
Se acerca una fecha en el país que para muchos es el origen de sus sueños: el día del niño y de la niña este 30 de abril. Sin duda alguna muchos van a subir sus fotos de pequeños o preparar algún regalo para algún niño o niña que aprecian, pero la realidad de la niñez en México es otra por completo. Desde impactos en la salud mental, en la educación, incluso en la cuestión económica son problemas con los que se viven al día.

En este espacio no vamos a comentar sobre las estrategias de gobierno que buscan ayudar a las infancias o sobre recuerdos de niñez que atesoramos y que nos hacen ser lo que hoy somos. Vamos a hablar de la situación crítica que la próxima generación está viviendo y que seguirá viviendo si no se atiende de alguna manera.
La población infantil en México representa el 35 % de la población y más de la mitad vive en situación de pobreza; el panorama para este sector es poco alentador y es que la probabilidad de que esta situación no cambie en sus vidas parece ser algo inalterable.
Esto solo hablando en el sector económico, la situación de la educación en México es todavía más grave: “el 80 % tanto de niñas y niños mexicanos en primaria no alcanzaban los aprendizajes esperados en las áreas de comprensión lectora y matemáticas” (Planea 2018), mientras que el 25 % de la población infantil no cuenta con la posibilidad de una formación fuera de la que reciben en sus hogares.
¿Y la pandemia?
Así como el impacto de la pandemia afectó en comercios, empresas, gobiernos e industrias, la población infantil tuvo impactos que hoy en día siguen repercutiendo. Aunque la pandemia para nadie fue una experiencia placentera y en este periodo cada uno tuvo que aprender a vivir de un nuevo modo, sobrellevarla e incluso sobrevivir, para los niños fue cambiar su forma de vivir: desde el distanciamiento social, el no poder convivir con personas de su edad y crear una rutina completamente diferente a la que estaban acostumbrados son cuestiones que terminan por interrumpir su desarrollo físico e incluso socioemocional.
Incluso en términos psicológicos, tener que aprender a convivir con la familia todo el día, discusiones, separación de padre y madre, no poder desarrollarse del modo deseado en otro entorno, vivir el fallecimiento de algún ser querido, reprimir emociones como el miedo o tristeza, aprender a vivir de manera ansiosa son cuestiones que ningún niño debería de pasar, pero que esta situación los hizo vivir. Además, tenemos que tomar en cuenta que un sector de la población infantil padece de algún trastorno mental diagnosticado y el suicidio se coloca como la cuarta causa de muerte, siendo un foco rojo para tomar en cuenta.
No dejemos de lado otras problemáticas que se desencadenaron por la pandemia, como la deserción escolar o el trabajo infantil por la delicada situación que muchas familias tuvieron que vivir.
¿Qué repercusiones pueden existir al no tomar en cuenta a los niños?
Más allá de si es un tema de salud, de educación, económico, de bienestar o de cualquiera otra índole, la realidad es que tendremos una generación con rezago educativo y con problemas psicológicos que pueden llegar a tomar decisiones equivocadas con tal de sobrevivir. No debemos tirar la toalla, tenemos que voltear a ver a la siguiente generación, con la esperanza de que las cosas sí puedan cambiar para ellos y se desarrollen como personas. Qué mejor que los niños de hoy y mañana puedan desarrollarse sanamente. Procuremos que los problemas que están viviendo se reduzcan, por ello los invito a preguntarnos: con todos estos datos sobre la realidad de los niños en México, ¿qué tenemos que hacer para que realmente sea un feliz día?
* Enrique Fragoso (@QuiqueFragoso) es licenciado en la carrera de Ciencias de la Comunicación e investigador cualitativo en Lexia.

En un mundo cada vez más estresante, muchos viajeros encuentran consuelo en la repetición: volver cada año a los mismos pueblos de esquí, suburbios costeros o sus cafés favoritos.
Durante los últimos 15 años, el fotógrafo Jason Greene y su familia han viajado desde la ciudad de Nueva York hasta Mont Tremblant, en Quebec, para pasar una semana del invierno boreal en la nieve.
“Tenemos una tradición: el primer día comemos paletas de jarabe de arce, patinamos sobre hielo y luego pasamos por la tienda de dulces local”.
La ciudad turística francocanadiense, dice, “ocupa un lugar especial en nuestros corazones porque allí todos aprendimos a esquiar y hacer snowboard”.
Para muchos viajeros, la novedad es el objetivo: tachar nuevos destinos y buscar nuevas sensaciones.
Pero un número creciente de personas, como Greene y sus cuatro hijos, hace lo contrario: regresa al mismo lugar cada año. Reservan la misma habitación, comen los mismos platos y recorren las mismas calles para encontrar comodidad en lo familiar, en lugar de la emoción del descubrimiento.
“Para muchas personas, hay una sensación de seguridad al volver a lo conocido”, afirma Charlotte Russell, psicóloga clínica y fundadora de The Travel Psychologist.
“Sabemos qué esperar, qué nos conviene… y [es] menos probable que enfrentemos desafíos inesperados”.
Este comportamiento, añade, suele atraer a personas abrumadas por su vida diaria, por lo que repetir las mismas vacaciones una y otra vez puede resultar muy reconfortante.
Esa sensación incomparable de tranquilidad fue lo que me llevó de nuevo a Lima, Perú, este mayo, exactamente un año después de mi primera visita, mientras escribía mi libro de viajes Street Cats & Where to Find Them.
Me alojé en el mismo hotel, comí el mismo sándwich en el mismo café, caminé por las mismas calles y dejé que muchos de los mismos gatos durmieran en mi regazo, disfrutando de la satisfacción que me había sorprendido la primera vez.
La profesora de sociología Rebecca Tiger ha regresado a Atenas ocho veces, con una novena visita programada este mes, por razones similares. “Siempre me quedo en Pangrati porque me encantan los cafés del barrio [y] sus gatos”, señala.
“Ahora tengo residentes locales con quienes mantengo contacto mientras estoy fuera y socializo cuando regreso”.
Tiger aprecia la familiaridad que ha cultivado con el tiempo y no se aburre gracias a la diversidad de experiencias que ofrece el lugar.
Los datos reflejan este cambio impulsado por la nostalgia.
Según el informe para 2026 Where to Next? de la plataforma de viajes Priceline, el 73% de los viajeros encuestados afirmó sentirse atraído por los lugares y experiencias que los marcaron, desde playas familiares hasta parques de diversiones.
El último informe global de viajes de Hilton confirma la tendencia: el 58% de los viajeros con hijos planea volver a destinos de su propia infancia, mientras que el 52% de los viajeros brasileños regresa a los mismos lugares año tras año.
La nostalgia y la comodidad son lo que ayuda a Greene y su familia a “dejar atrás el estrés de la vida y relajarse en nuestros lugares favoritos”.
No solo repiten su costumbre del jarabe de arce en la montaña.
Su rutina diaria en Mont Tremblant también se replica cada año: “Esquí y snowboard durante tres días seguidos, luego un día libre para pasear en trineo con perros, dar un paseo en carruaje u otra actividad invernal”.
Cuando la vida se vuelve difícil, es la anticipación de su viaje invernal -y la alegría que sienten juntos allí- lo que les ayuda a sobrellevarlo.
Russell señala que, desde una perspectiva neurocientífica, “los circuitos de recompensa en nuestro cerebro pueden volverse menos receptivos a medida que nos acostumbramos a visitar el mismo lugar”.
Sin embargo, volver puede seguir aportando beneficios para el bienestar, añade, destacando que suele ser más relajante ir a un sitio asociado con el disfrute porque seguimos “distanciados de las señales que asociamos con el estrés”.
Greene afirma que su familia no ha experimentado ninguna disminución en la emoción de hacer exactamente las mismas cosas en el mismo orden cada año.
Aun así, Tiger y yo intentamos añadir un toque de novedad a nuestras vacaciones repetidas y rutinas familiares.
Cuando visito Inglaterra, lo cual intento hacer varias veces al año, no es para repetir experiencias idénticas, sino para conocer estadios de fútbol, producciones teatrales y rutas de senderismo.
Si solo me quedara en Wandsworth y viera partidos en el estadio de Craven Cottage, mis vacaciones se volverían aburridas rápidamente.
En cambio, recorro el país, como en distintos restaurantes y dejo que mi curiosidad me guíe hacia nuevas aventuras. Según Russell, esta combinación ayuda a mantener viva la chispa de la exploración, al tiempo que ofrece comodidad.
Esto es importante, explica, porque “hay un punto en el que volver al mismo lugar empieza a ser problemático.
Si regresamos demasiadas veces y superamos nuestro “apetito” por él, se llama adaptación hedónica: acostumbrarse a las cosas placenteras y volver a nuestro nivel emocional original”.
Tiger plantea un argumento similar sobre su predilección por Grecia.
“El país sigue siendo nuevo para mí: nuevas playas, islas y pueblos rurales; hay tantos lugares por explorar que podría pasar toda una vida allí y no conocer ni una fracción de ellos”.
Si solo nos fijamos en los códigos de los aeropuertos de destino, nuestros viajes podrían parecer idénticos. Pero las experiencias que vivimos -Tiger en Grecia y yo en Inglaterra- son tan distintas que nuestros recorridos nunca resultan monótonos.
Crecí en los suburbios de Filadelfia y veía a los vecinos viajar en masa y entre el tráfico hacia la costa de Jersey cada verano. Iban al mismo pueblo, la misma playa, con las mismas atracciones en el mismo muelle y se alojaban en las mismas casas de alquiler.
Alguna vez me pregunté: ¿qué pasa cuando viajar deja de ser una ruptura con la rutina y se convierte en otra rutina más?
Ahora, en un mundo cada vez más estresante, entiendo el atractivo de buscar alegría en lo familiar, mientras doy un pequeño paso fuera de mi zona de confort para encontrar nuevas emociones en lugares conocidos.
A Tiger le encantan sus rutinas vacacionales en Grecia, pero admite que otras partes del mundo también le atraen.
“Siento mucha curiosidad por Japón, pero me gusta controlar el ritmo de mis días”, dice.
Su trabajo como profesora es agotador, al igual que su trayecto diario, por lo que se entiende cuando afirma: “Mi tiempo en Grecia es un respiro que agradezco, tanto porque es familiar como porque resulta extraño al mismo tiempo”.
Y añade: “Atenas casi se siente como un segundo hogar”.