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Cuando las bestias se encuentran
Cuando las bestias se encuentran
8 minutos de lectura

Cuando las bestias se encuentran

15 de septiembre, 2012
Por: Moisés Castillo
@WikiRamos 
Foto: Cuauhtémoc Suárez.

Dicen que la Bestia necesita abismarse en un egocentrismo y crearse un enemigo perfecto. Y eso pasó con Béla, el hijo mayor del matrimonio caduco de Tibor y Moira, y su relación con su hermano menor András. Desde que nació le hizo la vida imposible y le quitó todo: el amor de sus padres y varias novias, entre ellas Milena, su atractiva esposa.

Nadie mejor que su madre para explicar los celos que provocaron al primogénito su embarazo: “Béla ignoró a András lo más que pudo. Hasta que comprendió que podía controlarlo… El inquieto mayor encontró el modo de sacar de quicio al apacible menor”. Ella misma le tenía repulsión a esa pequeña bestia que acabó con su leche y sus senos, el juguete favorito del mozalbete.

Tras la muerte de los viejos, el hombre rapaz también quiso quedarse con la herencia familiar, que incluía la casa más apartada del mundo y una fuerte suma de dinero. Sin embargo, András no estaba dispuesto a ceder y luchó para vengarse definitivamente de su hermano incómodo. Destruirlo o destruirse. Da lo mismo. Tuvieron que pasar muchos años para que las bestias se encontraran de nuevo en la misma casona donde el canto de las cigarras en celo no cesa.

Esta es la trama de “Brama” (Tusquets 2012), del escritor David Miklos. Es una novela erótica que constantemente sugiere juegos de seducción y de poder. Quizá una de las escenas con más carga sexual es cuando Tibor y Moira se encierran en la biblioteca 11 días y copulan sin pausa. Apenas se habían conocido pero sus cuerpos se necesitaban, se apresaron y se desearon una y otra vez hasta que llegó un momento en que ya no pudieron más. La primera impresión de la chica vendedora de enciclopedias, al ver a aquel hombre en bata, fue más que sugerente: “Vaya miembro que tiene usted, Tibor”.

El encuentro más sensual -y que evidenció el estigma de ansiedad que sigue cargando András, aún en la madurez- es cuando Béla ordena a su hermano y a su mujer ir al sótano por otra botella de vino. En la oscuridad donde nadie es culpable, la irresistible Milena le suelta un beso feroz mientras libera el pene de la bragueta, se baja los calzones, se sube la falda y abre las piernas…

Las situaciones de “Brama” son poderosas pero el ritmo es lento. Así lo quiere el autor. La pluma de David es inteligente y no necesita tener prisa para provocar y emocionar. Por eso usa capítulos breves y frases contundentes: “Marina huele a mar podrido”, “gime y bufa, sus resoplidos llegan feroces hasta la sala”, “Milena aún yace a mi lado, la bata entreabierta, su carne de nuevo expuesta”, “András es bonito, un hombre de juguete”, “pero de todos los vicios el más poderoso es el aburrimiento”.

Cada personaje de la novela usa su voz para contar no su “versión” de los hechos sino la “verdad” de los hechos que cada uno va complementando sin dejar cabos sueltos. El originario de San Antonio, Texas, prefiere construir escenas sugerentes y no explícitas. Su mejor arma es la palabra exacta y filosa como una guillotina. Seguramente “Brama” estará en las listas de los mejores libros de ficción de 2012.

El escritor David Miklos.

-¿Cómo definirías “Brama”? Es una novela intensa en muchos sentidos…

Nunca la concebí como una novela erótica. Sin embargo, desde el principio supe que el elemento sexual iba a estar muy presente. Cuando la acabé fui a Tusquets pensando que iba a entrar en Andanzas, como las tres anteriores, y al final la metieron en La Sonrisa Vertical. En esa colección están narradores como Klossowski, son autores literarios por donde los veas y mucha literatura muere cuando la encasillas en un género o subgénero. En el caso de La Sonrisa Vertical se salvan mucho los libros y no me opuse. Ciertamente no la concebí como una novela erótica, eso vino después.

-¿Qué nos puedes decir de la casa como personaje omnipresente y que genera ambientes sórdidos?

La casa fue el primer personaje que apareció, lo primero que narré. De hecho es una casa que pertenecía a otra novela, una historia con la que no me estaba entendiendo. Cuando empecé a escribir “Brama” –originalmente se llamaba “Memoria de las Bestias”- pensé que la casa iba a narrar toda la historia, a decirnos “aquí ocurrió algo”. Quería que cada elemento resolviera lo que había ocurrido. Sin embargo, presento a los personajes y los llevo al escenario. Los invito a hablar y el personaje que sobrevive es la memoria. La casa era importantísima, tanto que decidí que hablara al principio y después solté al ruedo a los seres que la habitaron. Es una historia fantasma. La casa de alguna forma reclama que alguien cuente lo que ocurrió allí.

-De hecho hay una escena de máxima tensión cuando András dice “de aquí sólo muerto me sacan” tras la visita del notario…

Tiene muchísimas cuentas pendientes por saldar. También Marina –su amor infantil- tiene una cuenta pendiente y finalmente es la que también sirve de detonador para regresarlos a un estado primigenio de niños inmorales o amorales. Suspenden un poco su humanidad y se comportan como animales despojados de ética. Simplemente están peleando por una especie de territorio que no es la casa, es algo más allá, es un origen que están disputándose y que nunca van a poder conquistar.

–¿Por qué las mujeres de “Brama” son sumisas, en especial Moira y Milena?

Moira se está escapando de una situación que no le gusta, su propio origen. Intenta huir de una verdad desvelada y se acomoda con Tibor. Se embaraza y tiene su vida resuelta. Luego, Milena apuesta un poco a “ya me encontré a este macho alfa, a un conquistador y aquí voy a estar”. Pero la que rompe con este ánimo sumiso es Marina, es más independiente, regresa al territorio de su infancia a continuar el juego que había sido suspendido.

Foto: Cuauhtémoc Suárez.

–¿Cómo evitar lo porno y escapar de escenas burdas en una novela cargada de sexualidad?

Nombro a las cosas tal cual las vemos. Hay algunas metáforas y ese es el estilo que lo hace más fuerte. Decir las cosas como son justamente para escapar de lo meramente pornográfico, que termina siendo una representación del sexo. Aquí es el sexo por el sexo sin ningún fin reproductivo.

-En este sentido, hay situaciones espontáneas, vivir el momento. Milena y Marina son la fantasía sexual perfecta…

Tienen reglas no muy establecidas. Tibor que en su aburrimiento se le aparece Moira y dice “tiene que ser mía” y finamente lo logra. Esta seguridad la hereda Béla y también provoca una ruptura entre Milena y András. Hay algo de teatralidad en “Brama” por el espacio reducido, por la puesta en escena. Todo tiene que suceder de inmediato, no tiene que haber cortejo ni nada. Es decir, ahí está todo puesto, se conocen, quedan reducidos a su esencia más animal, copulan y punto.

–¿Qué lecturas influenciaron o tuviste como referentes en el proceso de escribir la novela?

Hay dos novelas de Julian Barnes en las que diferentes personajes se van cediendo la voz como en “Hablando de un asunto” o “Love, etc.”, me influyeron muchísimo. También “Los infinitos”, de Banville, en la que semidioses narran la historia, están viendo a los humanos desde arriba. Y bueno toda la parte de la transgresión, la parte sexual, están mis lecturas de Bataille, Klossowski, ese es el erotismo que me interesa.

-¿Cuánto tiempo te tardaste en escribir la novela?

En realidad la escribí bastante rápido porque me quedó muy claro desde un principio dónde quería llegar, conocía muy bien el final. Estaba atascado en una novela más grande que no fluía, con muchos tropezones y cuando descubrí la voz de “Brama”, los personajes, me seguí. Fui muy riguroso, escribía diario y en lo que más me tardé fue tener la versión última. El primer tramo, que es una buena parte de la novela, la escribí en un par de semanas. Después vino el trabajo duro de la corrección, estarle dando vueltas, checar cómo resolvía cosas. En todo esto sí me tardé dos años, son procesos muy distintos.

Foto: Cuauhtémoc Suárez.

-¿La incontenible precocidad de András es una forma de evitar estereotipos?

Es precoz justamente porque tiene miedo de que le arrebaten todo y le gana la ansiedad. Por eso no hay mejor manera de representarlo que sexualmente. Es como el síndrome del eterno hermano menor que tienes que ver cómo le haces para quitarle la comida y en esa voracidad te puedes tropezar, puedes arruinar lo que querías y la mejor manera de representarlo era sexualmente. También para tocar una fibra en la masculinidad que es un tema “delicado”. Es una novela en la que me burlo mucho de los mitos, de la masculinidad.

David Miklos se lleva bien con la literatura. A los ocho años escribió un poema a su madre y ganó un premio nacional de poesía infantil en 1979. Desde entonces no deja de teclear. Su primer libro se publicó cuando tenía 35 años y asumió formalmente la escritura. Encontró su voz. Los relatos de “Los Mitos de Cthulhu”, de H.P. Lovecraft, y “Estas ruinas que ves”, de Jorge Ibargüengoitia, dejaron una huella profunda en el ex director de la revista de creación y crítica “Cuaderno Salmón”.

También se encuentra al otro lado como reseñista de libros en la revista “Nexos”, un oficio en peligro de extinción. Dice que antes la escuela crítica eran los suplementos culturales como “Sábado” o “La Jornada Semanal”, cuando la dirigía Juan Villoro, y revistas como “Vuelta”, que a pesar de la figura polémica de Octavio Paz tenía una influencia notable. David trabajó en la entrañable “Viceversa” con Fernando Fernández, Roberto Max y Mónica Braun. En la extinta revista publicó su primera reseña de un libro precisamente de la colección La Sonrisa Vertical, “Las noches salvajes”, de Cyril Collard. El final de una época de aprendizaje.

“A mí la crítica se me resbala y me divierte, sobre todo si es una crítica negativa  me divierto más. Sin embargo, no hay crítica más feroz que la de tus allegados. A mí me leen personas muy específicas, amigos en los que confío muchísimo y que también son escritores. Me lee mi mujer”.

Foto: Cuauhtémoc Suárez.
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Imagen BBC

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