El 68, la Guerra Sucia y las mujeres que querían construir una nueva ciudadanía

El 9 de noviembre de 2020 se llevaba a cabo en Cancún, Quintana Roo, una manifestación en la que se exigía justicia por el feminicidio de Bianca Alejandrina Lorenzana Alvarado. Bianca fue encontrada con huellas de extrema violencia, un día después de haber sido reportada como desaparecida. Aquel día la policía municipal de Cancún recibió a las manifestantes con disparos y golpes, deteniendo de forma arbitraría a varias asistentes. Una vez privadas ilegalmente de su libertad, las manifestantes fueron víctimas de amenazas y tortura sexual. El amago constante por parte de la policía era: “van a terminar como ella (Bianca)”, perpetuando esa atroz “caza de brujas”, esa persecución, invisibilización, demonización y eliminación de las mujeres que se atreven a no callar. La extrema violencia que se ejerce sobre la mujer, tanto en los feminicidios como en la tortura por parte de las autoridades, tiene el fin de demostrar un acto de poder.

Esta no es la primera vez que las autoridades y el Estado violan los derechos humanos de las manifestantes en México. Parecería que, por el simple hecho de ser mujeres, el Estado ejerce mayor grado de violencia; no sólo porque son ciudadanas que se arriesgan a cuestionarlo, sino también porque se atreven a transgredir ese espacio “privado”, esa esfera familiar dictada históricamente por una estructura patriarcal.

El movimiento estudiantil de 1968 es, sin duda, uno de los eventos más significativos y dolorosos en la historia mexicana contemporánea. Pocos son los acontecimientos que han marcado el rumbo de nuestra nación con tanta fuerza y dolor. Carlos Monsiváis, en su texto “El 68 la tradición de la resistencia” indica, de manera acertada, que el 68 da nacimiento a la lucha por las derechos humanos en México. Es el hecho que siembra la semilla para la construcción de una nueva ciudadanía y el comienzo del camino hacia una democracia. Pero durante muchos años este evento fue narrado desde una perspectiva masculina, la de los estudiantes, los líderes estudiantiles, los presos políticos; invisibilizando o minimizando el papel de todas aquellas activistas del Movimiento que participaron, lideraron y también fueron torturadas o asesinadas por un Estado represor aquel año de 1968.

Ahora, gracias a la recuperación de estas voces desde sus propios relatos, conocemos a valientes mujeres activistas de esa época. Aquellas mujeres que abrieron una brecha importante para todas las revolucionarias que les siguieron; aquellas mujeres que se atrevieron a desafiar, no sólo al Estado desde una perspectiva política; sino también a sus propios estándares y círculos al atreverse a salir de sus casas, a estudiar, a vivir su sexualidad, a luchar y a tomar las calles junto a sus compañeros.

Hoy en día no sólo conocemos la trascendencia de estas en el Movimiento Estudiantil, sino también conocemos las historias de horror de muchas al ser detenidas. Ignacia Rodríguez, estudiante de la facultad de Derecho de la UNAM y una de las líderes del movimiento, fue privada de su libertad de forma ilegal. Primero fue llevada a los extintos separos de Tlaxcoaque de la Dirección Federal de Seguridad. Ella narra en una entrevista hecha por Daniela Díaz para Sputnik que ahí la amenazaron de muerte y la torturaron de forma psicológica. Indica que era sabido que violaban a los detenidos, pero que en su caso había órdenes de “arriba” de no tocarla. Aún así,  fue obligada a presenciar la tortura de sus compañeros. Para ella el mensaje fue “no te podemos violar, no te podemos tocar, pero te vamos a joder con esto”. Ignacia Rodríguez también cuenta que fue el mismo gobierno el que le puso el alias de “la Nacha”, porque al momento de ficharla como alborotadora le tuvieron que crear el mote para criminalizarla y poder ingresarla al penal de Santa Martha Acatitla. Esto es relevante, ya que es una táctica del gobierno para que la misma opinión pública criminalice y cuestione la “decencia” de una mujer, y que esta misma justifique las acciones opresoras del Estado

Esmeralda Reynoso era tan sólo una adolescente preparatoriana de 16 años. Ella estudiaba en la Preparatoria 1 de San Ildefonso, la misma del Bazukazo. En la entrevista realizada por Susana Draper para el proyecto México 68: modelo para armar, Esmeralda comenta algo muy bello sobre su participación en el Movimiento: “mi participación en el 68 no fue una decisión, fue parte de ser joven, de tener un poquito de conciencia y rechazar la violencia”. Fue elegida como vocera de su preparatoria y luego representante frente al Comité Nacional de Huelga. El 18 de septiembre de 1968 se la llevaron detenida, junto con sus padres, en la toma de Ciudad Universitaria. Cuenta en una entrevista para El Universal que la tuvieron retenida junto con más de 60 mujeres en un espacio diseñado para 12 personas. Cuando llegó el momento de interrogarla fue golpeada brutalmente por los judiciales, a la vez que la amenazaban con violarla si no firmaba un acta en la que declaraba que “recibía órdenes y dinero del extranjero”. Esmeralda, con el empuje y valentía que tiene, se negó a firmar el documento. Cuenta que, mientras continuaba la paliza, entró al cuarto un hombre con una mujer, el hombre sacó a los judiciales y redactó un nuevo documento, el cual decía que ella estaba ese día en Ciudad Universitaria porque había ido a preguntar sobre el regreso a clases. Al día siguiente fue puesta en libertad, pero su archivo escolar fue desaparecido, impidiéndole continuar con sus estudios. Una violación más a sus derechos humanos.

Pero también hay otras muchas revolucionarias de la época que lamentablemente fueron asesinadas o continúan desaparecidas. Como el caso de la maestra Elisa Irina Sáenz Garza, miembro de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) y quien –de acuerdo a lo poco que se ha podido recabar- fuera torturada y violada frente a su marido para poder obtener una “confesión” en el Campo Militar no. 1. Desde 1974 se encuentra desaparecida. O cómo el caso de Ana María Tecla Parra y su familia. Ana María comenzó su activismo político desde 1968, asistiendo a las marchas estudiantiles. Sus familiares cuentan que para ella y sus hijas el tomar conciencia política y manifestarse era también una forma de rebelarse al ambiente machista que vivían en casa. Ana María se unió al grupo armado Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) y sus hijos, aún adolescentes, Artemisa, Violeta y Alfredo se unieron a la Liga 23 de Septiembre. Todos fueron detenidos y desaparecidos. Existen archivos policiales fotográficos en los que se ve a Ana María con la cara visiblemente golpeada; desde su segunda detención en 1979 nada más se supo de ella. En 1980 detienen a Artemisa y Violeta; de Artemisa se supo que a los agentes “se les pasó la mano” en los separos de Tlaxcoaque, tenía únicamente 18 años. De Violeta, de 15 años en aquella época, no se sabe nada aún.

* Aline Álvarez Pérez es Maestra en Criminología y Técnicas de Investigación por el Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros, colabora como voluntaria en el área de desarrollo institucional en la @CMDPDH.

Fuentes:

CEDILLO, Adela, (04 12 2008), La Guerra Sucia en México, Elisa Irina Sáenz Garza.

CNDH, (2018), Desaparición forzada de Artemisa Tecla Parra, revolucionaria y luchadora social en el periodo de violencia política de Estado en México.

DÍAZ, Daniela, (24 10 2022), ‘La Nacha’: una historia de terror en Tlaxcoaque, las celdas de la represión en México, Sputnik.

GÓMEZ, Ruth; VILLASANA, Carlos, (03 10 2016), La adolescente que formó parte del Movimiento Estudiantil de 1968, El Universal.

DRAPER, Susana (2015), México 68: modelo para armar: Entrevista a Esmeralda Reynoso.