Después de más de tres años y medio de proceso judicial, y de prisión preventiva, Bethzabee Brito, viuda de Isaac Gamboa Lozano, exfuncionario de la Secretaría de Hacienda federal en el sexenio de Peña Nieto, fue sentenciada a 125 años de cárcel por su asesinato y por el de sus dos hermanos, su hermana, y su madre de 60 años, en lo que se dio a conocer como ‘El Caso Viuda Negra’.
Gamboa Lozano y su familia fueron asesinados por un grupo de hombres armados en mayo de 2020 mientras descansaban en un lujoso fraccionamiento de Temixco, Morelos, a escasos kilómetros de Cuernavaca.
Al momento del multihomicidio, Isaac Gamboa, que previamente había sido titular de la Unidad de Política y Control Presupuestario de Hacienda con Luis Videgaray, José Antonio Meade, y José Antonio González Anaya, estaba siendo investigado por el gobierno de Chihuahua que encabezaba Javier Corral por operar, presuntamente, una trama de corrupción para triangular recursos de la Hacienda federal a las campañas del PRI en 2016 en Chihuahua, Veracruz, Tamaulipas y Sonora, en un caso conocido como ‘Operación Safiro’. Sin embargo, la investigación no llegó a concretarse en una imputación formal tras la atracción del caso por la entonces Procuraduría General de la República (PGR, hoy FGR).
A la semana del asesinato, la Fiscalía de Morelos detuvo a la viuda del exfuncionario, Bethzabee Brito, a la que acusaba como autora intelectual del multihomicidio. La mujer fue señalada por una testigo protegida, de nombre ‘Jazmín’, de haber facilitado el acceso a la vivienda de verano al grupo armado que mató a su marido y a sus familiares.
En ese grupo armado estaba Carlos José ‘N’, alias El Dientes, exintegrante de la Marina y escolta personal de Isaac Gamboa, quien habría planeado junto a Bethzabee ‘N’, con quien habría mantenido una relación sentimental, el multihomicidio por un móvil ‘pasional’.
Carlos José, así como Aldo ‘N’, también integrante de las Fuerzas Armadas, y otro hombre apodado ‘El Viejón’, continúan prófugos de la justicia a casi cuatro años del suceso y con órdenes de aprehensión vigentes. Quien sí fue detenido a los pocos días del suceso en Temixco fue otro sujeto llamado Jesús Manuel ‘N’, alias ‘El Mongoy’, que justo hace casi un año fue sentenciado también a 125 años de cárcel como uno de los copartícipes del multiasesinato.
En la audiencia de ayer viernes, la jueza, a pesar de que la Fiscalía de Morelos pedía la pena máxima que marca el Código Penal estatal, es decir, de 70 años por víctima (350 años), le rebajó la sentencia a 125 años por ser “primodelincuente”, así como el pago de una multa a los familiares de las víctimas de unos 6 millones de pesos.
La sentencia llega luego de casi tres años de tortuoso proceso legal, y luego de que Bethzabee cambiara de defensor en al menos cuatro veces en tres años. La última vez fue el 21 de mayo del año pasado, cuando la audiencia intermedia se pospuso luego de la jueza del proceso destituyera del cargo al abogado de la viuda de Gamboa, alegando que éste carecía “del suficiente conocimiento técnico” para asumir su defensa con garantías.
En junio de 2021, Animal Político documentó en un reportaje que el asesinato de Isaac Gamboa Lozano puso al descubierto una red de empresas fantasma y de lavado de dinero de la que se habrían beneficiado tanto él como su viuda, hoy sentenciada.
La red, integrada por al menos 30 compañías fachada documentadas por este medio, realizaba depósitos millonarios a Bethzabee ‘N’, a pesar de que ésta declaró ante Hacienda que no tenía empleo ni ingresos.
Asimismo, el matrimonio disponía de numerosas viviendas de lujo no declaradas por el exfuncionario, que tampoco declaró transacciones millonarias con uno de sus hermanos, que también fue asesinado en mayo de 2020 en la casa de descanso de Temixco.
Al margen de la sentencia por el multihomicidio, Bethzabee ‘N’ aún puede ser investigada por delitos financieros, como lavado de dinero y asociación delictuosa.
Cabe recordar que Isaac Gamboa no era un funcionario cualquiera en la administración de Peña Nieto: primero con Luis Videgaray, su mentor desde los tiempos en los que lo reclutó para la Secretaría de Hacienda del Estado de México, y luego con José Antonio González Anaya y José Antonio Meade, Gamboa fue responsable de la Unidad de Política y Control Presupuestario. Su firma, literal, valía miles de millones de pesos, pues tenía el poder de atribuir convenios millonarios entre la Hacienda federal y los gobiernos de los estados para transferirles recursos desde las arcas de la Federación.
De hecho, fue por medio de ese mecanismo de la firma de convenios que Gamboa estuvo involucrado en la Operación Safiro, aunque, como ya se expuso, no llegó a concretarse una imputación formal tras la atracción del caso por la entonces PGR. Por lo que, hasta el momento, el caso solo se ha centrado en el posible móvil ‘pasional’ como origen del multihomicidio, aunque fuentes del entonces gobierno de Chihuahua siempre sostuvieron que el ‘silencio’ de Gamboa con su asesinato pudo haber convenido mucho a otros implicados en la Operación Safiro y otros casos de corrupción durante el gobierno de Peña Nieto.
Este caso también fue documentado en el libro ‘El Caso Viuda Negra: el asesinato que pone al descubierto la mayor red de lavado de dinero en el peñismo’, publicado por Penguin Random House.
El expresidente uruguayo sobre sus tiempos de guerrillero, su fuga de una prisión por un túnel, cómo conoció a su esposa, la tortura y el retorno a la libertad.
José Mujica escuchó con buen humor las disculpas: la entrevista se extendió por casi dos horas, bastante más tiempo de lo previsto.
“Yo no tengo la culpa si tuve una vida que es una novela”, comentó luego, con una leve sonrisa cómplice.
La charla transcurrió el 7 de abril de 2023, un día soleado del otoño austral.
Mujica estaba dentro de un pequeño cuarto precario instalado frente a su casa en la zona rural de Montevideo, un lugar donde abundan el aire limpio, los cantos de pájaros y los ladridos de perros.
Con 87 años de edad entonces, Mujica rememoró para el podcast Witness History de BBC World Service varias etapas de su vida, todas previas a ser electo presidente de Uruguay en 2009 y volverse una figura reconocida de la izquierda latinoamericana a nivel internacional.
Los recuerdos incluyeron sus años de lucha armada en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), la guerrilla urbana uruguaya que en las décadas de 1960 y 1970 practicó asaltos, secuestros y ejecuciones influida por la revolución cubana y el socialismo.
En aquel tiempo los tupamaros usaban la violencia contra un gobierno constitucional, por lo que muchos los responsabilizan por el espiral de violencia que condujo al golpe de Estado militar de 1973, aunque según Mujica había en Uruguay una “democracia enferma” que reprimía cada vez más e iba hacia una dictadura inevitable como en otros países en la región.
El hombre apodado “Pepe” también sostuvo que nunca llegó a matar a alguien. “Yo no tengo ningún asesinato. De pura casualidad, pero no tengo ninguno”, dijo durante la entrevista.
Narró episodios como su fuga con otros 105 tupamaros y algunos presos comunes de la cárcel montevideana de Punta Carretas en 1971 por un túnel, un hecho impactante que llevó al gobierno a transferir de la policía a los militares el comando del combate a la guerrilla.
También se refirió a su período más largo y duro en prisión, así como al recuerdo de su primer encuentro con Lucía Topolansky, quien mucho después se volvería su esposa y en 2010 lo investiría como presidente por ser la senadora más votada, una vieja tradición en Uruguay.
Lo que sigue es un resumen de cinco de esos momentos en la vida de Mujica, relatados por él mismo, junto a un pedido que indicó para su muerte.
En esa época yo era el jefe militar de una columna (del MLN-T). Estábamos preparando una operación que al final se hizo legendaria.
Había un grupo económico en Uruguay que guardaba riqueza clandestinamente para eludir impuestos. Tenía reservas en monedas de oro, libras esterlinas… Teníamos la información y estábamos preparando esa operación (para robarlo).
Estábamos en un café con compañeros legales, que no eran clandestinos. Llegó una patrulla y ahí anduvimos a los tiros. Traté de resistir y recibí algunos balazos en el suelo a causa de los cuales perdí el bazo, me hirieron el páncreas y fui a dar a un hospital militar que estaba muy cerca.
Me operaron. Y yo no sabía nada: el que me operó era un médico compañero que yo ni conocía. Fue una desgracia con suerte.
La primera fuga, que se llamó “El Abuso”, está precedida por un montón de intentos.
La idea era que los compañeros de afuera de la cárcel hicieran un túnel hacia adentro. Pero tuvo enormes inconvenientes que causaron alarmas y la hicieron peligrar.
En esas condiciones surgió la idea de intentar un túnel de adentro de la cárcel hacia afuera. Pero había que solucionar una multitud de problemas. Uno de ellos: ¿cómo agujerear las paredes en una cárcel vieja de ladrillos enormes, muy duros?
Nos enteramos por los presos comunes que las paredes se serruchan con una cadena. Hicimos un primer ensayo en la celda en que yo estaba con otros compañeros. Robamos una cadena de los baños, hicimos un agujerito de un lado al otro y empezamos a serruchar. Pero las cadenas no resistían. Entonces decidimos cortar por la mezcla, el material más blando, con los alambres de las camas.
Mediante sobornos, convencimos a algunas autoridades para que las requisas fueran una mirada desde afuera y nada más.
Estábamos en un piso arriba y el piso de más abajo era de presos comunes. Necesitábamos atravesar las paredes de tal manera que se sacaban unos paneles cuadrados y se ponían.
Hacíamos entrar portland blanco (un tipo de cemento) entreverado con harina. Con eso hacíamos un revoque que después ensuciábamos con café y yerba, para que quedara con la impresión general que tenían las celdas. Entonces estábamos en condiciones de sacar los pedazos y comunicarnos.
Habíamos logrado convencer a un preso común que estaba abajo, a partir de cuya celda íbamos a iniciar el túnel hacia afuera, con la promesa de que cuando lográramos la libertad también lo íbamos a llevar. Y así fue.
Fue una obra que llevó más de un mes. Organizamos a los compañeros más fuertes para que fueran haciendo el túnel. Tuvimos que solucionar el problema del aire con unos fuelles que fabricamos.
Cuando llegamos al cimiento había que bajar más y ahí nos encontramos con un pedazo de roca que nos trancó. El plan estuvo a punto de fracasar, pero logramos superarlo. Y atravesamos la calle.
Sacábamos la tierra en bolsitas y la íbamos poniendo debajo de las camas. Quedamos casi atorados de tierra, pero disimulamos.
Pudimos aprontar la infraestructura para una noche determinada en la que los compañeros tenían que ocupar las casas de enfrente, por donde íbamos a salir.
Teníamos algunos compañeros que eran ingenieros que inventaron un aparato para podernos guiar bajo tierra. Le erramos por un metro más o menos al lugar por donde teníamos que salir.
Los compañeros que ocuparon la casa, con un estetoscopio, averiguaban los golpes.
Estábamos contentos, pero muy preocupados. Esto estuvo acompañado con una fiesta que hicieron otros compañeros en una parroquia que había al lado, con baile y todo, que distraía.
Paralelamente en otro extremo de la ciudad, en La Teja, los compañeros que estaban afuera hicieron una cantidad de operaciones que tenían la función de tratar de llevar el aparato policial hacia los disturbios, para que hubiera menos capacidad represiva en la zona donde estábamos.
Salimos en dos camiones que se habían conseguido en una barraca.
A mi esposa la conocí la noche que nos escapamos de la cárcel. Ella estaba con la gente que apoyaba desde afuera. Habían ocupado una de las casas en las cuales nosotros emergimos de abajo de la tierra para salir de la cárcel luego de haber hecho el túnel.
La vi casi accidentalmente y seguimos la vida.
Era una estudiante avanzada de arquitectura que trabajaba en una financiera paralela de un banco. Era muy bonita y joven.
Dentro de los trabajos que tenía en la financiera, la mandaban con un bolso de dinero a algunas avionetas que paraban en Carrasco. Era un negocio de economía financiera clandestina. Y decidió denunciarlo.
Pero el banco estaba muy conectado a los intereses de un ministro de Economía de la época. Se dio cuenta que los recursos legales que se podían hacer iban a fracasar y decidió pasarle la información a los tupamaros.
Unos compañeros fueron a esa oficina. Se llevaron un montón de documentación e hicieron la denuncia pública. Los dueños de la financiera no tuvieron mejor idea que hacer un incendio para tratar de disimular la cosa. Fue un escándalo.
Yo fui preso de vuelta y me volví a escapar. Esta segunda fuga fue al revés: un túnel de afuera hacia adentro.
Y nos encontramos una noche en que andábamos muy perseguidos. Yo ocupaba un cargo de relativa dirección y ella tenía contactos con parte del aparato clandestino.
Los humanos, aunque no lo sabemos, cuando vivimos una atmósfera de peligro donde está en juego a cada paso la libertad y la vida, nos aferramos al amor porque la naturaleza biológica nos lo impone.
Y nos juntamos una noche, en la costa de un arroyo.
Estuve en una especie de sótano muy húmedo en un cuartel de (la ciudad de) Paso de los Toros años después, cuando ya habían dado el golpe de Estado los militares.
Recuerdo que mantenía seis, siete ranitas en el calabozo. Les ponía un vasito con agua, para que se bañaran. Ranitas de zarzal.
Allí fue donde registré que las hormigas gritan cuando tú las agarras y las pones en el tímpano de la oreja.
Era como un corredor largo. En la parte de adelante siempre había un guardia, que caminaba de un lado al otro. Una larga escalera salía a un lugar donde estaba la guardia de soldados. Cuando había que ir al baño teníamos que llamar y nos llevaban.
En esa época, cada siete u ocho meses nos cambiaban de cuartel. Aprendimos una cosa: siempre se puede estar peor. Yo estuve siete años sin poder leer, sin libros, sin nada.
Muchos plantones y torturas varias al principio. Todo es relativo.
Por ejemplo, en el cuartel de Minas, cuando me sacaron de la cárcel y empezaron el peregrinaje por los cuarteles, estuve seis meses atado con alambre, esposado atrás. Tenía que pasar el día sentado en un banquito contra la puerta, en un calabozo.
Ahí me enteré que estaba cayendo Saigón en la guerra de Vietnam.
Yo salí en la primera tanda de compañeros, dos días antes, porque los que no tenían delitos de sangre salimos primero.
Pero salí con una misión: tenía que conseguir un local para que nos pudiéramos juntar. Y así fue.
Fui a mi casa, le di un abrazo a mi madre y salí inmediatamente a conseguir ese local. Logramos un convento en el cual nos juntamos y estuvimos casi un mes, donde decidimos lo que íbamos a hacer en esa etapa.
La noche que salí habían liberado a las compañeras también. Y alguna mano amiga la trajo (a Lucía) a mi casa. Nos dimos un abrazo y nos juntamos hasta hoy.
Manuela vivió 22 años. Es un récord. Se murió de vieja y está enterrada debajo de un secuoya. Cuando yo me muera, les he pedido que me calcinen y que me entierren ahí.
La vida es hermosa. Y triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae, en todos los órdenes.
El único milagro que hay es haber nacido. Por lo tanto, hay que darle una causa al milagro de haber nacido.
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