Declarar, así, de la manera más fresca y ocurrente que con la relección de Donald Trump nada tienen de qué preocuparse los mexicanos que viven en Estados Unidos y que hay un plan ―cuyos ejes principales nadie conoce todavía― para recibir a quienes sean deportados, no solamente revela una candidez extrema, rayana en el desinterés, frente a la vida de millones de personas, sino también ―o peor todavía― un desconocimiento básico de las oportunidades que surgirán a partir de los cambios en el perfil demográfico, económico, laboral, educativo, entre otros, de los inmigrantes hispanos en dicho país ―con quienes nacieron en México a la cabeza, lo mismo documentados que indocumentados.
Hacer pública una llamada telefónica días después y salir a decir que la Patria está preparada y suficientemente musculosa para contener cualquier misil que Trump mande en dirección al sur ―en la forma de aranceles, de ordenar ponerle un enfático stop al avance de la migración internacional en su marcha hacia la frontera norte, de girar instrucciones a otros 27 mil miembros más de las fuerzas armadas o de la Guardia Nacional para que muelan a palos y patadas bajo los principios del “humanismo mexicano” al primer valiente que se atreva a poner un pie en la línea fronteriza―, ya es cosa aparte, tristemente refutable con algunos datos que se presentan a continuación ―sobre todo a la luz del apego manifiesto a la plataforma de campaña que llevó al partido Republicano y a Trump de vuelta a la Casa Blanca.
Habrá quien diga en México que Trump es un bocón, que perro que ladra no muerde, etcétera. Les recuerdo los logros que obtuvo en un santiamén entre abril y mayo de 2019: detener a las caravanas migrantes que avanzaban desde Centroamérica y convertir de facto al país en “tercer país seguro”, eufemismo para no decir, con descaro, dumpster o Tiradero Oficial de Migrantes de los Estados Unidos Mexicanos. Para logarlo, fue más que suficiente amenazar al gobierno con elevar 5 por ciento los aranceles ―eso fue hace 5 años, sin embargo, hace unos 15 días, durante un discurso en North Carolina, Trump multiplicó 10 veces la apuesta: elevar al 100 por ciento los aranceles a productos mexicanos, ni un solo migrante debe cruzar, con el añadido de detener, esa fue la instrucción girada, el cruce de drogas ―esencialmente fentanilo.
La inmigración, lo mismo los bad hombres mexicanos que migrantes provenientes de países musulmanes, no son ninguna novedad en la interminable lista de fobias de Donald Trump. No es extraño tampoco que los dos primeros puntos de su agenda estén vinculados al tema: detener la invasión de inmigrantes y deportar a, cuando menos, 11 millones de almas, y de estas, a 4 millones de paisanos.
Lo cierto es que llevar a cabo semejante operación supone tomar en cuenta y en serio dos puntos que al parecer no están incluidos en el plan de contención a Trump por parte del gobierno de México: primero, la anunciada deportación masiva de inmigrantes equivale a despoblar paulatinamente a Estados Unidos y, en consecuencia, en no hacer América grande de nuevo, sino en achicarla metódicamente, con las consecuencias catastróficas que ello tendría para la economía estadounidense; y segundo, el también anunciado recurso al ejército más poderoso del mundo para expulsar a cuantos millones de personas quiera y en realidad pueda el presidente Trump, representa en los hechos ―de facto y de juris― invadir a su propio país, algo con lo cual ni el propio partido Republicano ni los dueños de la maquinaria económica ―corporaciones, bancos, Wall Street y Main Street― estarán necesariamente de acuerdo.
De hecho, la realidad arroja datos que deberían de ser los principales argumentos del gobierno de México de ahora en adelante, antes que defender la soberanía y vigilar que nadie le falte el respeto a la señora Patria. Un estudio elaborado por el Baker Institute, confirma que entre julio de 2020 y julio de 2021 nada más, el crecimiento poblacional de Estados Unidos fue mayor en términos netos por la vía de la inmigración (244,622 nuevos arribos) que por los índices de natalidad (148,043 nacimientos registrados). De acuerdo al Censo de Estados Unidos, a partir del año 2030 y al menos hasta 2060, la inmigración será la principal fuente de crecimiento demográfico.
En sentido inverso, el Censo destaca que para el año 2034 ―poco menos de una década― se estima que la población de estadounidenses mayores de 65 años y en adelante, será más grande que la de 18 años promedio. En tanto los inmigrantes son relativamente más jóvenes y con altas tasas de reproducción, se espera también que el perfil demográfico de Estados Unidos será de mayor diversidad étnica. Sin embargo, ello se traduce en una diversidad mayoritaria y aplastantemente hispana. La Oficina del Censo estimó que en 2023, los hispanos sumaron 65.2 millones, un nuevo récord que además representa el 19 por ciento de la población total.
En términos del comportamiento demográfico de los inmigrantes mexicanos, el Censo registró una reducción en crecimiento respecto a los inmigrantes provenientes de Venezuela. Sin embargo, los mexicanos son mayoría en el 90% de los condados en Estados Unidos. Tan solo en el Condado de Los Ángeles, constituyen el 71% de la población.
En otras palabras, cualquier operación de deportación masiva de inmigrantes provenientes exclusivamente de México, supondría algo cercano a una operación militar de dimensiones cósmicas. En consecuencia, ya sería hora de romper inercias burocráticas que se autopromocionan y se celebran a sí mismas ―los casos ejemplares serían las “estrategias” y “mecanismos” de protección y apoyo a las comunidades mexicanas que cada año cambian de nombre pero nunca en sustancia realmente estratégica―, abandonar el discurso de los migrantes como héroes de la nación y dar un giro de 360 grados que ponga el foco de atención de la red consular en Estados Unidos en las oportunidades que abren, para millones de mexicanos, los marcados cambios ―ni de milagro atendidos por cónsules y altos funcionarios― en los mercados laborales, en los ámbitos de empleo, educación, entre otros.
No es necesario pasar por la escuela de epidemiología de la universidad Johns Hopkins para entender que una catástrofe del tamaño de Estados Unidos y de su población, generan necesidades y tareas que alguien tiene que cumplir, sin importar origen o color de piel. Los servicios de salud son un claro ejemplo, siempre y cuando prevalezca la inteligencia en política antes que la marrullería y el continuismo de las fórmulas inútiles.
El estado de Illinois es quizás el mejor estudio de caso para adentrarse en las diversas maneras en que la pandemia de Covid-19 reveló la necesidad de integrar a la inmigración, por ejemplo la mexicana, en los servicios generales de salud, en lugar de mantenerla excluida. En un detallado estudio del Migration Policy Institute, se calculó que dicho estado de la Unión llegó a contar con 12 mil empleos vacantes en servicios generales de salud y en hospitales, siendo la estimación nacional 270 mil empleos en servicios generales de salud a los que inmigrantes con preparación no son empleados o bien subempleados. Se estima además que los empleos en cuidados de salud en casa, así como personal de ayuda en el cuidado de personas de la tercera edad, tendrán una proyección de crecimiento del 33% entre los años 2020 y 2033 (11 años). Desde 2022, casi el 40% de personal de ayuda en los cuidados de salud en casa lo ocupan inmigrantes.
De igual manera, la demanda por servicios de salud y sociales requeridos por un amplio sector de la población en proceso de envejecimiento continuará. Según el Bureau of Labor Statistics, para el año 2030 se proyectan en más de 3 millones a nivel nacional el número de empleos en este segmento del mercado laboral. Basta haber puesto un pie en Chicago para darse cuenta de la importancia política y económica de las comunidades mexicanas. Bastaría entonces leer reportes y estudios especializados para hacer algo más que presentarse a reuniones y atiborrarse de maníes.
La mayoría de los estudios generales acerca del futuro de los mercados laborales en Estados Unidos suelen pasar por alto una variable esencial que, al ser cuantificada, se desestima el origen étnico de la fuerza de trabajo versus su masa absoluta, contada como un agregado de individuos con distintas competencias y dedicados a actividades de diversa índole.
Tal como se plantea en el reporte del MPI titulado Navigating the Future of Work: The Role of Immigrant-Origin Workers in the Changing U.S. Economy, resulta llamativo que la población migrante en Estados Unidos, así como sus descendientes, se han constituido como un factor primordial en el entorno y dinámica del mercado laboral nacional en la primera y segunda décadas del siglo XXI. Entre 2010 y 2018, este nicho demográfico representó el 28% del total del mercado laboral, mientras que se estima que para el año 2035, el crecimiento acumulado de la fuerza de trabajo identificada como inmigrante en Estados Unidos alcanzará el 98% del total en el mercado laboral.
En concordancia con las estimaciones del US Census antes referidas, el Bureau of Labor Statistics proyecta que el crecimiento en trabajos con competencias bajas (low skills) seguirá a la alza al menos hasta el año 2033, en los sectores de personal de cuidado en casa, preparación y procesamiento de comida, servicios de hospitalidad, servicios generales en industria, trabajo en cocinas, así como personal de limpieza, entre otros. Es importante señalar que los empleos de la construcción no están contemplados; sin embargo, más del 30% de los inmigrantes mexicanos trabajan en el sector de la construcción.
Cualquiera que tenga conocimientos básicos de macroeconomía y negocios ―se sabe ese no es precisamente el fuerte de los diplomáticos mexicanos, anclados como están en sus tradiciones y principios―, sabe y puede razonar ante el vecino que pegarle a su industria de la construcción resulta más catastrófico para su economía que emprender mil guerras en mil frentes distintos. Se trata de un sector que genera más de 2 trillones de dólares al año ―para que se entienda: en español un millón de billones, un 2 seguido de dieciocho ceros y no de doce, como es el caso en inglés―, activa al conjunto de la economía, estimula el gasto público y la creación de empleos, las manufacturas y los servicios.
Al próximo presidente Trump no es necesario recordarle “la importancia del trabajo que realizan los mexicanos en Estados Unidos, cuánto pagan en impuestos, el trabajo que realizan”, como señaló la presidenta Sheinbaum. Un buen comienzo sería ponerle en la mesa los datos duros que, al parecer, no han tomado en cuenta quienes han llevado la relación con Estados Unidos durante los últimos seis años ―vean, si no, la manera en que pasó a despedirse soltando sombrerazos a diestra y siniestra el embajador Ken Salazar. Y eso que él si era “amigo” de México.
* Bruno H. Piche (@BrunoPiche) es ensayista y narrador. Ha sido editor, diplomático, promotor cultural y de negocios internacionales. Es autor de los libros Robinson ante el abismo, Noviembre, El taller de no ficción, Los hechos y más recientemente, La mala costumbre de la esperanza (Literatura Random House). En 2025 aparecerá su libro de ensayos biográficos del primer premio Nobel mexicano, Alfonso García Robles, por El Colegio Nacional, del cual García Robles fue un destacado miembro.
En 2016 se creyó que Trump sería un problema para México y el resultado fue casi opuesto. Ahora llega un Trump más ambicioso y en México gobierna una mujer. Una coyuntura desafiante para dos países que se necesitan.
México es quizás el país más afectado en el mundo por lo que ocurre en Estados Unidos.
Las razones son de toda índole: por la frontera de 3.000 kilómetros que comparten, porque es su mayor socio comercial, porque millones de familias tienen miembros en ambos países.
Pero si es el más afectado por razones estructurales, también lo es por razones coyunturales.
Donald Trump fue elegido este martes como nuevo presidente de Estados Unidos en parte gracias a su agenda agresiva hacia México, la cual incluye altos aranceles a las importaciones desde ese país y la deportación de mexicanos indocumentados que estén en territorio estadounidense.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quiso calmar los ánimos en su conferencia de prensa del miércoles: “No hay motivo ninguno de preocupación (…) México siempre será un país independiente y soberano. Va a haber buena relación. No competimos entre nosotros, nos complementamos (…) Hay mucha unidad y mucha fortaleza de la economía mexicana”.
Sin embargo, las señales de alarma están prendidas.
“Para Sheinbaum va a ser un desafío enorme”, dice Juan Gabriel Tokatlián, doctor en relaciones internacionales. “Si esta política de desalojar migrantes es llevada a cabo y si hace un proteccionismo a ultranza concentrado en Estados Unidos, va a ser una situación muy complicada para México”.
Estos son los cuatro ámbitos sobre los cuales va a girar la compleja relación entre México y Estados Unidos durante los próximos 4 años.
El miércoles, el peso mexicano registró su peor marca en dos años, de casi 21 pesos por dólar, debido a la victoria de Trump.
Aunque la devaluación es una tendencia normal en países emergentes tras las elecciones en la primera economía del mundo y fue en principio una caída menos drástica de lo esperado, los inversionistas extranjeros creen que las restricciones comerciales prometidas por Trump pueden afectar el desempeño de la economía mexicana.
Por varias razones.
Las remesas que los mexicanos en Estados Unidos envían cada mes a sus familiares son uno de los pilares de la economía de consumo de este país: están, según cifras oficiales, entre el segundo y tercer mayor ingreso después del turismo y las ventas del petróleo.
Esa fuente de ingresos se puede ver afectada por las deportaciones y los aranceles de Trump.
En campaña, el republicano también dijo que piensa imponer aranceles del 25% a las importaciones de México si el país no detiene el tráfico ilegal de migrantes.
También aseguró que va a sancionar el transbordo de productos chinos a través de México e imponer una tarifa de 500% a los automóviles producidos por empresas chinas en México.
Según el centro de estudios Capital Economics, un arancel del 10% a los productos importados de México significaría una reducción del 1.5% del PIB mexicano.
Durante el primer gobierno de Trump, entre 2017 y 2021, la guerra comercial con China benefició a México, ya que empresas que producían allá acercaron sus fábricas a EE.UU. radicándolas en el país latinoamericano.
Gracias a esto, el año pasado México se convirtió en el mayor importador a Estados Unidos del mundo, entre otras razones porque goza de un Tratado de Libre Comercio que facilita la importación de productos de un país a otro.
El TLCAN, asimismo firmado con Canadá, tendrá que ser ratificado en 2026 por los tres países.
Aunque en 2020 Trump accedió a firmarlo, lo más probable es que ahora lo use como mecanismo de negociación frente a dos de sus grandes obsesiones: la batalla comercial con China y la migración.
“La pregunta es qué tipo de proteccionismo quiere Trump: si es concentrado en Estados Unidos, sin contemplar a Canadá y México, o si lo hace con ellos pero evitando la triangulación con China”, explica Tokatlián.
El otro gran eje de la relación bilateral va a ser la migración.
Trump prometió deportar un millón de migrantes indocumentados al año y dijo que va a reanudar la construcción del muro fronterizo entre los dos países.
Ambas promesas son difíciles de cumplir, según expertos, porque son costosas y pueden afectar a la economía estadounidense, que en parte depende de la mano de obra migrante.
Sin embargo, con que solo una parte de la “deportación masiva” prometida se realice ya hay razones para la preocupación en México.
Se estima que 5 millones mexicanos están en Estados Unidos en situación irregular.
“México va a insistir en el diálogo y va a informar lo que ya está haciendo”, dice Yanerit Morgan, una diplomática y académica mexicana.
Para evitar los aranceles, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador accedió a detener migrantes y logró reducir el flujo de personas que ingresaba a Estados Unidos.
“Sheinbaum va a seguir con esa política, pero va a tener que fortalecer mucho la red consultar en Estados Unidos, no solo por las deportaciones, sino por el trato a los mexicanos allá”, dice Morgan.
La nueva mandataria mexicana ha insistido en que la migración transnacional debe ser atendida a través de soluciones sociales en los países de origen, una iniciativa que en principio no aparece en el manual trumpista.
A la ecuación se añade el complejo tema del tráfico ilegal de drogas.
Más de 80.000 personas murieron en Estados Unidos el año pasado por cuenta del fentanilo, un potente opioide que se produce y trafica desde México.
Trump prometió que va a bombardear los laboratorios de fentanilo en México, bloquear los puertos mexicanos que transporten sus precursores y designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas.
Ninguna de estas iniciativas ha sido comentada por Sheinbaum, pero al menos en principio suenan como medidas que en México tocarían la sensible fibra de la injerencia.
En julio, la relación bilateral entró en crisis debido a la detención en Estados Unidos del capo mexicano Ismael “El Mayo” Zambada. La operación no fue notificada al gobierno mexicano y eso generó disgusto en el Palacio Nacional.
Aunque los dos gobiernos tendrán mandatarios nuevos cuando Trump se juramente en enero, el tema inevitablemente va a ser abordado con este antecedente y bajo la preocupación histórica mexicana, aunque marcada en este gobierno, de proteger su soberanía.
Todo lo anterior va a depender de la relación que entablen los jefes de Estado, quienes, en principio, son muy destinos: él, conservador y capitalista, ganó en parte gracias a su rechazo de lo que llama “feminismo radical”; ella, de izquierda y crítica del neoliberalismo, tiene una profunda preocupación por la causa feminista.
En los dos años y medio que AMLO y Trump coincidieron se estableció una relación cordial, pragmática, proclive a la negociación, que dejó a muchos sorprendidos por sus diferencias ideológicas.
AMLO llegó a escribir un libro titulado “Oye, Trump” en el que explicaba la importancia de los migrantes para Estados Unidos y proponía medidas no policiales para atender la migración.
Los expertos esperan que Sheinbaum mantenga el pragmatismo de su antecesor. Antes de las elecciones ella dijo en que va a trabajar con quien quiera que ganase.
“Sheinbaum tiene suficiente carácter como para tener un diálogo interesante, importante, horizontal con él. Ella llegó con un fuerte apoyo popular y eso es algo que Trump no puede negar”, dice Morgan.
La relación bilateral ha pasado por todo tipo de coyunturas difíciles. En 2016 se creyó que Trump sería un problema para México y el resultado fue casi opuesto. Ahora llega un Trump distinto, quizá más ambicioso, y en México gobierna la primer mujer presidenta, una “progresista” y “ambientalista”, que goza de un notable apoyo popular. Se viene, en todo caso, otra coyuntura desafiante.
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