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Memoria, justicia y verdad: la diferencia con la Casa Blanca
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3 minutos de lectura

Memoria, justicia y verdad: la diferencia con la Casa Blanca

Los primeros 100 días del gobierno de Claudia Sheinbaum y el regreso de Trump a la Casa Blanca revelan un panorama complejo para los derechos humanos, especialmente en el ámbito migratorio.
20 de enero, 2025
Por: Giscell Gamboa

Comenzar puede generar las emociones más contradictorias. A veces, se presenta como una luz que promete despejar las tinieblas; otras, como una marejada de incertidumbre que no deja más opción que flotar o hundirse. En este momento, nos encontramos ante una mezcla apabullante de ambas sensaciones: por un lado, el inicio de un gobierno que, en su mera existencia, encarna la emancipación simbólica y política de las mujeres mexicanas; por el otro, la amenaza tragicómica de un magnate reincidente en la Casa Blanca, quien se empeña en demostrar que el racismo y la xenofobia son credenciales de poder en este tiempo.

En los primeros 100 días del gobierno de Claudia Sheinbaum hemos atestiguado una administración que se presenta como “el segundo piso del humanismo mexicano”. En ese espíritu, sus primeros pasos han sido la concreción de una reforma al Poder Judicial, anunciada como uno de los pilares “de la transformación”. Sin embargo, el paisaje político que deja la reforma parece un terreno minado: debates interminables sobre el acceso a la justicia, especialmente para quienes, antes y después de la reforma, ya enfrentaban barreras insuperables para ingresar al sistema.

El verdadero desafío, sin embargo, no radica en los procesos legislativos ni en los salones donde las leyes se redactan con cuidado quirúrgico y se aplican con torpeza epidémica. La prueba más dura está en quienes observan desde la sombra de un sistema que nunca los ha considerado protagonistas: las personas históricamente vulneradas, entre ellas, la población migrante.

En un país donde cruzar fronteras no solo desafía la geografía sino también la dignidad, la promesa de acceso efectivo a la justicia resuena con la fragilidad de un eco en el desierto. Reformar las instituciones sin transformar la realidad de quienes dependen de ellas es como construir una casa sin ventanas: técnicamente funcional, pero irremediablemente ciega. Mientras tanto, México sigue esquivando el reconocimiento de que sus políticas migratorias vulneran principios constitucionales, derechos humanos y compromisos de cooperación internacional. En los primeros 100 días del nuevo gobierno, las cifras y hechos hablan por sí solos: políticas de contención y devolución, desalojos forzados, privación ilegal de la libertad y muertes que ensombrecen cualquier discurso de progreso.

A esto se suma el regreso triunfal de Donald Trump a la Casa Blanca. Con su victoria, resurge la amenaza de represalias arancelarias contra México por el manejo de su política migratoria, así como iniciativas de devolución masiva de migrantes. No solo se endurecen las políticas nacionales, también se agrietan los cimientos de la solidaridad y la empatía hacia quienes, obligados por violaciones sistemáticas en sus lugares de origen, buscan refugio en México.

Quizá la reelección de Trump sea apenas uno de los tantos signos preocupantes en la crisis de derechos humanos que desgarra la región. Pero no todo está perdido. Tal vez sea tiempo de revivir aquel espíritu de solidaridad que México demostró en su mejor versión: un humanismo renovado que se comprometa a erradicar políticas que criminalizan la migración, a investigar la impunidad con un sentido de justicia real y, sobre todo, a honrar la memoria y la verdad en nombre de quienes, a pesar de todo, siguen cruzando fronteras con la esperanza de hallar un futuro mejor.

* Giscell Gamboa (@GiscellGamboa) es encargada de Incidencia y Vinculación de Sin Fronteras.

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Imagen BBC
Qué piensan los groenlandeses sobre el plan de Donald Trump de que su isla pertenezca a EU
7 minutos de lectura

En el remot asentamiento de Kapisillit, los groenlandeses le cuentan a la BBC que Trump puede visitar la isla “pero eso es todo”.

14 de enero, 2025
Por: BBC News Mundo
0

El sol se eleva sobre las montañas cubiertas de hielo del fiordo de Nuuk mientras viajamos por una de las últimas fronteras salvajes del mundo.

Pero hay sombras que se ciernen sobre este paisaje y sobre el resto de los espacios helados de Groenlandia.

Con Donald Trump a punto de convertirse en presidente de Estados Unidos, su negativa a descartar la toma de Groenlandia por la fuerza resuena en conversaciones de toda la isla.

“Será bienvenido si viene a visitarnos, por supuesto”, dice el patrón del barco pesquero reconvertido que nos lleva hacia el este. Consciente de que necesita relacionarse con gente de todos los colores políticos, pide que no se le nombre, pero utiliza una frase que se oye a menudo por aquí.

“Groenlandia pertenece a los groenlandeses. Así que Trump puede visitarla, pero nada más”.

Las aguas están en calma cuando llegamos al asentamiento aislado de Kapisillit, de unos 40 habitantes, donde unos cuantos cazadores salen en busca de focas.

La temperatura es de -16 ºC y, con el viento, la sensación térmica es de -27 ºC.

Pero cerca del puerto me encuentro con Kaaleeraq Ringsted, un bisabuelo de 73 años, que está secando filetes de bacalao pescados en las abundantes aguas junto a la puerta de su casa.

Cuando le pregunto si el presidente electo Trump comprará o invadirá Groenlandia, al principio se ríe. Luego su tono se vuelve serio.

Kaaleeraq Ringsted.
BBC
Kaaleeraq Ringsted asegura que quiere preservar su forma de vida para sus hijos.

“No se puede aceptar que diga esto. Groenlandia no está en venta”.

Luego me cuenta cómo aprendió a pescar y cazar aquí con su padre y su abuelo, y cómo quiere preservar esta vida para sus hijos y nietos.

Al cruzar la bahía, el barco se adentra en el hielo roto de la superficie. Dos águilas se posan en una roca en busca de peces en las aguas cristalinas.

Nos dirigimos a la granja de Angutimmarik Hansen, que cría ovejas y caza focas, aves silvestres y conejos.

Todo el alimento de invierno para las ovejas tiene que importarse de Dinamarca, un recordatorio de cómo el duro clima determina las condiciones de vida aquí.

En la puerta de su casa hay un estante con rifles de caza. Se da cuenta de que los miro.

“Son por si hay una invasión”, bromea.

Angutimmarik Hansen con su mujer e hijo.
BBC
Angutimmarik Hansen (derecha) insiste en que Groenlandia no está en venta.

Pero su actitud ante la retórica belicosa procedente de Mar-A-Lago dista mucho de ser tranquila.

“Menudo estúpido que es Trump”, afirma. “Jamás venderemos Groenlandia”.

Esta pequeña granja está a unos 4.828 km de Florida, donde el presidente entrante de EE.UU. dio su ya célebre rueda de prensa la semana pasada.

“Pero Trump no es EE.UU. Podemos entendernos con la gente de EE.UU.”, declara Hansen.

Visita familiar

El efecto Trump se disparó con la llegada a Groenlandia de Donald Trump Jr, que se sumó a las declaraciones de su padre. Llegó a la capital, Nuuk, en el avión 757 de la familia, el Trump Force One, y permaneció allí durante cuatro horas y treinta y tres minutos.

“Ha sido un placer increíble conocer gente, y la gente estaba muy contenta de reunirse con nosotros”, dijo, después de almorzar en un hotel local. “Papá tendrá que venir aquí”.

Luego regresó a los climas más soleados de Florida.

Un avión con la palabra
Reuters
Donald Trump Jr visitó Nuuk la semana pasada durante unas pocas horas.

Trump Jr fue recibido por el empresario local Jorgen Boassen, que en su día hizo campaña por el presidente electo.

Boassen declaró a los medios locales que era el “mayor fan” de Trump y que “por supuesto que están interesados en nuestro país, y pueden venir y ver cómo es nuestro país. También se trata de abrirse al comercio y la cooperación”.

La ciudad de Nuuk es la capital más septentrional del mundo. Tiene una próspera sociedad civil y una prensa potente. Y hay cierta satisfacción por que los comentarios de Trump hayan impulsado el debate sobre la independencia de Groenlandia a la escena internacional.

Debe haber una Groenlandia que no sea colonia de nadie, dicen activistas como Kuno Fencker, diputado de la coalición gobernante y miembro de la Comisión de Asuntos Exteriores y Seguridad del Parlamento local.

Nos reunimos en el puerto, bajo la estatua de bronce de Hans Egede, el misionero del siglo XVIII considerado aquí como el hombre que abrió el camino a la colonización.

Kuno Fencker.
BBC
Kuno Fencker quiere que Groenlandia negocie directamente con EE.UU. en lugar de a través de Dinamarca.

“Donald Trump es un político”, dice Fencker.

“Es un duro hombre de negocios y conocemos su retórica, y esa retórica es algo a lo que nos hemos acostumbrado desde 2019, y solo se trata de hablar con un igual, un aliado, sobre cómo podemos resolver las cosas aquí en el Ártico y también en la OTAN”.

Fencker ofrece el argumento central de los independentistas.

“Lo que hace falta aquí es que Groenlandia, como Estado soberano, negocie directamente con Estados Unidos y no que Dinamarca lo haga por nosotros”.

El debate por la independencia

La independencia de Dinamarca podría tener un coste financiero importante.

Groenlandia recibe subvenciones de Copenhague por valor de aproximadamente una quinta parte de su PIB cada año. Fencker sugiere, al igual que otras figuras destacadas, que la isla negocie con Estados Unidos y Dinamarca para obtener ayuda.

“No somos ingenuos. Necesitamos apoyo en defensa, seguridad y también desarrollo económico. Queremos una economía sostenible y autosuficiente”.

El director del periódico local Sermitsiaq, Maasana Egede, admite que le preocupó la amenaza implícita de fuerza de Donald Trump, pero quiere ver si la realidad coincide con la retórica.

En cuanto a la independencia, Egede se siente frustrado por lo que considera un debate polarizado en los medios de comunicación locales e internacionales.

“Estamos contando esta historia de que tiene que haber independencia o no independencia. Pero hay todo un relato intermedio, y es que la gente quiere la independencia, pero no a cualquier precio. Hay un nivel de vida que hay que mantener. Hay un comercio que hay que mantener. Hay formas de vida que hay que mantener”.

Existe la expectativa de que en algún momento -no en un futuro inmediato- se vote a favor y Dinamarca acepte el resultado.

El primer ministro de la isla, Mute Egede, ofreció una rueda de prensa conjunta con la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, a raíz de los últimos comentarios de Donald Trump.

“No queremos ser daneses, no queremos ser estadounidenses, queremos ser groenlandeses”, dijo. La primera ministra danesa se cuidó de no ofender a nadie, y menos al presidente entrante de Estados Unidos.

“El debate sobre la independencia de Groenlandia y los últimos anuncios de EE.UU. nos demuestran el gran interés que despierta Groenlandia”, declaró.

“Acontecimientos que ponen en marcha muchas reflexiones y sentimientos en Groenlandia y Dinamarca”, añadió.

Mette Frederiksen y Mute B Egede en una rueda de prensa.
Getty Images
El primer ministro de Groenlandia, Mute Egede (izquierda), dio una rueda de prensa con la primera ministra danesa, Mette Frederiksen.

Frederiksen sabe muy bien que este sentimiento viene de lejos en Groenlandia. El recuerdo de la injusticia y el racismo sigue fresco entre la población indígena inuit.

Heridas del pasado

Escándalos como la campaña de inserción de dispositivos intrauterinos (DIU) para evitar embarazos en miles de mujeres y niñas inuit en los años 60 y 70 ensombrecen la relación entre Groenlandia y Dinamarca.

No se sabe cuántos de estos procedimientos se llevaron a cabo sin el permiso de las implicadas, pero las cifras son considerables. El objetivo era reducir la población groenlandesa.

Maliina Abelsen es exministra de Finanzas del gobierno de Groenlandia, y ahora asesora a empresas y organizaciones que trabajan en la isla. También ha trabajado para UNICEF Dinamarca y para importantes empresas groenlandesas, como el grupo marisquero Royal Greenland.

Abelsen cree que hay que hacer mucho más para corregir las injusticias del pasado.

Maliina Abelsen.
BBC
Maliina Abelsen asegura que es necesario reconocer el dolor del pasado para que los groenlandeses puedan superarlo.

“Creo que mucha gente está diciendo, quizá también el gobierno y el Estado daneses: ‘Oh, bueno, ya sabes que esto ocurrió en el pasado. Fue hace muchos años. ¿Cómo vamos a ser responsables de ello? Es hora de seguir adelante'”.

“Pero no puedes seguir adelante si no lo has superado y no has reconocido lo que te ocurrió. Ese es un trabajo que tenemos que hacer junto con Dinamarca, no algo que Groenlandia pueda hacer por sí sola”.

A pesar de su alto perfil en la sociedad civil y los círculos empresariales, Maliina Abelsen afirma que cuando se trata de racismo -por ejemplo, bromas sobre los inuit- ella puede hablar en nombre de la mayoría de los groenlandeses “ya que todos lo hemos experimentado en nuestra vida”.

Las cuestiones de la autodeterminación y de afrontar el pasado están íntimamente entrelazadas.

Ahora, la intervención de Donald Trump ha puesto ambas ante los ojos del mundo.

Pero el mensaje que escuchamos -desde los remotos asentamientos del fiordo hasta la capital, Nuuk- es que el destino de Groenlandia debe decidirse aquí, entre personas cuyas voces han sido ignoradas durante demasiado tiempo.

Con información adicional de Adrienne Murray y Kostas Kallergis.

Línea gris.
BBC

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