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Paro en el Poder Judicial de la CDMX: “Me vine corriendo… y me dicen que no hay servicio”
Paro en el Poder Judicial de la CDMX: “Me vine corriendo… y me dicen que no hay servicio”
Foto: Cuartoscuro/Archivo
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Paro en el Poder Judicial de la CDMX: “Me vine corriendo… y me dicen que no hay servicio”

El paro laboral en los juzgados del Poder Judicial de CDMX ha detenido audiencias y trámites, y también ha puesto contra las cuerdas a los abogados litigantes.
11 de junio, 2025
Por: Edgar Ledesma / Observatorio Judicial Ibero

El lunes 9 de junio, la señora Graciela Lara, una mujer de 70 años que mantiene una demanda por despojo en contra de su hermano, llegó a las instalaciones del Poder Judicial de la CDMX con el corazón agitado.

“Venía casi corriendo desde Balderas y casi me da un infarto… y me salen con que no hay servicio”, narra con molestia.

Desde el pasado 29 de mayo, días antes de la “histórica” elección judicial, los trabajadores del Poder Judicial de la capital del país se encuentran en paro, en demanda de mejoras en sus condiciones de trabajo.

paro juzgados cdmx poder judicial
Foto: especial

 

Por esta razón, la cita a la que estaba convocada la señora Graciela –en el edificio del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, ubicado en Avenida Niños Héroes 119, en la colonia Doctores– quedó pospuesta indefinidamente.

La cita de esa mañana tenía el objetivo de verificar la autenticidad de las firmas estampadas en documentos que, tal como afirma Graciela, fueron falsificados por su hermano, para adjudicarse una propiedad que pertenecía a varios familiares, a quienes ella ha ido comprando sus respectivas partes.

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En la actualidad, detalla, su hija tiene el 66 % de la propiedad, legalmente. “Pero mi hermano se quiere quedar con todo, y yo no lo voy a permitir”, añade.

La disputa por esta propiedad ha durado ya un año y medio, tiempo en el que la señora Graciela tuvo que lidiar de forma constante con lo que considera un trato negligente por parte la juez civil que lleva el caso.

“Desde el momento en que vi mi firma (en el documento con el que su hermano afirma haber obtenido la cesión del predio), supe que no era mía. Le dije a la juez: ‘Esa no es mi firma, su señoría’ y le llevé un grafólogo. Pero no me lo aceptó. Esa juez no quiso aceptar nada. Todo lo que yo decía lo desechaba. Mi hija me ayudó con un amparo porque, si no, ya nos habrían sacado del departamento”, comenta.

Ahora, lamenta, al lento avance de su caso, derivado de la tardanza con la que funciona el sistema de justicia local, deberá sumarse el retraso generado por el paro indefinido de labores.

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“Estamos parados y muriéndonos de hambre”: abogados afectados por el paro en juzgados de CDMX

El paro laboral en los juzgados del Poder Judicial de la Ciudad de México no sólo ha paralizado audiencias y trámites. También ha puesto contra las cuerdas a los abogados litigantes, especialmente a quienes trabajan por su cuenta y viven exclusivamente de los honorarios que cobran cuando un caso avanza. Sin audiencias, no hay pago. Sin resoluciones, no hay ingresos. Y la incertidumbre crece con cada día que pasa sin que se reabran las oficinas judiciales.

“Nosotros no podemos siquiera ver un asunto. Tenemos audiencia y de repente paran el juzgado. Eso nos retrasa dos o tres meses, dependiendo”, dice el abogado Gregorio Rodríguez, de 75 años, con más de cinco décadas de experiencia en juicios familiares. “Y lo peor es que no avisan. Nada más llegamos y nos dicen: ‘ya están en paro’. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Cómo trabajamos así?”, cuestiona.

Desde que inició el paro en los tribunales capitalinos, Gregorio ha vuelto una y otra vez a las instalaciones del Poder Judicial en la colonia Centro, sólo para confirmar que no hay calendario oficial de audiencias. “Ni los trabajadores saben qué pasa, porque ni ellos pueden entrar. Están desorganizados. Algunos nos dicen una cosa, otros otra. Y, mientras tanto, nosotros estamos parados, sin poder trabajar”.

En su portafolio, Gregorio carga expedientes de juicios sucesorios de distintos clientes que necesitan ser reconocidos como albaceas; o como beneficiarios, para poder cobrar una pensión; o para tomar posesión de una herencia.

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Foto: especial

 

“Tengo una cliente que viene desde Oaxaca y ella ya lleva una semana aquí, y nada. No puede ni ver su expediente. ¿Cómo le explicas eso? ¿Cómo le dices que todo está parado y que no sabemos hasta cuándo?”, se queja.

Gregorio recuerda el caso de otro expediente que estuvo buscando durante dos meses. El último día que los juzgados estuvieron abiertos, fue a insistir. La respuesta: se fue ayer al archivo.

“¿Cómo que ayer? Llevábamos semanas buscándolo y nadie nos decía nada. Ahora hay que meter un escrito para que lo manden de vuelta. Y eso se tarda entre 20 y 25 días… si tienes suerte”.

Peor aún: si no aparece, hay que reiniciar el juicio. Y eso cuesta. Hay que pagar 104 pesos por expediente.

Desde que en 2024 comenzó la eliminación de juzgados del sistema tradicional (como parte de la transición al sistema oral de justicia en la Ciudad de México) miles de expedientes han sido redirigidos a las instalaciones que se mantienen en operación, duplicando su carga de trabajo, sin proporcionarles más recursos para desahogralos.

“Mandan 10 mil expedientes a un juzgado que ya estaba saturado, y qué crees que pasa. Colapsa. Si ya estaban atrasados, ahora más. Y si el expediente estaba inactivo, lo mandan al archivo. Y para pedirlo, hay que hacer más trámites. Más papeles. Más tiempo”, lamenta sin disimular su frustración.

“Si no hay audiencias, no hay ingresos”

La licenciada Eugenia, también abogada independiente, suscribe la frustración de Gregorio: “Yo dependo de honorarios, no tengo sueldo ni prestaciones. Si no hay audiencias, no hay ingresos. Y si no hay ingresos, no hay comida, ni renta, ni luz. Esto no es un tema laboral, es el patrimonio de mi hija lo que está en juego”.

Su hija tiene una discapacidad y depende al cien por ciento de ella. Desde que comenzó el paro, Eugenia ha tenido que suspender varias audiencias. Una de ellas, clave: la cancelación de pensión alimenticia para un cliente que ya no está obligado a pagarla, pero al no dictarse sentencia, le siguen descontando dinero.

“Es injusto para él y para mí, porque tampoco me pagaron. La audiencia estaba agendada. Ya la habían reagendado antes por el paro. Y ahora, otra vez”, explica.

Otra clienta la buscó para revisar su juicio sucesorio. Pero sin acceso al expediente, no pudo darle respuesta.

“Y aunque tenga contrato de servicios, muchos clientes no quieren pagar si no ven movimiento. No entienden que estamos completamente detenidos”.

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Foto: Cuartoscuro/Archivo

 

Eugenia lleva más de 11 años y medio litigando en materia familiar. Sabe moverse en los juzgados, sabe buscar soluciones. Pero esta vez, se topó con un muro.

“Vengo todos los días con la esperanza de que alguien me contrate. Me quedo a dar asesorías afuera, a ver si genero algo. No me puedo dar el lujo de quedarme en casa. Ya estoy usando mis ahorros”, dice.

Sus palabras se cruzan con las de Gregorio, aunque no se conozcan: “Mientras no resolvamos los asuntos, no cobramos. Y sin cobrar, no comemos. Y así estamos todos”.

De acuerdo con el Anuario Estadístico 2023 del Poder Judicial de la Ciudad de México, las materias civil y familiar son las que concentran el mayor número de expedientes ingresados en la capital. Tan sólo en 2022, los juzgados familiares recibieron más de 143 mil asuntos nuevos y los civiles más de 71 mil.

Esta carga de trabajo, sumada a la escasez de personal, la coexistencia de sistemas escritos y orales, así como la eliminación de juzgados, ya provocaba retrasos en la resolución de casos de meses e, incluso, años. A ese tiempo habrá que añadir ahora lo que dure el paro laboral.

Y, posteriormente, la transición entre los jueces aún en funciones y aquellos que acaban de ser electos el pasado 1 de junio.

Sigue la cobertura de las Elecciones Judiciales 2025 aquí

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“Te damos el apapacho que tanto falta”: la familia de médicos que atiende a migrantes en una clínica particular de CDMX
6 minutos de lectura

En un país con crisis en la salud y con cientos de migrantes a la deriva, clínicas particulares y residenciales dan algo más que un tratamiento médico.

21 de julio, 2025
Por: BBC News Mundo
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La Unidad Médica Bassuary, al oriente de Ciudad de México, en el inmenso municipio de Nezahualcóyotl, no es una clínica usual: está en una casa residencial, tiene altares en cada rinconcito y en el consultorio de la doctora jefe, Sarahí Hernández, más que diplomas hay fotos: de ella cuando joven, de Pedro Infante, de sus pacientes.

“A mí me gusta ver a la gente a la cara, tocarlos, darles el apapacho que tanto nos hace falta”, dice la doctora, de 58 años. “Me ha llegado gente con el pie podrido, literalmente, oliendo feo, y yo no puedo hacer otra cosa que conmoverme, tratarlos y ayudarles. Porque imagínate tú si los doctores solo atendiéramos a la gente guapa”.

La Bassuary -cuyo nombre es una reunión de las iniciales de su padre, madre y hermano; todos médicos- es, en sus términos, una “clínica particular”. Y familiar.

No está en un edificio construido para ser hospital, pero presta muchos de sus servicios: urgencias, cirugía, consulta.

En México se les suele llamar “clínicas patito”, un término peyorativo que connota informalidad, ilegalidad, mala praxis médica. Pero la Bassuary, así como muchas de estas clínicas particulares, no solo cumplen con la regulación, sino que a veces dan un servicio que los hospitales tradicionales quizá no.

Servicios como el apapacho: palabra náhuatl para el cariño, el consuelo, el abrazo, la palmadita.

Y sobre todo a quienes más lo necesitan: por ejemplo, la población migrante, que por estos días, dice Hernández, “parecen haberse ido, pero ahí están, ya van a volver, porque su situación es muy difícil y acá estamos para ayudarlos”.

Hoy los migrantes son el 10% de los pacientes de Hernández, pero hace unos meses eran más de la mitad.

Nezahualcóyotl
Getty Images
Nezahualcóyotl, mejor conocido como Neza, es una ciudad en sí misma pegada a la capital mexicana. Y es donde llegan muchos de los migrantes.

Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el flujo migrante en México parece haberse reducido o cambiado de rumbo, con lo que espacios de atención como este, o los albergues, están medio vacíos.

Igual, dice la doctora, “tenemos más de 300 pacientes, porque necesidad es lo que hay y hospitales es lo que casi no hay”, asegura con ironía.

Solución para un sistema colapsado

En prácticamente todos los estados mexicanos es común, sobre todo en las periferias de las ciudades, que la demanda por salud sea parcialmente abastecida por espacios como este.

Algunos son exclusivos para adultos mayores, otros para tratamientos ambulatorios: el portafolio de especialidades y niveles de cobertura es grande.

La Bassuary presta un poco de todo, pero su existencia, admite Hernández, tiene mucho que ver con las falencias del sistema de salud pública.

“Neza tiene solo dos hospitales y muy pocas camas censables; sin nuestro apoyo es imposible dar abasto”, asegura.

El sistema de salud público mexicano está en crisis hace décadas: hay desigualdad en el acceso, desabastecimiento de medicamentos, escándalos de corrupción, entre otros factores.

Clinica Bassuary
BBC
La clínica Bassuary tiene 13 trabajadores entre médicos y enfermeros y dos decenas de especialistas que van cuando tienen citas.

“Solo en pandemia -señala Hernández- yo atendí 14 mil pacientes, por teléfono, por chat, en persona. Un hospital tiene 70 camas, el otro 300. Y quedaron colapsados”.

A la crisis del sector se añade que la población mexicana sufre altas tasas de obesidad, hipertensión, diabetes e infecciones gastrointestinales.

Pero para la población migrante la situación es incluso más difícil, porque vienen de un viaje tortuoso por varios países y se enfrentan a la complejidad bacteriana y alimenticia de México.

“Para casi todos (los migrantes), el primer problema es intestinal. No solo porque acá la comida es irritante y grasosa, sino porque el agua tiene otras bacterias”, señala Hernández.

Pero otros casos son aún más graves. Ella recuerda a una migrante que llegó con fractura de clavícula porque los coyotes la habían lanzado de un puente.

Vanessa Alejo y su hija, migrantes venezolanas en México.
Archivo particular
Vanessa Alejo y su hija, migrantes venezolanas en México.

Una migrante que visitó la clínica es Vanessa Alejo, una venezolana de 29 años que conoció a Sarahí hace unos meses cuando su hija, de 7 años, sufrió una infección.

“Fuimos al hospital y no sirvieron los tratamientos y cada vez que íbamos era muy difícil porque, si bien yo tengo permiso de residencia, piensan que uno está acá de paso y que está indocumentado”, asegura Alejo, que trabaja en una jarcería y en un restaurante.

Entonces le recomendaron a Hernández. “Ella me dio el mismo tratamiento, pero con una gran diferencia, me dio su número de teléfono, entonces yo pude darle cada detalle de su estado, ella nos mandó más exámenes y encontramos que tenía tifoidea”.

Y concluye: “La doctora me levantó a mi hija, si no hubiese sido por ella, esa bacteria me la mata”.

“Vemos cuerpo y alma”

Nezahualcóyotl es un enorme municipio pegado a Ciudad de México en el que viven casi 2 millones de personas. Está construido, de manera informal, sobre lo que fue un lago. Ha sido durante décadas un destino para quienes migran a la zona en busca de un trabajo en la capital.

La clínica Bussary está, hace 15 años, en una casa de dos pisos de fachada verde viche en una calle residencial del municipio.

Al frente, en una casa rosada, hace dos años Sarahí empezó a ver que a la azotea se subían personas con un perfil muy distinto al que se frecuenta por acá: afrodescendientes.

Con el francés que aprendió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se graduó y da clases hace 30 años, Hernández entabló una relación con un grupo de 22 haitianos que iban camino a Estados Unidos huyendo de la violencia y la pobreza que azota a su país.

Sarahí Hernandez
BBC

“Nos volvimos amigos, los niños de la clínica empezaron a jugar con sus niños en la calle, les dábamos comida, no les gustaba el arroz a la mexicana, ni la tortilla, solo los panes y los plátanos”, recuera la doctora.

Con el tiempo se corrió la voz de que acá prestaban, a veces gratis, a veces por el costo habitual de 200 pesos (unos US$10), servicios médicos sin necesidad de ser parte del sistema oficial.

“Empezaron a llegar brasileños, venezolanos, colombianos, cubanos, todos muy afectados y sin dinero porque la ruta migrante es muy dura”, explica Hernández. “En todos lados había abusos y sigue habiendo”.

Fanática de Patch Adams, el doctor estadunidense que revolucionó la medicina con tratamientos entretenidos, Hernández alguna vez quiso ser actriz. Pero, al ver a sus padres ejercer, entendió que la humanidad que le fascinaba del arte se podía traducir en medicina.

“Te puedo quitar un tumor, pero me importa más poderte acompañar en el proceso”, asegura.

A diferencia de la “medicina tradicional”, dice, “nosotros te vemos como iguales, sin soberbia”.

“No solo te quitamos el dolor físico, sino el emocional; no solo vemos el cuerpo, sino también el espíritu, la mente y el alma”.

La sala de cirugía de la clinica Bassuary.
BBC
La sala de cirugía de la clinica Bassuary.
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