El pasado 14 de octubre Santiago Zayas fue agredido con un cuchillo por Salomón Tapia Rebolledo, de 17 años, ambos estudiantes de la preparatoria UDAL de Puebla. Montserrat Bravo, amiga de Santiago, denunció lo ocurrido a través de redes sociales mediante un video donde se ve cómo es atacado a plena luz del día y frente a su casa en la colonia Bugambilias. El motivo: su color de piel y origen afrodescendiente. De acuerdo con medios locales, Santiago estuvo hospitalizado en una condición delicada. Los familiares buscan al responsable, quien huyó del lugar después de cometer el acto.
Santiago había sido amenazado previamente por Salomón debido al color de su piel, su ascendencia cubana y por ser afrodescendiente. Este no es un hecho aislado. En México se han registrado múltiples casos de violencia en centros escolares por motivos raciales. Recordemos a Norma Lizbeth, quien perdió la vida tras sufrir un traumatismo craneoencefálico luego de ser golpeada con una piedra por una de sus compañeras de clase. De acuerdo con su madre, Norma era molestada en clase por su tono de piel; esto en el Estado de México. En Querétaro Juan, un adolescente que era molestado en clases por ser otomí, fue agredido por sus compañeros, quienes le rociaron alcohol y luego le prendieron fuego. La escuela no notificó de lo sucedido a sus familiares. Los padres explicaron que la profesora molestaba a Juan por la misma razón que sus compañeros. Ejemplos como estos demuestran el problema de la violencia racial en nuestro país, donde alumnas y alumnos son discriminados y atacados por su color de piel, fenotipo u origen étnico. Un México que no se cree racista, pero que replica violencias racistas en todos los entornos sociales, incluidas las escuelas. ¿No es esto racismo?
Se invisibiliza de esta manera actos que realmente suceden y que están costando vidas humanas. Estos no son casos aislados. En México personas afrodescendientes e indígenas son quienes reciben comentarios en torno a su color de piel, características físicas, cabello, etc., desde las escuelas hasta centros de trabajo. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación, ENADIS 2022, el 29.7 % de la población que se autoreconoce como afrodescendiente en México, declaró que el tono de piel es una de las principales causas de discriminación que enfrentan. De la misma manera, la ENADIS también señala que “las miradas incómodas” son una condición de recurrencia que afectan al 20.3 % de la población afrodescendiente de 12 años en adelante.
De acuerdo con la Revista UNAM Global, es fundamental crear conciencia de que las exclusiones están basadas en prejuicios y estigmas. Para ello, se requiere un trabajo de educación, concientización y prevención de esas conductas. Pero ¿qué sucede cuando esos prejuicios y estigmas son replicados por los mismos centros educativos, como es el caso de Santiago, Norma y Juan? ¿Cómo garantizar una sociedad que no replique acciones que lastimen gravemente a las personas por su apariencia física, si las instituciones educativas carecen de modelos para acompañar y prevenir la violencia racial?¿Qué pasa en México que aún con acciones tan perversas se niega a reconocer el problema estructural del racismo? ¿Por qué los medios “suavizan” estos actos llamándolos de todo menos racismo? ¿Por qué los mexicanos no se consideran racistas?
Para responder estas dudas nos contactamos con David Gómez, activista afromexicano y director del Centro de Estudios Afromexicanos Tembembe.
¿Por qué en México es tan difícil tipificar estos actos de discriminación?
Hay una serie de elementos tanto sociales como legales que dificultan la identificación y la sanción de actos discriminatorios, socialmente hay una gran parte de la población mexicana que considera que no existe el racismo en nuestro país, idea alimentada por el mito de la raza cósmica en una sociedad donde todos somos mestizos somos iguales no hay lugar para una discriminación étnica, porque somos iguales.
Por otro lado, las bromas abiertamente racistas son toleradas y bien vistas en la sociedad, los comediantes mexicanos siempre apelan a actitudes racistas para sus shows, por ejemplo, ser racista es normal en México.
Ahora bien, esto se extiende a nivel institucional, en 2017 la encuesta OPINNA reveló que 50 % de los niños, niñas y adolescentes encuestados consideraban que en su escuela eran testigos de discriminación diariamente y el 40 % declaró que la causa de discriminación era el color de piel, aun conociendo estos datos no ha habido un cambio sistémico en las escuelas del país para abordar estas dinámicas
La CNDH no tiene una agenda para prevenir la discriminación a personas afromexicanas, con un presupuesto de aproximadamente 17 millones de pesos este año no hay ningún tipo de campaña o de acción sistemática para recoger denuncias.
Nadie escucha a los y las alumnas violentadas, en más de 5 años diseñando programas educativos para personas afrodescendientes, la SEP jamás ha mostrado interés en desarrollar un protocolo de atención ante casos de discriminación racial,
En resumen, el estado hace caso omiso de una problemática tangible y tanto padres de familia como la sociedad en general prefiere endiosar a personas abiertamente racistas como Chumel Torres antes que trabajar en la construcción de una sociedad incluyente donde ser diferente no sea motivo de una burla.
¿Por qué los medios “suavizan” estos actos llamándolos de todo menos racismo?
Me inclino a pensar en que es porque las personas que trabajan en estos medios de comunicación no identifican los casos como actos de violencia racial
Son declaraciones muy fuertes, es casi un insulto ser llamado racista en México, pero paradójicamente ser racista no es mal visto.
Se requiere un cambio sistémico a gran escala y tardaremos años, si no es que décadas en mirar cambios, es un trabajo titánico e intersectorial, y no solo involucra cambios en el estado.
¿Cómo garantizar espacios educativos antidiscriminatorios?
Creo que esta es una pregunta un tanto difícil, se requiere un cambio sistémico a gran escala y tardaremos años, si no es que décadas en mirar cambios, es un trabajo titánico e intersectorial, y no solo involucra cambios en el estado.
El estado no destina ni 3 % del PIB a educación. Ndo es posible pensar en la construcción de programa, espacios de atención o hasta de aplicar protocolos para la atención de casos de racismo y discriminación, sin dinero es imposible, y dentro de las políticas de austeridad los grupos históricamente vulnerados como poblaciones originarias y afromexicanas estamos sujetas aún a más restricciones presupuestarias y esto sin mencionar que no existe un presupuesto específico para la atención educativa de personas y comunidades afromexicanas.
Por otro lado CNDH es una institución sumamente deficiente, que no atiende quejas ni brinda atención a víctimas de actos de discriminación racial, recientemente el consejo consultivo integrado por ciudadanos renunció de manera colectiva, ni un pronunciamiento al respecto nada, solo silencio, desgraciadamente no tenemos instituciones que defiendan los derechos humanos de la comunidad estudiantil afromexicana, y las organizaciones de la sociedad civil simplemente no contamos con los recursos para poder desarrollar acciones masificadas.
Por último, mientras padres, madres de familia, toda la sociedad mexicana en general no cambie su postura ante discursos de odio, no habrá un nuevo paradigma estructural que garantice la defensa de todas las infancias.
El racismo y comportamientos discriminatorios son conductas aprendidas en muchas ocasiones desde el núcleo familiar, si las personas no están conscientes de sus comportamientos violentos será imposible pedir un cambio, ese niño o niña crecerá y se convertirá en un funcionario público que no tendrá interés en la promoción de una política pública de cuidado para personas afro.
El ejemplo que damos a las infancias al callarnos un chiste racista, un comentario discriminatorio es lo que marca diferencia en el mundo.
Casos como estos no pueden quedar impunes ni invisibilizados. Las infancias y juventudes afrodescendientes merecen espacios dignos de convivencia en sus casas, vida cotidiana y sus propias escuelas. Se necesitan políticas que protejan este derecho, sensibilizar a la sociedad ante temas que afectan el día a día y que, incluso, pueden llegar a ser mortales. El racismo en México es violento, es mortal y aún así, las personas creen no ser racistas. Es una violencia normalizada y cotidiana que debe erradicarse para poder garantizar el derecho básico de una vida digna y a una educación libre de violencia racial.
* Alejandra Tentle (@AClasic1) se autodenomina afroindígena por su historia y contexto familiar. Estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras e Instrumentista en Contrabajo en la Facultad de Música, ambas de la UNAM. Sus líneas de investigación se han enfocado a la Historia de la música prehispánica y a la Historia Afromexicana, publicando el artículo “Instrumentos musicales presentes en el Códice Florentino y su importancia en los areitos” en el libro Siete Miradas al Comercio en México, publicado por la Fundación Guendabichi. Es coautora de los libros digitales “Mi Identidad, un anecdotario histórico, periodístico y feminista de la afrodescendencia en México” y “Tarara Tararí”, un libro de cuentos infantiles que busca dar visibilidad y representación a la niñez afromexicana relatando la influencia y el impacto cultural de los pueblos africanos en México. El Centro de Estudios Afromexicanos Tembembe (@Afro_tembembe) es una organización dedicada a la preservación, investigación y divulgación de los sistemas de pensamiento Negro, Afromexicano y Afrodescendiente, con el objetivo de promover el ejercicio de los derechos individuales y colectivos de la comunidad Afrodescendiente desde una perspectiva interseccional e incluyente a través de la educación popular.
EU recibe a decenas de afrikáners como refugiados tras una orden de Trump que denuncia que son perseguidos por cuestiones raciales, algo que el gobierno sudafricano niega rotundamente.
Un avión procedente de Johannesburgo con 59 sudafricanos blancos a bordo aterrizó este lunes en Washington DC.
Es el primer grupo de afrikáners que llegan a Estados Unidos como refugiados bajo un programa de reasentamiento promovido por el presidente Donald Trump, que considera a esta comunidad víctima de “discriminación racial” en Sudáfrica.
Su arribo a EE.UU. se produce tras meses de tensiones diplomáticas entre el país norteamericano y Sudáfrica.
Trump firmó en febrero una orden ejecutiva en la que denunciaba presuntas violaciones de derechos humanos contra blancos en Sudáfrica, citando expropiaciones de tierras sin compensación y asesinatos en zonas rurales.
El presidente también se ha referido a lo que describió como una “matanza a gran escala de agricultores” blancos, un argumento que ha respaldado públicamente el empresario Elon Musk, nacido en Pretoria, quien llegó a hablar incluso de un “genocidio de blancos”.
El gobierno sudafricano rechaza estas acusaciones y niega la existencia de una persecución racial contra los blancos.
El ministro de Relaciones Exteriores de Sudáfrica, Ronald Lamoa, afirmó este lunes que “no hay persecución de sudafricanos blancos afrikáners” y aseguró que los datos policiales contradicen la narrativa impulsada desde Washington.
Los afrikáners, descendientes en su mayoría de colonos holandeses, han desempeñado un rol central en la historia del país, desde la colonización hasta el régimen del apartheid.
El programa de reasentamiento de Trump está dirigido a los afrikáners, una comunidad blanca sudafricana descendiente en su mayoría de colonos neerlandeses, franceses hugonotes y alemanes que comenzaron a instalarse en el sur de África desde 1652.
Durante siglos, los afrikáners dominaron la política y la producción agrícola del país, especialmente bajo el apartheid (1948-94), donde conformaban el grupo blanco mayoritario y puntal ideológico del régimen.
Hoy representan poco más del 5% de la población en Sudáfrica -unos 2,7 millones de personas- y la mayoría habla afrikáans como lengua materna.
Trump justifica su programa con el argumento de que los afrikáners sufren “discriminación racial” bajo las políticas del Congreso Nacional Africano (ANC), en el poder desde el fin del apartheid en 1994.
En su orden ejecutiva de febrero, el presidente estadounidense citó específicamente la reciente ley sudafricana de expropiación sin compensación de tierras improductivas, abandonadas o adquiridas de manera fraudulenta durante el régimen segregacionista.
Aunque la norma ha sido defendida como una herramienta para corregir desigualdades históricas, tanto sectores conservadores estadounidenses -incluidos influyentes empresarios como Elon Musk y Peter Thiel- como muchos afrikáners en Sudáfrica la consideran una amenaza directa a los derechos de propiedad de los blancos.
Trump también denunció lo que describió como “una matanza a gran escala de agricultores blancos”, tesis respaldada por Musk, Thiel y otros miembros de la llamada “mafia de PayPal”, un influyente grupo de Silicon Valley que mantiene lazos con Sudáfrica.
El gobierno sudafricano niega que exista una persecución racial: el canciller Lamoa consideró infundadas las acusaciones de Washington y alegó que los informes policiales desvinculan la violencia rural de un supuesto genocidio blanco.
Según datos oficiales, en 2024 se registraron 44 homicidios en zonas agrícolas, de los cuales ocho fueron de granjeros.
El Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales (SAIRR) concluyó que los ataques afectan tanto a trabajadores blancos como negros y suelen estar motivados por robos o conflictos laborales.
BBC Mundo habló con el analista sudafricano Ryan Cummings, director de la consultora Signal Risk, que cuestiona el fundamento jurídico y humanitario de conceder asilo a los afrikáners.
“Ciertamente no enfrentan ningún tipo de marginación colectiva por su cultura, raza o idioma”, afirma.
El experto considera que las leyes de acción afirmativa impulsadas por el ANC no son punitivas hacia los blancos, sino mecanismos para revertir la exclusión histórica de la población negra, y remarca que “los afrikáners aún se encuentran en el extremo superior de la escala socioeconómica”.
Cummings añade que la percepción de inseguridad en zonas rurales, donde se han producido ataques violentos a granjas, ha alimentado una narrativa política dentro de sectores afrikáners más conservadores.
“Se han presentado como actos de violencia étnica, como si hubiera un genocidio sistemático en curso, pero en realidad responden a dinámicas locales: granjas aisladas, guardias de seguridad deficientes, armas y dinero en efectivo almacenados en las instalaciones”, considera.
Reconoce, no obstante, que figuras como Julius Malema, líder del partido comunista Luchadores por la Libertad Económica, han alimentado esa sensación de amenaza con cánticos como Kill the Boer (“Mata al granjero”), lo que ha reforzado el temor de algunos afrikáners a un resurgimiento del nacionalismo negro en sus formas más violentas.
El gobierno sudafricano ha sido muy activo a la hora de denunciar violaciones de derechos humanos de Israel en Gaza, y en enero presentó un caso de “genocidio” ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya.
Esto causó un deterioro en las relaciones entre Sudáfrica y EE.UU., aliado de Israel.
“Trump quiere destacar ante la comunidad internacional que el mismo gobierno que lleva a Israel ante un tribunal internacional por presuntas violaciones de derechos humanos está infringiendo esos mismos derechos sobre su propia ciudadanía”, evalúa Cummings.
En marzo, la administración estadounidense expulsó al entonces embajador sudafricano, Ebrahim Rasool, después de que este denunciara una “insurgencia supremacista” impulsada desde Estados Unidos.
El secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, justificó la medida calificando al diplomático como un “agitador racial” que “odia a América”.
Por su parte, el gobierno sudafricano sostiene que la narrativa promovida desde Washington es infundada y responde a intereses políticos internos en Estados Unidos.
Desde que Trump firmó la orden, más de 70.000 sudafricanos blancos expresaron interés en emigrar, según la Cámara de Comercio Sudafricana en Atlanta.
El grupo de 59 personas que aterrizó esta semana en Washington es el primero en beneficiarse del plan.
Desde Sudáfrica, el programa de reasentamiento de Trump se percibe con escepticismo o incluso con cierto sarcasmo, según el director de Signal Risk.
“Muchos sudafricanos ven a los afrikáners que se acogen al programa de Trump como personas que buscan una salida, un modo de hallar la utopía que están buscando: una sociedad donde puedan existir sin tener que compartir espacio con sudafricanos negros”, sostiene Cummings.
Según el experto, hay “muchas almas dañadas” entre los afrikáners que crecieron durante el final del apartheid.
“Sienten que no fueron cómplices, pero que se les está haciendo pagar por lo que ocurrió décadas antes de que nacieran”, indica.
Sin embargo, concluye que la mayoría de los sudafricanos está de acuerdo con la idea de una sociedad multirracial y que quienes se resisten a ello -y ahora emigran- “probablemente no estaban interesados en participar en ese proyecto desde el principio”.
Cummings incluso cree que muchos sudafricanos moderados ven con buenos ojos la emigración de ciertos afrikáners a Estados Unidos bajo la iniciativa de Trump.
Parte de la sociedad sudafricana la considera “una manera de deshacerse de personas que han sostenido una ideología racista o supremacista blanca “.
“Muchos sudafricanos sienten que Sudáfrica, como país, probablemente estará mejor sin ellos, en el sentido de que estaremos perdiendo a individuos que esencialmente no tienen interés en participar en la construcción nacional ni en vivir en un país multirracial”, sentencia.
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