
Ante el aumento de la violencia en los operativos de desalojo de poblaciones callejeras y el temor a que los separen de sus familias, niñas y niños han tenido que aprender a huir y esconderse de la policía y otras autoridades de la Ciudad de México que, sin darles explicaciones a ellos o sus padres, intentan llevarlos por la fuerza a casas hogar.
Emilio, de 8 años, cuenta que él y su prima Mónica, a quienes se les reguarda la identidad, y quienes viven en el mismo campamento de casitas de campaña, en la alcaldía Cuauhtémoc, han aprendido a reconocer a los funcionarios públicos que constantemente acosan a sus familias, por lo que, en cuanto detectan que están cerca, corren a esconderse entre los puestos de un tianguis cercano, o dentro de las estaciones del metro, para que no los separen de sus padres.
Aunque Emilio relata estas experiencias entre risas y juegos, especialistas de la asociación civil El Caracol afirman que la violencia que se ejerce por parte de distintas instituciones hacia las poblaciones callejeras afecta la salud mental de las personas, principalmente de los niños, quienes quedan marcados por el miedo, la tristeza y el enojo, y en algunos casos, cuando los llevan a casas hogar, no vuelven a saber de sus familias.
“Existen muchos desalojos en los que personas del gobierno van a quitarlos de los puntos donde se quedan, los agreden, y es un evento que viven constante, es su cotidianidad, lo mismo que la institucionalización forzada, o sea, que los separan de sus familias con el argumento de que no los están cuidando bien… entonces imagínate, tú estás ahí jugando tranquilo y de repente llegan policías que te agreden o agreden a tu mamá, tiran sus cosas y lo que nos cuentan las niñas y niños es que eso les provoca tristeza, enojo, ansiedad, estrés y miedo”, explica Elizabeth Valencia, educadora de El Caracol.

Para apoyar a los niños a gestionar estas emociones, la asociación civil les brinda acompañamiento mediante actividades educativas y juegos, con los cuales “ellos van conociendo nuevas redes de apoyo, creando nuevos vínculos con personas fuera de la calle e identifican que existe algo más allá de la vida que conocen”, detalla Valencia.
“Lo principal son las terapias psicológicas con los niños y niñas, aunque se nos dificulta la adherencia al tratamiento por factores externos como que luego no tienen dinero para comida o para la renta, creamos estrategias para que sí o sí puedan tener atención, ya sea en las oficinas de El Caracol, o llevando la psicología a las calles, con sesiones en los lugares donde viven o trabajan sus padres, los buscamos y es algo que nos ha funcionado para que ellos identifiquen que no están solos”, agrega la educadora.
En los últimos años, El Caracol ha documentado que los desalojos de poblaciones callejeras en la Ciudad de México ocurren con mayor violencia, ya no sólo con la intención de recuperar el espacio público, sino de institucionalizar por la fuerza a quienes se encuentran viviendo en calle.
“Los operativos se volvieron más sistemáticos, en los grupos que ya se habían establecido de manera masiva -como en Revolución o en Artículo 123- hubo desalojos bastante violentos. Hay una política de hostigamiento, no solo de retirarlos, sino de hostigamiento: los chavos nos comentan que llegan en la madrugada y los empiezan a mojar, o que los retiran cargándolos y subiéndolos a camionetas… nos damos cuenta que ya no es sólo el no querer verlos en algunas zonas, sino que hay una lógica de llevarlos a albergues de manera forzada, sin que las personas acepten“, señala Luis Enrique Hernández, director de la asociación.
Patricia, de 44 años, a quien también se le resguarda la identidad, ha pasado por este tipo de operativos en más de una ocasión, y ha tenido que enseñar a sus dos nietos a esconderse de la policía y los trabajadores del DIF que cada tanto recorren las calles por donde se quedan a dormir y trabajan limpiando parabrisas, porque ya ha sido advertida de que los niños podrían ir a una casa hogar.
“Nos han quitado nuestras cosas; no nos avisan, nada más llegan y se llevan todo. Una vez estábamos en el parque y llegaron de madrugada los policías, me quitaron algunos documentos de los niños y me llevaron hasta el DIF con ellos, me los querían quitar y me dijeron que no me podía quedar en la calle, entonces pues tuve que conseguir cómo irme con ellos a otro lado por unos días”, comenta Patricia.
Después de eso, el personal del Sistema del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) volvió a abordarla en la calle, cuando estaba trabajando en compañía de su nieto: “Me amenazaron con que se lo iban a llevar, trajeron a la policía y en ese momento se me ocurrió hablar a Alonso –uno de los educadores de El Caracol–, quien me dijo que no me podían obligar a subir a la patrulla ni tenían por qué llevarse al niño. Al final nos dejaron, pero me dijeron que si lo volvían a ver ahí nos iban a presentar en el Ministerio Público”.
Aunque por seguridad de los niños, Patricia ha conseguido que los cuiden en un café internet, mientras ella trabaja en un semáforo en la zona de Tacubaya, teme que cualquier día las autoridades cumplan la amenaza de separarla de ellos. En las últimas semanas, los trabajadores del DIF han vuelto a buscarla, con el pretexto de darle a sus nietos becas educativas, pero a cambio su abuela debe dejarlos a cargo de las autoridades y perder su custodia.
“Apenas me citaron en el DIF, supuestamente para unas becas para el estudio de los niños, pero me dijeron que mejor los internara, y yo me negué, les dije que nos puedo internar porque no los estoy abandonando, y ahora me piden llevar un papel en donde diga que tengo la custodia… ya hablé con Caracol y les dije que hagan el favor de ayudarme con ese documento”, comenta con preocupación.
De acuerdo con el quinto informe de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social (SIBISO), entre enero de 2020 y agosto de 2023 el Sistema DIF de la Ciudad de México ha canalizado a Centros de Asistencia Social a mil 852 “niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad, riesgo y desamparo”, y llevó a cabo acciones para la reintegración a la familia de 4 mil 763 menores de edad.
Animal Político consultó con la Secretaría de Seguridad Ciudadana y el Sistema DIF de la Ciudad de México si emitirían alguna postura sobre los señalamientos hacia su personal, sin que hasta el momento de la publicación haya recibido respuesta.

Margarita, de 41 años, a quien se le modificó el nombre, lleva meses intentando recuperar a su nieta, de quien no tiene información desde 2021, cuando se la quitaron a su hija en un albergue, a donde había acudido por invitación del personal de SIBISO a darse un baño.
“A mi nieta me la entregaron en el hospital (cuando nació), me dieron la responsiva de la niña porque mi hija no estaba apta para tenerla, porque se drogaba en su embarazo y tenía intoxicada la sangre. Querían meter a mi hija en un centro de Alcohólicos Anónimos y a mi nieta se la iba a llevar el DIF, pero ella me llamó por teléfono para avisarme, yo no vivía aquí, sino en Querétaro, pero vine porque mi nieta no podría irse al DIF, porque tiene familia”, relata Margarita.
En su testimonio, Margarita afirma que intentaron meter a su hija “en un centro de Alcohólicos Anónimos” de manera forzada, sin embargo, esta asociación civil aclara que “el único requisio para ser miembro de AA es querer dejar de tomar”, por lo que “a nadie se le obliga a ir, ni se le mantiene en contra de su voluntad”, dado que, además, ninguno de sus 14 mil grupos en todo el país operan como anexos o centros de rehabilitación.
A través de una carta dirigida al medio, AA señala que en el país, “diversas organizaciones extrañas utilizan el nombre de Alcohólicos Anónimos o el de la Central Mexicana de Servicios Generales de Alcohólicos Anónimos de forma ilegal y ostentando el logotipo carcterístico”, por lo que rechaza que el centro de rehabilitación al que hizo referencia la entrevistada sea parte de su organización.
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Cuando la nieta de Margarita tenía diez meses, su madre se la llevó, aunque quien tenía la custodia para cuidarla era su abuela. Lo siguiente que Margarita supo de ellas fue que a su nieta se la había llevado el DIF, y que su hija había sido internada por la fuerza en un centro de desintoxicación.
“Yo me enteré a los quince días de que había pasado todo y de inmediato me moví a a Agencia 59 del Ministerio Público, donde llevan a los menores de edad, y me preguntaron “¿usted quién es?”, a lo que les respondí que soy su abuela, y ya fue que me informaron que la niña estaba ahí supuestamente por maltrato, porque su mamá le pegaba, y que a mi hija la habían trasladado a un anexo, sin que me dijeran en qué dirección”, recuerda.
“Pasaron tres meses y yo no sabía nada, hasta que mi hija salió del anexo pudo llamarme, me contó que se estaba quedando en la calle y que los del albergue de Coruña fueron a brindar apoyo de baño y comida, lo que aceptó, pero dentro del albergue hubo una queja de otra usuaria porque dejó sola a la niña y empezó a llorar… para cuando se dio cuenta, habían llegado varios policías y aunque traía cargando a la bebé la sometieron en el piso, la patearon y se resistió a que se la quitaran hasta que sintió un piquete en el brazo y ya no supo nada, despertó días después, cuando ya estaba anexada”, agrega.
Con el apoyo de El Caracol, Margarita se encuentra en proceso de recuperar a su nieta. Hasta hace seis meses, ella y sus otras hijas –de 10 años y de 11– vivían en una casa de campaña cerca del centro de la ciudad, pero después de la separación de su nieta, y ante el temor de que el DIF se llevara también a las otras dos niñas, buscó apoyo con esta asociación para rentar un cuarto y hallar trabajo.
“Tengo seis meses ya en una casa, El Caracol me ayudó, me dieron una mesa, un mueble y una litera, y pues sí estoy muy contenta, y ahora quiero echarle ganas para tener a mi nieta, la quiero conmigo. El día de hoy tengo un trabajo decente que me ha ayudado a rentar un cuarto, tener una tele y una parrilla eléctrica para darle de comer a mis hijas, para que se sientan seguras y también para recuperar a mi nieta”, expresa la mujer.
Sin embargo, por momentos duda sobre la posibilidad de volver a ver a su nieta, porque en el DIF no le han querido decir ni siquiera en dónde está, ni cómo se encuentra. Para tener acceso a dicha información, le han pedido documentos de la niña –que apenas está tramitando– y comprobar con fotografías que tiene una casa en la que su nieta pueda estar segura.
“En Caracol me van a ayudar con los papeles, pero… yo vivo en una casa muy humilde, en un cuarto de lámina, y en el DIF me piden que les de una fotografía de la fachada donde la niña va a estar, piden que tenga su cama propia, que haya un refrigerador, una estufa, un comedor y yo no tengo nada de eso, todavía me falta todo eso y a veces me da para abajo”, lamenta Margarita.
En el caso de sus otras dos hijas pequeñas, El Caracol se encarga de facilitarles el acceso a terapias para que se sobrepongan a los estragos que dejó en su salud mental la violencia que vivieron cuando se quedaban en la calle, y porque desde que se llevaron a la nieta de Margarita tienen el temor de ser parte de “los niños que se llevan y los separan de sus mamás”.
“Les tengo miedo a los de Coruña (albergue a cargo del Gobierno de la Ciudad de México, donde les quitaron a su sobrina) y a los policías, porque no es justo que se lleven a los niños, por eso ya sé que si vienen debo meterme al metro y salir por otro lado, correr y, si puedo, llegar a Caracol, donde sé que estoy segura”, cuenta una de ellas, la mayor de las dos niñas.
De acuerdo con El Caracol, la institucionalización de niñas y niños de poblaciones callejeras ha ocurrido en la Ciudad de México desde hace décadas, sin embargo, en los últimos cuatro años la problemática se ha agravado, debido a que las autoridades se niegan a dar información a los familiares de los menores de edad sobre su estado de salud y su paradero, como ocurrió en el caso de Margarita. Además, a la par se criminaliza a las madres y padres que se encuentran en situación de calle.
Ximena Mendoza, abogada que colabora con El Caracol, explica que el delito más común que se atribuye a las mujeres y hombres que son padres de familia en situación de calle es la omisión de cuidados, principalmente porque en ocasiones los niños no se encuentran registrados, o porque los vecinos y autoridades los ven en condiciones de poca higiene o expuestos a violencias.
“Eso es algo que no negamos, sabemos que en la calle están expuestos a condiciones que ningún niño o niña debería estar expuesto, pero lo que planteamos es que toda la familia pueda tener una vida fuera de las calles, que no los separen con el argumento de proteger el interés superior de los niños, porque en aras de protegerlos los terminan vulnerando, porque igual que sus madres y padres llegan a caer en depresión”, remarca la abogada.
Entre la veintena de casos de familias separadas que acompaña el Caracol, hay uno en el que han conseguido que las autoridades les brinden información sobre la bebé que se llevaron, aunque sólo para saber que la tienen en el Centro de Estancia Transitoria para Niños y Niñas –a cargo de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México– tuvieron que interponer una denuncia por el delito de desaparición forzada contra la menor de dos años.
Gracias a que se admitió la solicitud de amparo, Armando, padre de la niña, pudo saber a dónde se la llevaron después de que la vio por última vez la mañana de un sábado, cuando sin previo aviso policías y trabajadores de la SIBISO y el DIF llegaron hasta la casa de campaña donde se quedaban a dormir y se la llevaron.
Ahora, su principal preocupación es conseguir un cuarto que sea barato para rentar, a donde pueda irse a vivir junto con su pareja y el bebé que están esperando que nazca en un par de meses, así como reunir los documentos y requisitos que le exigen para poder volver a estar con su hija.
“La autoridad no te da ninguna opción para dejar la calle o buscar un lugar, pero estoy volviendo a empezar, a hacer todo otra vez, ya tengo un trabajo formal en las cuadrillas de limpia, solo me falta tener mis papeles en regla y estar bien con lo demás que me piden para recuperar a la niña”, expresa Armando con ilusión.
La abogada Ximena Mendoza reconoce con frustración que en todos los casos en los que institucionalizan a niños en situación de calle es muy complejo que sus familias retomen las convivencias y consigan la reintegración de los menores de edad, “por características de la población, pero no porque sea un tema atribuible a ellos, sino porque el Estado no está tomando ninguna medida especial para atenderlos, para entender su contexto y procurar los vínculos familiares”.
“Para el DIF es más fácil separarlos y deslindarse de su responsabilidad que procurar el desarrollo de las familias, se enfoca mucho en los niños, pero no debe olvidar que toda la familia es su responsabilidad, y como tal, debe ver que todos sus integrantes puedan estar juntos, aunque en la realidad las autoridades hacen todo lo contrario”, concluye la defensora.

Si usaste una cámara digital a principios de la década de los 2000, es muy probable que se hayan borrado capítulos enteros de tu vida. Una generación de fotos ha desaparecido en discos duros dañados y sitios web inactivos.
Para mi 40 cumpleaños, les pedí a mis amigos y familiares un regalo: fotos mías de mis veintipocos. Mi colección de fotos de esa época —aproximadamente de 2005 a 2010— es terriblemente escasa.
Hay un espacio en blanco entre mis álbumes de fotos impresas de la universidad y mi carpeta de Dropbox con las instantáneas de mis primeros años como madre. Lo único que pude encontrar de aquellos años fue un puñado de fotos de baja resolución de mí en un bar haciendo algo raro con las manos.
¿Y el resto? Quedaron atrás debido a una computadora muerta, cuentas de correo electrónico y redes sociales inactivas y un mar de pequeñas tarjetas de memoria y memorias USB perdidas en el caos de múltiples mudanzas internacionales. Es como si mis recuerdos no fueran más que un sueño.
Resulta que no soy la única. A principios de la década de los 2000, el mundo experimentó una transición repentina y drástica de la fotografía analógica a la digital, pero tardó un tiempo en encontrar un almacenamiento fácil y fiable para todos esos nuevos archivos.
Hoy en día, tu smartphone puede enviar copias de seguridad de tus fotos a la nube en cuanto las tomas. Muchas fotos capturadas durante la primera ola de cámaras digitales no tuvieron la misma suerte. A medida que la gente cambiaba de dispositivo y los servicios digitales prosperaban y decaían, millones de fotos desaparecieron en el proceso.
Hay un agujero negro en el registro fotográfico que se extiende por toda nuestra sociedad. Si tenías una cámara digital en aquel entonces, es muy probable que muchas de tus fotos se perdieran al dejar de usarla.
Incluso ahora, los archivos digitales son mucho menos permanentes de lo que parecen. Pero si tomas las medidas adecuadas, no es demasiado tarde para proteger tus nuevas fotos del mismo olvido.
Este año se celebra el 50º aniversario de la fotografía digital. La primera cámara digital era un dispositivo descomunal y poco práctico que parecía más bien una “tostadora con lente”, como explica su inventor Steve Sasson a la BBC.
Pasaron décadas antes de que se convirtieran en un producto de consumo viable, pero todos mis conocidos tenían una cámara digital a principios de la década de los 2000.
Tomamos miles de fotos y las compartimos en álbumes online con nombres como “¡Martes por la noche!” o “Viaje a Nueva York – parte 3”. ¿Seguro que alguien de mi círculo tenía estas fotos 20 años después? Cuando pregunté, resultó que muy pocos las tenían. Todos acumulaban los mismos problemas que yo. ¿Cómo podía haber tan poco de una época tan llena de fotos?
Al observar nuestra relación con las fotos, el período 2005-2010 se percibe como un microcosmos de la Era de la Información. Es toda una vida de innovación, disrupción y acceso condensada en un lapso de cinco años en la cronología de la historia humana.
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El año 2005 fue un buen momento para ser un usuario de cámaras digitales. Ese año, el auge digital arrasó con las ventas de cámaras de película, según datos de la Asociación de Productos de Cámara e Imagen (Cipa).
La feroz competencia redujo el precio de las cámaras digitales compactas básicas lo suficiente como para que se compraran por impulso. La calidad de las cámaras mejoró rápidamente, lo que dio a algunos consumidores una excusa para actualizar sus compactas una o incluso dos veces al año.
Piensa en esto: durante un siglo, la fotografía personal fue un proceso lento y deliberado. Tomar fotos requería dinero. Cada rollo de película ofrecía un número limitado de fotos. Y si querías ver tus fotos, tenías que dedicar tiempo a revelar la película o pagar a un laboratorio para que hiciera el trabajo, y luego repetir el proceso si querías copias.
Sin embargo, a partir de 2005, todas esas barreras se derrumbaron en un abrir y cerrar de ojos. Pronto, los consumidores producían millones de fotos digitales al año. Pero lo que parecía una época de abundancia fotográfica fue, en realidad, un momento de extrema vulnerabilidad.
“[Los consumidores] desconocían lo que no conocían”, afirma Cheryl DiFrank, fundadora de My Memory File, una empresa que ayuda a sus clientes a organizar sus bibliotecas de fotos digitales. “La mayoría de nosotros no nos tomamos el tiempo necesario para comprender a fondo las nuevas tecnologías. Simplemente descubrimos cómo usarlas para hacer lo que necesitamos hoy… y el resto lo resolvemos después”.
La gente no lo sabía en ese momento, dice DiFrank, pero no pudieron “averiguar el resto más tarde”.
La memoria del consumidor promedio se encontraba dispersa de forma precaria en una amplia gama de tecnología portátil de primera generación, susceptible a pérdidas, robos, virus y obsolescencia: cámaras, tarjetas SD, discos duros, memorias USB, cámaras Flip Cam, CDs y una maraña de cables USB que funcionaban con algunos dispositivos, pero no con otros.
Al mismo tiempo, las laptops comenzaban a superar a las computadoras de escritorio por primera vez en la historia. La gente podía almacenar y ver fotos exclusivamente en sus laptops, un dispositivo que, por desgracia, también era más fácil de romper o extraviar.
Las ventas de cámaras digitales se dispararon en 2005, alcanzaron su punto máximo en 2010 y luego se desplomaron, según la Cipa. El iPhone de Apple se lanzó en 2007, y pronto los teléfonos móviles revolucionaron por completo la incipiente explosión de las cámaras digitales. Los consumidores adoptaron rápidamente la nueva tendencia fotográfica, a menudo sin detenerse a proteger las fotos que ya habíamos tomado.
El dolor de perder fotos es personal para Cathi Nelson. En 2009, le robaron de casa su ordenador y su disco duro externo de respaldo. Ante la falta de almacenamiento en la nube accesible en ese momento, perdió gran parte de los recuerdos de su familia para siempre. Es irónico, ya que Nelson se gana la vida ayudando a otras personas a recuperar sus fotos desaparecidas.
Ese mismo año, Nelson fundó The Photo Manager”, una organización de miembros para organizadores profesionales de fotos digitales. Para entonces, las colecciones de fotos ya estaban tan desordenadas que se despertó una enorme demanda de ayuda profesional, afirma. “La gente está abrumada por las opciones, la tecnología y los datos”, escribió Nelson en un informe técnico que detallaba el problema.
Los miembros de The Photo Managers ayudan a sus clientes con el “agujero negro” de 2005-2010 constantemente. “Lo veo una y otra vez, todo el asunto del ‘agujero negro’ digital”, dice Caroline Gunter, miembro del grupo. “Hubo un período, desde principios de la década de 2000 hasta 2013, en el que era muy difícil para la gente organizarse y se perdían fotos”.
Nelson, Gunter y otros miembros de The Photo Managers dicen que recuperan fotos pixeladas de bebés de teléfonos Nokia plegables, recuperan fotos de CDs de fotos y lidian con el servicio de atención al cliente en sitios web de álbumes de fotos en línea como Snapfish o Shutterfly.
“Nuestros miembros siempre dicen que es el único trabajo que hacen en el que la gente llora cuando les devuelven todo”, dice Nelson.
Al mismo tiempo, se produjo otro cambio radical: el intercambio gratuito de fotos online. No solo teníamos la capacidad de generar millones de fotos, sino que también podíamos compartirlas con toda la humanidad, de una forma que parecía mucho más permanente de lo que realmente era.
En 2006, la plataforma de redes sociales MySpace era el sitio web más popular de Estados Unidos y, para muchos, se convirtió en el servicio predilecto para compartir y almacenar fotos. Pero su reinado duró poco.
Facebook se lanzó en 2004 y, para 2012, contaba con más de 1.000 millones de usuarios. Pronto, MySpace cayó en el olvido, dejando atrás innumerables fotos y otros recuerdos digitales.
En 2019, MySpace anunció que 12 años de datos se habían borrado en un fallo accidental del servidor. La compañía afirmó que “todas las fotos, vídeos y archivos de audio” publicados antes de 2016 se habían perdido para siempre, toda una generación de imágenes perdidas en el tiempo.
Sin embargo, MySpace no era el único centro para almacenar fotos. Kodak, Shutterfly, Snapfish, la cadena de farmacias Walgreens y muchas más apostaron por los servicios de fotografía en internet.
Los clientes obtenían galerías de fotos online gratuitas, y las empresas podían generar ingresos mediante impresiones y regalos. Al principio, el modelo fue un éxito rotundo. Shutterfly, por ejemplo, salió a bolsa en 2006 con una oferta pública de venta de acciones de gran repercusión que recaudó US$87 millones.
El resto de lo que sucedió queda para los libros de historia y para los estudios de casos de las escuelas de negocios. Kodak, por ejemplo, se declaró en quiebra (aunque la empresa resurgió tiempo después).
Shutterfly adquirió todas las fotos de la Galería Kodak EasyShare, pero mi propia experiencia demuestra que no fueron buenas noticias para mis fotos. Para transferir mis fotos de Kodak EasyShare a Shutterfly, necesitaba vincular ambas cuentas, una tarea que nunca completé a pesar de los múltiples correos electrónicos de Shutterfly instándome a hacerlo.
Los correos electrónicos de marketing de la empresa prometían a los clientes que Shutterfly nunca las eliminaría. Tiempo después, inicié sesión en mi cuenta y descubrí que las fotos estaban archivadas y eran inaccesibles.
Un portavoz de Shutterfly afirma que mi historia es conocida y que la empresa hizo todo lo posible para ayudar a los clientes con la transición a Kodak. Sin embargo, lamentablemente, algunas fotos se volvieron irrecuperables con el tiempo.
Shutterfly aún conserva algunas fotos, pero la empresa no las entrega. Según un portavoz, no se puede acceder, descargar ni compartir las fotos almacenadas en Shutterfly a menos que se compre algo cada 18 meses. Puedo usar esas fotos para crear un producto como un calendario de fotos que Shutterfly me vende con gusto, pero no puedo tener mis archivos a menos que haga compras regulares. Casi siento que mis recuerdos están secuestrados.
“Lo que la gente no comprende es que uno de los mayores gastos de los negocios en línea es el almacenamiento”, afirma Karen North, profesora de la Facultad de Comunicación Annenberg de la Universidad del Sur de California. “Había tanto entusiasmo por las nuevas tecnologías que no se prestó atención real —y mucho menos atención pública— a la necesidad de un modelo de negocio sostenible”.
En la década de los 2000, el costo del almacenamiento digital era considerablemente mayor que en la actualidad. El almacenamiento en la nube externo para empresas apenas comenzaba a surgir en ese momento, y muchas compañías tenían que construir y operar sus propios servidores, lo que suponía un gasto enorme.
Los consumidores producían millones de fotos digitales, pero a largo plazo, las empresas en línea no podían permitirse almacenarlas, afirma North.
“A principios de la década de los 2000, se creía que si subías algo a internet, debía ser gratis”, dice North. “Todos vivíamos nuestras ‘segundas vidas’ gratis. Gmail era gratis. Ahora, al recordarlo, piensas en cómo una pequeña cuota de suscripción a Kodak, o a cualquiera de estos sitios, podría haber protegido nuestros recuerdos”.
En cambio, ahora los clientes pagan un precio diferente: todas esas fotos que se cargaron y compartieron rápidamente (pero no se imprimieron ni se hizo una copia de seguridad en un disco duro externo) entre 2005 y 2010 están gravemente comprometidas.
“Estamos maravillados con todo esto que nos dan gratis”, dice Sucharita Kodali, analista de mercado minorista de Forrester Research. “Nadie se pregunta: ‘¿Qué pasará en cinco o diez años?’. Perdimos por completo nuestro pensamiento crítico porque estábamos deslumbrados por el internet gratuito”.
Las soluciones actuales de almacenamiento de fotografías pueden parecer más permanentes, pero expertos como Nelson dicen que aún existen los mismos riesgos.
“Psicológicamente, la gente no entendía la diferencia entre los datos digitales y una fotografía física”, dice Nelson. “Creemos que estamos viendo una fotografía real. Pero no es así. Estamos viendo un montón de números”. Puedes tener una imagen en la mano, pero los datos están a un clic de desaparecer.
“Todo se reduce a la redundancia”, dice Nelson. “Corremos un riesgo mucho mayor que cuando las fotos simplemente se imprimían”. Si los consumidores dependen demasiado de la nube, el destino de sus fotos está en manos de una empresa que podría quebrar o decidir borrarlas todas.
“O mi ejemplo del robo de un disco duro externo, que pensé que era la copia de seguridad ideal”, añade Nelson. “Por eso la redundancia es clave”.
Los administradores de fotos se adhieren a la regla del “3-2-1” para el almacenamiento de fotografías. Según esta lógica, siempre deberías tener tres copias de cada foto: dos almacenadas en diferentes medios (como la nube y un disco duro externo) y una copia guardada en una ubicación física separada (como un disco duro externo en casa de un familiar). Es la mejor protección contra fallas tecnológicas y desastres naturales.
Aprendí ese mensaje a las malas. Hoy, guardo todas las fotos que me envían por SMS o correo electrónico en mi dispositivo, que se respalda automáticamente en Google Fotos. Una vez al mes, hago una copia de seguridad de Google Fotos en mi disco duro externo.
También es buena idea editar tus fotos a diario. Sentir que tienes una cantidad manejable de fotos significa que es más probable que tengas el control. “El volumen [de fotos] ahora mismo es una locura”, dice Gunter. “La selección de fotos es lo que está metiendo a la gente en problemas, porque no tienen tiempo. Simplemente siguen acumulando el desorden”.
En cuanto a mi 40 cumpleaños, recibí algunas joyas que nunca había visto. Yo con un corte de pelo increíblemente corto, el extraño futón que no pudimos vender y lo abandonamos en la acera, los azulejos de un baño que ya no existe, bolsos enormes e innecesarios. Incluso descubrí un video granulado de mi perro grabado con un teléfono plegable mientras se oye a un amigo diciendo que estaba enamorado de “un chico cualquiera”, el mismo con el que se casó 15 años después.
Hay algo que sabemos ahora y que desconocíamos entonces: las redes sociales, o cualquier servicio online, podrían no ser guardianes fiables de nuestras fotografías. Somos los únicos que podemos asumir la verdadera responsabilidad de nuestros recuerdos y mitigar los riesgos asociados.
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