Cuando pensamos en Xochimilco, la mayoría de las veces lo tenemos como referencia de fiesta, suciedad y descuido, dejando a un lado el gran ecosistema que alberga y lo importante que es para todas las personas que habitamos en CDMX.
Xochimilco también es el hogar del ajolote, un anfibio único en el mundo que lo podemos encontrar solo en este lago, pero que gracias a la intervención humana está en peligro crítico de extinción.
Stefania Ayala, directora de experiencias de Robotanica, una empresa que busca a través de la tecnología preservar ecosistemas, explica a Animal MX que Xochimilco es básicamente “uno de los pulmones de la ciudad”.
“Es un lugar único en el mundo. Cuenta con las chinampas, un sistema tecnológico mesoamericano creado por los toltecas hace muchísimos años y tiene una biodiversidad única con especies autóctonas, tanto animales como flora y fauna. Además, Xochimilco mejora la calidad del aire de la ciudad y regula la temperatura, entonces tanto para la historia como para el medio ambiente, es un sitio realmente muy valioso”, menciona Stefania.
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Como dijimos arriba, el principal responsable de que el ajolotito hermoso esté en peligro crítico de extinción es el humano.
Como cuenta Stefania, el humano fue quien introdujo la tilapia y la carpa al Lago de Xochimilco, los cuales son dos depredadores del ajolote y con el paso de los años se han comido a la mayoría de los ajolotes que vivían en el lago.
“En el 2014 se levantó el último censo de la UNAM en el que se encontró que la población se redujo a solo 36 ajolotes por kilómetro cuadrado en todo el lago. Ahora más bien ellos están sobreviviendo gracias a laboratorios y universidades que buscan preservarlos”, explica Stefania.
Además de ser una especie única del Lago de Xochimilco, el ajolote tiene la cualidad de que puede regenerar todas sus extremidades y hasta partes de la médula o del cerebro.
Pero lo más importante de todo es que le daban un equilibrio al lago.
“Ayudan a darle un equilibrio y un balance al lago ya que comen las larvas de los mosquitos y esto ayuda a que a que todo el ecosistema tenga un mejor desarrollo”, agrega Stefania.
Como explica Stefania, en Robotanica tienen la misión de crear robots que sean capaces de ayudar a los campesinos de Xochimilco para ayudarles con sus labores y así colaborar con la conservación del lago, que año con año lo han abandonado más.
Por ejemplo, desde hace 500 años no se construye una chinampa nueva.
Por otro lado, también organizan viajes de turismo natural con los que buscan ayudar a cambiar la percepción sobre el verdadero Xochimilco y sumar más manos en los esfuerzos de preservación.
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Stefania menciona que en Robotanica trabajan con una empresa llamada Yanga Casting con la que están construyendo un santuario natural del ajolote.
“Es un pequeño apantle que es un canal bardeado de manera natural donde podrán estar los ajolotes sin temor a que la tilapia y la carpa entren. Ya estamos a unos meses de tener a los primeros ajolotes ahí, donde van a poder gozar de un hábitat 99% parecido al real”, agrega.
Por último, Stefania invita a todas las personas interesadas en ayudar con la preservación del Lago de Xochimilco a unirse al voluntariado de Robotanica, donde el trabajo es apoyar con la limpieza del canal.
Si te interesa, puedes obtener más información sobre el voluntariado y todo el trabajo que realiza Robotanica en la página www.robotani.ca.
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Los albergues en la frontera mexicana viven una situación inédita con la ausencia de migrantes. Pero eso no quiere decir que la migración se haya detenido.
Hubo momentos, hace no mucho, en que el piso del albergue Embajadores de Dios, en la ciudad mexicana de Tijuana, en la frontera con Estados Unidos, casi no se podía ver: los colchones, carpas y camas de migrantes forraban el espacio.
Hoy, en cambio, el recinto se ve inmenso, la mitad de las camas disponibles están sin tender y en una esquina hay arrejuntados un puñado de colchones azules para los días de emergencia.
Pareciera que estos no son días de emergencia en una ciudad que no conoce la calma en materia migratoria.
Pareciera que el discurso de Donald Trump —que la amenaza de una deportación masiva y el cierre de mecanismos legales para migrar para contener lo que el considera una “invasión”— ha tenido efecto: la gente está cruzando menos.
“En este momento no hay llegadas importantes a México”, dice Silvia Garduño, portavoz en México de Acnur, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados. “Pero sabemos que las causas de salida se mantienen”.
Tijuana, que comparte área metropolitana con San Diego, es la ciudad más grande de la zona, nació como producto de la delimitación fronteriza y ha sido por siglo y medio el punto neurálgico del flujo migratorio hacia la mayor potencia del mundo.
Acá hay 44 espacios dedicados a la recepción y atención de migrantes y ninguno, según activistas que los recorren a diario, tiene ahora más de la mitad de ocupación.
BBC Mundo visitó cinco de ellos y en todos —más que la fila usual para usar el baño, las tomas eléctricas abarrotadas de celulares o el sonido de los niños jugando y corriendo— lo que encontramos fue silencio, carpas vacías, comedores desolados.
Según cifras de Acnur, el 90% de la población migrante en la ciudad está hoy por fuera de los albergues.
La situación se replica en las otras ciudades fronterizas como Tijuana.
Un silencio que no implica que la migración se haya detenido, advierten los activistas: significa, más bien, que los migrantes se están quedando en el camino, o están intentando cruzar ilegalmente.
Las causas de la migración —la violencia, la pobreza o la persecución en países como Haití, Venezuela o Nicaragua— están vigentes o incluso han empeorado con el cierre de la cooperación internacional estadounidense decretado por el gobierno de Trump.
El deseo y, para la gente perseguida, la necesidad de migrar hacia Estados Unidos es imposible de detener, señalan los expertos.
“La esperanza de migrar puede con todo”, dice Judith Cabrera, directora de Border Line Crisis Center, un albergue en Tijuana.
Cabrera se reúne con BBC Mundo una mañana fría y nublada en la que unas horas antes se había visto con un grupo de migrantes colombianas que fueron estafadas dos veces a cuenta de su obsesión por cruzar.
Los presuntos coyotes, relata la activista, primero les dijeron que las iban a cruzar por US$800 a través de un túnel; es decir, por una décima parte de lo que suele costar y a través de un túnel que, desde hace cuatro décadas, no existe.
“Las montaron en un carro, las pasearon por toda la ciudad y al final las dejaron donde las habían recogido”, señala Cabrera.
Luego, lo mismo: unos traficantes les prometieron el cruce por US$2.300. “Y claro, al ser más lana (dinero), ellas pensaron que era más certero, pero qué va, otra vez las estafaron”.
Cabrera se lamenta: “No hay nada que yo les diga que pueda evitarlo, y eso te muestra que el sueño americano no está roto (…) La gente quiere seguir insistiendo en cruzar y no se da cuenta de los peligros que implica porque prefieren mantener el sueño vivo”.
Y concluye: “Trump está desalentando la migración y eso es caldo gordo para los traficantes (favorece)”.
Los migrantes que no están intentando cruzar ilegalmente pueden estar esperando en el lugar donde están a ver cuándo surge una nueva oportunidad.
Trump cerró los sistemas de atención migratoria, como el CBP One, que permitía pedir una cita para pedir asilo antes de entrar en EE.UU. La apuesta de muchos —270.000 se quedaron varados por las cancelaciones— es que lo vuelva a abrir o cree algún mecanismo similar, lo que parece improbable.
“La decisión de quedarse donde están nunca es definitiva”, dice María de Lourdes Madrano, directora de Centro 32, una organización que apoya a los migrantes en los albergues.
“Siempre creen que al día siguiente pueden abrir y solucionarse la situación, y creen que alejarse de la frontera reduce la posibilidad… Porque, después de tanto lo que costó llegar acá, se piensa que irse es como renunciar al sueño”.
“Los albergues están vacíos, pero los colegios están llenos de extranjeros”, asegura, en referencia a los niños cuyos padres migrantes han decidido asentarse en Tijuana, así sea transitoriamente.
Wilker Hernández tiene 23 años; es oriundo del estado Mérida, en Venezuela, y lleva un año intentando cruzar a Estados Unidos, donde está una parte de su familia, mientras la otra sigue en su país. Tenía la cita para presentar documentos el 21 de enero, al día siguiente de la toma de posesión de Trump. Se la cancelaron.
Y desde entonces ha ido adaptándose a la idea de que su destino bien puede ser este: Tijuana, una ciudad que tiene la migración en su ADN, de la que se dice que “hay oportunidades para todos”, que reporta la tasa de desempleo más baja de México.
“Estamos como en un limbo de que no sabemos qué va a suceder”, dice Hernández, quien ha conseguido un trabajo como obrero en un albergue, Embajadores de Dios, donde están construyendo viviendas formales fuera de la zona de carpas.
El barrio que le rodea, conocido como el Cañón del Alacrán, ha vivido en los últimos dos años un boom de construcción de asentamientos relativamente formales de grupos migrantes que han decidido prolongar su estancia en Tijuana.
“Aún estoy indeciso, si intentar cruzar o devolverme”, añade. “Por ahora estoy trabajando porque qué más (…) Trump cerró la frontera, está sacando a todos los latinos, es un poco complicado, estamos acá y no sabemos qué hacer”.
El discurso de Trump ha calado entre los migrantes. Eso los puede poner en mayor riesgo ante las mafias y los coyotes, pero en todo caso reduce su esperanza de una mejor vida, una vida posible, en Estados Unidos.
El mandatario prometió una “deportación masiva” de personas indocumentadas que, aunque lejos de ser masiva, sí tiene un impacto disuasorio.
Cabrera, la activista tijuanense, lo pone así: “Más que una deportación masiva, lo que estamos viendo es una deportación mediática, y eso claro que tienen sus efectos, sobre el camino y la salud mental del migrante”.
En los albergues casi no hay migrantes, pero la situación del migrante es ahora más difícil.
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