Eduardo Ramírez tomó protesta este domingo como gobernador de Chiapas para el periodo 2024-2030.
Ramírez, quien ganó la elección de la mano de Morena, el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT), asumió el cargo en medio de una crisis de violencia e inseguridad que azota al estado debido a un alza récord en homicidios y al desplazamiento forzado de miles de personas.
Ante dicha situación, se comprometió a regresar la paz en todo el estado. Además, aseguró que cuenta con la experiencia y la valentía para “asumir esta responsabilidad”.
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“Hoy quiero que se escuche en cada rincón de Chiapas, en la selva, en el norte, en la fronteriza, en la Fraylesca, en la costa, en el Soconusco, en Los Altos, en los Cuxtepeques, en la región centro, la paz va a volver a reinar en nuestros caminos, la paz va a volver a regresar a los caminos de Chiapas”, declaró ante en el Congreso del Estado.
Ramírez añadió que para cumplir con el compromiso en materia de seguridad, su gobierno adoptará la estrategia de seguridad de la presidenta Claudia Sheinbaum.
“Por ello asumiremos como propios los ejes que ha convocado la presidenta. Como estoy siempre muy atento a los temas de seguridad, los tengo muy presentes en mi memoria: primeramente atender las causas; inteligencia e investigación, cooperación y coordinación con la federación y cero impunidad al delito”, puntualizó.
Ramírez solicitó al nuevo secretario de Seguridad Pública estatal, Óscar Aparicio, que la investigación de delitos se realice en coordinación con la Fiscalía General del Estado.
Dijo también que su gabinete de seguridad se encuentra a prueba y deben dar resultados. Además, aseveró que no habrá tolerancia contra delitos que “lastimen al pueblo”.
“Es importante señalarle al pueblo de Chiapas que en mi gabinete de Seguridad están a prueba, van a haber resultados (…) pedirles que todo donde exista el delito de extorsión, derecho de piso, asalto a carreteras y demás delitos que lastiman al pueblo, vamos con todo. Todos los delitos del fuero común, vamos con todo, con valor, aquí no hay derecho al miedo, la ley se va a aplicar”, dijo Ramírez en medio de aplausos.
Eduardo Ramírez tomó este domingo el cargo que dejó Rutilio Escandón, quien aseguró en su último informe de gobierno que cumplió con la misión de dejar obras para el bienestar a la población, “sobre todo para quienes menos tienen”.
Sin embargo, Chiapas es una de las entidades con menor progreso social y que además enfrenta una crisis de violencia e inseguridad que ha ocasionado el desplazamiento forzado de miles de personas.
Escandón, el cuarto mandatario no priista que el estado tienen desde el 2000 a la fecha, se sumó a la fila de gobernadores que fracasaron en el intento de resolver las ancestrales problemáticas de la entidad.
Ahora, Ramírez recibe un estado con crisis de violencia en varias de sus regiones, la cual se intensificó en 2021, cuando presuntos integrantes del Cártel de Jalisco Nueva Generación asesinaron al hijo de un operador del Cártel de Sinaloa, grupos criminales que desde entonces disputan el control territorial.
Dicha situación de inseguridad ha provocado el desplazamiento forzado de miles de personas, algunas de las cuales incluso han buscado refugio en Guatemala, a la vez el alto número de migrantes que entran por el estado se han visto afectados al ser víctimas de extorsión o reclutamiento forzado por parte del crimen organizado.
A la vez, Chiapas presenta deficiencias en materias como acceso a agua y saneamiento, matriculación en educación básica y salud, de acuerdo con el Índice de Progreso Social, realizado por la organización México, ¿cómo vamos? junto a la iniciativa Social Progress Imperative.
Eduardo Ramírez, originario de Comitán, Chiapas, se desempeñó como secretario de gobierno con Manuel Velasco en el periodo de 2013 a 2015.
También fue su principal operador en el Congreso local, de 2015 a 2018, año en que la alianza PRI-Partido Verde le negó la candidatura, lo que detonó la ruptura del Verde con el partido tricolor y el acercamiento de Velasco.
Durante el sexenio pasado fue un senador leal a Morena y llegó a ser presidente del Senado, cargo desde el cual impulsó varios temas importantes para la autodeniminada “4T”; entre ellos, dejar incompleto el pleno del Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (Inai) y el bloqueo al nombramiento de una magistrada y un magistrado de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que opera con cinco de siete magistraturas desde noviembre del año pasado.
De 2008 a 2010 fungió como alcalde de Comitán, y dos años después se desempeñó como diputado federal. Además, es profesor de Teoría de la Constitución y Teoría General del Estado en la Facultad de Derecho de la UNAM; es autor del libro “La participación del pueblo y la revocación de mandato” y coautor de “Los Bicentenarios de Chiapas: de la Independencia a la Federación”.
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De acuerdo con su semblanza curricular, es licenciado en Derecho por la Universidad Realista de México. También cuenta con una maestría en Derecho Constitucional y Amparo por el Instituto de Estudios Superiores Manuel José Rojas y un doctorado e Ciencias Políticas por el Instituto Nacional de Estudios Fiscales.
En plena frontera con Estados Unidos, un pequeño pueblo mexicano presta servicios dentales a miles de estadounidense que cruzan la frontera a pie todos los días. Un reflejo de la interacción entre ambos países que hoy está en tela de juicio. Crónica.
“Son muy amables, cariñosos y considerados con mi fobia”, dice, mientras hace fila para volver a Estados Unidos.
Los Algodones es un pequeño pueblo mexicano de 10.000 habitantes en la frontera con Estados Unidos donde uno de cada diez habitantes es dentista. El dato me lo confirma la alcaldesa, Herminia Marín; también dentista.
Le llaman “la capital mundial dental”, o “ciudad muela”.
Y cada día es visitado por entre 3.000 y 5.000 norteamericanos que vienen no solo al dentista, sino a tomarse un par de margaritas, comerse unos tacos y bailarse unas “rolas”.
Nancy vive en un pueblo de Wisconsin llamado Cleveland que está a 3.000 kilómetros de esta población. Es febrero y por estos días la temperatura en el norte de EE.UU. promedia los cero grados centígrados. Se reporta una tormenta, nieve. Y acá, mientras tanto, hace sol y la temperatura no baja de los 15.
Su esposo Bruce, un grandulón de bigote ranchero que lleva una gorra con la frase “no estoy en el campo porque estoy acá”, añade: “Volamos hasta aquí (Arizona), alquilamos un coche, nos quedamos un par de noches, fuimos al dentista, nos ahorramos miles de dólares y de paso disfrutamos de unas agradables vacaciones”.
Como esta pareja de jubilados, gente de toda Norteamérica se desplaza al sur de Estados Unidos sobre todo durante los meses invernales; parquea su auto en un gigante estacionamiento y cruza la frontera a pie para entrar a Los Algodones.
Alguna jerga coloquial les llama “los ángeles de la nieve”, o “las aves migratorias”.
Son turistas que luego se van de México con una sonrisa reluciente, fascinados por la hospitalidad de meseros y dentistas. Un flujo migratorio que revela cómo es —o cómo ha sido por décadas— la interacción cultural y comercial entre mexicanos y estadounidenses, a pesar del muro de acero de 10 metros de alto que se ve desde cualquier punto del pueblo.
Los Algodones fue, como su nombre lo indica, un epicentro de la pujante industria algodonera que se desarrolló en el norte de México durante el siglo XX, tuvo su mayor auge durante la Segunda Guerra Mundial —que disparó la demanda por la fibra— y cayó en parcial decadencia a partir de los años 70.
Aunque los cultivos de algodón aún se ven cada tanto en la zona, durante las últimas décadas la economía de la frontera se volcó a los servicios para estar más a tono con la demanda que viene del norte.
“Todas las ciudades de la zona norte de México, sin excepción, reciben gigantescos volúmenes de demanda, a veces incluso promovidos por las mismas farmacéuticas, por servicios médicos desde Estados Unidos”, dice José Zavala, un ingeniero y experto en desarrollo del Colegio de la Frontera, en Tijuana.
“Lo que pasa es que en Los Algodones eso se nota más porque es un poblado pequeño y porque en esa zona, al norte de la frontera, hay muchos campos de retiro”, explica.
La interacción entre el norte de México y el sur de EE.UU. es histórica, arraigada, casi estructural. Millones de familias crecieron a ambos lados. Hasta los años 70 los norteños podían cruzar sin pasaporte. Lo que se ve en Los Algodones es una postal de una relación comercial y cultural de gran envergadura.
Una relación que con Donald Trump en la presidencia, con la amenaza de los aranceles a la importaciones mexicanas y con su mano dura hacia los migrantes, se ha puesto en tela de juicio. Pero que, precisamente por su arraigo histórico, es difícil de interrumpir.
“Los aranceles van a entorpecer, por supuesto, pero la continuidad de la intensa relación económica es muy difícil de desaparecer”, asegura Zavala.
Carlos Rubio fue uno de los primeros dentistas de Los Algodones en los años 80. Oriundo de Sinaloa, cuando joven vino a la frontera a probar suerte y se encontró con una demanda por servicios dentales que lo llevó a especializarse y montar un consultorio que hoy es una sofisticada clínica dental.
Mientras me da un recorrido, le pregunto qué tipo de sonrisa les gusta a sus clientes, y entonces una de sus asesoras, de origen venezolano, mete la cucharada entre risas: “A los gringos les obsesiona la sonrisa blanca tipo bleach“.
Rubio, que reside en Yuma, Arizona, y cruza todos los días al trabajo, opina que “el sistema de salud estadounidense no es social. De 300 millones que son, un 60% no tiene seguro dental o lo tiene de manera parcial. Eso son entre 80 millones y 160 millones de personas con mala cobertura. O sea entre 80 y 160 millones de oportunidades para nosotros”.
Según la Asociación Dental Americana, un tercio de los adultos entre 19 y 64 años no tiene seguro dental a pesar de tener seguro médico. Y la gran mayoría de los seguros dentales no cubren más que una limpieza o un control.
Para todo lo demás los estadounidenses no tienen otra opción que sacar decenas de miles de dólares de sus bolsillos. O ir a Los Algodones.
Roger Graves es un veterano de guerra de Florida que vino con su esposa y su hija por cuarta vez a Los Algodones a hacerse tratamientos dentales. Esta vez se quedaron un par de noches, y hacen si fila para volver a cruzar la frontera con maletas y entre vendedores ambulantes de artesanías y alimentos mexicanos.
“Yo tengo seguro médico por ser veterano, pero no incluye tratamientos dentales, y como mis ingresos son los de un retirado, así como los de mi esposa, esta opción es muy buena para nosotros”, dice.
Según sus cálculos meticulosos, se ahorró entre un 67 y un 75% de dinero con venir acá.
“El sistema médico estadounidense necesita ser arreglado, es demasiado caro”, añade, en una queja que todos los entrevistados coinciden.
“Es un sistema inflado, solo un poco”, dice con ironía June Spinler, originaria de Iowa pero que pasa los inviernos en el sur.
Y Juan Ramón Soto, un campesino de origen mexicano que es ciudadano estadounidense, añade: “Me puedo sacar todos los dientes aquí y ponérmelos de nuevo y aun así me va a salir más barato que sacarme una muela allá”.
La falta de regulación de precios, la fragmentación del sistema, el poder de las farmacéuticas y los costos administrativos, entre otras cosas, hacen del sistema de salud estadounidense el más caro del mundo.
El mexicano también tiene profundos problemas, pero en el norte ha desarrollado una infraestructura moderna con especialistas entrenados para aprovechar la demanda que viene de EE.UU.
Y lo hacen con esa hospitalidad típica de los mexicanos: te recogen en carrito de golf en la frontera, te llevan al consultorio y luego dejan en alguna de las plazoletas de comida al aire libre donde te comes unas enchiladas, te tomas una margarita y escuchas música en vivo.
June Spinler lo resume así: “Es como un negocio de ventanilla única. Lo tienes todo en un solo lugar”.
Así parece más fácil luchar contra la fobia al dentista.
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