Tell me, what is it you plan to do
With your one wild and precious life?
Mary Oliver
Estos días he vuelto a creer en la buena vida. Me descubro sorprendida por aquello que en algún momento creí que me correspondía por estar viva: desde una respiración profunda hasta un abrazo.
(Qué falta me hacía disfrutar de la intensidad, la duración y el afecto que se transmite durante un buen apretón de cuerpos. He aprendido a quedarme en los abrazos sin la prisa de tener que irme sin saber adónde. Porque los abrazos sanan y nos desdoblan).
Me descubro, también, con el apetito de probar más y arrepentirme menos. Mis arrepentimientos se han ido, poco a poco, junto al dolor. Qué fácil se escribe, las palabras jamás le harán justicia a la rudeza de estos meses, pero da igual: las palabras no tienen que ser justicieras, sino compañeras.
Mi pierna está mejor; mis ganas de vivir, encendidas; mis ganas de criar a mi hijo, vigentes; mis ganas de cuidar a mi madre, despiertas, y las ganas de querer más y mejor a mi familia y amistades están estimuladas por la gratitud y la confianza de entender, de saber y de aceptar que no estoy sola y nunca lo estuve.
(Vaya aprendizaje: la soledad muchas veces es una falsa ilusión para confirmar, de una manera retorcida, que somos culpables de lo que nos hace sentir menos y mal).
Pienso en las puertas y ventanas abiertas, en mi casa llena de plantas y flores, en mi memoria tallada de recuerdos y con ganas de un futuro inquieto. Pienso en la relación que tiene la memoria con las fantasías y, mientras que una mira al pasado, mis fantasías miran a un futuro próximo porque no me he de ir de este mundo con las ganas alborotadas, sino agotadas.
Tengo unas ganas tremendas de dar, de recibir, de reír a carcajadas, de cargar a Nicolás y darle vueltas hasta marearnos y tirarnos al piso de alegría. Quiero emborracharme de enamoramiento, de esos instantes de locura y curiosidad en donde una se descubre en otras miradas y en otros cuerpos.
(Quiero escribir con la felicidad que merece honrar la vida).
He dejado de llorar. La ansiedad me dio un respiro. Y, de pronto, aquí estoy: divirtiéndome conmigo y dejando a un lado las preguntas que se derivaron de una mala racha de salud. Hoy tengo salud y puedo salir a caminar y hacer lo que se me ocurra. Sin complicaciones, sin soledad y sin culpa.
(Las indicaciones médicas caducaron, tengo vida aquí, en esta página en blanco y en las páginas ya escritas).
Abro mi agenda. Leo de nuevo mis propósitos de año nuevo:
Tener cerca a las personas que amo, desear y ser deseada, darles dimensión a mis tristezas, hacer de la furia gasolina, aprender a darme por vencida y a levantarme pronto, maternar desde mi propia abundancia, no mirar tan detenidamente mis carencias, hacerle frente al dolor, aprender a nadar, publicar un libro, escribir con disciplina y con placer, procurar el amor, buscar la felicidad, cuidar, poner atención, agradecer estar viva.
Y no están para saberlo, pero yo sí para contarlo: la rehabilitación de mi pierna es nadar. Ni uno solo de mis propósitos le pasó desapercibido a la potencia de la vida y del deseo. Una fuerza natural arrasa con el dolor y me deja esta sensación de paz, dure lo que dure.
(Aquí estoy, aquí estamos, mientras se pueda: vivas y vivos).
Mientras tanto, sigamos tallando la memoria con recuerdos y fantasías: ¿qué es una fantasía sino un recuerdo en futuro si eres lo suficientemente valiente como para vivir una buena vida?
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