A partir del próximo 19 de marzo la autenticación en dos pasos de Twitter por mensaje de texto será exclusiva de usuarios con Twitter Blue (que todavía ni está disponible en México).
Si eres de las personas que usaba este método de seguridad, tendrás que desactivarlo antes de la fecha mencionada o perderás acceso a tu cuenta.
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De acuerdo a Twitter esta decisión se tomó porque “desafortunadamente hemos visto que los malos actores usan y abusan de la autenticación basada en números de teléfono”.
Aunque Elon Musk también argumentó que esta medida se toma para evitar que Twitter continúe siendo “estafado por las compañías telefónicas”, pues les cobraban aproximadamente 60 millones de dólares al año en SMS para la verificación 2FA falsos.
Twitter is getting scammed by phone companies for $60M/year of fake 2FA SMS messages
— Elon Musk (@elonmusk) February 18, 2023
Los propios datos de transparencia de Twitter muestran que, a diciembre de 2021, tan solo el 2,6 % de los usuarios de Twitter tenían activada la verificación en dos pasos (o autenticación en dos factores) y el 74 % de esos usuarios usaban SMS como método 2FA.
La autenticación en dos pasos es una medida de seguridad disponible en casi todas las redes sociales y cuentas en internet.
¿Su importancia? Añade un nivel de protección adicional a tu cuenta en caso de que alguien robe tu contraseña.
Así es como al iniciar sesión desde un nuevo dispositivo, necesitarás ingresar tu contraseña y un elemento adicional como una clave que te llega al celular, un código de autenticación, pregunta de seguridad, entre otras opciones.
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¿Quieres proteger tu cuenta de Twitter, pero no piensas pagar Blue? No te preocupes, la plataforma todavía permite otras formas de autenticación en dos pasos y la más recomendable es Google Authenticator.
Llamado en español Autenticador de Google, se trata de una aplicación oficial que crea códigos que puedes usar para verificar tu identidad en distintos servicios como Facebook, Amazon y Twitter.
La aplicación genera un código numérico de seis dígitos que varía cada 30 segundos. Así que nunca se repite el mismo código para el mismo servicio/app a la que deseas ingresar.
Antes que nada tienes debes descargar la app del autenticador del Google. Está disponible tanto para Android como para iPhone.
Primero deberas configurarla con tu cuenta de Google. Accede a ella y abre el apartado de “Seguridad”. Una vez allí, haz clic en “Verificación en dos pasos” y desplázate hacia la opción de “Añadir más segundos pasos para verificar la identidad”.
Ve a “Aplicación Authenticator”, haz clic en “Configurar” y sigue las instrucciones que aparecen en pantalla.
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Con eso ya tienes lo básico de Google Authenticator, pero falta añadir tu cuenta de Twitter. Para eso, ve a ti cuenta y accede al menú “Configuración y soporte”, luego en “Configuración y privacidad”. Una vez dentro, pulsa en “Seguridad y acceso a la cuenta” y allí en “Seguridad”.
Luego dale donde dice “Autenticación en dos fases” y ahí activa “Aplicación de autenticación” y te pedirá ingresar tu contraseña actual.
Finalmente aparecerá un código QR que es el que tienes que escanear desde la aplicación de Google Authenticator. Si no pudieras escanear el código (porque todo lo estás haciendo desde el celular), toca sobre “Can’t scan the QR code?” para que te salga una clave para hacer exactamente lo mismo.
En Google Authenticator aparecerá un código de seis dígitos que deberás ingresar en Twitter y ¡listo! Ya tienes configurada tu cuenta con la autenticación de dos pasos de Twitter.
Hay que aclarar que el de Google no es el único autenticador compatible con la red social. También están Authy, Duo Mobile, 1Password, entre otros.
La risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud.
¿Alguna vez se ha puesto a reír con alguien que apenas conoce? Tal vez fue por una broma tonta o, incluso, por el simple hecho de oír el sonido de esa persona riendo.
No importa si es la primera vez que la vemos o si no compartimos intereses con ella, porque en ese momento estamos conectados por una simple y poderosa reacción: la risa.
La risa como reflejo biológico se confirma en diversos estudios que muestran que los bebés ya sonríen hacia el primer mes de vida y empiezan a reír alrededor de los tres meses, incluso antes de comprender las dinámicas sociales que los rodean.
De forma similar, las personas sordociegas, que nunca han visto ni oído una risa, también ríen de manera espontánea, lo que subraya el carácter innato de este comportamiento.
Sorprendentemente, la risa no es un rasgo exclusivo de nuestra especie.
Investigaciones recientes han descubierto que al menos 65 especies de animales —como vacas, loros, perros, delfines o urracas— emiten sonidos similares cuando juegan o incluso cuando les hacen cosquillas, como les ocurre a los simios y a las ratas.
Esto sugiere que la risa no es algo exclusivamente humano, sino que tiene raíces evolutivas muy antiguas, compartidas con otros animales.
De hecho, las carcajadas de los simios al jugar podrían ser el origen evolutivo de nuestra risa. A diferencia del habla, que requiere un lenguaje complejo, la risa es instintiva y contagiosa, lo cual refuerza el sentimiento de pertenencia al grupo.
Los científicos creen que esta función social surgió probablemente con el Homo ergaster hace unos dos millones de años, ya que generaba cohesión grupal sin necesidad del lenguaje.
Pero ¿por qué ciertos estímulos nos resultan graciosos? La gelotología, la ciencia que estudia la risa, lleva años buscando una respuesta a esta pregunta. Y pese a las más de veinte teorías que intentan explicarlo, no existe un consenso definitivo.
Sin embargo, la mayoría de los modelos actuales coinciden en tres factores clave: la percepción de una violación de expectativas (incongruencia), la evaluación de esa violación como inofensiva y la simultaneidad de ambos procesos.
Es decir, la risa aparece cuando algo desafía nuestras expectativas de forma repentina pero inofensiva, y lo procesamos de manera inmediata.
Por ejemplo, si alguien tropieza con una cáscara de plátano y se levanta riendo, nuestro cerebro registra la sorpresa (“¡qué inesperado!”) y, al comprobar que no hay riesgo (“solo es una caída tonta”), libera esa tensión con una carcajada de alivio porque no existe una amenaza real.
Este mecanismo explica por qué un chiste fallido no causa gracia (falta sorpresa) o por qué un accidente real no es cómico (el suceso no es inofensivo).
Sin embargo, no todos los estímulos humorísticos son universales.
Las diferencias culturales, personales y contextuales afectan profundamente lo que se considera gracioso. Un mismo chiste puede resultar cómico en una cultura, ofensivo en otra o completamente irrelevante en una tercera.
Pero ¿qué ocurre en nuestro cerebro desde que percibimos algo gracioso hasta que nos reímos?
Diversos estudios han demostrado que el procesamiento del humor involucra múltiples regiones. Así, mientras la incongruencia se detecta en la corteza prefrontal dorsolateral, la unión temporo-occipital evalúa su carácter inofensivo.
Una vez confirmada esta ausencia de riesgo, se producen cambios en la sustancia gris periacueductal y se activa el circuito de recompensa (liberando el neurotransmisor dopamina), lo que finalmente desencadena la risa.
Curiosamente, no todas las risas son iguales.
La risa emocional ligada a un estado de placer genuino es innata y espontánea, activando principalmente estructuras cerebrales asociadas a la recompensa emocional, como el núcleo accumbens y la amígdala.
En cambio, la risa voluntaria es aprendida y funciona como una herramienta social para imitar o reforzar vínculos emocionales y depende de áreas cerebrales responsables de movimientos conscientes.
Así, cada tipo de risa refleja mecanismos neuronales distintos: lo automático frente a lo social.
Además, se ha observado que los jóvenes tienden a mostrar una mayor activación en las zonas vinculadas al placer emocional, lo que refleja una experiencia más intensa y primaria del humor.
En cambio, en los adultos se encienden más aquellas áreas relacionadas con el procesamiento complejo, la reflexión asociativa y la memoria autobiográfica.
Esto explicaría cómo debido a la experiencia acumulada, los adultos contextualizan el humor mediante la memoria y prefieren estilos complejos (como el sarcasmo), mientras que los jóvenes, con menos experiencias vitales, buscan estímulos inmediatos (como el humor físico o absurdo).
Más allá de su dimensión emocional y social, la risa tiene también un potente efecto terapéutico.
Cuando reímos, el sistema opioide endógeno —relacionado con sensaciones de placer y calma— se activa, promoviendo la liberación de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, sustancias clave en el bienestar psicológico y en la reducción del estrés.
Diversos estudios avalan la eficacia de la risa para mejorar la calidad de vida, especialmente en personas mayores, donde la frecuencia de la risa se asocia a menor riesgo de discapacidad funcional.
La llamada risoterapia ayuda a reducir niveles de cortisol (hormona del estrés), aliviar la depresión y la ansiedad, mejorar la calidad del sueño e incluso a aumentar la tolerancia al dolor.
Los efectos positivos de la risa se extienden también al ámbito hospitalario: en niños y adolescentes sometidos a procedimientos médicos, la presencia de payasos ha demostrado reducir significativamente la ansiedad, el dolor y el estrés.
En definitiva, la risa no es solo un pasatiempo agradable ni un lujo ocasional. Es un pilar fundamental en nuestra salud y en el bienestar social. Aprender a reír más, a buscar motivos de alegría en lo cotidiano, puede ser tan crucial para nuestra vida como cuidar la alimentación o hacer ejercicio físico.
La risa tiene la capacidad de transformar nuestra biología, nuestra mente y nuestras relaciones. Quizá el humorista Victor Borge (1909-2000) tenía razón cuando dijo que es la distancia más corta entre dos personas.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para ver la versión original.
**Marta Calderón García es investigadora en cognición, comportamiento y neurocriminología de la Universidad Miguel Hernández en España.
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