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Los impactos del Tren Maya amenazan la salud de la laguna de Bacalar
Los impactos del Tren Maya amenazan la salud de la laguna de Bacalar
El impacto en el Estero de Chac dividió a la población de Bacalar sobre el Tren Maya. | Fotos: Mariana Hernández García
8 minutos de lectura

Los impactos del Tren Maya amenazan la salud de la laguna de Bacalar

La población de Bacalar se ha dividido: algunos alertan sobre los daños ecológicos y los impactos urbanos de la obra; otros dicen que la comunidad debe dar la bienvenida al “desarrollo”
23 de julio, 2023
Por: Orsetta Bellani

Cuando a principios de julio se enteraron de que el Ejército estaba rellenando el Estero de Chac para construir el tramo 6 del Tren Maya, los habitantes de Bacalar se acordaron de lo que pasó hace unos 25 años, cuando el gobierno de Quintana Roo tapó la desembocadura para construir una carretera y el nivel de la laguna subió por arriba de los muelles.

Al no quererse encontrar nuevamente con el agua hasta los tobillos, un grupo de ciudadanos decidió protestar hasta conseguir una reunión con la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), que les explicó su proyecto. Hasta aquel momento lo desconocían, pues jamás la población de Bacalar fue informada ―y mucho menos consultada― sobre los detalles de la construcción del Tren Maya.

Fue durante la junta con Sedena que los pobladores descubrieron que, en este caudal, donde el sistema lagunar de Bacalar encuentra al Río Hondo permitiendo su regulación hídrica, el Ejército está construyendo un camino para que una máquina perforadora cruce el estero y ponga los pilotes del puente del Tren Maya. Durante un recorrido realizado en el estero de Chac, el 14 de julio, se pudo averiguar que efectivamente una máquina perforadora está en función en la orilla del estero y que, unos metros más allá, las excavadoras están trabajando a pleno ritmo en el trazado de la obra.

E Ejército está construyendo un camino para que una máquina perforadora cruce el Estero de Chac y ponga los pilotes del puente del Tren Maya.
E Ejército está construyendo un camino para que una máquina perforadora cruce el Estero de Chac y ponga los pilotes del puente del Tren Maya. | Foto: Mariana Hernández García.

Lo primero que hizo Sedena fue afirmar que el relleno del estero había sido un error humano… un error humano sería un volquetazo, ¿no? Aquí fueron muchos más”, dice Josafat Casasola, representante de la Asociación de Prestadores de Servicios Náuticos de Bacalar, quien participó en la reunión.

“No llegamos a un acuerdo escrito, pero el Ejército se comprometió a volver a dragar una vez que termine de poner los pilotes, para dejar el canal y los humedales lo más cercano a como estaban”.

La situación en el Estero de Chac dividió a la población de Bacalar.

Unos piensan que las obras afectarán irremediablemente a este delicado ecosistema y piden la suspensión de la construcción del tramo del Tren Maya que va de Chetumal a Bacalar, cuya Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) fue aprobada sin los estudios necesarios.

“Por razones de presupuesto y tiempos políticos se ha priorizado la celeridad y la urgencia de terminar la obra sin una estrategia de prevención de impactos”, escriben en una carta pública.

Otros quieren que el ferrocarril cruce Bacalar, aunque están preocupados por el medio ambiente. “No se trata de frenar la construcción del Tren Maya, es una obra que nos va a beneficiar, pero el daño ecológico sí me preocupa”, dice el representante de la Asociación de Prestadores de Servicios Náuticos.

Obras para la construcción del tramo 6 del Tren Maya a pocos metros del estero de Chac
Obras para la construcción del tramo 6 del Tren Maya a pocos metros del estero de Chac | Foto: Orsetta Bellani

Incremento del turismo y militarización

A Josafat Casasola lo encontré en el muelle 18 de Bacalar un domingo temprano, cuando el calor todavía no había empañado la laguna y el único ruido eran los mástiles de un par de veleros ondeando. Al señalar el terreno a lado del desembarcadero, donde un restaurante con muelle privado reemplazó a la escuela primaria, Casasola recordó que el proceso de privatización de la laguna comenzó “hace muchísimo tiempo”.

Según una investigación de Luis Alberto Rojas Castillo y Juan Roberto Calderón Maya, de la Universidad Autónoma del Estado de México, en los años 60 empezó el proceso de urbanización turística del pueblo, cuando empresarios y políticos locales se apoderaron de las tierras ejidales para construir sus casas vacacionales.

Bacalar se volvió un centro turístico importante en la última década. De acuerdo con la Secretaría de Turismo de Quintana Roo (SEDETUR), en los 10 años anteriores a la pandemia el municipio registró un incremento en el número de visitantes del 800%.

Los colores cristalinos de sus aguas pasaron de boca en boca y el sargazo que iba llenando las playas de la Riviera Maya empujó los turistas hacia nuevos destinos. Esto conllevó un aumento vertiginoso de los empleos relacionados con el turismo, que según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se duplicaron entre 2013 y 2018.

Hoy en día, la orilla occidental de la Laguna de Bacalar es una sucesión de bares y restaurantes costosos que tapan casi completamente su acceso, dejando a los habitantes unos pocos muelles públicos para asolearse y bañarse. Unas cuadras más adentro, Bacalar es un pueblo como los demás: hay carritos que venden tamales, puestos de micheladas y vacas pastando en los pocos lotes que quedaron sin vender. Desde que Sedena empezó a construir el Tren Maya, en la tarde el ejército patrulla el centro del poblado, a pesar de que no tiene problemas relevantes de seguridad.

La Laguna de Bacalar al amanecer
La Laguna de Bacalar al amanecer | Foto: Orseta Bellani

“Los pueblos y las comunidades están siendo militarizadas y esto nos alarma. Además, la llegada de tanta gente de afuera está impactando las dinámicas locales: hay comunidades donde los trabajadores de la obra son más numerosos que los habitantes. La gente se queja porque molestan a las mujeres y toman alcohol en los parques donde juegan los niños”, dice Aldair T’uut’, de la Asamblea de Defensores del Territorio Maya Múuch’ Xíinbal.

“Nos preocupan también los impactos ambientales, que son terribles, y la impunidad de la que goza Sedena: está cortando manglares, tapando humedales y rellenando el Estero de Chac, pero no tendrá ninguna sanción”.

Aldair T’uut’ me acompañó a recorrer una parte del tramo 6, que va de Bacalar a Tulum. Estábamos en la orilla del trazado de la obra, esperando a una de las familias que serán desalojadas de su casa para dejar espacio a las vías, cuando el encargado de seguridad apareció diciéndonos que no podíamos sacar fotos ni quedarnos allí, a pesar de que ningún cartel señalaba esta prohibición.

“Es una obra que no a todo el mundo le gusta”, contestó cuando preguntamos por qué teníamos que retirarnos. “Es zona federal, por su propia seguridad se tienen que ir”.

Leer más | Expropian en dos años 15,678 hectáreas para el Tren Maya; Sedena controlará una zona de Calakmul

Ichkabal, una zona arqueológica por abrir

Felipe de Jesús Castro Gómez, comisariado ejidal de Bacalar, no niega los impactos ambientales del Tren Maya, pero piensa que hay que aceptarlos en nombre del crecimiento económico. “Toda obra causa un impacto al medioambiente. Si queremos que la gente tenga más fuentes de trabajo, necesitamos sacrificar algo”, afirma.

En junio de 2022, el ejido de Bacalar cedió a Fonatur 56.4 hectáreas para la construcción de la obra. La indemnización fue de 2 millones 900 mil pesos por hectárea y los 165 ejidatarios quedaron contentos.

Hoy, el Agrupamiento de Ingenieros Militares Felipe Ángeles está construyendo dos tramos del Tren Maya en Bacalar, con una extensión de unos 250 kilómetros cada uno: el tramo 6, que va hasta Tulum, y el tramo el 7, que lleva a Escárcega. Además, se construirá una estación del tren que permitirá a los turistas bajar en Bacalar y disfrutar de su laguna, sus cenotes y -algún día- de la zona arqueológica de Ichkabal, que se encuentra a unos 40 km del pueblo.

A mediados de los años 90, un ejidatario de Bacalar se encontraba trabajando en su parcela cuando empezó a sospechar que debajo de un montículo podía haber algo. No sabía que estaba parado encima de Ichkabal, antigua ciudad maya cuya pirámide, con sus 46 metros de altura, es todavía más imponente que la de Chichén Itzá.

Unos años después, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) empezó las excavaciones y, de acuerdo con el comisariado ejidal, hasta ahora la majestuosa pirámide es el único edificio visible. El INAH ya delimitó el sitio, pero las negociaciones por la cesión de sus 108 hectáreas están estancadas: el gobierno federal ofreció al ejido de Bacalar una indemnización de 470 mil pesos por hectáreas y, después de algunas reuniones, dejó de acercarse. La cifra propuesta no satisface a los ejidatarios, que piden además ser involucrados en el proyecto.

“Que sea el ejido quien preste los servicios de transporte, estacionamiento, restaurante y hoteles”, dice Felipe de Jesús Castro Gómez.

El comisariado ejidal es dudoso sobre la fecha de apertura al público del sitio arqueológico, pues hasta el momento no hay ningún tipo de servicio en la zona y los caminos son de terracería.

En febrero, en una entrevista con el diario Excélsior, el titular del INAH en Quintana Roo, Margarito Molina, afirmó que la zona arqueológica de Ichkabal será abierta al público en mayo de 2024.

Denuncian falta de servicios públicos para proteger la laguna

Una de las mayores preocupaciones de quienes se oponen a la construcción del Tren Maya en Bacalar es que las instituciones no sean capaces de ofrecer los servicios públicos necesarios a proteger al medio ambiente de los impactos que el incremento del turismo irremediablemente conllevará.

“No existe una planeación integral, no hay un plan de cómo se va a hacer con el drenaje, el agua potable o la basura. Ya ahora cuando está seco los tiraderos se incendian y el humo baja hasta la laguna, que huele a basura quemada”, dice Sergio Madrid del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible.

A la Laguna de Bacalar también le dicen Laguna de los Siete Colores. El tinte de sus aguas depende de si hay sol o está nublado, de la hora del día y del fondo lagunar.

Algunos pobladores afirman que antes era más fácil distinguir sus siete matices azules. De hecho, según Luisa Falcón Álvarez del Instituto de Ecología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), los basureros a cielo abierto, los fertilizantes utilizados en los cultivos y la falta de tratamiento de aguas residuales ocasionaron el vertimiento de grandes cantidades de nitrógeno y fósforo a la laguna, modificando sus tonos hacia verdes y cafés.

De todas formas, la hora mejor para apreciar sus colores es el mediodía: usted puede agarrar un kayak, remar un rato y mientras intentar adivinarlos, aprovechando de la luz del sol en su cenit.

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Imagen BBC
Gardi Sugdub: la comunidad de Panamá que tuvo que abandonar su isla ante el riesgo de ser tragada por el mar
14 minutos de lectura

300 familias dejaron la isla en que vivían en el Caribe panameño huyendo del hacinamiento y los efectos del cambio climático, y fueron trasladadas a una barriada en tierra firme. BBC Mundo visitó ambos lugares.

06 de febrero, 2025
Por: BBC News Mundo
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“Es una isla casi abandonada. Quedó como muerta”, me advierte Delfino Davies nada más poner un pie en su pequeño museo de herramientas e instrumentos.

El sonido de su escoba al barrer es lo único que se escucha ahora entre estas casas. Ya casi no recibe a nadie en su “pequeño tesoro”, como llama a su local, pero le gusta tenerlo siempre impecable.

“Antes se escuchaba a los niños gritar y jugar por los rincones, había música en todos lados, los vecinos se peleaban… Pero todos los sonidos se escaparon”.

Los recuerdos asaltan rápido la memoria de este indígena guna, cuya isla cambió por completo el pasado mes de junio, cuando decenas de botes a motor y cayucos de madera trasladaron a 300 familias desde la isla Gardi Sugdub, en el Caribe panameño, a una barriada en tierra firme conocida como Isberyala.

Fueron unas mil personas las que huyeron del hacinamiento y del aumento del nivel del mar. Se trata de una de las primeras comunidades que es reubicada en América Latina debido a causas climáticas y la primera en Panamá.

La mudanza duró varios días.

“Se fue mi papá, mi hermano, mis cuñadas, mis amigos… Los niños preguntaban ‘¿dónde se fue mi amiguito?’ Y comenzaron a llorar”, me relata Delfino.

Soltero y sin hijos, las piezas de su museo son ahora su mejor compañía.

Se calcula que apenas una veintena de familias -poco más de cien personas- siguen viviendo en Gardi Sugdub.

Muchos se quedaron porque en Isberyala no había espacio para todos. La evacuación comenzó a planificarse hace más de 10 años, cuando había menos habitantes. Otros simplemente se negaron a abandonar su isla.

La mayoría, sobre todo los hombres, pasan el día en un embarcadero jugando a las damas junto a una cafetería que tiene ya más empleados que clientes. Hasta que un sonido se acerca desde el horizonte.

“Está llegando el pescado”, me explica Delfino al ver mi cara de sorpresa.

En ese momento, entra al puerto un cayuco de madera con dos hombres a bordo. Mientras uno hace sonar una enorme caracola marina para avisar de su llegada, el otro entona a voz en grito: “¡un pez, un dólar!”.

Es el momento más esperado del día para los últimos ocupantes de la isla.

“De mi familia nos quedamos solo tres personas”, cuenta Delfino. “En otra solo se quedaron dos, en otras no se quedó nadie… solo las puertas cerradas”.

Los candados en sus cerraduras atestiguan que se han marchado.

“Me acostumbré a estar aquí y me quedaré con mi comunidad. Si se hunde la isla, yo me hundiré con ella”, me dice Delfino sin perder la sonrisa.

Ganarle terreno al mar

Los gunas, que originalmente vivían en el interior del continente, llegaron a estas islas hace siglos, huyendo primero de los conquistadores españoles y luego de las epidemias y conflictos con otros pueblos indígenas.

En concreto, la isla Gardi Sugdub -cuyo nombre significa “Isla Cangrejo”-, fue ocupada hace más de un siglo, y desde entonces, no ha parado de crecer. En gente… y también en tamaño.

Una imagen tomada por un drone de la isla Gardi Sugdub
Paolo Castillo | BBC Mundo
La isla de Gardi Sugdub se encuentra en el archipiélago Guna Yala, en el Caribe panameño.

Ubicada en el archipiélado Guna Yala (antes llamado archipiélado de San Blas), es un espacio de aproximadamente 400 x 150 metros, donde hasta hace poco se apiñaban alrededor de 1.300 personas con servicios básicos limitados.

Muchos habitaban en extensiones hechas ganándole terreno al mar.

Cuando necesitaron más casas para albergar a la creciente población, los gunas comenzaron a colocar en la orilla grandes piedras traídas desde los arrecifes.

Luego fueron rellenando los huecos usando residuos como cáscaras de coco, y a modo de ingrediente final, lo recubrían todo con tierra extraída de la costa. Sobre ese “relleno”, como le dicen, levantaban nuevas viviendas.

Aun así, el espacio se hizo pequeño.

“Había familias que tenían que dormir con doble hamaca, una encima de la otra. Había que construir una nueva comunidad para ellos”, me cuenta Delfino mientras paseamos por las calles casi desiertas.

Solo unos niños jugando al fútbol se cruzan en nuestro camino. Menos gente, más sitio para jugar.

Una construcción junto al mar sirve para que los habitantes hagan sus necesidades
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Los habitantes de Gardi Sugdub construyen, junto al mar, plataformas con huecos para hacer sus necesidades

El agua por los tobillos

Fue precisamente debido al hacinamiento que la comunidad de Gardi Sugdub empezó a pedir en la década de 2010 un sitio para reubicarse.

Pero la falta de espacio no era el único problema que los afectaba. El agua también se había convertido en una amenaza tangible.

Según un estudio elaborado por el gobierno de Panamá y la Universidad de Cantabria (España), para 2050 la isla podría ser ya inhabitable.

Y las autoridades temen que muchas de las más de 40 islas habitadas por los gunas en el archipiélago corran la misma suerte en las próximas décadas.

“Todas están a apenas 50 centímetros sobre el nivel del mar, por lo que es prácticamente inevitable que el traslado sea obligatorio para todos”, le explica a BBC Mundo Jaime Jované, ministro de Vivienda y Ordenamiento Territorial de Panamá.

Steven Paton, del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales, cree que “es casi seguro que antes del final del siglo, la mayoría de las islas de Guna Yala quedarán sumergidas”.

En Gardi Sugdub, la urgencia es palpable.

Muchas de las casas, construidas con madera, paja y techos de hojalata, terminan inundadas durante el periodo de lluvias entre noviembre y febrero.

En esos momentos, la única solución es permanecer tumbados en las hamacas, a pocos centímetros del agua que anega las viviendas.

Mapa que muestra el traslado de la comunidad guna desde Gardi Sugdub hasta Isberyala
BBC

“Cada año, veíamos que las mareas eran más altas. Como soy bajita, el agua me llegaba hasta los tobillos”, me cuenta Magdalena Martínez, una mujer de 74 años que sí se trasladó a tierra firme.

“No es posible que fuéramos a cocinar en fogones y siempre estuviera inundado. Así que dijimos: ‘tenemos que salir de aquí'”.

Delfino, sin embargo, cree que lo que está ocurriendo es cíclico.

“Mis abuelos y mi papá me dijeron que antes el nivel del mar subía más, los niños jugaban dentro de la casa en el cayuquito… Y, después de unos días, ¿qué había? Abundancia de pescado. Esa subida del agua nos trae los peces”.

En su relación ancestral con el mar, el concepto de cambio climático es secundario al del hacinamiento.

Pero expertos y ambientalistas creen que el caso de la comunidad guna puede ser un anticipo de lo que está por venir.

“Para finales de este siglo, se estima que 500 millones de personas que viven en costas de todo el planeta se tengan que mudar porque el nivel del mar va a hacer que ciudades grandes como Yakarta, Nueva Orleans o Miami sean inhabitables”, cuenta Steven Paton.

“¿Qué nos esperará?”

“Mi mente se remontó al éxodo de la Biblia cuando vi todas las familias que estábamos embarcando en diferentes barquitos”.

Sentada en su nueva casa en Isberyala, Magdalena recuerda el momento en que tuvo que abandonar la isla.

Unos días antes, y años después de que se iniciaran los planes de traslado, el gobierno -liderado entonces por Laurentino Cortizo- había hecho entrega de las llaves a los primeros vecinos de la nueva comunidad.

“Pensé, ¿qué será allá? Será algo bueno, porque le daremos nuestra imagen a ese lugar, pero ¿qué nos esperará?, ¿qué es lo que tendremos que hacer?, ¿qué nos faltará?”, me cuenta.

Trasladarse significaba empezar de cero.

Una de las calles de Isberyala donde se aprecian dos hileras de casas
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Las viviendas en Isberyala son todas prefabricadas en tonos amarillo y blanco.

“Es bastante triste salir de un lugar donde uno ha estado tanto tiempo. Añora las amistades, las calles en las que vivió, la cercanía del mar. Solo traje mi ropa y algunos utensilios de cocina. Una siente que deja pedazos de su vida en la isla”, confiesa Magdalena.

El mismo recorrido que hicieron aquellas familias en junio en 2024, lo hizo BBC Mundo unos meses después.

Tras 15 minutos en bote y otros 5 en camioneta llegamos a la nueva comunidad.

A la entrada, una pancarta recién instalada con el eslogan ‘Bienvenidos a Isberyala’, y a los costados, comuneros que retiran la maleza de la carretera con grandes machetes.

Varias filas de viviendas blancas y amarillas forman el nuevo hogar de los guna.

El gobierno de Panamá invirtió 15 millones de dólares en la construcción de la nueva barriada y también recibió fondos del Banco Interamericano de Desarrollo. Pero la comunidad jugó un papel esencial en su creación.

“Un haz de lápices es mejor que un lápiz solo, porque un grupo de lápices es difícil que se rompa”, me dice Magdalena, haciendo alusión a ese trabajo comunitario.

“Los pioneros que visualizaron esta comunidad no pudieron ver realizado su sueño. Yo todavía estoy viva y puedo gozar de mi casita”, cuenta orgullosa.

Magdalena enseña a su nieta Bianca a coser molas
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Magdalena quiere que su nieta Bianca siga con las tradiciones y aprenda a coser molas.

Magdalena vive junto a su nieta Bianca, de 14 años, y su anciana perra, Nieve, que esta tarde se resguarda del sol bajo un pequeño techado. Bajo este calor asfixiante, su nombre parece una paradoja.

“Aquí voy a poner un jardín con plantas medicinales y allá quiero plantar yuca, tomate, plátano, mango y piña”, va apuntando mientras me muestra el espacio detrás del inmueble.

Otros están construyendo techados o incluso nuevas habitaciones adosadas a las viviendas originales.

Deudas pendientes

El traslado de los guna es visto como un ejemplo para el resto del mundo, de “cómo puede ser en la práctica la adaptación climática liderada de forma local”, explicó a BBC Mundo la investigadora Erica Bower, experta en desplazamiento climático para Human Rights Watch.

“Esto es algo que ocurrirá cada vez más y más, y tenemos que aprender de estos primeros casos para entender cómo afrontarlo de forma exitosa”, destaca.

De momento, la vida en Isberyala está lejos de ser ideal y algunos de los servicios básicos experimentan interrupciones regularmente.

Por eso cuando Alberto, un vecino que hace las veces de taxista, activa el mecanismo del tanque de agua, se desata el fragor de la rutina mañanera.

Las madres bañan a sus niños, las lavadoras a plena potencia y los bidones vuelven a rellenarse “por si las moscas”. Hay que aprovechar. El agua se corta unas tres horas más tarde y no regresa hasta la noche.

Si regresa.

El tanque que surte a la comunidad se alimenta de cuatro pozos que funcionan con un generador, que en ocasiones, sobre todo debido al mal tiempo, se avería.

Una mujer corta el pelo a su hija en la barriada Isberyala
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Cortar el pelo también forma parte de la rutina mañanera cuando la barriada dispone de agua.

De hecho, poco antes de nuestra visita, nos cuentan, estuvieron sin agua durante una semana.

Magdalena enfrenta las carencias con optimismo.

“Acá tengo mejor condición de vida, luz 24 horas, agua potable… En la isla era más difícil. Teníamos que ir a buscarla al río. Aquí tengo el grifo, me puedo duchar las veces que quiera. Tengo más comodidad”.

“Cuando vivíamos allá solo teníamos luz durante cuatro horas y aquí por lo general mi nieta puede seguir estudiando en la noche”, le explica a BBC Mundo.

Pero hay quienes ante estos incidentes optan por regresar a la isla.

“Sin luz puedo estar, pero sin agua no. Por eso, vengo acá a cocinar y a limpiar la ropa”, me cuenta Yanisela Vallarino desde la isla, mientras cuelga las prendas que acaba de lavar a mano.

Yanisela se mudó a la nueva barriada junto a su marido e hijos, pero vuelve a menudo a Gardi Sugdub, donde aún viven su madre y algunos de sus hermanos.

“Aquí la brisa la siento fuerte, pero allá no. No me acostumbro todavía. Y echo de menos mi casa, porque allá es más chica”.

Yanisela, sentada en una silla fuera de su casa en Isberyala
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Yanisela regresa a la isla siempre que la barriada deja de tener agua.

Aunque el agua no es la única razón que la trae a la isla.

En la barriada tampoco hay un centro de salud, por lo que sus habitantes tienen que seguir acudiendo al que existe en Gardi Sugdub, que no cerrará mientras no haya una alternativa en Isberyala.

“Yo como madre me preocupo, porque si un hijo se enferma allá es difícil”, explica.

En una ocasión, relata, tuvo que conseguir un auto y un bote a las 10 de la noche para llevar a una hija al centro de salud de la isla, porque no podía respirar.

Las autoridades panameñas le dijeron a BBC Mundo que en 2012 (durante el gobierno del expresidente Ricardo Martinelli), se inició la construcción de un hospital, pero la obra fue abandonada dos años después por problemas de financiación.

El equipo del actual ministro de Salud, Fernando Boyd Galindo, aseguró que espera retomar el plan en 2025, aunque no especificó fecha para la entrega de las obras.

Por su parte, Jované, encargado de Vivienda y Ordenamiento Territorial, afirmó que se está estudiando la posibilidad de ampliar Isberyala para acoger a las familias que siguen en Gardi Sugdub y quizás en un futuro a las de otras islas del archipiélago.

Tradición y orgullo

Las ruinas del hospital abandonado contrastan con las de un proyecto que sí se concretó: el Centro Educativo Sahila Olonibigiña.

El enorme complejo de edificios de paredes azules es el gran orgullo de la nueva comunidad, y a él asisten no solo alumnos de Isberyala sino también aquellos que quedan en Gardi Sugdub e incluso desde otras islas.

“De las más de 40 escuelas que tenemos en la comarca Guna Yala, es la única con todas estas facilidades”, me cuenta Francisco González, el director e impulsor de este centro modelo.

Con su apertura, la escuela que existía en la isla cerró definitivamente.

Cuatro niños posan en un aula del Centro Educativo Sahila Olonibigiña
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Al Centro Educativo Sahila Olonibigiña acuden niños de muchas comunidades de la zona.

“En Gardi Sugdub nos enfrentábamos a la subida de la marea y los vientos que soplan del norte… Teníamos que buscar la manera de salir adelante y crear aulas en distintos rincones, donde encontrábamos espacio”, relata Francisco.

La nueva escuela cuenta con más de 20 salones y tiene comedores, computadoras, canchas deportivas, clases de idiomas y artes plásticas, una biblioteca…

También ofrece educación vespertina.

“Me alegré mucho cuando la nocturna se abrió, porque quería estudiar todavía”, me confiesa emocionada Yanisela, y se pone la mano en el corazón.

Además de en las clases formales, los niños participan en actividades destinadas a mantener las tradiciones guna.

Precisamente hoy, en la Casa de la Cultura de la escuela hay un ensayo de danza y música tradicionales.

Un grupo de niños y niñas de 12 y 13 años portan coloridas camisas y vestidos con molas, el diseño textil con formas geométricas típico de este grupo indígena. Ellos tocan flautas y ellas maracas.

El grupo de danza y música de Isberyala ensaya en la casa de la cultura
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
El grupo de danza y música de Isberyala ensaya en la Casa de la Cultura.

Ensayan “la danza del tucán” y “las abuelas que lloran”, que se baila en honor a los caídos en la revolución de 1925, cuando los gunas se rebelaron contra las autoridades panameñas para que se respetara su autonomía.

Reunirse de nuevo

Si las mañanas en Isberyala giran en torno al agua, las tardes son el turno del deporte.

Jerson, de 8 años, es fanático del fútbol e imita el célebre grito ‘siuuu’ de Cristiano Ronaldo después de cada gol que logra en una improvisada portería entre dos piedras.

“Prefiero este sitio a la isla porque tenemos más espacio para jugar”, me dice antes de lanzarse de nuevo por el balón.

Un niño posa en el espacio detrás de su casa en la barriada de Isberyala
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Jerson (8 años) pasa las horas jugando al fútbol en el espacio que hay detrás de su casa

Más allá, en uno de los extremos de la barriada, una nueva cancha de baloncesto hace las delicias de unos adolescentes que practican para el gran torneo que se celebrará unas semanas después, en el que cada calle – Naga Kantule, Iguatioquiña, Igwawilubbe, Ibelele,…- contará con su propio equipo.

El voleibol también es muy popular.

“Me gusta ser la que saca, porque puedo golpear fuerte la pelota”, me cuenta Bianca, la nieta de Magdalena.

Ambas llevan un rato sentadas bajo el techado exterior de su casa y la abuela le está enseñando a coser las tradicionales molas.

“Al principio le está costando, pero sé que va a aprender”, se ríe.

Cuando un rato después, Bianca es ‘liberada’ de sus tareas y se marcha con sus amigas, le pregunto a Magdalena qué echa de menos de la isla.

Presiento que me va a hablar del mar, de la brisa o sobre cómo añora comer pescado a diario, pero su respuesta no puede resumir mejor el sentir de este pueblo: “Me gustaría que todos estuviéramos aquí”.

No pierde su sonrisa, pero por primera vez detecto un aire de nostalgia en su mirada.

Hamacas y nísperos

Antes de irnos visitamos la Casa del Congreso, el lugar donde se reúne la comunidad, y la única edificación construida a la usanza guna. Es un edificio grande, rectangular, techado con ramas y hojas.

En el centro, tumbado sobre una hamaca nos espera Tito López, el ‘sayla’ de Isberyala, la máxima autoridad del lugar.

Tito López, el sayla de Isberyala, la máxima autoridad de la comunidad, posa tumbado en su hamaca
Gonzalo Cañada | BBC Mundo
Tito López es el sayla de Isberyala, la máxima autoridad de la comunidad.

“Mientras la hamaca esté viva, el corazón del pueblo guna estará vivo”, nos dice mientras se balancea.

Tan intrínseca es la costumbre de dormir en ellas que las están instalando en sus nuevas casas, sustituyendo las modernas camas que incluían por defecto.

La conexión trasciende el descanso.

Cuando un guna muere, se le viste con las ropas tradicionales y se le coloca en su hamaca durante un día mientras recibe la visita de familiares y amigos.

Luego, se le entierra envuelto en ella. Encima del cuerpo se colocan ramas de níspero, otro elemento muy especial para estos indígenas.

Los guna tienen un respeto sagrado por la naturaleza.

Así que, como se vieron obligados a talar muchos árboles de este fruto para limpiar el terreno donde se levantó la nueva comunidad, decidieron llamarla Isberyala, que en su idioma significa ‘montaña de nísperos’.

Allí está su nuevo hogar.

Mapa: Caroline Souza, Equipo de periodismo visual de BBC Mundo

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