El intento de linchamiento de los presuntos asesinos de la niña Camila en Taxco, Guerrero, no fue un caso aislado. En las últimas décadas este fenómeno ha incrementado, llegando a registrarse hasta 22.4 casos e intentos en promedio por mes, detalla una investigación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
La palabra linchamiento se deriva del apellido del estadounidense Charles Lynch, un juez improvisado del estado de Virginia, famoso por infligir penas crueles a criminales, y sin tomar en cuenta procedimientos legales, durante la guerra de Independencia.
La CNDH define el linchamiento como un ”acto de agresión física que lleva a cabo un grupo de personas, incitados por la propia multitud, en contra de una o más personas, con el pretexto de ser supuestamente sancionadas por la colectividad por la presunta comisión de una conducta delictiva o en agravio de la comunidad, justificándose en la inoperancia de la autoridad, a la que consideran no sancionará a los responsables.
Por lo tanto, deciden tomar la justicia en sus manos y castigar de manera corporal, directa e inmediata a los sujetos presuntamente responsables, sin permitirles defensa alguna, lo que puede llegar a provocar su muerte.”
Un estudio de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), elaborado por los investigadores Raúl Rodríguez Guillén y Norma Ilse Veloz Ávila, señala que en el periodo que va del 2016 al 2022, se han registrado mil 423 casos en la modalidad de linchamiento y 196 en grado de tentativa, es decir, un total de mil 619.
De acuerdo con los datos recopilados, los linchamientos no ocurren exclusivamente en el medio rural, sino en zonas netamente urbanas, siendo Puebla, Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala, Oaxaca y la Ciudad de México las entidades con mayor prevalencia al concentrar más de 74 por ciento de los casos.
Los investigadores del Departamento de Sociología de la Unidad Azcapotzalco argumentan que este tipo de estallidos surgen cuando la ciudadanía se siente insegura y sin esperanza de beneficiarse de los mecanismos de justicia establecidos, así como por el descontento individual ocasionados por las ofensas de un miembro de la sociedad o autoridad que generan un reclamo conjunto.
“El encono es canalizado por muchedumbres que deciden hacer justicia por propia mano, ante la ineficiencia de las instituciones oficiales, generando una crisis de autoridad que constituye una de las causas profundas de la violencia social”, señalan.
Otro estudio del Instituto Belisario Domínguez (IBD) del Senado, elaborado por Juan Pablo Aguirre Quezada, destaca que han habido años en los que este tipo de agresiones se han disparado. Es el caso de 1997, cuando se registraron 27 casos; 2010, con 47 y 2013, con 40.
El estudio de Aguirre abarca de 1992 a 2018, años en los que registró 366 casos, la mayoría de estos ocurridos en la zona centro-sur del país.
Sobre los motivos, el estudio del BID señala que el 63% de los linchamientos se asocian a la presunta comisión de robos; el 20% a atropellos de alguien de la comunidad; el 9% contra presuntos secuestradores y el 8% contra supuestos violadores.
El ave del terror superaba los 2,5 metros de altura y tenía poderosas extremidades y un pico enganchado con el que destrozaba a sus presas.
Hace 13 millones de años, en los amplios pantanales primitivos de Sudamérica, un enorme reptil aviar no volador, conocido como el “ave del terror”, dominaba el entorno con violenta voracidad.
Estas aves eran depredadoras por excelencia; podían alcanzar estaturas de más de dos metros y tenían poderosas extremidades, afiladas garras y potentes picos encorvados con los que despedazaban la carne de sus presas.
Sin embargo, un nuevo estudio de un fósil encontrado en Colombia hace varios años concluyó que el ave del terror posiblemente no lo tenía todo a su favor y también fue víctima de otros depredadores en un mundo de “todos contra todos”.
Los paleontólogos en el país sudamericano observaron unas marcas de colmillos en un hueso fosilizado que pertenece a una de estas peligrosas aves, lo que supone que algún otro animal aún más grande la pudo haber matado.
Los expertos compararon las perforaciones de los colmillos en el hueso de pata fosilizado con la dentadura de otro reptil prehistórico de tipo caimán o cocodrilo.
Escaneos en 3D de las mordeduras permitieron a los científicos reconstruir lo que creen que fue una “pelea a muerte” que el ave del terror no sobrevivió.
El nuevo estudio, publicado en la revista Biology Letters, comparó el tamaño y la forma de las marcas de dientes con los cráneos y dientes de depredadores similares a cocodrilos en colecciones de museos.
Los investigadores dicen que la muestra es una rara evidencia de la interacción entre dos de los principales depredadores extintos de la época.
El hueso estudiado fue descubierto hace más de 15 años en el desierto de Tatacoa en Colombia.
Cuando el ave habitaba en los pantanos de la región hace 13 millones de años, tendría unos 2,5 metros de altura y se cree que usaba sus poderosas extremidades para dominar y despedazar a su presa.
Lo que los científicos no han podido probar de forma concluyente es si esta particular y desafortunada ave del terror murió en el ataque o si el caimán la devoró como carroña.
“En las marcas de mordedura del hueso no hay señales de curación”, explicó el principal investigador Andrés Link, de la Universidad de los Andes, en Bogotá.
“Así que si ya no estaba muerta, murió en el ataque. Ese fue el último día en que el ave estuvo en este planeta. 13 millones de años después se encontró un pedazo del hueso de su pata”.
El desierto de Tatacoa es rico en yacimientos de fósiles de una época conocida como el Mioceno Medio.
En ese entonces, era un pantano húmedo, donde la sedimentación de los ríos atrapaba y fosilizaba los huesos de animales muertos, resultando en los restos preservados que se encuentran en la actualidad.
Este hueso en particular fue descubierto hace 15 años por César Augusto Perdomo, un coleccionista de fósiles de la región.
Los científicos colombianos trabajaron conjuntamente con Perdomo, estudiando y catalogando los fósiles que había recopilado en su museo.
Allí se dieron cuenta de que el trozo de hueso del tamaño de un puño correspondía a la pata de una ave del terror.
Ese fue un descubrimiento emocionante, porque los fósiles de ave del terror son raros.
Link y sus colegas también quedaron fascinados con las marcas de perforaciones en el hueso, que claramente habían sido hechos por los colmillos de otro poderoso depredador.
Dichas marcas corresponderían a una especie de caimán extinto llamado Purussaurus neivensis, un tipo de cocodrilo que midió hasta cinco metros de largo.
Los investigadores piensan que emboscó a su presa desde la orilla del río, muy similar a como lo hacen los cocodrilos y caimanes modernos.
“Me imaginaría que estaba esperando a que una presa se acercara”, expresó Link.
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Si eso, en efecto, fue una batalla entre dos depredadores ápice, que permite formar una idea de lo que era un antiguo ecosistema.
Las feroces aves del terror pudieron ser mucho más vulnerables a los depredadores de lo que se pensaba.
“Cada pedazo de un cuerpo nos ayuda a comprender mucho sobre cómo era la vida del planeta en el pasado”, declaró Link a la BBC.
“Eso es algo que me asombra, cómo un pequeño hueso puede completar una historia”.
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