
Las mujeres masái estallan en abucheos cuando un anciano de la comunidad, envuelto en una tradicional manta roja, afirma que la mutilación genital femenina prácticamente se erradicó en su comunidad, en el sur de Kenia.
Las mujeres saben que la mutilación de niñas -que consiste en la extirpación total o parcial del clítoris y de los labios menores- sigue siendo una práctica arraigada en algunas aldeas remotas del condado de Narok, a unas tres horas de la carretera asfaltada más cercana.
Sus defensores afirman que la mutilación es como un rito de paso. Sin embargo, la práctica provoca graves complicaciones de salud para las mujeres.
Una enfermera local dijo a la AFP que un 80% de las niñas de la zona siguen siendo afectadas, pese a que fue declarada ilegal en 2011.
“¿Por qué dicen que dejaron de hacerlo? Tenemos adolescentes que llegan al hospital mutiladas“, señala una mujer entre la multitud reunida en la aldea de Entasekera.
Las mujeres asienten con firmeza mientras que los hombres permanecen inexpresivos.

La mutilación genital femenina (MGF) perduró durante décadas, pese a la presión para erradicarla, primero por parte de los colonizadores británicos y posteriormente de ONG kenianas e internacionales.
La práctica persiste en la comunidad debido a la creencia de que una niña debe ser mutilada antes del matrimonio y que, si no lo es, será objeto de ostracismo.
Actualmente, se sigue practicando no sólo entre las comunidades masái rurales del sur, sino también en el noreste, en zonas donde hay una diáspora somalí que registran tasas superiores al 90%.
También persiste en algunas zonas urbanas y en grupos con mayor acceso a la educación, donde los activistas señalan un auge de la “MGF medicalizada”.
Una encuesta gubernamental de 2022 indicó que, a nivel nacional, el porcentaje de adolescentes afectadas cayó del 29% al 9% desde 1998. Pero esa cifra no refleja la realidad en algunas zonas.
Muchos de los hombres masái presentes en la reunión afirman que la práctica debería desaparecer y uno argumenta que “una mujer no mutilada es mejor en la cama”.
“Gritaba y me resistía”, relata Martha, de 18 años, que tenía 10 cuando dos mujeres, bajo la presión de su comunidad, la mutilaron en su casa en Narok East por decisión de su padre.
Más tarde, huyó a un refugio local dirigido por el activista Patrick Ngigi, quien afirma que su organización “Mission with a Vision” rescató a unas 3.000 víctimas de la MGF desde 1997.
El refugio, apoyado por el Fondo de Población de Naciones Unidas, cuenta con cámaras de vigilancia y botones de pánico para proteger a las niñas de padres y ancianos que se oponen a su labor.
“Es un trabajo peligroso. Te ganas muchos enemigos, pero con el tiempo te acostumbras”, comenta Ngigi, objeto de maldiciones por parte de ancianos de la comunidad.

Ngigi señala que el cambio requiere educación, diálogo y acabar con la corrupción. “Cuando llega un policía y te encuentra haciéndolo, simplemente le das algo y continúas”, explica.
Una acusación que el agente de policía Raphael Maroa rechaza, pero reconoce que la mutilación sigue profundamente arraigada y que a muchas niñas se las llevan a Tanzania, en secreto, para someterlas al procedimiento.
También critica la falta de educación en la comunidad (la mitad de la población de Narok es analfabeta, según cifras de 2022) pero admite que sus dos hijas fueron mutiladas para evitar “conflictos con mis padres”.
La de los masái es una de las comunidades más empobrecidas de Kenia. Durante décadas han ido perdiendo sus tierras: primero, por el colonialismo y, más recientemente, por el turismo. Esto hace que algunos sigan desconfiando de los forasteros que intentan cambiar su modo de vida.
Un joven masái dice que algunos de sus amigos aún creen en la mutilación genital femenina, pero afirma que las niñas ya no son maldecidas -una forma de control social utilizada por los ancianos- por negarse a ella.
Cynthia Taruru discrepa. Su padre la maldijo cuando su hermana, con estudios universitarios, la rescató de la MGF a los 11 años.
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“Sentía que me iba a morir o que no podría tener hijos“, relata Taruru, hoy de 23 años. “Tuve que pagarle una vaca para que levantara la maldición”, detalla.
Según las autoridades sanitarias locales, las víctimas de MGF suelen sufrir fístulas y partos obstruidos, complicaciones que se agravan por las largas distancias hasta los centros de salud.

Muchas mujeres jóvenes, para evitar que sus familias sean arrestadas por permitir la MGF, optan por dar a luz en casa, lo que aumenta el riesgo de complicaciones y de muerte.
Una práctica “monstruosa” que provoca “hemorragias, dolor e infecciones”, explica Loise Nashipa, una enfermera de 32 años de Entasekera.
Al caer la noche en el refugio de Ngigi, las niñas celebran la graduación de Cecilia Nairuko, de 24 años. Cuando tenía 15 años, logró escapar a la MGF y a un matrimonio concertado y se tituló como psicóloga.
Radiante, baila por las instalaciones con una toga de graduación. Pero su ánimo se ensombrece al hablar de su familia, ya que su padre y tres de sus cuatro hermanos aún no la perdonaron.

Aunque se ha dicho muchas veces que es mejor consumir la fruta entera y no su jugo por el aporte de fibras, no faltan estudios que le encuentran virtudes. interesantes a esta bebida.
En concreto, una investigación reciente ha demostrado que el consumo regular de jugo de naranja puede influir en la actividad de miles de genes dentro de nuestras células inmunitarias.
Muchos de estos genes ayudan a controlar la presión arterial, calmar la inflamación y regular la forma en que el cuerpo procesa el azúcar, lo que contribuye a mejorar la salud cardíaca a largo plazo.
Los investigadores realizaron un seguimiento a adultos que bebieron 500 ml de jugo de naranja pasteurizado puro cada día durante dos meses. Después de 60 días, muchos genes asociados con la inflamación y la hipertensión arterial se habían vuelto menos activos.
Entre ellos, NAMPT, IL6, IL1B y NLRP3, que suelen ponerse en marcha cuando el cuerpo está sometido a estrés.
Otro gen conocido como SGK1, que afecta a la capacidad de los riñones para retener sodio (sal), también redujo su actividad.
Estos cambios coinciden con hallazgos previos que indican que beber jugo de naranja a diario puede reducir la presión arterial en adultos jóvenes.
El hallazgo ofrece una posible explicación a por qué el jugo de naranja se ha relacionado con una mejor salud cardíaca en varios ensayos.
El nuevo trabajo muestra que, a la vez que eleva el azúcar en sangre, esta bebida cítrica desencadena pequeños cambios en los sistemas reguladores del cuerpo que reducen la inflamación y ayudan a relajar los vasos sanguíneos.
Tiene sentido si pensamos que los compuestos naturales de las naranjas, en particular la hesperidina, un flavonoide cítrico conocido por sus efectos antioxidantes y antiinflamatorios, pueden influir en los procesos relacionados con la hipertensión arterial, el equilibrio del colesterol y la forma en que el cuerpo procesa el azúcar.
La respuesta varió en función del tamaño corporal: las personas con más peso tendían a mostrar mayores cambios en los genes implicados en el metabolismo de las grasas, mientras que los voluntarios más delgados mostraban efectos más fuertes sobre la inflamación.
Una revisión sistemática de ensayos controlados en la que participaron 639 personas de 15 estudios descubrió que el consumo regular de jugo de naranja reducía la resistencia a la insulina y los niveles de colesterol en sangre. La resistencia a la insulina es una característica clave de la prediabetes, y el colesterol alto es un factor de riesgo establecido para las enfermedades cardíacas.
Otro análisis centrado en adultos con sobrepeso y obesidad encontró pequeñas reducciones en la presión arterial sistólica y aumentos en las lipoproteínas de alta densidad (HDL), a menudo denominadas colesterol bueno, tras varias semanas de consumo diario de jugo de naranja.
Aunque estos cambios son modestos, incluso las mejoras leves en la presión arterial y el colesterol pueden marcar una diferencia significativa si se mantienen durante años.
A esto se le suma que, según una revisión reciente, el jugo de naranja influye en las vías relacionadas con el uso de energía, la comunicación entre las células y la inflamación. También puede afectar a la microbiota intestinal, que cada vez se considera más importante para la salud cardíaca.
Si nos decantamos por jugo de naranja sanguina, basta consumirlo durante un mes para que aumente el número de bacterias intestinales que producen ácidos grasos de cadena corta. Estos compuestos ayudan a mantener una presión arterial saludable y a reducir la inflamación.
Las personas con síndrome metabólico son las que más pueden salir ganando. Una investigacion con 68 participantes obesos demostró que el consumo diario de jugo de naranja mejoraba el funcionamiento del revestimiento de los vasos sanguíneos (función endotelial), esto es, la capacidad de los vasos sanguíneos para relajarse y dilatarse.
Y eso se asocia directamente con un menor riesgo de ataques cardíacos.
Otro estudio, realizado con 129 trabajadores de una fábrica de jugo de naranja en Brasil, reveló concentraciones sanguíneas más bajas de apolipoproteína B, o apo-B, un marcador que refleja el número de partículas portadoras de colesterol relacionadas con el riesgo de sufrir un infarto.
Sin embargo, un análisis más amplio de las concentraciones de grasas en sangre reveló que, aunque los niveles de lipoproteínas de baja densidad (LDL) –colesterol malo– suelen descender, otras mediciones lipídicas, como los triglicéridos y el HDL, no varían significativamente.
En cualquier caso, parece que beber jugo de naranja no solo aporta azúcar: aunque la fruta entera sigue siendo la mejor opción debido a su fibra, un vaso diario de jugo de naranja puro podría tener efectos beneficiosos para la salud que se acumulan con el tiempo.
Estos incluyen aliviar la inflamación, favorecer un flujo sanguíneo más saludable y mejorar varios marcadores sanguíneos relacionados con la salud cardíaca a largo plazo.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
*David C. Gaze es profesor de Patología Química de la Universidad de Westminster, en Reino Unido.