—Estamos en la mera frontera de la guerra entre los cárteles. Y por eso no podemos movernos libremente: nadie puede entrar ni salir sin levantar la sospecha de los ‘señores’ de uno y otro bando. Estamos atrapados en nuestro propio pueblo. Nos tienen aplastados.
Don Pancho, de unos 60 años, fornido y muy entero para su edad, se remanga la camisa y deja a la vista unos antebrazos anchos curtidos por el trabajo rudo en el campo.
Van a dar las 12 y el termómetro marca 35 grados a la sombra. Don Pancho, cuya verdadera identidad queda protegida, se quita la gorra de béisbol con la que se protege la calva, se seca el sudor de la frente, y vuelve a colocarla sobre la cabeza.
—Por eso —continúa explicando tras mesarse el mostacho lleno de canas—, aquí no vas a ver candidatos haciendo campaña, ni lonas pidiendo el voto por tal o cual partido, ni hay elecciones. Acá, la democracia no existe.
La comunidad donde vive Don Pancho está en el ‘triángulo’ entre Rancho Nuevo, Tazumbos y Las Lomas, todas pertenecientes al municipio de Jilotlán, al sureste de Jalisco.
Se trata de las rancherías típicas que se ven en las películas sobre el narco mexicano: lugares remotos y de difícil acceso, abandonados por las autoridades, polvorientos y sin apenas alumbrado por las noches. Con una única carretera de entrada que, de tantos baches, parece que la bombardearon y que los pobladores llevan años pidiendo a las autoridades estatales y federales que la compongan; y de los que muchas personas, especialmente los jóvenes, salieron huyendo para emigrar en busca de trabajo al ‘gringo’, o fueron desplazados por la violencia en un lugar donde, de plano, no hay ni un solo policía municipal patrullando. En estas comunidades no hay ni alcalde formal, solo un delegado que ‘la hace’ de todo: desde policía cuando hay una pelea en la cantina, hasta bombero, administrador, y consejero en pleitos familiares.
—Mucha gente nos llama el ‘pueblo sin ley’, porque aquí nunca ha habido realmente un gobierno ni una autoridad.
Más allá de la escena de película, Don Pancho subraya que este ‘triángulo’ de comunidades jaliscienses, donde habitan unas 4 mil personas, presenta una particularidad muy especial debido al capricho de la orografía: está rodeado por todas partes de territorio michoacano. Para entrar y salir de las rancherías, o para viajar a la cabecera municipal de Jilotlán, que está a casi dos horas, hay que pasar forzosamente por municipios michoacanos de la región de Tierra Caliente, como Tepalcatepec, Buenavista, o La Ruana, donde los balazos silban casi a diario en la guerra que hay entre cárteles y los grupos de autodefensas.
Y ahí, remarca Don Pancho alzando el índice, es donde está la “bronca”: que viven en una especie de ‘limbo narco’ que los grupos criminales se disputan como lugar para refugiarse y de ruta de paso de drogas. Un ‘limbo’, además, que se encuentra entre dos de los estados más violentos del país —con más de mil 400 asesinatos en Jalisco y otros mil 400 en Michoacán, el año pasado—, y que con seis homicidios de candidatos —tres y tres, respectivamente— se encuentran entre las cinco entidades más violentas para aspirantes a un cargo público en este proceso electoral 2023-2024, sólo por detrás de Guerrero —seis casos en total— y Chiapas —cinco—.
—El problema aquí es que los ‘señores’ de Michoacán creen que si vas de aquel lado, ya estás apoyando al cártel de allá, el de Jalisco. Y los ‘señores’ de allá, lo contrario: creen que si vienes para acá, estás haciendo tratos con los de Michoacán. Por eso estamos en medio de su guerra —resume por su parte el señor Gabriel, un hombre cincuentón moreno y de ojos zarcos, cuya verdadera identidad también pidió que se resguardara por temor al crimen organizado.
La ‘paranoia narca’, coinciden en apuntar los entrevistados bajo la sombra de un techo de lámina que cruje con los rayos del sol, se ha tornado todavía más intensa en esta época electoral, pues, de plano, a ambos lados de la ‘frontera’ los cárteles michoacanos —son renuentes a precisar si se trata de La Familia, Los Templarios, Los Viagras, Cárteles Unidos, o cuál— ya decidieron que en las tres comunidades jaliscienses vecinas no haya campaña electoral y probablemente tampoco elecciones el próximo 2 de junio.
—Aquí no se puede votar —lamenta Don Epifanio, un señor de cara cuarteada por el paso de los años, y ojos tristes y acuosos, que viste una amarillenta camisa blanca.
—Bueno, de hecho, estamos pidiéndole apoyo a los señores de aquí de Michoacán para que dejen que se instalen las dos casillas que nos corresponde para que pueda haber elecciones —interviene Don Carlos, también cincuentón, que va tocado con un sombrero blanco de ala ancha—. Pero, de momento, no nos han respondido ni en un sentido ni en otro. Tenemos que esperar.
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En pláticas fuera de grabadora, autoridades del Instituto Nacional Electoral (INE) dijeron desconocer esta situación expuesta por los vecinos y aseguraron no tener noticias de que las elecciones estén en riesgo en ninguna de las 10 mil 868 casillas que proyectan instalar en todo Jalisco, incluyendo a Jilotlán y su triángulo de comunidades remotas.
“No se ha movido ninguna casilla por riesgo ni amenazas”, reiteró tajante un funcionario del INE, que hizo hincapié en que, por ahora, están dadas las condiciones para que se lleven a cabo unas votaciones libres y en calma.
Jalisco es uno de los estados con el padrón electoral más grande del país y una de las nueve entidades que tendrá elecciones totales; es decir, se renovará todo el poder público el próximo 2 de junio. Las más de 6.5 millones de personas registradas en la Lista Nominal de Jalisco podrían votar para seis elecciones: Presidencia de la República, Senado, Cámara de Diputados, gubernatura; Congreso local (donde se renuevan 38 diputaciones) y los 125 ayuntamientos.
La vida política del estado es intensa; aquí se han vivido tres alternancias: del PRI al PAN, partido que gobernó de 1995 a 2012; un sexenio priista más, de 2012 a 2018, y un gobierno de Movimiento Ciudadano, que ahora busca refrendar la gubernatura y los municipios que domina en la zona conurbada de Guadalajara.
Sin embargo, en un recorrido por la zona de Jilotlán se pudo constatar que, como apuntan los vecinos, las elecciones prácticamente no existen en este triángulo de comunidades remotas de Jalisco, ni para la Presidencia de la República, ni para la Gubernatura, ni para presidencias municipales, ni para los congresos.
Y no sólo no existen en este triángulo de comunidades fronterizas; autoridades electorales del estado de Jalisco admitieron que sí tuvieron que mover casillas en dos comunidades, Zipoco y Las Pilas, que pertenecen al municipio de Santa María del Oro, ubicado en plena sierra al sur de Jalisco y a unos 90 kilómetros de Jilotlán, del lado de Jalisco, y de Los Reyes y Peribán, del lado de Michoacán.
En Zipoco casi toda la población huyó luego de que un grupo armado entrara en enero pasado a balear indiscriminadamente las viviendas en las que hicieron pintas con el nombre de un capo michoacano. Mientras que en Las Pilas, el Cártel Jalisco sembró los caminos de la sierra con minas-antipersona, lo que provocó, también en enero pasado, que un soldado muriera tras pisar una. En septiembre de 2022, la alcaldesa del municipio, Guadalupe Sandoval, pidió licencia tras la desaparición de tres de sus policías municipales, de los que dos aparecieron muertos y mutilados.
En Jilotlán, los vecinos dicen que el crimen organizado obligó a las tres personas que quisieron inscribirse como parte de la planilla de los diferentes candidatos a alcalde a bajarse de la contienda.
—A las tres las aplacaron. Les dijeron que no podían participar y que no podían pedir el voto para nadie, ni hacer campaña. Obvio, se tuvieron que bajar en chinga —ríe amargamente el señor Gabriel, que también explica que “los señores” de Michoacán no permiten que en las fachadas de las casas se coloquen mantas, ni lonas de ningún partido ni candidato, tal y como se consta a simple vista en un recorrido por el pueblo. Incluso, han prohibido a la gente de la comunidad trasladarse a mítines en su propia cabecera, en Jilotlán.
—El problema es que mucha gente no entiende y se arriesga —interviene de nuevo con un tono paternal de reproche Don Pancho—. Piensan que los del cártel no se van a dar cuenta. Pero, caray, esa gente tiene ‘orejas’ en todas partes. Por eso les he dicho a algunos vecinos que si quieren arriesgarse e ir a los mítines, pues que lo hagan, pero que no vayan con los niños, porque a esa gente le vale madres pararte en un retén y darte una ‘zangoloteada’ con todo y los hijos delante. No tienen compasión de nadie.
Con todo lo anterior, los periodistas preguntan a modo de reflexión a los vecinos si, como dice el INE, creen que en la comunidad hay condiciones para una votación y una democracia real.
—No, aquí no existe eso de la democracia —responde presto Don Carlos, que se atusa la playera y niega con la cabeza.
—Bueno, existía hace años —interviene el veterano Don Epifanio, como si hablara de un vago recuerdo ya muy lejano—. Pero, ahorita, ¿pos cuál democracia, si hay que pedirles permiso a los ‘señores’ para votar? —ríe sin perder la expresión de tristeza en sus ojos.
—Ni siquiera podemos movernos libremente. En cuanto te ven que vas con placas de Jalisco te paran y te dicen que no quieren que salgamos de nuestra propia comunidad —interviene el señor Gabriel.
Y aunque se pudiera votar, aunque el crimen organizado diera permiso para que se instalaran las casillas el próximo 2 de junio para que unas 4 mil personas de estas tres comunidades de Jilotlán, prácticamente la mitad del electorado del municipio, pudieran salir y emitir su voto, los vecinos coinciden en apuntar que habría otro problema importante que subsanar.
—¿Y por quién votaríamos? —pregunta entre risas Don Pancho, que encoge los hombros—. No sabríamos por quién votar, porque aquí ningún candidato ha tenido el valor de pararse para hacer campaña.
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Para llegar desde el triángulo de comunidades Tazumbos-Rancho Viejo-Las Lomas hasta la cabecera de Jilotlán hay que transitar por una sinuosa carretera estrecha repleta de baches que hace que un trayecto de unos 80 kilómetros se torne en un martirio de dos horas de camino sierra adentro.
La carretera es solitaria: apenas se ve pasar en sentido contrario a alguien arriba de una moto. Algunos son jóvenes, de veintipocos; llevan la cara tapada con pasamontañas negros, quizá para protegerse del sol, o quizá para que no los reconozcan; o quizá por la moda de los ‘corridos tumbados’ y su estética.
Otros llevan celulares en la oreja mientras manejan. De vez en cuando también se ve pasar a algún carro con jóvenes en su interior escuchando música a todo volumen. No es fácil distinguir si se trata de simples chavos, o de ‘halcones’ de algún cártel ‘patrullando’ una zona donde la ausencia de soldados, de policías, y de autoridad, es total.
A medida que el coche avanza por la sierra, donde el zumbido de las chicharras es tan fuerte que lo envuelve todo con un extraño ruido eléctrico que se asemeja al sonido de las interferencias, van surgiendo múltiples paisajes desolados.
Las llamas de los incendios tornaron la tierra gris y muchos árboles quedaron reducidos a cenizas. Mientras que las señales que indican curvas peligrosas fueron baleadas, como si se tratara de un macabro aviso de por dónde se está circulando. Parece que alguien se divirtió tirando plomo o quiso probar la puntería, pues casi todas en los 80 kilómetros de trayecto están así: algunas, como la que en mitad de la nada indica el kilómetro cero de Jalisco en la frontera con Michoacán, fueron agujereadas por calibres gruesos: los impactos son grandes y aparatosos. Otras recibieron ocho, nueve, hasta 10 balazos, pero con pistolas de menor calibre.
Éste es el paisaje antes de llegar a Jilotlán. Aquí, la mayoría de vecinos que caminan por la sombra para aliviar algo el fuerte calor, muy cerca de la iglesia adornada con guirnaldas de colores y del edificio nuevo del ayuntamiento pintado de blanco, insisten una y otra vez en que “todo está tranquilo”, que se puede, incluso, dormir con las puertas abiertas de las viviendas. “Acá nadie te va a robar”, aseguran convencidos, para explicar bajando la voz que “los señores” no están en el pueblo, sino en la sierra. “Ellos están allá arriba y no se meten con la gente”, dicen, apuntando con la barbilla hacia alguna parte indefinida en los cerros que rodean al pueblo.
Sin embargo, para el instituto electoral estatal este municipio es uno de los ‘focos rojos’ de Jalisco, junto a Pihuamo, donde fue asesinado el exalcalde y candidato del PRI en marzo pasado, debido al contexto de las elecciones pasadas de 2021. Ese año, todos los candidatos de Jilotlán, excepto el de Morena, se bajaron a mitad de la contienda por amenazas del Cártel Jalisco Nueva Generación, por lo que la elección fue cancelada por el Tribunal Electoral de Jalisco y ya no se volvieron a repetir —a la fecha, un consejo municipal ha operado como autoridad en espera de que, ahora sí, se pueda elegir a un nuevo alcalde o alcaldesa—. Mientras que en la elección previa, la de 2018, fue asesinado a tiros el alcalde Juan Carlos Andrade Magaña, que buscaba la reelección por Movimiento Ciudadano. Fue ultimado en el trayecto a su casa en el municipio vecino de Tepalcatepec, Michoacán.
En este 2024, si bien las distintas fuentes entrevistadas tanto de candidatos como de autoridades electorales se muestran optimistas de cara a que sí se puedan celebrar elecciones en este municipio del distrito 19, la amenaza de la violencia continúa muy presente. Tanto, que en febrero de este año la alianza PAN-PRI-PRD anunció públicamente que no irían en coalición en Jilotlán por amenazas del cártel, aunque finalmente el PAN sí postuló a una candidata, al igual que Movimiento Ciudadano y la coalición que lidera Morena.
Por otra parte, está la preocupación de qué tanto la gente saldrá a votar en estos lugares marcados por la guerra entre cárteles o de cárteles con autoridades, pues la violencia parece tener un impacto inevitable en las urnas.
Por ejemplo, de acuerdo con datos recabados por la organización civil Data Cívica para la investigación Votar entre Balas, en lugares como San Pedro Tlaquepaque, zona colindante con Guadalajara capital donde desde hace años se han venido produciendo múltiples actos de violencia y desapariciones, la participación cayó del 54.1% en 2018 a un 21.6% en 2021, una reducción de hasta 32.5 puntos. En este lugar, apenas el pasado 18 de febrero un grupo armado asesinó a siete jóvenes, cinco de los cuales eran menores.
En Villa Purificación, en la región costa sur de Jalisco, la participación cayó de 64.4% en 2018 a 44.2%, unos 20 puntos menos. El pasado 9 de mayo, tan solo unos días antes de los recorridos para esta crónica, el PRI denunció que una camioneta donde viajaban dos candidatas de su partido a regidurías del municipio de Villa Purificación fue baleada por elementos de la Guardia Nacional. Tres años antes, un grupo armado intimidó a ciudadanos para que no votaran en 12 casillas y se robó las urnas.
En Tecalitlán, a un par de horas de trayecto de la capital, y donde en 2018 fue asesinado su alcalde, se pasó del 65.2% de participación a un 48.8% en 2021, 16.4 puntos menos.
Otros lugares marcados por la violencia que también están entre los diez municipios con mayores caídas de participación electoral son: Tlajomulco, Unión de Tula, Acatlán de Juárez, Guadalajara capital y Tonalá; todos con más de 10 puntos de reducción de participación ciudadana entre una y otra elección.
El número 1, de hecho, lo ocupa Jilotlán con una reducción de 33.6 puntos (de 69.1% pasó a 35.5% en 2021), aunque, como ya se expuso, hay que tener en cuenta que la elección fue desechada por falta de aspirantes a la alcaldía por amenazas.
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La cita con el candidato es bajo la sombra generosa y fresca de un árbol, no muy lejos de la unidad deportiva que lleva el nombre del presidente municipal asesinado en 2018, ni del centro donde unas letras de colores dan la bienvenida al municipio de Jilotlán.
En público, el candidato también asegura que todo está tranquilo y que no tiene temor, y que, a pesar del contexto de amenazas del cártel en la elección de 2021, él no es uno de los 29 candidatos que han pedido protección al INE para hacer campaña en este 2024 en Jalisco. Aunque, en privado, se muestra mucho más cauteloso, y por eso pide que la entrevista sea anónima.
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—A mí, la mera verdad, no me han mandado ninguna amenaza. Pero la gente de mi equipo me dice que mejor no me vaya a meter a las comunidades, porque tenemos muchas dudas de que se vayan a instalar las casillas.
Las comunidades a las que se refiere son Tazumbos, Rancho Viejo y Las Lomas.
—Y pues aunque se instalen —dice ahora encogiendo los hombros—, la bronca es si la gente saldrá o no a votar, porque pues no sé qué información tengan, porque ninguno de los candidatos hemos ido para allá a hacer campaña por lo mismo de la violencia.
—¿Cree que en esas comunidades habría miedo a votar? —se le cuestiona.
—Aquí en la cabecera municipal, no creo. Pero de aquel lado de Michoacán, ahí sí está la duda, la verdad. Se oyen muchos rumores de que los grupos no van a dejar que se instalen las casillas.
Una situación, además, que tampoco sería extraordinaria, pues en la elección de 2021, de ocho casillas, cuatro no pudieron ser instaladas.
—¿Y aquí en la cabecera de Jilotlán no han dicho nada? ¿El cártel no se mete?
—Pues por ahora no. Pero si un día llegan estos señores que andan armados y le dicen a la gente ‘no se vota’, pues no se vota. Yo tampoco lo haría, pá que te voy a mentir, porque no tienes garantía de que no te den unas buenas patadas. Y bueno —alza la mano y esboza una sonrisa—, y si te dan solo unas patadas, pues qué chulada, ¿verdad?
—Pero, entonces, ¿crees que el cártel no va a meter las manos en la elección? —se le insiste.
El candidato cruza los brazos y observa de reojo las motos que pasan cerca del lugar.
—No creo, la verdad, ya nos hubieran dicho. Lo que sí, pos es que te mandan a decir que todos los que forman parte de la planilla tiene que ser gente de aquí, nadie de aquel lado de Michoacán. Pero eso ya es algo que uno sabe bien.
—¿Y ellos dicen de qué temas se puede hablar? O dicho de otra forma, ¿se puede hablar de seguridad, por ejemplo?
El candidato se mete las manos al pantalón de mezclilla y sonríe.
—No, pues para qué tocas ese tema —responde sin perder la sonrisa irónica—. Aquí se trata de no molestar a nadie. Sólo se habla de empleo, desarrollo, educación, y de todo eso. Pero de seguridad, nada.
Ante la cara de asombro de los reporteros, el candidato hace una breve pausa.
—Miren, acá hay una fuerza policiaca de unas 10 personas. No podemos meternos en esos detalles, la verdad —plantea y vuelve a encoger los hombros—. No hay de otra más que llevarse la fiesta en paz con los ‘señores’.
—Pero aquí ya mataron a un presidente municipal y en 2021 se cancelaron las elecciones por las amenazas del cártel. ¿No tiene miedo? —se le cuestiona.
De nuevo, pasa otra moto. La tercera en tan solo unos minutos.
El candidato también la observa de reojo y vuelve a poner su mejor sonrisa.
—Pues mientras uno no se meta donde no se debe meter, yo creo que no hay bronca. Pero también les digo: al primer aviso que me den los ‘señores’, yo hago así —se golpea las palmas de las manos— y me voy para mi casa.
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Horas antes de que, a eso de las 10 de la noche del pasado viernes 15 de marzo, Humberto Amezcua fuera asesinado a balazos por cuatro sicarios, el candidato del PRI que buscaba reelegirse como alcalde del municipio jalisciense de Pihuamo acababa de presentar públicamente la planilla de su equipo.
Amezcua, que lucía un bigote negro a sus 73 años y vestía camisa vaquera y sombrero de ala ancha al estilo texano, había recibido unos meses antes la visita en su casa de “unos señores” que hablaban a nombre de un cártel.
—Humberto no contaba nada de esas cosas porque no quería preocupar a su familia. Pero unas personas que venían de (Ciudad) Guzmán llegaron una noche y lo amenazaron. Le dijeron que no se lanzara de nuevo para alcalde, que no fuera a ‘jugar’ de nuevo como candidato —cuenta una persona que conoció bien al candidato, y que pidió anonimato por temor a represalias.
Amezcua ya había sido presidente municipal de Pihuamo casi 50 años atrás, cuando con tan solo 24 años dirigió este municipio del sur de Jalisco, que está a tan solo unos 50 kilómetros de otro estado vecino, Colima, también bajo asedio de los cárteles de la droga. Luego, además de dedicarse al ganado, ocupó otros cargos públicos, como diputado, y tres años antes de su asesinato volvió a presidir esta localidad de unos 11 mil habitantes. Y ya en 2024, Humberto todavía se veía con fuerza suficiente -a pesar de su avanzada edad- para volver a ser alcalde. “Estaba operado del corazón, pero le sobraba la energía”, dice otra persona que lo conoció, aunque su familia le rogaba que no volviera a candidatearse.
Pero el priista no hizo caso y, aunque durante un tiempo parece que le estuvo dando vueltas al tema sin confirmar nada a quienes le preguntaban insistentemente por sus intenciones políticas —”sólo decía ‘estoy viendo, estoy viendo’”, cuentan sus allegados— decidió volver a presentarse ignorando la amenaza de los emisarios del cártel. Algo que familiares y allegados lamentan, dicen, por la temeridad que supuso.
—Es muy sencillo: si el cártel llega y te dice, ‘oye, acá no va a haber elecciones’, pues no hay más vueltas que darle, no hay elecciones, y ya. ¿Porque, para qué queremos héroes de la democracia? Y lo mismo sucede con los candidatos: si el narco te dice que no vas, pues no vas y punto —expresa otra persona que conoció a Humberto Amezcua, que también pidió anonimato.
Quizá consciente de la temeridad que suponía desoír la amenaza del cártel, una persona cercana a la familia del candidato explica que el mismo viernes en el que presentó su planilla, Humberto había asistido previamente a una reunión con la cúpula del PRI en Jalisco en la que comentó que requería seguridad para hacer campaña. Incluso, valoraba la contratación de unos soldados retirados como escolta privada.
—Yo creo que Humberto no decía nada, pero sí tenía temor, porque me dijo que sí ocupaba a alguien para que cuidara de su seguridad.
Pero la seguridad no llegó a tiempo.
La tarde del viernes 15, poco después de presentar la planilla, Humberto le pidió a su esposa que se alistara porque irían a comer unas crepas al centro de Pihuamo, en los portales. Era uno de los ‘rituales’ del matrimonio para pasar algo de tiempo juntos en mitad de la vorágine que supone dirigir un municipio de más de 11 mil habitantes.
A eso de las 10.20 de la noche, la pareja se dirigía de vuelta a casa en un carro. No era el que habitualmente manejaba el alcalde porque alguien de su familia la había tomado prestado esa noche, mientras que uno de sus hijos se había llevado la camioneta de su esposa. Por eso, Humberto iba “renegando”, porque no sabía dónde se prendía el aire acondicionado, ni la radio.
Y en esas iba el matrimonio, cuando en una calle un coche les cerró el paso, y cuatro tipos encapuchados, delgados y probablemente jóvenes, según dijo una persona testigo, se bajaron gritando que aquello era un “asalto”.
Pero Amezcua no se detuvo. Por el contrario, consciente de que no se trataba de un asalto sino de un atentado, aceleró y embistió la puerta del coche de los agresores. Sin embargo, quizá por la adrenalina y los nervios desbocados por el miedo, el candidato chocó contra la esquina de la calle y los sicarios corrieron hasta alcanzar el carro y abrir la puerta del conductor.
El primer disparo no salió. El arma se había encasquillado. Pero sí salió el segundo, el tercero, y un cuarto balazo.
Humberto Amezcua fue acribillado a tiros.
Su esposa recibió un impacto en el hombro y otro le fracturó un dedo, pero la dejaron con vida. Acababan de celebrar 50 años de matrimonio.
El mismo día que presentó su planilla, y el mismo día que había solicitado seguridad, el veterano priista se convirtió en uno de tres candidatos que van asesinados en Jalisco y en uno de los 30 candidatos asesinados en este proceso electoral de 2024. Un proceso electoral que podría ser recordado como el más violento en la historia de México.
NOTA: Este reportaje forma parte del proyecto “Votar entre balas, entendiendo la violencia político-criminal en México”, desarrollado por Animal Político, México Evalúa y Data Cívica. El informe completo puede consultarse en: https://votar-entre-balas.datacivica.org/