
(Esta nota fue realizada en el marco del proyecto “Promover la información confiable y luchar contra la desinformación en América Latina” financiado por la Unión Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de Estadao y no refleja necesariamente los puntos de vista de la Unión Europea).
Roberta encontró en una comunidad en línea la promesa de cura para su hijo de cinco años, diagnosticado con autismo. Siguiendo indicaciones, le dio al niño algunas dosis de dióxido de cloro y también ingirió el mismo líquido para tratar otros problemas de salud. Lo que ambos tomaron como medicamento alternativo es, en realidad, una sustancia tóxica y corrosiva, utilizada en la fabricación de productos de limpieza.
Después de algunos días, el efecto fue devastador. “Pensé que íbamos a morir”, relató la madre en el grupo de mensajes que la aconsejaba. Pero ella no se quejaba ni admitía haber sido engañada; quería saber qué había hecho mal. Otros usuarios y administradores del grupo, que lucran con la venta del falso medicamento, la incentivaron a volver a intoxicar al niño con la falsa afirmación de que eso lo curaría. El “tratamiento” tenía una duración de tres meses.
El nombre de Roberta es ficticio para proteger su identidad, pero todo lo demás es verdad. El intercambio de mensajes ocurrió en la aplicación Telegram y está lejos de ser un caso aislado. La venta de “kits desinfectantes” para el tratamiento o incluso la cura del trastorno del espectro autista (TEA) ocurre también en WhatsApp y en redes sociales.
La monetización de la desinformación no se limita a los falsos medicamentos, vendidos por hasta 700 reales (aprox. 120 dólares). Influencers del autismo comercializan libros, cursos y consultorías individuales. Un negocio lucrativo que prolifera gracias a la permisividad de las plataformas en línea y a la baja capacidad de fiscalización del poder público. Y que traspasa fronteras, como revela una investigación periodística conjunta de medios de Brasil, Colombia, Chile y México, todos integrantes de LatamChequea, la red de verificadores de datos de América Latina.
Según la psiquiatría, el autismo es una condición neurológica que conlleva dificultades en la comunicación y en la interacción social. Para algunas corrientes del psicoanálisis que se dedican al desarrollo infantil, se trata de un cuadro psíquico. No hay un marcador biológico único que permita diagnósticos de laboratorio.
Aunque se observa una mayor frecuencia de casos en personas con determinadas características genéticas, la herencia y la existencia de una causa orgánica aún son tema de debate. Para la medicina, no existe cura. Los psicoanalistas consideran que la infancia es un período de estructuración del sujeto psíquico y que los diagnósticos cerrados o irreversibles no deben ser la regla en esta edad. Pero ambas corrientes están de acuerdo en algo: no existe medicamento o sustancia química que cure el autismo o trate sus características centrales. Este vacío favorece la acción de desinformadores que promueven falsas causas y falsas curas, en muchos casos con el objetivo de ganar dinero.
La investigación conjunta de los verificadores se realizó entre julio y noviembre a partir de mensajes recolectados en Telegram en los últimos diez años por investigadores del Laboratorio de Estudios sobre Desorden Informacional y Políticas Públicas de la Fundación Getúlio Vargas (FGV) y de la Asociación Nacional para la Inclusión de las Personas Autistas (Autistas Brasil).
En México es común que la desinformación provenga no solo de personas comunes, como en los demás países, o de los “gurús” conocidos mundialmente como Kerri y Kalcker, sino también de celebridades del mundo del entretenimiento.
Una de ellas es la presentadora Verónica del Castillo, hermana de Kate del Castillo, una conocida actriz mexicana. Verónica se autodenomina un enlace entre médicos dispuestos a ofrecer “terapia oxidativa” y la sociedad. Otro ejemplo es Tanya Carmona, actriz mexicoamericana que afirma que su hijo con autismo fue curado con terapias integrativas.
Otra de las figuras más conocidas en este medio es Inmaculada Fernández Díaz, escritora española cuyas tesis desinformantes sobre el asunto conquistaron amplio terreno en México. Muchos de los canales analizados basan la supuesta relación entre las vacunas y el autismo en un libro escrito por ella.
En las publicaciones hay enlaces al canal de difusión de la escritora en Telegram, que tenía 6,800 suscriptores en septiembre de 2025, además de hipervínculos para la compra de su libro, que cuesta unos 550 pesos mexicanos.
Diego Fernando Martinelli es un mexicano que se denomina “médico de la conciencia”, y ofrece cursos sobre “neuroespiritualidad”, donde promueve desinformación sobre autismo por el equivalente a unos 370 pesos.
En casi todos los grupos monitoreados, la oferta de productos va acompañada de la venta de servicios, como consultas, cursos y asesorías. Uno de los ejemplos encontrados es el de una persona en Brasil que ofrece consultoría a quien no logra realizar el “protocolo de desparasitación” por su cuenta. La atención se realiza por mensajes en Telegram, por un valor que solo se divulga de forma privada. El “consultor” difunde y explota la idea de que los parásitos causan autismo. Los promotores de esta falsa tesis recomiendan protocolos que involucran, además del dióxido de cloro, el consumo de desparasitantes e incluso la aplicación de enemas.
Los administradores de grupos suelen publicar materiales de lectura gratuitos para atraer clientela, pero también venden cursos sobre el uso de las soluciones e indican sitios para la compra de manuales y sustancias. Algunos limitan la competencia amenazando con expulsar a los miembros que intenten comercializar algo en los propios grupos o por mensajes privados.
Al monitorear grupos en Telegram, los verificadores encontraron enlaces para entrar a comunidades en WhatsApp. Dos de ellas, mantenidas por una brasileña que se identifica como “Terapeuta Pri Gavazzi”, comercializan cursos para grupos que cuestan alrededor de 55 dólares. Ella ofrece consultoría “para un acompañamiento diario e individual, más detallado”.
Roberta, citada al comienzo de este reportaje, recibió un audio de Pri Gavazzi cuando reveló los efectos de la intoxicación por dióxido de cloro. “Todo lo que relataste ahí es consecuencia de la suciedad que el cuerpo está echando fuera y de las toxinas del parásito que la solución está atacando”, dijo la autoproclamada terapeuta. “Entonces, no es la solución la que hizo mal, ¿ok? Lo que pasó ahí es no saber utilizarla, no tomar las precauciones y los debidos cuidados. (…) Y lo que no queremos es eso, que vaya a parar al hospital, la solución ahí queda mal vista”.
Para convencer a sus víctimas de administrar protocolos sin evidencia científica en personas con autismo, sobre todo en la infancia, los desinformantes hacen uso frecuente de mensajes que explotan la emoción de sus madres, padres y responsables impactados por el diagnóstico. Los administradores de estos grupos publican supuestos relatos personales para crear identificación y esperanza. Hay quienes afirman haber superado el problema o curado a “pacientes” a partir de protocolos pseudocientíficos.
Un ejemplo de estos relatos es la publicación titulada “Testimonio de desparasitación y autismo”, publicado en un grupo de Colombia. El texto, supuestamente escrito por la madre de un niño de cuatro años afirma que ella recibe un “protocolo de desparasitación” que incluye trementina, un solvente inflamable obtenido de la destilación de la resina de pinos. La madre relata mejoras, pero afirma también que el hijo presentó convulsiones después del tratamiento y que expulsa “material orgánico de olor fétido y aspecto extraño”.
Videos con testimonios diciendo que personas con autismo mejoraron o fueron curadas por los protocolos son comunes. Muchos de ellos muestran a madres, padres o responsables exhibiendo imágenes de infancias y hablando de sus experiencias con los tratamientos. En este contexto, se crea un ambiente impermeable a argumentos contrarios, ya que otros miembros del grupo validan las falsas narrativas y presionan a padres y responsables vacilantes.
Cuando hay descripciones de resultados negativos, la apelación al sentimiento de culpa es un enfoque frecuente. Administradores y usuarios de los grupos señalan “errores” en la forma de aplicar los protocolos si alguien habla de reacción adversa o empeoramiento de un cuadro. Otro argumento falaz es el de la “crisis curativa”. El término se usa en grupos que promueven la medicina alternativa para describir un empeoramiento temporal de los síntomas. Según los promotores de esta idea, la crisis indica que el tratamiento está funcionando.
En comunidades en línea que promueven la desinformación, la causa del autismo llega a ser falsamente atribuida a infestaciones por parásitos. Entre los mensajes monitoreados hay uno que alega que el trastorno sería consecuencia del hecho de que el intestino está “muy sucio”. También es común encontrar mensajes que asocian esta condición neurológica a las vacunas, un mito que surgió de un estudio científico fraudulento y que ya ha sido desmentido por investigaciones serias.
Otras falsas causas aún más extrañas aparecen en grupos de América Latina. En Brasil, por ejemplo, hay varias menciones al uso de medicamentos, como antibióticos, que “intoxican” el cuerpo y causan el trastorno. En México, se hacen asociaciones con la contaminación ambiental, como la proveniente de pesticidas. En Chile, mensajes asocian el autismo a “disforia de género” y a un colorante rojo. En Colombia, publicaciones dicen que “el autismo es un negocio para el sistema” y difunden la teoría conspirativa de que los niños estarían siendo “contaminados” (por las vacunas, por ejemplo) para que alguien lucre con ello.
Las imágenes reproducidas a continuación son ejemplos de mensajes que, con alegaciones infundadas, estimulan el miedo en relación con las vacunas. La primera, en tono alarmista, dice que, desde el comienzo de la vida, los bebés son “pinchados” con cócteles químicos. La publicación afirma que los inmunizantes contienen ingredientes tóxicos que causan autismo y otras enfermedades, afirmaciones ampliamente desmentidas por la ciencia.

En los grupos monitoreados, la vacuna triple viral, que previene sarampión, paperas y rubéola, es descrita como capaz de dejar un “virus parásito” en el organismo o de liberar supuestos metales pesados. Elementos citados en contenidos de desinformación, como timerosal y adyuvantes de aluminio, tampoco sostienen las narrativas antivacunas: el primero fue retirado o reducido por precaución y nunca tuvo relación con el autismo, y el segundo se mantiene en niveles muy por debajo de los límites de seguridad.
El neurocientífico Victorio Bambini Junior, profesor senior de la Universidad de Lancaster, en Inglaterra, destaca que los componentes de las formulaciones de vacunas se usan en cantidades muy pequeñas, tienen comportamiento conocido en el organismo y se eliminan rápidamente. “Lo que permanece es solo la memoria inmunológica”, afirmó.
Recordó que grandes estudios poblacionales, como una investigación danesa con más de 650,000 niños, además de análisis del Institute of Medicine, de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) —la principal agencia de salud pública de Estados Unidos— y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), muestran de forma consistente que no hay asociación entre vacunas y la condición del espectro autista.
Bambini alerta que métodos que prometen “desintoxicar” vacunas, como quelantes, purgas y dietas restrictivas, no tienen mecanismo plausible ni validación científica. Además, pueden causar daños, como desequilibrios electrolíticos y lesiones renales.
En la misma línea, Rafaella Fortini, investigadora de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) y especialista en vacunas de la OMS, afirma que la idea de un “virus parásito” dejado por inmunizantes no tiene sentido. “Las vacunas presentan al cuerpo una versión inactivada, debilitada o un fragmento del virus”, explicó. “No tienen capacidad de instalarse en el organismo”.
Gregório Almeida, de la Universidad Federal de Minas Gerais, destacó que los residuos de vacunas se eliminan rápidamente, tanto en los inmunizantes de virus atenuados como en los de ARN. “No hay residuo activo circulando días después”, dijo.
“Desde 1998, investigadores independientes de siete países realizaron más de 40 estudios de alta calidad involucrando a más de 5.6 millones de personas. La conclusión es clara e inequívoca: no hay relación entre vacunas y autismo. Cualquier persona que repita ese mito perjudicial está mal informada o intentando intencionalmente engañar a los padres”. La declaración fue hecha recientemente por Susan Kressly, presidenta de la Academia Americana de Pediatría. La entidad, junto con otras decenas de instituciones médicas y científicas, protestó contra cambios en el sitio web de los CDC de Estados Unidos, que ahora muestra el mensaje: “Estudios científicos no descartaron la posibilidad de que las vacunas infantiles contribuyan al desarrollo del autismo”.
La frase fue colocada en el sitio por motivos políticos, no científicos. La determinación vino del secretario de Salud y Servicios Humanos de EE. UU., Robert F. Kennedy Jr., el activista antivacunas más poderoso del momento. Recientemente, buscó conectar el desarrollo del autismo al consumo de Tylenol (una marca de paracetamol o acetaminofén) durante el embarazo, otra asociación estrafalaria sin ningún respaldo científico.
La alteración de la política de los CDC es probablemente el mayor impulso a la desinformación sobre vacunas y autismo desde la publicación de un estudio del gastroenterólogo británico Andrew Wakefield, en 1998. El estudio buscaba señalar a los inmunizantes como causa de esa condición. Se comprobó, posteriormente, que el médico utilizó datos falsos y contradijo principios básicos de la investigación científica para defender la teoría. La revista The Lancet, que publicó el estudio, lo retractó y reiteró que las conclusiones eran falsas.
El tratamiento con dióxido de cloro es el más recomendado en los grupos que esparcen desinformación sobre autismo, pero hay otros protocolos pseudocientíficos. La shungita, un mineral, es citada frecuentemente en Chile. La trementina aparece con frecuencia en publicaciones en Colombia.
En México, el monitoreo encontró, entre las soluciones divulgadas, dióxido de cloro, zeolita cálcica, astrágalo, plata coloidal, “oro líquido” y dispositivos que prometen “alcalinizar” el agua. Al igual que en grupos brasileños, los responsables de infancias con autismo reciben orientaciones para evitar médicos, esconder el uso de estos productos e interpretar reacciones adversas como supuestos “procesos de limpieza”.
El azul de metileno y la ivermectina aparecen en más de un país. Normalmente, quien los indica afirma que sirven para curar diversas “enfermedades”, entre ellas el autismo. En el caso ilustrado a continuación, una persona afirma querer hacer el protocolo de desparasitación con pamoato de pirantel, un vermífugo (antiparasitario intestinal) de uso veterinario. Ella pregunta si alguien sabe dónde encontrar la versión para humanos del medicamento, y sugieren usar el remedio para animales, que sería “tan seguro como el de la gente”.
El neurocientífico Bambini explica que el dióxido de cloro es un agente oxidante altamente tóxico. “No existe escenario seguro para su uso terapéutico”, dijo.
La ingestión puede causar lesiones severas en el tracto gastrointestinal, vómitos, diarrea intensa, quemaduras en las mucosas y deshidratación, con impacto aún mayor en niños. En mensajes monitoreados por la investigación, es posible observar que síntomas como náuseas, ardor, vómitos y diarrea se presentan como señales de “desintoxicación”, lo que termina normalizando reacciones que indican el inicio de lesiones.
De acuerdo con el profesor, estos síntomas reflejan los daños inmediatos que el dióxido de cloro puede causar. El efecto oxidativo del producto puede destruir células de la boca, del esófago y del intestino, además de provocar sangrados, inflamación aguda y pérdidas rápidas de líquido. “La agresión a las mucosas ocurre ya en las primeras exposiciones”, afirmó.
El científico resalta que los riesgos van más allá del sistema digestivo. El dióxido de cloro compromete la capacidad de la sangre para transportar oxígeno. En niveles más elevados, puede llevar a la pérdida de conciencia e incluso a la muerte. Autoridades de salud alertan además que el líquido puede afectar negativamente los riñones y el hígado. Por eso, instituciones como la Food and Drug Administration (FDA), la OMS, la European Medicines Agency (EMA) y la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) prohíben el uso terapéutico del compuesto.
En general, las figuras presentadas como “especialistas” en las comunidades en línea no tienen formación médica. Kerri Rivera, estadounidense que hoy vive en México, es una figura de culto en los grupos que desinforman sobre el autismo. En 2013, escribió un libro que promueve la supuesta cura del trastorno con MMS y que fue eliminado de plataformas de venta por su contenido engañoso. Rivera no es médica ni tiene formación científica. Antes de monetizar la falsa cura con venta de libros, charlas y consultas, era agente inmobiliaria.
En México, la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), organismo responsable de autorizar alimentos, medicamentos y tratamientos, fue cuestionada sobre la legalidad de suplementos que prometen “curar” el autismo con dióxido de cloro o zeolita.
Un día previo al cierre de edición y fuera del plazo máximo de respuesta, la Cofepris respondió que las “terapias” que incluyen zeolita o calostro bovino para “curar múltiples trastornos” se venden como suplementos alimenticios, por lo que no requieren de registro sanitario ante la autoridad.
Al cuestionar a la Cofepris si los productos han sido evaluados y declarados inocuos de acuerdo con sus parámetros, la autoridad contestó que “los suplementos alimenticios solo reciben una opinión técnica, la cual no incluye una evaluación que asegure la inocuidad de acuerdo con los parámetros establecidos por la autoridad sanitaria”.
También se enviaron preguntas al Instituto Nacional de Salud Pública, pero el organismo negó la solicitud alegando “notoria incompetencia”, indicando que no considera tener atribuciones directas sobre el tema.
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Esta investigación es parte de “Los Desinformantes”, una serie de investigaciones sobre diferentes actores que desinforman en la región que realiza LatamChequea, la red de chequeadores latinoamericanos.

Una especie de moho estaría desafiando lo que los científicos entienden sobre los efectos de la radiación en la vida
El moho hallado en el lugar del desastre nuclear de Chernóbil parece alimentarse de la radiación. ¿Podríamos usarlo para proteger a los viajeros espaciales de los rayos cósmicos?
En mayo de 1997, Nelli Zhdanova entró en uno de los lugares más radiactivos de la Tierra -las ruinas abandonadas de la central nuclear de Chernóbil- y descubrió que no estaba sola.
En el techo, las paredes y el interior de los conductos metálicos que protegen los cables eléctricos, el moho negro se había instalado en un lugar que antes se consideraba perjudicial para la vida.
En los campos y el bosque que rodea la central nuclear, los lobos y los jabalíes habían resurgido ante la ausencia de humanos.
Pero incluso hoy en día existen zonas específicas donde se pueden encontrar niveles alarmantes de radiación debido al material expulsado del reactor al explotar.
El moho, formado por diversos hongos, parecía estar haciendo algo extraordinario. No se había instalado simplemente porque los trabajadores de la planta se hubieran marchado.
En realidad, Zhdanova había descubierto en estudios previos del suelo alrededor de Chernóbil que los hongos estaban creciendo hacia las partículas radiactivas que cubrían la zona.
Ahora, descubrió que habían llegado a la fuente original de radiación: las habitaciones dentro del edificio del reactor que explotó.
Con cada estudio que la acercaba a la radiación dañina, el trabajo de Zhdanova también ha revolucionado nuestras ideas sobre cómo la radiación impacta la vida en la Tierra.
Ahora, su descubrimiento ofrece la esperanza de limpiar sitios radiactivos e incluso proporciona maneras de proteger a los astronautas de la radiación dañina durante sus viajes espaciales.
Once años antes de la visita de Zhdanova, una prueba de seguridad rutinaria del reactor cuatro de la central nuclear de Chernóbil se había convertido rápidamente en el peor accidente nuclear del mundo.
Una serie de errores, tanto en el diseño del reactor como en su funcionamiento, provocaron una enorme explosión en la madrugada del 26 de abril de 1986. El resultado fue una única y masiva liberación de radionucleidos.
El yodo radiactivo fue una de las principales causas de muerte en los primeros días y semanas, y, posteriormente, del aumento de casos de cáncer.
En un intento por reducir el riesgo de intoxicación por radiación y las complicaciones de salud a largo plazo, se estableció una zona de exclusión de 30 km, también conocida como la “zona de aislamiento”, para mantener a las personas alejadas de los restos radiactivos más peligrosos del reactor cuatro.
Pero mientras se mantenía a los humanos alejados, el moho negro de Zhdanova había colonizado lentamente la zona.
Como plantas que buscan la luz solar, la investigación de Zhdanova indicó que las hifas fúngicas del moho negro parecían atraídas por la radiación ionizante.
Pero el “radiotropismo”, como lo denominó Zhdanova, era una paradoja: la radiación ionizante suele ser mucho más potente que la luz solar, una descarga de partículas radiactivas que destroza el ADN y las proteínas como las balas perforan la carne.
El daño que causa puede desencadenar mutaciones dañinas, destruir células y matar organismos.
Además de los hongos aparentemente radiotrópicos, los estudios de Zhdanova encontraron otras 36 especies de hongos comunes, pero lejanamente relacionados, que crecían alrededor de Chernóbil.
Durante las dos décadas siguientes, el trabajo pionero sobre los hongos radiotrópicos que identificó llegaría mucho más allá de Ucrania. Contribuiría al conocimiento de una posible nueva base para la vida en la Tierra, una que prospera gracias a la radiación en lugar de la luz solar.
Y llevaría a los científicos de la NASA a considerar rodear a sus astronautas con paredes de hongos como una forma duradera de soporte vital.
En el centro de esta historia se encuentra un pigmento ampliamente presente en la vida terrestre: la melanina. Esta molécula, que puede variar del negro al marrón rojizo, es la que determina los diferentes colores de piel y cabello en las personas.
Pero también es la razón por la que las diversas especies de moho que crecían en Chernóbil eran negras. Sus paredes celulares estaban repletas de melanina.
Así como la piel más oscura protege nuestras células de la radiación ultravioleta (UV), Zhdanova sospechaba que la melanina de estos hongos actuaba como escudo contra la radiación ionizante.
No solo estaban los hongos aprovechando las propiedades protectoras de la melanina.
En los estanques alrededor de Chernóbil, las ranas con mayores concentraciones de melanina en sus células y, por lo tanto, de color más oscuro, lograron sobrevivir y reproducirse mejor, ennegreciendo paulatinamente a la población local que vivía allí.
En la guerra, un escudo podría proteger a un soldado de una flecha al desviarla de su cuerpo. Pero la melanina no funciona así. No es una superficie dura ni lisa. La radiación, ya sea UV o partículas radiactivas, es absorbida por su estructura desordenada, y su energía se disipa en lugar de ser desviada.
La melanina también es un antioxidante, una molécula que puede transformar los iones reactivos que la radiación produce en la materia biológica y devolverlos a un estado estable.
En 2007, Ekaterina Dadachova, científica nuclear del Colegio de Medicina Albert Einstein de Nueva York, contribuyó al trabajo de Zhdanova sobre los hongos de Chernóbil, revelando que su crecimiento no era solo direccional (radiotrópico), sino que, de hecho, aumentaba en presencia de radiación.
Descubrió que los hongos melanizados, al igual que los del reactor de Chernóbil, crecían un 10% más rápido en presencia de cesio radiactivo en comparación con los mismos hongos cultivados sin radiación.
Dadachova y su equipo también descubrieron que los hongos melanizados irradiados parecían utilizar la energía para impulsar su metabolismo. En otras palabras, la utilizaban para crecer.
Zhdanova había sugerido que estos hongos podrían aprovechar la energía de la radiación, y ahora la investigación de Dadachova parecía basarse en esta idea.
Estos hongos no solo crecían hacia la radiación para obtener calor o alguna reacción desconocida entre la radiación y su entorno, como había sugerido Zhdanova.
Dadachova creía que los hongos se alimentaban activamente de la energía de la radiación. Llamó a este proceso “radiosíntesis”. Y la melanina era fundamental en la teoría.
“La energía de la radiación ionizante es aproximadamente un millón de veces mayor que la energía de la luz blanca, que se utiliza en la fotosíntesis”, afirma Dadachova. “Por lo tanto, se necesita un transductor de energía bastante potente, y esto es lo que creemos que la melanina es capaz de hacer: transducir [la radiación ionizante] a niveles utilizables de energía”.
La radiosíntesis sigue siendo solo una teoría, ya que solo se puede demostrar si se descubre el mecanismo preciso entre la melanina y el metabolismo.
Los científicos necesitarían encontrar el receptor exacto -o un rincón específico en la intrincada estructura de la melanina- que participa en la conversión de la radiación en energía para el crecimiento.
En años más recientes, Dadachova y sus colegas han comenzado a identificar algunas de las vías y proteínas que podrían explicar el aumento del crecimiento de los hongos con la radiación ionizante.
No todos los hongos melanizados muestran una tendencia al radiotropismo y al crecimiento positivo en presencia de radiación. Un estudio de 2006 realizado por Zhdanova y sus colegas, por ejemplo, descubrió que solo nueve de las 47 especies de hongos melanizados que recolectaron en Chernóbil crecieron hacia una fuente de cesio radiactivo (cesio-137).
De manera parecida, en 2022, científicos de los Laboratorios Nacionales Sandia en Nuevo México no encontraron diferencias en el crecimiento cuando dos especies de hongos (una melanizada y otra no) fueron expuestas a radiación UV y cesio-137.
Pero ese mismo año, se volvió a detectar la misma tendencia de crecimiento fúngico al ser expuestos a la radiación en el espacio.
A diferencia de la desintegración radiactiva detectada en Chernóbil, la llamada radiación cósmica galáctica es una tormenta invisible de protones cargados, cada uno de los cuales viaja a una velocidad cercana a la de la luz a través del universo.
Originada en estrellas en explosión fuera de nuestro sistema solar, incluso logra atravesar el plomo sin mayor problema.
En la Tierra, nuestra atmósfera nos protege en gran medida de ella, pero para los astronautas que viajan al espacio profundo se ha descrito como “el mayor peligro” para su salud.
Pero ni siquiera la radiación cósmica galáctica supuso un problema para las muestras de Cladosporium sphaerospermum, la misma cepa que Zhdanova encontró creciendo en Chernóbil, según un estudio que envió estos hongos a la Estación Espacial Internacional en diciembre de 2018.
“Lo que demostramos es que crece mejor en el espacio”, afirma Nils Averesch, bioquímico de la Universidad de Florida y coautor del estudio.
En comparación con las muestras de control en la Tierra, los investigadores descubrieron que los hongos expuestos a la radiación cósmica galáctica durante 26 días crecieron un promedio de 1,21 veces más rápido.
Aun así, Averesch todavía no está convencido de que esto se deba a que C. sphaerospermum estaría aprovechando la radiación en el espacio. El aumento en los niveles de crecimiento también podría deberse a la gravedad cero, otro factor que los hongos en la Tierra no experimentaron.
Averesch está realizando experimentos con una máquina de posicionamiento aleatorio que simula la gravedad cero aquí en la Tierra para analizar estas dos posibilidades.
Pero Averesch y sus colegas también probaron el potencial protector de la melanina en C. sphaerospermum colocando un sensor debajo de una muestra de hongos a bordo de la Estación Espacial Internacional.
En comparación con las muestras sin hongos, la cantidad de radiación bloqueada aumentó a medida que los hongos crecían, e incluso una mancha de moho en un disco de Petri parecía ser un escudo eficaz.
“Considerando la capa comparativamente delgada de biomasa, esto podría indicar una gran capacidad de C. sphaerospermum para absorber la radiación espacial en el espectro medido”, escribieron los investigadores.
Averesch dice que aún es posible que los aparentes beneficios radioprotectores de los hongos se deban a componentes de la vida biológica distintos al de la melanina.
El agua, por ejemplo, una molécula con un alto número de protones en su estructura (ocho en el oxígeno y uno en cada hidrógeno), es una de las mejores maneras de protegerse contra los protones que se desplazan por el espacio, un equivalente astrobiológico a combatir el fuego con fuego.
Incluso así, los hallazgos han abierto perspectivas intrigantes para resolver el problema de la vida en el espacio. Tanto China como Estados Unidos planean tener una base en la Luna en las próximas décadas, mientras que SpaceX, con sede en Texas, aspira a que su primera misión a Marte despegue a finales de 2026 y a que los humanos aterricen allí entre tres y cinco años después.
Las personas que vivan en estas bases deberán estar protegidas de la radiación cósmica. Sin embargo, usar agua o plástico de polietileno como caparazón radioprotector para estas bases podría resultar demasiado pesado para el despegue.
El metal y el vidrio presentan un problema similar. Lynn J. Rothschild, astrobióloga del Centro de Investigación Ames de la NASA, ha comparado el transporte de estos materiales al espacio para construir bases espaciales con una tortuga que lleva su caparazón a todas partes.
“Es un plan fiable, pero con un alto coste energético”, declaró en un comunicado de la NASA de 2020.
Su investigación ha dado lugar a muebles y paredes a base de hongos que podrían cultivarse en la Luna o Marte.
Esta “micoarquitectura” no sólo reduciría el coste del despegue, sino que, si los hallazgos de Dadachova y Averesch resultan correctos, también podría utilizarse para formar un escudo de radiación, una barrera autorregenerativa entre los humanos que viajan al espacio y la tormenta de radiación cósmica galáctica del exterior.
Así como esos mohos negros colonizaron un mundo abandonado en Chernóbil, tal vez algún día podrían proteger nuestros primeros pasos en nuevos mundos en otras partes del Sistema Solar.
*Esta es una adaptación al español de una historia publicada originalmente en inglés por BBC Future. Si quieres leerla en su idioma original, haz clic aquí.
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