La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no emitió una orden de detención contra la actriz Angélica Rivera por delitos cometidos durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, como aseguran usuarios en redes sociales.
Una medida como esta no ha sido anunciada por el gobierno mexicano. Además de que la mandataria no tiene facultad de emitir órdenes de aprehensión, ya que estás deben ser expedidas por un juez de control, de acuerdo con la Constitución y el Código Nacional de Procedimientos Penales.
Pese a ello, un TikTok superó los 47 mil “me gusta” y las 1.4 millones de reproducciones desde el 17 de marzo al afirmar que “Claudia Sheinbaum emite orden de captura para la actriz Angélica Rivera por millonario robo al Estado durante el mandato de Enrique Peña Nieto (sic)”.
El Sabueso realizó una búsqueda de las palabras clave “Angélica Rivera” y “orden de detención” que no arrojó comunicados ni publicaciones en medios de comunicación que registraran un anuncio de Claudia Sheinbaum sobre este tema.
Tampoco se encontró referencia a la intención de capturar a la actriz en las versiones estenográficas de la conferencia matutina del 17 al 20 de marzo de 2025, fecha en que comenzó a circular el video desinformante.
Además, ordenar detenciones no está dentro de las facultades de la presidenta establecidas en el artículo 89 de la Constitución. Incluso, la misma Carta Magna establece en su artículo 16 que “no podrá librarse orden de aprehensión sino por la autoridad judicial”.
En cambio, esta facultad sí es parte del Poder Judicial, a través de los jueces de control y organismos autónomos como el Ministerio Público, encargado de solicitar las órdenes de aprehensión.
En este sentido, el Código Nacional de Procedimientos Penales detalla en el artículo 141 que son los jueces de control quienes emiten las órdenes de aprehensión. Esto luego de que “se haya presentado denuncia o querella de un hecho que la ley señale como delito, el Ministerio Público anuncie que obran en la carpeta de investigación datos que establezcan que se ha cometido ese hecho y exista la probabilidad de que el imputado lo haya cometido o participado en su comisión”.
El juez también puede ordenar una detención si la persona es acusada de un delito que amerite pena privativa de la libertad y se resiste o evade una comparecencia judicial o si incumple una medida cautelar distinta a la prisión preventiva o la garantía económica.
Para que una detención se realice sin la orden de un juez es necesario que sea un caso urgente u ocurra en flagrancia, es decir, que la persona sea sorprendida cometiendo un delito o inmediatamente después del hecho.
“Cualquier persona podrá detener a otra en la comisión de un delito flagrante, debiendo entregar inmediatamente al detenido a la autoridad más próxima y ésta con la misma prontitud al Ministerio Público”, señala el artículo 147.
Los casos urgentes en los que el Ministerio Público puede ordenar una detención están registrados en el artículo 150 del Código y son aquellos casos con datos que establezcan la existencia de delitos graves; como los que ameritan prisión preventiva oficiosa o “aquellos cuyo término medio aritmético sea mayor de cinco años de prisión”. Así como si existe un riesgo fundado de que el acusado se sustraiga de la justicia.
Ya sea en flagrancia o por urgencia, “el juez de control determinará la legalidad del mandato del Ministerio Público y su cumplimiento al realizar el control de la detención”. En caso de considerarla fuera de la norma, la persona podrá ser puesta en libertad.
Aunque no puede ordenar detenciones, la Presidencia en varios sexenios ha propuesto y solicitado ciertas acciones a las autoridades judiciales, como hizo recientemente Claudia Sheinbaum al pedir a la FGR atraer el caso del rancho en Teuchitlán, Jalisco, donde se encontraron hornos crematorios y restos óseos.
En conclusión: Es falso que Sheinbaum haya emitido una orden de captura contra Angélica Rivera. No hay evidencia de ello y la presidenta no cuenta con facultades para ordenar la detención.
El centro de adiestramiento del Cartel de Jalisco encontrado cerca de Guadalajara conmocionó al mundo, pero los vecinos del predio temen ser estigmatizados.
En una inmensa sabana forrada de cultivos de caña, en el estado de Jalisco, México, destaca un pequeño predio rectangular con muros de concreto, dos precarias edificaciones y un portón negro de madera, con dos caballos pintados, que da a conocer el nombre del lugar: Rancho Izaguirre.
Un lugar que para los vecinos del municipio de Teuchitlán solía pasar desapercibido, hasta que en septiembre de 2024 la Guardia Nacional allanó el terreno entre tiroteos y arrestó a 10 personas, rescató a dos secuestrados, y encontró un cadáver.
La semana pasada, después de que la Fiscalía local dijo que no encontró más cosas tras los allanamientos, el grupo Guerreros Buscadores de Jalisco denunció que ahí, además de un campo de adiestramiento del Cartel de Jalisco Nueva Generación, había hornos crematorios para desaparecer los cuerpos de las víctimas de una de las empresas criminales más poderosas de México.
La misma fiscalía jalisciense descarta los hornos, aunque el grupo de buscadores mantiene su versión. Y los vecinos los califican de “cómplices”, que “están quemando al pueblo”, que son “maña”.
Y las investigaciones, cada día más empapadas por la desconfianza hacia las autoridades, continúan.
La presidenta, Claudia Sheinbaum, ha pedido “esperar a los resultados”. Mucho de su gestión depende del tema seguridad.
Al predio llegan cada mañana, bajo un sol punzante y una oleada de polvo, una decena de camionetas de las fiscalías local y nacional, así como de la Guardia Nacional y la Policía Municipal, que en Teuchitlán no tiene más de 30 oficiales. Por la tarde se van y el predio en la noche queda solo, como si no fuera un foco de atención nacional y mundial.
Que lo es porque los buscadores, con su denuncia, dieron a conocer las fotos de sus hallazgos, donde se veían los zapatos corroídos, las playeras agujereadas y las mochilas polvorientas de los jóvenes que pasaron por este otro epicentro de la crueldad humana.
“El nombre de Teuchitlán está en el ojo del huracán del mundo”, me dice Jaime Gustavo Nabel, el párroco del municipio, mientras suenan niños hablando y riendo como en cualquier tarde calurosa de catequesis en la parroquia.
“Dicen que somos el Auschwitz mexicano, el infierno en la tierra, la herida abierta de la humanidad, y no, Teuchitlán no es el asesino ni el culpable de este horror”.
Teuchitlán está a 50 kilómetros de Guadalajara, una de las tres ciudades más grandes de México, y su gran riqueza, además de las industrias cañera y agavera, es una pirámide cilíndrica, conocida como Guachimontones, que construyeron las culturas prehispánicas acá antes de esta era.
Una atracción turística a la que cada domingo, reporta el recepcionista, llegaban un promedio de 100 turistas, y ahora, después de que el pueblo se convirtió en noticia mundial, llegan poco más de 20.
Pero la sensación de la localidad no es la de una emergencia: los niños juegan en las calles, los campesinos se reúnen en plaza a compartir el atardecer y las madres llevan a sus hijos a tarde de catequesis.
Sol Rivera es una de ellas. “No es que haya negación o falta de empatía —dice, sonriente—, sino que nosotros no somos eso y más bien queremos seguir mostrando a las madres que estamos con ellas, que les tenemos respeto y admiración por todo lo que han hecho”.
El domingo el pueblo hospeda una vigilia, a la que vendrán cientos de madres buscadores de todo el país.
Rancho Izaguirre está en la zona rural del municipio: convenientemente, tan cerca y tan lejos del pueblo y la gran metrópoli.
A dos predios de distancia, un campesino regando un cultivo de caña me dice, en condición de anonimato, que “ahora esto da miedo, esto antes era tranquilo, pero imagínate cuando la caña esté alta, de dos metros, y este desierto se convierta en un laberinto de callejones”.
Otro campesino de la zona, también reacio a darme su nombre, añade: “Esto está canijo, yo vivo en Estados Unidos y mi hijo también, por esto nomás, por esta violencia”.
En Guadalajara, donde Rancho Izaguirre también parece estar en todas las conversaciones, muchos se preguntan por la interacción de los vecinos con el predio: ¿cómo no iban a saber, me dicen, o haber visto, o incluso abastecer de tortillas a esta presunta academia paramilitar?
David Saucedo, un experimentado consultor en seguridad, tiene una explicación: “Estos centros logísticos están aislados de los entornos urbanos porque como hay detonaciones, gritos por las prácticas de tortura, explosivos, necesitan privacidad, necesitan una barra perimetral de seguridad que los aísle”.
Al tiempo, “están cerca de la ciudad porque es ahí donde necesitan a los reclutas (…) En Guadalajara en este momento hay una batalla entre dos carteles que necesitan nuevos soldados y estos centros se suelen usar para abastecer la batalla”.
“El reclutamiento voluntario o forzado es una práctica común de la estructura criminal de los carteles, sirven para formar halcones (vigilantes), sicarios y narcomenudista, y son gestionados por exmilitares y mercenarios”, señala Saucedo.
Si algo se puede deducir de las imágenes de dron que los medios locales han podido sacar del predio es que en él había varios espacios típicos de una academia militar, como un camino de obstáculos hecho de llantas o huecos en la tierra que sirven como piloto de trinchera.
Para Saucedo, estas academias muestran el carácter organizado del crimen, cuya estructura incluye hospitales, bodegas y centros de monitoreo.
El criminólogo añade que la mayoría de los prospectos narcos entran a este tipo de academias por voluntad, pero un 40% —estima— llegan de manera forzada.
Carlos Eduardo Amador Magaña desapareció a sus 19 años un martes de junio 2017 en un momento en el que, como ahora, el Cartel de Jalisco había sufrido una escisión y sus nuevas ramas estaban en guerra y en busca de soldados.
Rosalba Magaña —vestida de rojo, cargando su foto, de verbo preciso y rebelde— es su madre, una jubilada soltera que crió a tres hombres; y lo sigue buscando.
Dos días después de la desaparición, me dice, ya le había dado a las autoridades videos, transcripciones de llamadas y pruebas que “permitían hacer un plan de búsqueda, y hoy es fecha que eso no se agota”, que no le dan información.
La madre buscadora —así les llaman en México a un creciente símbolo del valor y la esperanza— añade: “Yo he trabajado y peleado con las autoridades, he buscado en basureros, he gritado y llorado en mi casa, porque yo cometí el error, quizá porque tenía una vida relativamente feliz, porque no sabía que esto pasaba, de confiar en que las autoridades iban a responder ante esto de manera organizada, y no”.
Lo que más le “da coraje”, afirma, es que las desapariciones aumenten.
“Cuando mi hijo desapareció, en 2017, eran 3.700 los desaparecidos, y ahora son 16.000”, dice, sobre una cifra que genera polémica en México, pero que, si se toman los números históricos, puede llegar a 120.000.
“Claro que tengo fe de encontrarlo”, insiste, a pesar de que no cree en las autoridades. “En el campo de exterminio, o como indigente, pero la fe la necesito para sanar”.
Luego repite una frase que se ve en las camisetas y afiches de los familiares de desaparecidos que por estos días vuelven a protestar en Guadalajara y sus municipios aledaños: “Mientras no lo encuentre, no voy a descansar”.
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