Por todo México encontramos un vasto mosaico de artesanías de los pueblos originarios: como los rebozos de Tenancingo cuidadosamente tejidos, joyería del pueblo Wixárika que puede llevar días en hacerse o tapetes de Teotitlán del Valle delicadamente bordados.
En Oaxaca, por supuesto, la riqueza cultural e histórica es un imán que atrae al mundo entero por su estrecha conexión del pasado con el presente, conexión que incluso podemos ver hoy día, es palpable.
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Por ejemplo la Greca Zapoteca muestra una fila de escaleras que suben y con cuidado se enrollan poco a poco simbolizando el ciclo de la vida: todo lo que comienza tiene su final y vuelve a la raíz.
Esa simbología la encuentras por todos lados en Oaxaca: desde sus famosas zonas arqueológicas, hasta en artesanías que puedes llevar a casa, como en el caso de los tapetes zapotecos.
Pero, tan a la vista… ¿alguna vez te haz preguntado que significan todas esas figuras?
José Lazo Hernández es un trabajador de textiles del meritito Teotitlán del Valle, Oaxaca, a quien encontramos en la novena edición de la Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios de la Ciudad de México, a la que nos lanzamos hace unos días.
A él le preguntamos todo sobre los tapetes: ¿cómo se hacen? ¿qué materiales usan? Pero sobre todo ¿qué significan?
Precisamente nos cuenta que una de las figuras más importantes y recurrentes en los bordados es la greca. “Los antiguos zapotecas lo llamaban un ciclo de vida: uno nace, tiene un crecimiento, una estabilidad y retorna a la tierra, de dónde venimos”, dice don José y agrega que precisamente la greca es común también en las zonas arqueológicas del Valle de Oaxaca.
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Además, recuerda, este símbolo también era usado para las matemáticas.
Al respecto, el artista Mauricio Orozpe Enríquez de la UNAM, explica que el significado de esta greca en especial es “reforzado por especulaciones matemáticas, que ven en ella el signo del equilibrio en el desequilibrio, del orden del ser en el seno del cambio”. Orozpe agrega que el significado se suma a la representación de una vida rítmica y con carácter cíclico que suele evolucionar.
Cómo bien dijo don José: es el ciclo de la vida.
Le pedimos a don José Lazo, artesano con muchos años de experiencia (¡aprendió desde niño!), que nos explicara el significado de algunas formas encontradas en los tapetes zapotecos y que nos compartiera cómo se inspira para crear diferentes diseños.
“En cada lugar donde hay una zona arqueológica, hay un grabado zapoteca diferente”, dice don José, quien relata que las figuras de diamante y caracol que vemos en sus tapetes, provienen de los mosaicos que todos podemos ver en sitios como Mitla, Monte Albán y otros asentamientos zapotecas que se pueden visitar.
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Por ejemplo, el diamante y caracol zapotecos están inspirados en la piel de Quetzalcóatl. En los diseños podemos ver figuras romboides y cada pico simboliza los cuatro puntos cardinales.
Entre todos los tapetes que él y su familia hacen hay un diseño que también se repite: Mujer en la Milpa que, tal como su nombre lo dice, muestra a una mujer de cabello trenzado con un vestido de colores vibrantes que, en cada mano, sostiene unas varas altas que simulan la milpa.
Don José explica que la milpa significa abundancia: sin ella no hay comida y que la mujer es quien preserva la riqueza gastronómica de su pueblo. Sin la milpa o la mujer, no hay tortillas, no hay tamales, no hay atoles.
Otro bordado común son lluvias y montañas. El patrón de la lluvia que cae son pequeños puntos distribuidos en los tapetes. Mientras que esos dibujos que a ratos parecen olas y otros parecen pequeños triángulos unidos entre sí, son en realidad la vista de un horizonte repleto de las montañas del valle oaxaqueño.
Cada diseño, explica José, es una expresión artística compartida por su pueblo: “no puedo decir que es mío, porque esto es parte de lo que dejaron grabado y parte de lo que uno va innovando”.
Don José es un amante de su cultura y conocedor de la historia de Teotitlán.
“El nombre de Teotitlán del Valle ya es en náhuatl, algunos arqueólogos dicen que significa lugar de dioses, pero también se puede traducir a la casa del Sol”, nos dice.
Él explica que los fundadores se establecieron ahí al encontrar el grupo de estrellas de El Soplador (constelación de Orión) posarse sobre el cerro Picacho en cada solsticio de verano.
Ellos se nombraron Xa-Guie (se traduciría al español como bajo o debajo de la piedra) y el nombre náhuatl de Teotitlán del Valle se dio por la conquista mexica en el siglo XV a los zapotecas asentados ahí.
La comunidad zapoteca ha ocupado la zona del Valle de Oaxaca por más de 3 mil 500 años y, desde entonces, las culturas siguen vivas en la comunidad de Teotitlán del Valle.
“Desde pequeños nos involucran en la elaboración del textil de lana. Nosotros de niños nos ponemos a separar la lana, ya con más edad volteamos una silla (que sirve como telar), queríamos tejer e imitar a los papás y mis hermanos mayores”, dice José quien explica que estas prácticas se transmiten a las siguientes generaciones.
En la familia del señor José Lazo son ya más de cuatro generaciones quienes mantienen vivo el bordado tradicional.
También nos mostró cómo los niños suelen hacer tapetes más pequeños como forma de práctica y aprendizaje para lo que serán diseños más complicados. Dice que una vez que los adultos ven que un niño ya puede hacer estas versiones pequeñas, ahí es cuando empiezan a trabajar de lleno con los diseños grandes.
Conforme van aprendiendo a hacer los tejidos a también aprenden cuáles son las plantas que se usan para teñir la lana.
Por ejemplo, la famosa grana de cochinilla para obtener tonos guindas, rojos, naranjas y morados. La grana de cochinilla —también conocida como sangre de nopal— es un parásito que típicamente habita en los nopales. Se usa la hembra ya que es ella quien produce ácido carmínico.
Para tonos azules se usa el añil o índigo, unas plantas que se dan en Coahuila, Jalisco, Oaxaca y Yucatán, entre otras partes de México. Mientras que para algunos colores amarillos se suele usar la tradicional flor de cempasúchil.
Don José nos explica que la lana suele tener un color más gris o café y por lo tanto se llega a teñir con cáscara de nuez cuando se quiere un café oscuro, o con mezquite cuando se busca un negro mas intenso.
Lazo Hernández detalla que siempre se debe buscar el color más intenso primero y después experimentar con cambios para encontrar variaciones más opacas.
Por un tiempo, Don José migró a Estados Unidos donde trabajó en la construcción encargándose de la remodelación de una casa en el sur de California. “Camino al segundo piso volteo a la parte de arriba y veo dos tapices de Teotitlán”.
Nos cuenta que sus demás compañeros siguieron de paso, pero él se quedó ahí mirando la pieza. “Fue cuando la señora me dijo ‘están bonitos’ y yo respondí: ‘sí, están hechos en mi pueblo’”.
La señora era una profesora de Antropología quien años atrás había visitado Teotitlán del Valle durante un intercambio estudiantil. En la conversación que mantuvieron, ella le contó la historia y la fundación de su pueblo a don José. “Descubrí la grandeza que tiene mi población”.
El ver el tapete le trajo recuerdos del verde cerro de Picacho y también una añoranza por regresar a su pueblo. “También sentí una alegría de ver hasta dónde ha llegado nuestro trabajo”.
Durante el actual gobierno la Secretaría de Cultura creó la Dirección general de culturas populares, indígenas y urbanas que pretende fortalecer las comunidades originarias para “crear condiciones sociales e institucionales que favorezcan el diálogo intercultural respetuoso y armónico, entre los grupos y comunidades, en el cual se expresa toda la riqueza y diversidad cultural de nuestro país”.
Para José Lazo es muy importante reconocer su cultura y resaltar el trabajo de la comunidad zapoteca. Hoy, tiempo después de haber vuelto a su pueblo, busca preservar su trabajo, el de su familia y su comunidad a través de una práctica que ni estando a miles de kilómetros lejos se olvida.
Él quiere seguir haciéndolo hasta que sus manos, mente y cuerpo lo permitan. “El día que muera el sol, ese día muere el último zapoteca“, dice.
Este texto se produjo como parte de una colaboración con la Escuela Annenberg de Comunicación y Periodismo de la Universidad del Sur de California.
A propósito del 80 aniversario de la liberación del infame campo de concentración, en BBC Mundo recuperamos este reportaje sobre un grupo no muy conocido.
ADVERTENCIA: Este artículo contiene imágenes extremadamente gráficas que incluyen cadáveres y descripciones de asesinatos en masa.
“Yo trabajé en los crematorios. Llevaba personas de las cámaras de gas a los hornos”, recordó Dario Gabbai.
El exprisionero del campo de concentración de Auschwitz (situado en la Polonia ocupada por los nazis) se refería a la tarea de retirar los cadáveres de las víctimas judías para llevarlos a ser incinerados.
Gabbai, con quien la BBC conversó antes de su fallecimiento en 2020, era uno de los últimos testigos oculares de la Solución Final: el plan nazi para eliminar a los judíos de Europa que acabó con el asesinato de seis millones de judíos.
En el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau, recuperamos de nuestros archivos la historia de los Sonderkommandos, los prisioneros judíos que eran obligados a cooperar en el Holocausto.
Para acelerar el ritmo de los asesinatos, los nazis establecieron campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau y crearon una unidad especial llamada Sonderkommando (comandos especiales).
Estaba formada por prisioneros judíos deportados a Auschwitz desde 16 países, cuyo trabajo alimentó la máquina de matar.
“Es algo que nunca olvidaré. Yo tuve la suerte de sobrevivir”, declaró Gabbai.
Después de la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945 por las fuerzas soviéticas, muchos sobrevivientes expresaron en libros sus experiencias.
Pero se escuchó muy poco de los pocos Sonderkommandos que lograron salir.
En la década de 1980, Gideon Greif, un historiador experto en el Holocausto establecido en Israel, comenzó la larga tarea de descubrir el misterio de aquellos miembros de los comandos especiales.
“Uno de mis objetivos era mejorar su imagen. Cuando comencé la investigación, se les consideraba colaboradores y asesinos. Pero ellos eran las víctimas, no los perpetradores”, le dijo Greif a la BBC.
El reconocido sobreviviente de Auschwitz Primo Levi escribió en el libro “Los hundidos y los salvados” que la creación de Sonderkommando fue el crimen más satánico del nazismo. Y Greif está de acuerdo.
“Fue la decisión deliberada de los alemanes de utilizarlos. También querían que los judíos compartieran la culpa. Esta es una idea muy cruel. Querían borrar la diferencia entre criminal y víctima”, agregó el investigador.
Greif documentó la experiencia de 31 Sonderkommandos en su primer libro sobre ellos, “Lloramos sin lágrimas”.
Los miembros de los comandos especiales se vieron obligados a ayudar en los procesos de asesinato. Las SS cometieron realmente la matanza.
Este grupo de prisioneros tenía que buscar implantes como dientes de oro y objetos de valor ocultos en los cuerpos antes de deshacerse de los cadáveres.
Existen muy pocas imágenes de Sonderkommandos trabajando en Auschwitz, pero después de la liberación del campo, los soviéticos escenificaron varias imágenes que recreaban los horrores por los que pasaron.
Gabbai tenía la tarea específica de cortar y recoger el cabello de las mujeres asesinadas.
Décadas después, recordó cómo se sintió entonces conversando con una organización estadounidense dedicada a entrevistar a los sobrevivientes del Holocausto, la USC Shoah Foundation.
“Me dije a mí mismo: ‘¿cómo puedo sobrevivir? ¿Dónde está Dios?'”, se preguntó Gabbai.
Un hombre polaco le dijo entonces que se mantuviera fuerte, y él decidió seguir ese consejo.
“Me dije a mí mismo: ‘soy un robot… cierra los ojos y haz lo que sea que tengas que hacer sin preguntar demasiado'”, comentó.
Gabbai no podía darse el lujo de desobedecer órdenes. Cuando alguien era un poco lento o ineficiente, era castigado brutalmente.
A veces, los guardias de las SS inspeccionaban los cadáveres de camino a las incineradoras. Si veían un implante de oro que los miembros de los comandos habían pasado por alto, la persona responsable podía ser arrojada viva a las llamas.
Otros castigos incluían ser disparado, torturado, golpeado o rodar desnudo sobre la grava.
Estos castigos se realizaban en presencia de otros Sonderkommandos para intimidar a todo el grupo.
El trabajo ofrecía poca protección. Los nazis solían matar a los miembros de los comandos especiales cada seis meses y traían nuevos reclutas.
“Estaban en un estado de shock constante. Vieron a miles de judíos ser asesinados cada día. Era un gran desafío permanecer con vida”, dijo Greif.
Sin embargo, muchos como Gabbai no solo sobrevivieron sino que ofrecieron información sobre el funcionamiento real de aquella fábrica de la muerte.
“Cerraban las puertas. Luego, las SS lanzaban el Zyklon B desde las aberturas de arriba. Tardaban unos cuatro-cinco minutos en morir, excepto las personas en el lado de donde venía el gas. Allí tomaba un par de minutos”, agregó.
El Zyklon B llegaba a los campamentos en forma de bolitas de cristal. Tan pronto como los gránulos estaban expuestos al aire, se convertían en gas venenoso y comenzaban a matar personas.
Uno de los Sonderkommandos documentado por Greif fue Ya’akov, el hermano de Dario Gabbai.
Ya’akov vio a dos de sus primos aparecer en la cámara de gas. Les indicó que se sentaran cerca de donde salía el gas para tener una muerte rápida e indolora. Le dijo a Greif: “¿Por qué deberían sufrir tanto?”.
Greif señaló que muchos de los que trabajaban en los comandos cambiaron para siempre.
“Para dar servicio a una fábrica de la muerte como aquella se convirtieron en personas sin emociones. Eso no significa que no fueran buenas o malas personas. Algunos de ellos me contaron lo que hicieron para ayudar a mantener la dignidad de las víctimas judías”, añadió.
Josef Sackar fue el primer Sonderkommando que Grief conoció en 1986.
El hombre a menudo trabajaba en el lugar donde se pedía a las mujeres que se desnudaran.
“Movía mi cabeza hacia otra dirección y me aseguraba de que no se avergonzaran mucho”, le relató a Grief.
Shaul Chasan tenía que sacar los cuerpos de los muertos de la cámara de gas y colocarlos en los ascensores que los llevarían a los crematorios.
Él le contó a Grief que siempre se esforzaba por asegurarse de que los cuerpos no fueran arrastrados sobre la tierra y los escombros del suelo de las cámaras de gas.
La mayoría de los miembros de estos comandos eran judíos ortodoxos. Greif aseveró que muchos días lograban rezar tres veces al día, como lo estipula el judaísmo.
Sorprendentemente, podían orar juntos cada vez que obtenían el número mínimo de diez que requieren las leyes religiosas.
Cuando los guardias del campo no estaban cerca, algunos incluso recitaban el kadish -una oración tradicionalmente dedicada en memoria de los muertos- durante el proceso de cremación.
Menos de 100 Sonderkommandos, reclutados durante la deportación de judíos húngaros a Auschwitz, lograron sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial.
En Yad Vashem, el Museo de la Historia del Holocausto de Israel, se señala cómo aumentaron los asesinatos después de que comenzara la deportación de judíos húngaros en mayo de 1944.
“En solo ocho semanas, unos 424.000 judíos fueron deportados a Auschwitz-Birkenau”.
La tasa de asesinatos superó por mucho la capacidad de los crematorios. Pero el militar alemán a cargo, Otto Moll, fue implacable y ordenó a los Sonderkommandos que desenterraran algunas fosas crematorias.
Una foto tomada de manera clandestina por un Sonderkommando muestra claramente cuerpos incinerados en una fosa al aire libre, lo cual supondría años más tarde una valiosa evidencia.
Shlomo Dragon fue testigo de inusuales actos de desafío y habló a Greif sobre uno de ellos.
“Una mujer se negó a desnudarse por completo, y cuando un hombre de las SS, Schillinger, le apuntó con su arma y le exigió que se quitara la ropa interior, se quitó el sostén, se lo pasó por la cara y le golpeó con él, consiguiendo que soltara su arma. La mujer rápidamente la agarró, apuntó y disparó, matando a Schillinger”, contó.
La mujer, identificada como la bailarina polaca Franceska Mann, logró una reputación legendaria después de su muerte.
Otro miembro de los comandos vio cómo un grupo de niños polacos desnudos comenzó a cantar Shema Yisrael, una oración judía, y entró a la cámara de gas con perfecta disciplina.
A quienes formaban parte de estos comandos se les daba normalmente más comida y mejores condiciones de vida que al resto de los prisioneros, a quienes se les daba sopa aguada.
También podían quedarse con la ropa de las víctimas. Greif dijo que se trataba de “incentivos marginales”.
También tenían alojamientos separados y eran monitoreados todo el tiempo. Sin embargo, lograron protagonizar una lucha que se conoce como “la rebelión del Sonderkommando”.
“Dos hermanos estuvieron involucrados en la planificación del levantamiento del sábado 7 de octubre de 1944. Fue una revuelta judía. Fue una historia de coraje. Debería estar escrita en letras de oro”, sostuvo Greif.
Ese día, algunos miembros de los comandos atacaron a sus guardias de las SS con piedras y prendieron fuego a un crematorio. Fue rápidamente sellado y 451 Sonderkommandos fueron asesinados a tiros.
Otros prisioneros como Marcel Nadjari registraron su ira en pedazos de papel.
“No estoy triste porque voy a morir, estoy triste porque no podré vengarme como quisiera”, escribió en noviembre de 1944.
Las cenizas de cada víctima adulta pesaban unos 640 gramos, según sus notas.
Este judío griego escondió luego su manuscrito de 13 páginas en un termo, que selló con una tapa de plástico. Luego colocó el termo en una bolsa de cuero y lo enterró.
Las notas dejadas por Nadjari y otras personas fueron recuperadas años después y descifradas minuciosamente.
Estos documentos son conocidos como “los rollos de Auschwitz” y proporcionan una valiosa información sobre la escala del crimen.
Tras la guerra, algunos miembros del Sonderkommando se enfrentaron a sus antiguos guardias en los tribunales.
Henryk Tauber testificó contra el comandante de las SS Otto Moll.
“En varias ocasiones, Moll arrojaba a personas vivas a las fosas crematorias”, recordó durante el juicio ante un tribunal militar estadounidense.
Moll fue finalmente condenado y ahorcado por su papel en una “marcha de la muerte”.
Temiendo la derrota, las SS comenzaron a evacuar el campamento desde mediados de enero de 1945. Cerca de 60.000 reclusos hambrientos y semidesnudos se vieron obligados a caminar a través de la nieve a temperaturas de -20 °C hasta ciudades a más de 50 kilómetros de distancia.
Los que no podían seguir el ritmo fueron asesinados a tiros.
Sin embargo, muchos criminales nunca fueron castigados. De aproximadamente 7.000 empleados en Auschwitz, solo alrededor de 800 respondieron ante la ley, según “Auschwitz”, una serie documental de la BBC/PBS.
El complejo Auschwitz-Birkenau es el sitio que albergó la mayor masacre en masa de la historia humana: se calcula que 1,1 millones de personas fueron asesinadas, de las cuales más del 90% eran judíos.
Esto es más que las pérdidas humanas sufridas por Reino Unido y Estados Unidos durante toda la guerra.
Greif estimó que el número de personas asesinadas supera los 1,3 millones. Insistió en que la búsqueda de la justicia no debe acabar.
“Ningún criminal nazi alemán merece morir en su cama”.
En varias ocasiones ha comparecido ante tribunales europeos para testificar contra presuntos criminales nazis.
“Los intentos alemanes de destruir todas las pruebas de sus crímenes llevaron a un vacío documental que solo puede ser llenado por los recuerdos de los sobrevivientes”, dijo Greif.
El historiador aseguró que su mayor logro es cambiar esa percepción sobre los Sonderkommandos.
“Nadie se atreverá a llamarlos colaboradores ahora”, zanjó.
El único sobreviviente del Sonderkommando, Gabbai, vivió en Los Ángeles hasta su muerte. Hace diez años, durante su visita para conmemorar el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, habló con la BBC.
“Me dije: ‘esta guerra va a terminar algún día y cuando termine puedo sobrevivir y contarle la historia al mundo'”.
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