcas de perforaciones en el hueso, que claramente habían sido hechos por los colmillos de otro poderoso depredador.
Dichas marcas corresponderían a una especie de caimán extinto llamado Purussaurus neivensis, un tipo de cocodrilo que midió hasta cinco metros de largo.
Los investigadores piensan que emboscó a su presa desde la orilla del río, muy similar a como lo hacen los cocodrilos y caimanes modernos.
“Me imaginaría que estaba esperando a que una presa se acercara”, expresó Link.
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Si eso, en efecto, fue una batalla entre dos depredadores ápice, que permite formar una idea de lo que era un antiguo ecosistema.
Las feroces aves del terror pudieron ser mucho más vulnerables a los depredadores de lo que se pensaba.
“Cada pedazo de un cuerpo nos ayuda a comprender mucho sobre cómo era la vida del planeta en el pasado”, declaró Link a la BBC.
“Eso es algo que me asombra, cómo un pequeño hueso puede completar una historia”.
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