Todas tenemos un maestro o maestra que marcó nuestras vidas. Ya sea porque nos escuchaba, nos impulsaba o nos ayudó a encontrar nuestra verdadera pasión. Pues de eso y más va El último vagón, la más reciente película del director mexicano Ernesto Contreras.
El cineasta realizó esta adaptación de la novela homónima de Ángeles Doñate para hacer un homenaje a quienes han dedicado su vida a la educación y, especialmente, a su mamá quien fue maestra de primaria.
En entrevista con Animal MX nos contó que durante el rodaje de la película recordó el salón de clases de su madre, “mi casa llena de exámenes, tareas, libros, cuadernos y demás”.
Además, pudo revivir lo estricta y amorosa que era con sus alumnos y así “hubo mucha tela de dónde cortar para construir el personaje de la maestra Georgina (interpretada por Adriana Barraza) y la película en general”, añade.
El pequeño Ikal (Kaarlo Isaacs) y su familia viven en un ferrocarril que viaja por todo el país, pues su padre trabaja en la reparación y construcción de las vías del tren.
Esto impide que la familia pueda tener un hogar fijo, pero en esta parada eso podría cambiar. Ikal conoce a Chico (Diego Montessoro), Valeria (Frida Cruz) y Tuerto (Ikal Paredes), con quienes inicia una amistad.
Junto al perrito Quetzal y la maestra Georgina, lograrán que Ikal sienta por primera vez que pertenece a un lugar.
¡Más cine, por favor! Ya está todo listo para el FICUNAM y se viene con mucho cine mexicano
Para esta película, Ernesto Contreras tuvo el reto de adentrarse en un nuevo género al hacer una película familiar y aunque advierte “regresaré a la oscuridad”, resalta que le interesaba mucho que esta historia fuera “luminosa, inspiradora y que te pudiera conectar de esta manera tan fuerte emocionalmente”.
La actriz Adriana Barraza coincide en esto, pues aunque tiene más de 50 años de trabajar como actriz, ella piensa que El último vagón resalta de sus otros proyectos porque “toca el corazón de las personas”.
Barraza da vida a Georgina, una inquebrantable maestra que hace todo por sus estudiantes con lo poco que tiene y que busca marcar sus vidas de una u otra manera.
En entrevista con Animal MX nos cuenta que este personaje le dio la oportunidad de reflejar propia experiencia, pues también es maestra de actuación desde hace décadas.
“Creo que en nuestra vocación (de maestra) está la pasión y las ganas de que tu alumno aprenda aunque sea una cosa chiquitita y eso nos hace felices”, añade.
De hecho, recuerda una anécdota que sucedió el primer día que Ernesto Contreras la presentó al resto del elenco infantil en el vagón que funciona como salón de clases en la película.
Ella entró a este salón y les dijo “Bueno, todos sentados” y nos cuenta que se quedaron callados y la obedecieron, como si fuera su maestra de verdad y no una actriz. “Los adoré, fue una experiencia hermosa”, añade.
También lee: Lo que no sabes de tus animaciones favoritas (¡y toooda la chamba que se hace en México!)
El último vagón no sería la emotiva historia que es sin la participación de sus protagonistas infantiles, quienes también desarrollaron un gran vínculo en la vida real durante el rodaje.
Kaarlo Isaacs cuenta a Animal MX que antes del rodaje de la película los cuatro participaron en un taller para que se conocieran mejor.
Sin embargo, considera que construyeron una verdadera relación “durante la película, porque nos veíamos diario y hablábamos todos los días. Nos agarramos una confianza bonita“.
Y es que también compartieron momentos especiales durante el rodaje. Por ejemplo, Diego Montessoro y Frida Cruz tuvieron su “bautizo” por participar en su primera película.
“Nos lo hicieron el último día, con huevos y harina para celebrar y fue algo muy emotivo y divertido”, recuerda Diego.
Además, esta filmación también fue especial gracias a la participación de Mante, el perrito mestizo que da vida a Quetzal en la película, y con quienes Frida, Kaarlo, Diego e Ikal también desarrollaron un bonito vínculo.
De Iguala para el Mundo: Cruz Contreras, el animador mexicano que triunfa en Hollywood
Ya mencionamos que El último vagón es un homenaje a las personas que se dedican a la educación, sobre todo en zonas rurales donde hacen lo que pueden con el poco presupuesto que les dan.
Sin embargo, tanto el director como el elenco recordaron a sus propios maestros que les marcaron la vida mientras rodaban este proyecto.
Kaarlo Isaacs, quien se ha metido en el mundo del cine desde muy chico, destaca que su mayor maestra es su mamá: “es mi maestra de vida”.
Y es que el joven actor ha realizado estudios en casa desde muy chico pues así es más fácil dedicarse a la actuación. “Le agradezco mucho a mi mamá que se haya preocupado, porque fue un momento donde pues la escuela no era una opción viable”.
Para Frida Cruz, su maestro Edgar es quien la ha marcado. “Le agarramos demasiada confianza porque en serio es muy buena onda y le contamos todo lo que pasa y lo entiende”, cuenta.
Luego de estudiar en línea durante dos años, Diego Montessoro al fin pudo conocer en persona su maestro de matemáticas. “Desde que lo conocí fue algo increíble porque es una persona con la que tengo muchísima confianza, puedo llegar y contarle cosas de mi vida personal y sé que me va a ayudar y me va a dar el mejor consejo posible”.
Para Ikal Paredes, uno de los maestros más especiales en su vida es uno de música. “No es como que se enfade muy fácilmente, pero a la vez lo respetamos y es una persona muy agradable que se toma las cosas a la ligera, y la verdad sí es una muy buena persona“.
El director Ernesto Contreras destaca, además de su mamá, a Miguel Córcega, director de telenovelas del que pudo ser asistente de dirección. “De él aprendí mucho de lo que todavía sigo haciendo con los actores y las actrices”.
Por último, Adriana Barraza atesora mucho a la maestra Lolita, de su primaria José Vicente Villada en Toluca. “Para mi es inolvidable, recuerdo hasta cómo se peinaba y recuerdo su cariño, su disciplina y, sobre todo, su bondad”, nos cuenta.
Igualmente considera que en el camino de la actuación fueron importantísimos Esvón Gamaliel Calvillo Pérez, de su universidad en Toluca, y Sergio Jiménez, “que fue mi amigo, mi maestro y mi maestro de vida”.
Si al leer esto tú también recordaste a la maestra de primaria que nunca dudó de ti, o al maestro que te hizo conocerte mejor, entonces corre a ver El último vagón. Aunque tuvo un corto estreno en salas de La Casa del Cine MX, ya está disponible en Netflix desde el 26 de mayo.
Esta película sobre la adicción a las drogas fue muy aclamada y criticada cuando se estrenó en 2000. Hoy, no es menos polémica.
Cuando el filme Réquiem por un sueño se estrenó hace 25 años, generó excelentes críticas y una acalorada polémica.
La proyección de medianoche en el Festival de Cine de Cannes culminó con una efusiva ovación de pie por parte de los 3 mil espectadores del auditorio.
Cuando se encendieron las luces y se vio a Hubert Selby Jr., autor de la novela de 1978 en la que se basó la película, las lágrimas corrían por sus mejillas.
La admiración de la crítica llegó pronto, y Peter Bradshaw, del diario británico The Guardian, dijo con entusiasmo que el director Darren Aronofsky había alcanzado las legendarias alturas de Orson Welles en cuanto a “energía, consistencia y dominio absoluto de la técnica”.
Sin embargo, la recepción fue muy distinta en el Festival de Cine de Toronto, donde algunos espectadores vomitaron de asco.
Con una clasificación para mayores de 17 años, la película recaudó apenas 7.5 millones de dólares con un presupuesto de 4.5 millones, y fue criticada duramente por algunos detractores por, como expresó Jay Carr en el Boston Globe, “refugiarse en una visión del infierno nacida de la comodidad burguesa”.
Lo que dividió la opinión de la crítica fue la forma en que Réquiem por un sueño retrataba a los drogadictos, con detalles desgarradores y en primer plano.
La película presenta a una viuda, Sara Goldfarb (interpretada por Ellen Burstyn), que se vuelve adicta a las pastillas para adelgazar con el objetivo de participar en un concurso televisivo.
Mientras tanto, su hijo Harry (Jared Leto) y su mejor amigo Tyrone (Marlon Wayans) traman un plan para enriquecerse vendiendo heroína. Cuando las cosas se complican, presionan a Marion (Jennifer Connelly), la novia de Harry, para que intercambie sexo por drogas.
La trama se arremolina como un torbellino que los arrastra hacia sus espantosos destinos: torturas con electrochoques, amputación de un brazo gangrenoso, reclutamiento en una cuadrilla de trabajo penitenciario supervisada por un guardia racista y explotación sexual.
Darren Aronofsky quiso ofrecer al público un bombardeo sensorial que imitara la experiencia de la adicción.
Pero terminó haciendo mucho más, provocando serios debates sobre el libre albedrío del adicto, la línea entre la observación compasiva y el voyerismo explotador, y el tóxico canto de sirena del propio sueño americano.
Veinticinco años después, estos debates siguen latentes.
La idea de la película surgió cuando el productor Eric Watson vio una copia de la novela de Selby en la estantería de Aronofsky en 1998.
“Darren me dijo que había tenido que dejarla a la mitad; era demasiado oscura e implacable, y eso me intrigó”, le dice Watson a la BBC.
“Le pregunté si podía prestármela para leer en un viaje de esquí con mis padres. Me arruinó las vacaciones por completo. Al volver, le dije a Darren: ‘Esta es la indicada; tenemos que hacer esta película’. Así que adquirimos los derechos de la novela por 1.000 dólares, y Darren escribió el guion”.
Aronofsky y Watson enviaron el guion a todos los grandes estudios. ¿La respuesta?
“¡Silencio!”, recuerda Watson. “Nadie se molestó en llamarnos para rechazarlo”.
Sin desanimarse, consiguieron la mitad de la financiación que necesitaban de Artisan Entertainment y contrataron a un productor independiente, Palmer West, para que les ayudara a reunir el resto de un presupuesto ajustado.
El proceso de casting también resultó complicado.
“Tobey Maguire, Adrien Brody, Joaquin Phoenix, Giovanni Ribisi… todos exploraron el proyecto o se presentaron a la audición para interpretar a Harry, pero rechazaron el papel”, recuerda Watson. “Era un riesgo demasiado grande para sus carreras”.
Una vez elegidos, Leto, Connelly, Wayans y Burstyn se esforzaron por lograr autenticidad en sus interpretaciones.
Leto perdió 11 kg y convivió con heroinómanos sin hogar en el East Village de Nueva York.
Wayans recorrió sin camisa las gélidas calles de Brighton Beach, en Brooklyn, en febrero.
Al comenzar el rodaje, Burstyn simuló la pérdida de peso poco saludable de su personaje poniéndose un traje de 18 kg para sus primeras escenas, luego cambiándolo por uno de 9 kg y, finalmente, tomándose dos semanas de descanso y perdiendo 4.5 kg con una estricta dieta de sopa de repollo.
Aronofsky, inspirado por los planos de Spike Lee en “Haz lo que debas”, utilizó tomas SnorriCam (cámaras acopladas al cuerpo del actor) para transmitir una sensación de disolución de la realidad externa.
A esto añadió pantallas divididas, aceleraciones y desaceleraciones, fundidos a blanco, tarjetas de título, espirales de cámara, lentes ojo de pez, planos generales extremos, pixelaciones y puestas en escena surrealistas.
Todas eran herramientas para imitar las distorsiones sensoriales inducidas por los opioides.
Pero aunque estos efectos visuales generaron entusiasmo, la visión de la película sobre la adicción a las drogas generó controversia.
Mientras que Trainspotting (1996) había sido criticada por glorificar la estética de la “heroína chic”, Réquiem por un sueño se percibía como un retrato incesantemente sombrío del consumo de sustancias.
La imagen de una “espiral” se convirtió en la metáfora preferida de la crítica para describir la idea de la película de que los adictos, una vez enganchados, son arrastrados casi inexorablemente hacia finales horribles.
“Lamento decir que la forma en la que describe la trayectoria de la adicción a la heroína es notablemente precisa”, afirma David J. Nutt, profesor de neuropsicofarmacología en el Imperial College de Londres.
“La mayoría empieza a consumir por desesperación o desesperanza, pero muchos, como Harry y Tyrone, ven el narcotráfico como una aventura empresarial, como una forma de ganar dinero rápido y luego seguir adelante con sus vidas. Pero rara vez termina bien”.
Por otro lado, el profesor Nutt considera a Sara Goldfarb un símbolo de toda una generación de amas de casa de las décadas de 1950 y 1960 a las que se les recetaron anfetaminas sin supervisión médica adecuada.
En cuanto al destino de Marion, afirma que hoy en día “los proxenetas siguen controlando y abusando de las mujeres explotando sus adicciones”.
Pero lo fundamental de la película, añade Nutt, es que dramatiza la adicción como un trastorno químico cerebral que induce conductas compulsivas.
“No recurres a la reutilización de puntos de inyección extremadamente dolorosos a menos que seas presa de impulsos irresistibles”, afirma.
No todos los expertos en adicciones están de acuerdo.
Gene Heyman, profesor titular del departamento de Psicología y Neurociencia del Boston College, le dice a la BBC que Réquiem por un sueño describe admirablemente la euforia de la iniciación en las drogas, seguida de episodios de abstinencia cada vez más intensos y dolorosos.
Pero ahí termina su precisión.
“Esta película cuenta una historia conocida: una vez adicto, siempre adicto, y es necesariamente una trayectoria descendente de la que nadie se recupera”, dice Heyman.
“Y eso es completamente falso. Todos los datos epidemiológicos muestran que, a los 30 años, la mayoría de los consumidores habituales de drogas maduran y dejan de consumir, no vuelven a consumir, y lo hacen sin tratamiento ni intervención profesional. “Eso son solo los datos, no mi opinión. Están ahí para que todos lo vean”.
Por su parte, Watson se exaspera al responder preguntas sobre la veracidad de la adicción en Réquiem por un Sueño.
“Hubert Selby fue muy activo en AA y NA [Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos], pero nuestra película nunca tuvo la intención de ser un documental ni un panfleto sobre el camino a la recuperación”, dice.
“No, no es realista. Es surrealista. Relájense”.
El propio Selby siempre insistió en que consideraba la drogadicción solo una manifestación del poder seductor del sueño americano y de lo que consideraba sus efectos tóxicos.
Antes del estreno de la película, escribió un nuevo prólogo para su novela, que decía: “Obviamente, creo que perseguir el sueño americano no solo es inútil, sino autodestructivo, porque en última instancia lo destruye todo y a todos los que lo componen”.
Muchos críticos han llegado a considerar que Réquiem por un sueño está en la misma línea que El gran Gatsby (1925) y Revolutionary Road (1961), obras que exponen el lado oscuro del mito estadounidense.
Con su televisión y su comida basuras, la película se circunscribe en un ambiente de adicciones específicamente estadounidense, afirma Kevin Hagopian, profesor de Estudios de Medios en la Universidad Estatal de Pensilvania.
“El concurso televisivo que cautiva a Sara se centra en crear una alegría ansiosa, exagerada y falsa”, dice.
“Aquí hay una búsqueda desmedida de panaceas irrealistas, un atajo hacia una solución rápida para no tener que pensar nunca en el propósito de la vida. Aquí, el sueño americano no es lo que hay que perseguir, sino el villano definitivo. Y esa crítica es tan devastadora para los mitos que nos sostienen que no es de extrañar que mucha gente no la acepte”.
Danny Leigh, ahora crítico de cine del diario Financial Times, elogió efusivamente Réquiem por un sueño en la revista Sight and Sound cuando se estrenó.
“Me cautivó lo que era: sin duda, una obra cinematográfica con estilo, con un crudo brío cinematográfico”, le dice Leigh a la BBC.
“Trainspotting había sido un acontecimiento cultural trascendental, que desencadenó un momento de vértigo en la cultura británica del momento, y vi ‘Réquiem por un sueño’ como una poderosa corrección, una advertencia casi paródica que golpeó con fuerza”.
Sin embargo, con el paso de los años, Leigh ha desarrollado recelos sobre la obra de Aronofsky.
“He llegado a sentir que hay cierta lascivia en su cine, como si se entrometiera en situaciones emocionalmente desesperadas y aplicara una condescendencia desagradable, incluso voyerista, a circunstancias trágicas”.
Leigh señala que este impulso alcanzó su extremo más grotesco en La Ballena (2022) de Aronofsky, en la que un profesor de inglés solitario y con obesidad mórbida, interpretado por Brendan Fraser, come hasta morir.
Hagopian, en cambio, considera que Aronofsky ha demostrado una genuina curiosidad por comprender a las personas marginadas de la sociedad.
“Muchas películas experimentales crean lo que yo llamaría ‘pesadillas de distanciamiento psíquico'”, opina.
“Piensen en Terciopelo azul (1986) de David Lynch, La pianista (2001) de Michael Haneke o Tenemos que hablar de Kevin (2011) de Lynn Ramsay; en todas ellas, nunca sabemos qué piensan o sienten realmente los personajes”.
Réquiem por un sueño, añade, adopta el enfoque opuesto al lograr lo que él llama una “pesadilla de intimidad psíquica”.
“Nos vemos tan cerca de los personajes que, en algún momento, su dolor y trauma parecen filtrarse en nuestra conciencia.
“Puede resultar claustrofóbico, incluso invasivo. Pero para mí, ese es el tipo de cine más valiente, y explica por qué esta obra de arte, ya sea que la admires o la detestes, queda grabada para siempre en la mente de las personas”.
*Si quieres leer el artículo en inglés en BBC Culture, haz clic aquí
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Utilizamos cookies propias y de terceros para personalizar y mejorar el uso y la experiencia de nuestros usuarios en nuestro sitio web.