Ya se ha dicho que la animación es una herramienta perfecta para llevarnos a toda clase de mundos y abordar distintos temas. Sin embargo, Mike Uriegas la aprovechó para generar un estudio enfocado en el entretenimiento con causa.
La animación ya se usado varias veces para reflejar problemas sociales y crear conciencia sobre ellos. Como Persepolis, que es un coming of age con la Revolución Iraní de fondo; o Vals con Bashir, Documental animado sobre la matanza de refugiados palestinos en Sabra y Chatila (Líbano) en 1982.
Los ejemplos sobran, sin embargo, es algo que en nuestro país también cobra fuerza gracias a muchos esfuerzos como el de Miguel Ángel Uriegas y su estudio Fotosíntesis Media.
Antes de dedicarse de lleno al cine, el mexicano estuvo en el mundo de la televisión, donde trabajó con varias asociaciones civiles que le pedían hacerles algún comercial o cortometraje.
En entrevista con Animal MX, Mike Uriegas nos platica que esas fueron grandes experiencias y que así fue como pensó en crear un nuevo modelo de negocio “donde las asociaciones no pusieran ni un centavo, pudiéramos sumar a varias y que el producto les funcinara para promover sus esfuerzos y generar fondos”.
Para él, el cine es una herramienta relativamente fácil de poner al servicio de la comunidad, pues todas disfrutamos de ver una película y es algo que sí o sí trasciende, ya sea encontrando un espacio en cines, la televisión o las plataformas en streaming.
Además, así podría trabajar mano a mano con distintas asociaciones para abordar todo tipo de causas y “transformarlas en una historia positiva que genere este impacto social”, explica.
Así fue como bajo esa visión creó Fotosíntesis Media, estudio de animación mexicano, que ya está cerca de cumplir su primera década.
Suena muy chido, pero entonces ¿quién produce estas películas? El director ha enfatizado en distintas ocasiones que la labor de Fotosíntesis Media no sería posible sin el Eficine, un estímulo fiscal que tiene como objetivo apoyar la producción o postproducción de largometrajes de ficción, animación y documental, así como su distribución y exhibición.
¿Y por qué irse por la animación? Mike Uriegas nos confiesa que eso salió de un gusto personal, porque siempre ha sido fan del anime, no solo en lo estético, sino en su narrativa.
“Creo que esa visión japonesa tiene mucha más profundidad, mucha más dimensión porque hay muchos grises y te enseñan los dos lados de la moneda”, explica.
Hasta ahora, Mike y Fotosíntesis Media han lanzado Un disfraz para Nicolás, protagonizada con un niño con síndrome de Down; y El ángel en el reloj, que aborda el tema de las enfermedades terminales, como el cáncer.
La nueva película de Mike Uriegas se llama Un reino para todos nosotros, y compita en la edición actual del Festival Internacional de Cine de Guadalajara como la única película mexicana en la selección internacional de animación.
La película sigue a dos hermanos, Serendín y Fran, quienes sueñan con día dejar su pueblo y viajar a El Reino, un paraíso en la tierra resguardado detrás de grandes murallas.
Para eso tendría que montar a La Bestia (sí, como la red de trenes que es usada por migrantes en la vida real para viajar a Estados Unidos), una criatura enorme que los mercaderes usan para transportar mercancías hacia El Reino.
Sin embargo, por cosas del destino Fran y Serendín terminan separándose y así inician una aventura para reencontrarse y encontrar la manera de salvar a todo el mundo antes de que el gran Árbol de la Vida muera.
Un reino para todos nosotros es un proyecto de Fotosíntesis Media en alianza con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en México. La película busca llamar a la acción, concientizar y sensibilizar sobre las personas refugiadas.
Mike Uriegas platica a Animal MX que una vez definido el tema social que se abordaría en la historia, trabajaron muy de cerca con el ACNUR para que les explicaran todos los tipos de poblaciones en situación de movilidad, entender sus contextos y qué los lleva a desplazarse.
Así, pudieron reflejar esos diferentes conceptos con los personajes principales y situaciones de la película.
Por ejemplo, el director nos explica que existen los migrantes económicos, que se desplazan para buscar mejores oportunidades económicas. Ese sería el caso de Serendín al inicio de la historia.
Sin embargo, por distintas circunstancias después pasa a ser migrante por violencia, pues hay una situación que la pone en riesgo y elige irse.
También vemos reflejado el cambio de personas migrantes a refugiadas, personas desplazadas por violencia o también por desastres naturales. “Tratamos de hacer una apuesta por tocar todas las aristas de lo que es una persona en situacion de movilidad”, explica Mike Uriegas.
Igualmente, Un reino para todos nosotros aprovecha para poner el tema de la explotación de los recursos, el crecimiento personal y la importancia de los lazos familiares en la trama.
Hay que tomar en cuenta que, aunque sus películas son familiares, Fotosíntesis Media se ha enfocado hasta ahora de dirigirse a públicos infantiles y jóvenes.
Esto es en parte porque Mike Uriegas quiere que esas generaciones tengan un acercamiento más adecuado con temas que impactan al mundo a través de historias fantásticas. Sin embargo, en este caso cualquier parecido con la realidad es a propósito.
Por ejemplo, Un reino para todos nosotros dice que está dirigida más para preadolescentes porque considera que al ver noticias (como las de Ucrania o las caravanas migrantes) son quienes ya se empiezan a hacer más preguntas.
“A esas nuevas generaciones les tocará construir un mundo donde probablemente sí podamos caber todos y transitar libremente”, añade.
Mantente al pendiente para cuando Un reino para todos nosotros tenga fecha de estreno comercial.
Además, el estudio también trabaja actualmente en Mi amigo el Sol, película dirigida por Alejandra Pérez González, que se enfoca en el tema de la paternidad y la búsqueda de identidad.
BBC Mundo estuvo en el aeropuerto de Barajas con varios migrantes latinoamericanos que, pese a tener trabajo, no pueden pagar un alquiler. Dormían en los pasillos, como tantas otras personas sin hogar en Madrid, hasta que se les prohibió pernoctar.
“He dormido en un parque”, me cuenta Miguel en un audio de voz. Ayer volvió, como cada noche desde hace siete meses, al aeropuerto de Barajas para dormir. Pero esta vez no le dejaron entrar.
Desde este 24 de julio, Aena, la empresa pública que gestiona los aeropuertos en España, ha prohibido que las personas sin billete de avión permanezcan en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, durante la noche. La medida coincide con la apertura de un albergue temporal con 150 plazas, gestionado por el Ayuntamiento de Madrid, que funcionará hasta octubre.
Durante meses, el aeropuerto de Madrid fue el refugio de decenas de migrantes y personas sin hogar que no tenían otro techo. Varios de ellos trabajan, pero no pueden permitirse el alquiler de una vivienda.
Mientras tanto, las administraciones implicadas, principalmente el Ayuntamiento de Madrid y Aena, mantienen un cruce de acusaciones sin ofrecer una solución de alojamiento digna y duradera para estas personas.
BBC Mundo pasó una noche a mediados de julio con ellos, cuando aún podían dormir en Barajas, y estas son algunas de sus historias.
“Esto es algo temporal. Pronto conseguiré permiso de trabajo, Dios mediante”.
Miguel confía en que su suerte cambie dentro de unas semanas, cuando tendrá la cita para arreglar su visa. Este venezolano de 28 años, que en ningún momento deja de sonreír, me cuenta de sus vicisitudes sentado en el suelo de su actual hogar: el pasillo de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas, en Madrid.
Tiene una maleta grande donde guarda algo de ropa, mantas y una colchoneta que utiliza para dormir.
“Tengo trabajo, pero duermo en el aeropuerto porque no me alcanza para el alquiler”, me dice.
En realidad, Miguel no se llama así. Pide guardar el anonimato porque sus hermanas no saben que está en esta situación. “Solo se lo he contado a mis papás”.
Es una noche de julio y Miguel comparte espacio con otras 30 personas más. Todos vienen aquí antes de que caiga el sol en busca de un techo.
En Madrid, alquilar un apartamento de unos 40 metros cuadrados cuesta unos 900 euros al mes (US$1.057), según el portal inmobiliario Idealista. El salario mínimo en España es de 1.382 euros mensuales (US$1.623).
Eso significa que alguien que gana ese sueldo tiene que gastar casi el 70% solo en pagar el alquiler. Los expertos dicen que no debería pasar del 30%. Así que este dato refleja lo difícil que es acceder a una vivienda en la capital de España. Aunque las cifras son similares en muchas ciudades, como Barcelona, Málaga o Mallorca.
Y estas son cifras a las que no pueden acceder las personas con trabajos precarios y vulnerables como las que duermen en el aeropuerto.
Miguel llegó a España en octubre del año pasado. Vino por miedo a la situación política en su país y en mitad de la ola de detenciones que el gobierno de Venezuela llevó a cabo tras las elecciones presidenciales del 28 de julio.
El Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE) anunció el triunfo de Nicolás Maduro en dichos comicios sin presentar las actas que lo daban como ganador. La oposición, liderada por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia, denunció fraude.
La organización no gubernamental Foro Penal, cuya misión es promover y defender los derechos humanos en Venezuela, registraba unos 1.000 detenidos por razones políticas hasta el 15 de julio de 2025. Esa cifra se redujo en varias decenas durante las últimas semanas, luego de un acuerdo de intercambio de presos entre el gobierno de Maduro y el de EE.UU.
Para la oposición y diversas ONGs, las detenciones son fruto de la persecución política, algo que el gobierno venezolano niega.
En su caso, cuenta Miguel, temía que lo llevaran preso tras verse involucrado en unas acusaciones por un video que unos conocidos hicieron en redes sociales donde criticaban el proceso electoral.
Cuenta que recibió varias llamadas donde lo amenazaron.
Con los pocos ahorros que tenía, viajó a Madrid y alquiló una habitación en un apartamento compartido. Pero esa situación duró poco.
“El chico que me rentaba el cuarto me engañó y me robó el dinero. Me quedé en la calle el mismo día de fin de año”.
Y, así, empezó su 2025 durmiendo en el suelo de Barajas, donde lleva siete largos meses, aunque sin perder el optimismo: “Estoy mejor. Por lo menos conseguí un trabajo, aunque me pagan en negro”.
Trabaja de repartidor de paquetes de lunes a viernes. Las 5 horas que dura su jornada las hace a pie y empujando un carrito. Todo ese esfuerzo para obtener a fin de mes unos 250 euros (US$293).
Ese dinero lo estira como puede. Una parte va al alquiler de un pequeño trastero, donde tiene sus cosas; otra parte para el billete de transporte, para poder moverse en la ciudad; otra parte para la tarjeta del celular, esencial para hablar con su familia.
“Lo que me quedan son unos 145 euros (US$170) para comida y para ir ahorrando”, dice mientras se mete una cotufa (palomita de maíz) en la boca y me aclara: “Esta es mi cena. Lo suelo comer varias veces por semana. Es barato y me llena”.
Desde que duerme en el aeropuerto, Miguel se impuso tres reglas: como mínimo, trata de hacer una comida al día, se baña tres veces a la semana en unos baños públicos y, si no va a trabajar, sale a caminar para que le dé el aire.
“Lo hago para que no me afecte a la cabeza. Son tres cosas básicas, pero si las dejara de hacer, me harían creer que vivo en la indigencia. Y no es así. Para mí esto es algo temporal”.
En ese punto es cuando María se nos acerca.
También es venezolana, de 68 años. Miguel le ofrece unas galletas que le han dado unas chicas de una ONG. “Aquí compartimos, porque todos estamos en la misma situación”, dice.
No tarda en contar lo que ella espera para su futuro: “Yo ya quiero volver a mi país”.
En Venezuela, María era enfermera y tenía una panadería, que dejó alquilada. Viajó a España para acceder a un mejor tratamiento médico para su hijo, que es autista.
“Nada más aterrizar, se puso enfermo y gasté todo lo que tenía en medicinas”.
Vino hace 5 meses de turista pero ante esa situación se tuvo que quedar. “Conseguir trabajo está difícil y no puedo dejar a mi hijo solo”, explica.
Probó a dormir en albergues, pero al final acabó en Barajas. Junto a su hijo, duerme al final del pasillo. Dos esterillas, unas sábanas, unas maletas en un carro del aeropuerto y algunas bolsas son todo lo que tienen. “Prefiero dormir aquí que en la calle. Se está más seguro porque hay vigilancia, hay baños para asearse y es tranquilo. Al final te acostumbras”.
Como Miguel, hay unas normas mínimas que siguen, como asearse todas las noches con un balde y lavar la ropa. “Hay que tener dignidad aunque estemos en esta situación”, añade.
Ahora ha pedido la repatriación con la ayuda de una ONG. “Creo que pronto podré volver a mi casa, ya tengo casi todos los papeles”.
María y su hijo ocupan un espacio al lado de una mujer española que, mientras hablamos, duerme.
“Nos hemos hecho amigas, está muy sola y perdida. Tiene tres hijos, pero se metió en problemas de drogas y bueno, yo le ayudo, le doy consejo y hablamos mucho”, dice María mientras la mira con ternura y agarra la mano de su hijo, que no ha soltado en ningún momento.
Pese a que ahora es el calor el que azota Madrid, el motivo principal que desencadenó el traslado de cientos de migrantes y personas sin hogar a Barajas fue el frío y las lluvias del pasado mes de marzo.
“Aunque llevan años durmiendo personas sin hogar en Barajas, lo que pasó en marzo fue inaudito”, cuenta un voluntario.
Ante la avalancha de gente, un conjunto de organizaciones sociales y religiosas bajo el nombre de “Mesa por la Hospitalidad”, elaboró un informe donde llegaron a contabilizar entre 200 y 400 personas diarias durmiendo en Barajas.
“Yo no voy a defender a la gente que duerme en el aeropuerto, porque sí que hay gente mala y algunos buscan bronca. Pero son los que menos. El resto nos portamos bien, porque solo queremos dormir” , reitera Miguel.
Según los datos de ese informe, el 38% de estas personas trabajan pero no pueden pagar el alquiler. El 46% proceden de América Latina y un 26% tienen nacionalidad española.
El estudio también destaca el perfil de las personas que duermen en el aeropuerto “donde hay migrantes, personas sin hogar, pensionistas, personas con empleos precarios y personas con problemas de salud mental y física”, dice el informe.
Pero estos datos ya no reflejan la situación actual de Barajas. Con la llegada del buen tiempo se ha reducido considerablemente el número de personas que pernoctan allí. También por la medida disuasoria de Aena con el cierre de puertas y la apertura del albergue.
“Y es a este albergue al que se supone que tenemos que ir, pero a mí no me dan plaza por mi condición de asilado político”, expresa Miguel, contrariado.
Desde el Ayuntamiento de Madrid explican que solo pueden dormir en el albergue quienes están empadronados en la ciudad o, en su defecto, aquellas personas que, aunque no lo estén, ya hayan sido atendidas previamente por los servicios sociales municipales.
“El caso de un asilado político, lo lleva el ministerio de Migración” nos responden desde el área de políticas sociales del Ayuntamiento, refiriéndose a la situación de Miguel.
Mientras tanto las organizaciones sociales demandan mayor implicación y coordinación por parte de todos los actores implicados: Ayuntamiento de Madrid, Comunidad de Madrid y Aena, dependiente del Gobierno Central, donde la dimensión social del problema está en el acceso a la vivienda y esa falta de respuesta institucional clara.
BBC Mundo habló con miembros de varias organizaciones sociales que trabajan en Barajas. Ellos han preferido no dar ni sus nombres ni los de sus agrupaciones. Mantienen un perfil bajo después de meses de polémicas e imágenes en la prensa que dicen, solo han desfavorecido a las personas que pernoctan en el aeropuerto. “El tema se ha politizado y los perjudicados son ellos, los más vulnerables, los que duermen en el suelo” señala un voluntario.
Justamente por eso, por dormir en el suelo frío del aeropuerto y por las largas caminatas que hace empujando un carrito, desde hace unas semanas Miguel tiene ciática y mucho dolor. El médico le recomendó dormir en “algo blandito” y se compró una colchoneta inflable.
“Me trastocó los ahorros, pero duermo mejor”, me cuenta mientras se va acomodando para dormir.
Son las 11 de la noche y el pasillo está en silencio. Algunos miran el celular, pero la mayoría duerme con una camiseta sobre la cabeza para que no les molesten las luces.
“Me costó mucho acostumbrarme a dormir con la luz encendida”, me cuenta Nicolás, cuyo nombre también es ficticio. Llegó de Perú hace nueve meses y desde entonces duerme en el aeropuerto. “Trabajo en la construcción cuando puedo. Voy a las zonas donde se juntan los albañiles por la mañana y, si me aceptan en la cuadrilla, trabajo ese día. Luego regreso aquí a dormir. Con lo que me pagan, no me da para rentar una habitación”.
Cuando me estoy yendo, un vigilante de seguridad que está en la puerta vigilando los accesos al aeropuerto se dirige a mí. Me cuenta que han venido muchos medios de comunicación por aquí y me reclama algo: “Solo te pido que trates a estas personas con humanidad. Hay gente que no lo ha hecho. Y ellos, que no se nos olvide, son personas”.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
Suscríbete aquí a nuestro nuevo newsletter para recibir cada viernes una selección de nuestro mejor contenido de la semana.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro nuevo canal de WhatsApp.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.
Utilizamos cookies propias y de terceros para personalizar y mejorar el uso y la experiencia de nuestros usuarios en nuestro sitio web.