La discriminación por apariencia en los procesos de reclutamiento y contratación es una práctica común, normalizada, sistemática y culturalmente aceptada. Este fenómeno tiene como consecuencia la negación del acceso al empleo a personas pertenecientes a grupos históricamente discriminados, por lo tanto, es necesario cuestionarnos si a las personas reclutadoras sólo les interesa la experiencia laboral, o hay más motivaciones para negar un empleo.
Este fenómeno tiene dos caras, una muy visible y la otra que es más difícil de identificar. La primera se encuentra en las vacantes en las que se establecen requisitos relacionados con la apariencia, por ejemplo, “personas delgadas y altas”, con “excelente presentación” o “perfil empresarial”, los cuales son requisitos subjetivos y no cuentan con una razón justificable, o cuando en la entrevista laboral se le menciona a la persona que no será aceptada por cómo se ve.
La otra cara es más sutil y casi invisible, se manifiesta cuando se rechaza a una persona en un empleo sin darle una explicación, aun sabiendo que se le rechazó por sesgos y prejuicios basados en su apariencia.
Hablar de los retos para el acceso a un empleo por los prejuicios sobre la apariencia no es algo nuevo. Ya en 1994 Daniel Hamermesh y Jeff Biddle escribían sobre su impacto en entrevistas laborales y mencionan la importancia de la “belleza” para el acceso a un empleo. Es importante reconocer que, aunque ya no debería ser así, la belleza como construcción social está asociada a un fenotipo hegemónico, blanco, delgado, de “apariencia saludable”, sin modificaciones corporales y dentro de los estereotipos asociados al género.
Visibilizar y denunciar este tipo de discriminación tiene su complejidad en que, en un gran número de casos, las personas no saben por qué no se les ha contratado; además, estos requisitos asociados a la belleza se solicitan muy a discreción. Sin embargo, se han realizado diversos esfuerzos para medir el impacto de la discriminación por apariencia en la contratación, dando como resultado el reconocimiento de que estás prácticas están basadas en prejuicios y estereotipos racistas, clasistas y gordofóbicos en la mayoría de los casos.
Mediante estudios de auditoría se han realizado diversas investigaciones que exploran por qué son rechazadas las personas en los procesos de reclutamiento, más allá de la experiencia laboral o las calificaciones. Estos estudios se llevan a cabo enviando currículums ficticios con fotografía a diferentes vacantes. Las fotografías representan diferentes fenotipos, para entender quiénes son las personas que reciben más llamadas para entrevistas. Estos estudios han revelado que en efecto existe una correlación entre el fenotipo y la tasa de respuesta a las solicitudes de empleo.
En el 2012 Eva Arceo y Raymundo Campos llevaron a cabo la investigación “Discriminación en el mercado laboral mexicano: un experimento de campo”, con la intención de conocer la existencia de sesgos racistas, de género y clasistas en los procesos de contratación. Su estudio revela que las mujeres con apariencia europea, es decir blancas, delgadas y con un fenotipo asociado a la belleza hegemónica, tienen 23 % más llamadas a entrevista que las mujeres con fenotipo indígena; para los hombres la apariencia no representa un reto a la hora de conseguir un trabajo.
En la misma línea en el año 2020, Raymundo Campos y Eva González realizaron un ejercicio similar para entender si existía una correlación entre ser una persona gorda y tener dificultades en el acceso al empleo. Los resultados del estudio demuestran que las mujeres no gordas reciben 37 % más llamadas que una mujer gorda, al igual que con el tema del racismo: para los hombres ser gordos no representa tanto una problemática en la búsqueda del empleo.
Con estos estudios podemos visibilizar que la apariencia es un factor fundamental a la hora de conseguir empleo sobre todo para las mujeres, ya que la construcción del estándar de belleza para ellas es mucho más alto que para los varones. Además, ayuda a reforzar los prejuicios sobre cómo deben verse las mujeres exitosas o trabajadoras y la respuesta es “bonitas”.
También hay un reconocimiento de la discriminación por apariencia, que tiene su base en prejuicios racistas y clasistas. Sobre el tema, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) con sede en México realizó un estudio sobre xenofobia y discriminación en el proceso de contratación de personas migrantes. Mediante un enfoque participativo y basado en la evidencia con personas empleadoras, recolectaron datos sobre por qué las personas migrantes no son contratadas. Entre las principales razones para no contratarlas se mencionaron su forma de vestir o su arreglo personal, su color de piel, el lugar de donde provienen y por su acento al hablar.
Otra de las razones frecuentes respecto a la apariencia por la cual las personas no son aceptadas en los empleos es por tener modificaciones corporales como tatuajes y perforaciones. Esto derivado de los prejuicios aún existentes que consideran a las personas con modificaciones corporales como menos “profesionales”.
Esta forma de discriminación no solo tiene consecuencias en el acceso a un empleo, también en el trabajo que se otorga a las personas con base en su físico. Por ejemplo, se han conocido casos en los que a las personas de “mejor apariencia” se les pone en puestos de servicio a la clientela o de atención al público, mientras aquellas que se ven “menos profesionales” son enviadas a puestos en los que no sean vistas.
Desde el Copred se llevó a cabo el estudio ¿Cómo pensamos y evitamos la discriminación en el trabajo? Experiencias de personas trabajadoras de la Ciudad de México, en el cual también se pudieron recabar datos y testimonios sobre la discriminación por apariencia. El 16 % de los casos de discriminación que se mencionaron fueron por racismo y clasismo. Es predominante la mención de comentarios ofensivos y negación de un empleo por la apariencia, algunos de los testimonios que mencionan el tema son los siguientes:
En los procesos de reclutamiento y selección, deben ser las capacidades y las aptitudes para el empleo los requisitos fundamentales. Negar el empleo a una persona por su apariencia es discriminación, por lo cual, es necesario que las personas empleadoras busquen alternativas para llevar a cabo procesos de contratación incluyentes y no discriminatorios, que abonen a la construcción de una ciudad más segura y de espacios laborales diversos.
El cambio en los procesos de reclutamiento y contratación puede traer modificaciones sustanciales en la forma en la que se construyen espacios laborales seguros, por lo cual, es fundamental seguir realizando acciones de inclusión laboral que ayuden a la atención y prevención de la discriminación en el trabajo.
* Maricela Hernández Martínez es responsable de vinculación con el sector privado del @COPRED_CDMX.
Esta película sobre la adicción a las drogas fue muy aclamada y criticada cuando se estrenó en 2000. Hoy, no es menos polémica.
Cuando el filme Réquiem por un sueño se estrenó hace 25 años, generó excelentes críticas y una acalorada polémica.
La proyección de medianoche en el Festival de Cine de Cannes culminó con una efusiva ovación de pie por parte de los 3 mil espectadores del auditorio.
Cuando se encendieron las luces y se vio a Hubert Selby Jr., autor de la novela de 1978 en la que se basó la película, las lágrimas corrían por sus mejillas.
La admiración de la crítica llegó pronto, y Peter Bradshaw, del diario británico The Guardian, dijo con entusiasmo que el director Darren Aronofsky había alcanzado las legendarias alturas de Orson Welles en cuanto a “energía, consistencia y dominio absoluto de la técnica”.
Sin embargo, la recepción fue muy distinta en el Festival de Cine de Toronto, donde algunos espectadores vomitaron de asco.
Con una clasificación para mayores de 17 años, la película recaudó apenas 7.5 millones de dólares con un presupuesto de 4.5 millones, y fue criticada duramente por algunos detractores por, como expresó Jay Carr en el Boston Globe, “refugiarse en una visión del infierno nacida de la comodidad burguesa”.
Lo que dividió la opinión de la crítica fue la forma en que Réquiem por un sueño retrataba a los drogadictos, con detalles desgarradores y en primer plano.
La película presenta a una viuda, Sara Goldfarb (interpretada por Ellen Burstyn), que se vuelve adicta a las pastillas para adelgazar con el objetivo de participar en un concurso televisivo.
Mientras tanto, su hijo Harry (Jared Leto) y su mejor amigo Tyrone (Marlon Wayans) traman un plan para enriquecerse vendiendo heroína. Cuando las cosas se complican, presionan a Marion (Jennifer Connelly), la novia de Harry, para que intercambie sexo por drogas.
La trama se arremolina como un torbellino que los arrastra hacia sus espantosos destinos: torturas con electrochoques, amputación de un brazo gangrenoso, reclutamiento en una cuadrilla de trabajo penitenciario supervisada por un guardia racista y explotación sexual.
Darren Aronofsky quiso ofrecer al público un bombardeo sensorial que imitara la experiencia de la adicción.
Pero terminó haciendo mucho más, provocando serios debates sobre el libre albedrío del adicto, la línea entre la observación compasiva y el voyerismo explotador, y el tóxico canto de sirena del propio sueño americano.
Veinticinco años después, estos debates siguen latentes.
La idea de la película surgió cuando el productor Eric Watson vio una copia de la novela de Selby en la estantería de Aronofsky en 1998.
“Darren me dijo que había tenido que dejarla a la mitad; era demasiado oscura e implacable, y eso me intrigó”, le dice Watson a la BBC.
“Le pregunté si podía prestármela para leer en un viaje de esquí con mis padres. Me arruinó las vacaciones por completo. Al volver, le dije a Darren: ‘Esta es la indicada; tenemos que hacer esta película’. Así que adquirimos los derechos de la novela por 1.000 dólares, y Darren escribió el guion”.
Aronofsky y Watson enviaron el guion a todos los grandes estudios. ¿La respuesta?
“¡Silencio!”, recuerda Watson. “Nadie se molestó en llamarnos para rechazarlo”.
Sin desanimarse, consiguieron la mitad de la financiación que necesitaban de Artisan Entertainment y contrataron a un productor independiente, Palmer West, para que les ayudara a reunir el resto de un presupuesto ajustado.
El proceso de casting también resultó complicado.
“Tobey Maguire, Adrien Brody, Joaquin Phoenix, Giovanni Ribisi… todos exploraron el proyecto o se presentaron a la audición para interpretar a Harry, pero rechazaron el papel”, recuerda Watson. “Era un riesgo demasiado grande para sus carreras”.
Una vez elegidos, Leto, Connelly, Wayans y Burstyn se esforzaron por lograr autenticidad en sus interpretaciones.
Leto perdió 11 kg y convivió con heroinómanos sin hogar en el East Village de Nueva York.
Wayans recorrió sin camisa las gélidas calles de Brighton Beach, en Brooklyn, en febrero.
Al comenzar el rodaje, Burstyn simuló la pérdida de peso poco saludable de su personaje poniéndose un traje de 18 kg para sus primeras escenas, luego cambiándolo por uno de 9 kg y, finalmente, tomándose dos semanas de descanso y perdiendo 4.5 kg con una estricta dieta de sopa de repollo.
Aronofsky, inspirado por los planos de Spike Lee en “Haz lo que debas”, utilizó tomas SnorriCam (cámaras acopladas al cuerpo del actor) para transmitir una sensación de disolución de la realidad externa.
A esto añadió pantallas divididas, aceleraciones y desaceleraciones, fundidos a blanco, tarjetas de título, espirales de cámara, lentes ojo de pez, planos generales extremos, pixelaciones y puestas en escena surrealistas.
Todas eran herramientas para imitar las distorsiones sensoriales inducidas por los opioides.
Pero aunque estos efectos visuales generaron entusiasmo, la visión de la película sobre la adicción a las drogas generó controversia.
Mientras que Trainspotting (1996) había sido criticada por glorificar la estética de la “heroína chic”, Réquiem por un sueño se percibía como un retrato incesantemente sombrío del consumo de sustancias.
La imagen de una “espiral” se convirtió en la metáfora preferida de la crítica para describir la idea de la película de que los adictos, una vez enganchados, son arrastrados casi inexorablemente hacia finales horribles.
“Lamento decir que la forma en la que describe la trayectoria de la adicción a la heroína es notablemente precisa”, afirma David J. Nutt, profesor de neuropsicofarmacología en el Imperial College de Londres.
“La mayoría empieza a consumir por desesperación o desesperanza, pero muchos, como Harry y Tyrone, ven el narcotráfico como una aventura empresarial, como una forma de ganar dinero rápido y luego seguir adelante con sus vidas. Pero rara vez termina bien”.
Por otro lado, el profesor Nutt considera a Sara Goldfarb un símbolo de toda una generación de amas de casa de las décadas de 1950 y 1960 a las que se les recetaron anfetaminas sin supervisión médica adecuada.
En cuanto al destino de Marion, afirma que hoy en día “los proxenetas siguen controlando y abusando de las mujeres explotando sus adicciones”.
Pero lo fundamental de la película, añade Nutt, es que dramatiza la adicción como un trastorno químico cerebral que induce conductas compulsivas.
“No recurres a la reutilización de puntos de inyección extremadamente dolorosos a menos que seas presa de impulsos irresistibles”, afirma.
No todos los expertos en adicciones están de acuerdo.
Gene Heyman, profesor titular del departamento de Psicología y Neurociencia del Boston College, le dice a la BBC que Réquiem por un sueño describe admirablemente la euforia de la iniciación en las drogas, seguida de episodios de abstinencia cada vez más intensos y dolorosos.
Pero ahí termina su precisión.
“Esta película cuenta una historia conocida: una vez adicto, siempre adicto, y es necesariamente una trayectoria descendente de la que nadie se recupera”, dice Heyman.
“Y eso es completamente falso. Todos los datos epidemiológicos muestran que, a los 30 años, la mayoría de los consumidores habituales de drogas maduran y dejan de consumir, no vuelven a consumir, y lo hacen sin tratamiento ni intervención profesional. “Eso son solo los datos, no mi opinión. Están ahí para que todos lo vean”.
Por su parte, Watson se exaspera al responder preguntas sobre la veracidad de la adicción en Réquiem por un Sueño.
“Hubert Selby fue muy activo en AA y NA [Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos], pero nuestra película nunca tuvo la intención de ser un documental ni un panfleto sobre el camino a la recuperación”, dice.
“No, no es realista. Es surrealista. Relájense”.
El propio Selby siempre insistió en que consideraba la drogadicción solo una manifestación del poder seductor del sueño americano y de lo que consideraba sus efectos tóxicos.
Antes del estreno de la película, escribió un nuevo prólogo para su novela, que decía: “Obviamente, creo que perseguir el sueño americano no solo es inútil, sino autodestructivo, porque en última instancia lo destruye todo y a todos los que lo componen”.
Muchos críticos han llegado a considerar que Réquiem por un sueño está en la misma línea que El gran Gatsby (1925) y Revolutionary Road (1961), obras que exponen el lado oscuro del mito estadounidense.
Con su televisión y su comida basuras, la película se circunscribe en un ambiente de adicciones específicamente estadounidense, afirma Kevin Hagopian, profesor de Estudios de Medios en la Universidad Estatal de Pensilvania.
“El concurso televisivo que cautiva a Sara se centra en crear una alegría ansiosa, exagerada y falsa”, dice.
“Aquí hay una búsqueda desmedida de panaceas irrealistas, un atajo hacia una solución rápida para no tener que pensar nunca en el propósito de la vida. Aquí, el sueño americano no es lo que hay que perseguir, sino el villano definitivo. Y esa crítica es tan devastadora para los mitos que nos sostienen que no es de extrañar que mucha gente no la acepte”.
Danny Leigh, ahora crítico de cine del diario Financial Times, elogió efusivamente Réquiem por un sueño en la revista Sight and Sound cuando se estrenó.
“Me cautivó lo que era: sin duda, una obra cinematográfica con estilo, con un crudo brío cinematográfico”, le dice Leigh a la BBC.
“Trainspotting había sido un acontecimiento cultural trascendental, que desencadenó un momento de vértigo en la cultura británica del momento, y vi ‘Réquiem por un sueño’ como una poderosa corrección, una advertencia casi paródica que golpeó con fuerza”.
Sin embargo, con el paso de los años, Leigh ha desarrollado recelos sobre la obra de Aronofsky.
“He llegado a sentir que hay cierta lascivia en su cine, como si se entrometiera en situaciones emocionalmente desesperadas y aplicara una condescendencia desagradable, incluso voyerista, a circunstancias trágicas”.
Leigh señala que este impulso alcanzó su extremo más grotesco en La Ballena (2022) de Aronofsky, en la que un profesor de inglés solitario y con obesidad mórbida, interpretado por Brendan Fraser, come hasta morir.
Hagopian, en cambio, considera que Aronofsky ha demostrado una genuina curiosidad por comprender a las personas marginadas de la sociedad.
“Muchas películas experimentales crean lo que yo llamaría ‘pesadillas de distanciamiento psíquico'”, opina.
“Piensen en Terciopelo azul (1986) de David Lynch, La pianista (2001) de Michael Haneke o Tenemos que hablar de Kevin (2011) de Lynn Ramsay; en todas ellas, nunca sabemos qué piensan o sienten realmente los personajes”.
Réquiem por un sueño, añade, adopta el enfoque opuesto al lograr lo que él llama una “pesadilla de intimidad psíquica”.
“Nos vemos tan cerca de los personajes que, en algún momento, su dolor y trauma parecen filtrarse en nuestra conciencia.
“Puede resultar claustrofóbico, incluso invasivo. Pero para mí, ese es el tipo de cine más valiente, y explica por qué esta obra de arte, ya sea que la admires o la detestes, queda grabada para siempre en la mente de las personas”.
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