El sábado 9 ocurrió en Querétaro, estado gobernado por el partido Acción Nacional, una masacre que cobró la vida de 10 personas y dejó un saldo de 13 heridos. Con tan sólo unas horas de diferencia entre un evento y otro, pero en otra latitud, el domingo 10, ocurrió otra masacre pero ahora en un estado gobernado por Morena, un comando asesinó a 6 personas y dejó a 7 heridas en un bar del municipio de Cuautitlán Izcalli.
Mientras se acumulan los eventos de alto impacto, la presidenta Claudia Sheinbaum aplazó su respuesta hasta el lunes en la “mañanera” para transmitir a los medios de comunicación que la masacre ocurrida en Querétaro tenía como objetivo “una persona”, pero no dio más detalle. A lo largo del día, el nombre de la persona y sus presuntos vínculos con el Cártel de Jalisco Nueva Generación y antecedentes criminales (portación de arma) y actividades delictivas (robo de hidrocarburo), comenzaron a circular en medios.
En el otro ataque, la misma lógica, se presume que iban por dos integrantes de un grupo delictivo, pero terminaron con la vida de otras personas. En medios de comunicación, se hicieron públicos sus sobrenombres, actividades delictivas (extorsión, narcomenudeo y robo) y pertenencia a un grupo denominado Cártel Nueva Generación (CNG). ¿Existe conexión entre un evento y otro? No se descarta, pues también es información del dominio público, que estos grupos son escisiones de grupos locales y aliados del CJNG.
Del 2020 a junio del 2024, Causa en Común ha registrado un total de 2,371 masacres en México; este tipo de eventos en donde se registra el homicidio de tres o más personas, se ha extendido a todo el territorio nacional abarcando a los 32 estados. Si se agrupan los estados con más de 100 masacres durante este lapso, Guanajuato encabeza con un total de 394, le sigue Zacatecas con 207, Michoacán con 193, Guerrero con 166, Chihuahua con 151, Jalisco con 119, Estado de México con 112 y Baja California con 112; Querétaro se encuentra lejos de esas cifras con un total de 10.
De acuerdo con una base de datos realizada por el Universal a partir de informes de inteligencia militar que contabilizó un total de 2,468 municipios, se tenía registro de la presencia de grupos criminales en por lo menos el 48.6 %. El CJNG se encuentra presente en un total de 463 municipios de 23 estados de la República, mientras que la organización criminal Santa Rosa de Lima se detectó en 32 municipios de Guanajuato. En Querétaro, se registra la presencia de tres grupos delictivos, el CJNG, el Cártel de Santa Rosa de Lima, y los Hades. La presencia de los dos primeros coincide en el municipio de Corregidora, mientras que los Hades y Jalisco se habían detectado en San Juan del Río.
En el estado de México, la inteligencia militar había localizado la presencia de grupos delictivos en al menos 49.6 % de los municipios; específicamente en el municipio de Cuautitlán Izcalli se tenía conocimiento de las siguientes bandas: Alianza la Unión–Nuevo Imperio, Banda Charal y Banda Pamela. Además, de esta información, se advierte que el Cártel de Jalisco Nueva Generación es el grupo más fuerte dentro de esa entidad por su presencia en 54 municipios.
A pesar de la evidencia de la actividad de esta organización recolectada por el propio Ejército, llama la atención que durante cuatro años se ha dejado crecer el conflicto, la violencia criminal y las masacres en las que de alguna manera está involucrado el Cártel de Jalisco como atacante o víctima. La disputa que mantiene este cártel con otros grupos delincuenciales ha llevado a Guanajuato a tener la mayor cifra de masacres y homicidios desde el 2020.
Ahora cumplido el primer mes y medio del gobierno de Claudia Sheinbaum, se encuentra en medio de este escenario de rupturas y reacomodos de grupos delictivos, a la espera de que una vez aprobada la reforma para dotar de más facultades a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), se trabaje en el nuevo plan. En la Secretaría de Seguridad Ciudadana se confía en que la estrategia utilizada en la Ciudad de México sirva para frenar la violencia en todo el país. Cabe recordar que la disminución de los homicidios se basó en el uso de inteligencia enfocada en lo que el actual titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana llamó “generadores de violencia”.
Se entiende que toda estrategia requiere tiempo para empezar a dar resultados, sin embargo, al gobierno federal como se puede observar no le falta inteligencia para comenzar a perseguir a los generadores de violencia en el país. Lo que parece realmente determinante para que avance, es el sistema de coordinación que se logre construir para alinear a todas las instituciones policiales y de procuración de justicia en un solo objetivo. Se trata de una estrategia ambiciosa que dependerá de que los titulares de todas las policías y fiscalías sean receptivos a la conducción y mando del titular de seguridad federal.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo.
¿Existe alguna obra de ficción del pasado que pueda ayudarnos a comprender las preocupantes tendencias actuales?
Considerando la proliferación de referencias a la “neolengua” ofuscadora, líderes al estilo del Gran Hermano y sistemas de vigilancia ineludibles en artículos periodísticos, esta pregunta tiene una respuesta simple: “Sí, y esa obra es ‘1984’ de George Orwell”.
Tanto la izquierda como la derecha política consideran la novela que Orwell escribió en 1949 como el libro del siglo pasado que mejor se relaciona con el presente.
Pero hay otros que consideran la cultura del consumo y la obsesión por las redes sociales como las principales preocupaciones actuales. Entonces la respuesta es diferente: “Sí, y esa obra es ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley”.
Nosotros, sin embargo, pensamos que la respuesta es “ambas”.
En el largo debate sobre quién fue el escritor más profético de su época, Orwell, que fue alumno de Huxley en Eton, es generalmente el favorito.
Una razón de esto es que las alianzas internacionales que durante mucho tiempo parecieron estables ahora están en constante cambio. En 1984, su última novela, Orwell imaginó un futuro mundo tripolar dividido en bloques rivales con alianzas cambiantes.
En el breve periodo transcurrido desde que el presidente estadounidense Donald Trump inició su segundo mandato, sus políticas y declaraciones han provocado sorprendentes realineamientos.
Estados Unidos y Canadá, socios cercanos durante más de un siglo, están ahora enfrentados. Y en abril, un funcionario de Pekín se unió a sus homólogos de Corea del Sur y Japón para oponerse, formando un trío improbable, a los nuevos aranceles de Trump.
Quizás por eso existe un campo floreciente de “estudios orwellianos”, con su propia revista académica, pero no de “estudios huxleyanos”.
Probablemente también explica por qué “1984”, pero no “Un mundo feliz”, sigue figurando en las listas de los más vendidos, a veces junto con “El cuento de la criada” (1985) de Margaret Atwood.
“Orwelliano” (a diferencia del raramente conocido “huxleyano”) tiene pocos competidores aparte de “kafkiano” como adjetivo inmediatamente reconocible vinculado a un autor del siglo XX.
Por maravillosos que sean Atwood y Kafka, estamos convencidos de que combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo. Esto se debe en parte a, y no a pesar de, la frecuencia con la que se ha contrastado la autocracia que describen Orwell y Huxley.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Muchos no encajan del todo en el modelo que Orwell o Huxley imaginaron, sino que combinan elementos.
Sin duda, hay lugares, como Myanmar, donde quienes ostentan el poder recurren a técnicas que evocan inmediatamente a Orwell, con su enfoque en el miedo y la vigilancia. Hay otros, como Dubái, que evocan con mayor facilidad a Huxley, con su enfoque en el placer y la distracción. Sin embargo, en muchos casos encontramos una mezcla.
Esto es especialmente evidente desde una perspectiva global. Es algo en lo que nos especializamos como investigadores internacionales e interdisciplinarios: un académico literario turco radicado en el Reino Unido y un historiador cultural californiano de China, que también ha publicado sobre el Sudeste Asiático.
Al igual que Orwell, Huxley escribió muchos libros que no eran ficción distópica, pero su incursión en ese género se convirtió en su obra más influyente. “Un mundo feliz” fue muy conocido durante la Guerra Fría.
En cursos y comentarios, se solía comparar con “1984” como una narrativa que ilustraba una sociedad superficial basada en la indulgencia y el consumismo, en contraposición al mundo orwelliano, más sombrío, de supresión del deseo y control estricto.
Si bien es habitual abordar los dos libros a través de sus contrastes, también pueden tratarse como obras interconectadas y entrelazadas.
Durante la Guerra Fría, algunos comentaristas consideraron que “Un Mundo feliz” mostraba adónde podía llevar el consumismo capitalista en la era de la televisión.
Occidente, según esta interpretación, podría convertirse en un mundo donde autócratas como los de la novela se mantuvieran en el poder. Lo lograrían manteniendo a la gente ocupada y dividida, felizmente distraída por el entretenimiento y la droga “soma”.
Orwell, por el contrario, parecía proporcionar una clave para desbloquear el modo más duro de control en los países no capitalistas controlados por el Partido Comunista, especialmente los del bloque soviético.
El propio Huxley en “Un mundo feliz” revisitado, un libro de no ficción que publicó en la década de 1950, consideró importante reflexionar sobre cómo combinar, abordar y analizar las técnicas de poder e ingeniería social presentes en ambas novelas.
Y resulta aún más valioso combinar estos enfoques ahora, cuando el capitalismo se ha globalizado y la ola autocrática sigue alcanzando nuevas fronteras en la llamada era de la posverdad.
Los enfoques orwellianos, de corte duro, y huxleyanos, de corte suave, para el control y la ingeniería social pueden combinarse, y a menudo lo hacen.
Vemos esto en países como China, donde se emplean los crudos métodos represivos de un Estado del Gran Hermano contra la población uigur, mientras que ciudades como Shenzhen evocan un mundo feliz.
Vemos esta mezcla de elementos distópicos en muchos países: variaciones en la forma en que el escritor de ciencia ficción William Gibson, autor de novelas como “Neuromancer”, escribió sobre Singapur con una frase que tenía una primera mitad suave y una segunda dura: “Disneylandia con la pena de muerte”.
Este puede ser un primer paso útil para comprender mejor y quizás empezar a buscar una manera de mejorar el problemático mundo de mediados de la década de 2020. Un mundo en el que el teléfono inteligente en el bolsillo registra tus acciones y te ofrece un sinfín de atractivas distracciones.
*Emrah Atasoy es investigador asociado de Estudios Literarios Comparados e Inglés e Investigador Honorario del IAS de la Universidad de Warwick.
*Jeffrey Wasserstrom es profesor de Historia China y Universal, Universidad de California, Irvine.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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