A veces se ha sentido que vamos a paso lento con la transformación urgente que necesitamos de nuestras calles para, al menos, no morir en el intento de movernos en modos de transporte activos. Otras veces nos ha reconfortado pensar en las batallas ganadas, esas donde nos ha llenado de alegría hasta las lágrimas, escuchar a alguna persona en el Senado defender nuestros ideales, defender nuestra vida al movernos en las calles mexicanas. Unas veces más, nos encontramos tallándonos los ojos al leer que nuestro derecho a la movilidad está escrito en el artículo 4 constitucional:
“Toda persona tiene derecho a la movilidad en condiciones de seguridad vial, accesibilidad, eficiencia, sostenibilidad, calidad, inclusión e igualdad.”
Pero ¿qué implica tener y ejercer nuestro derecho a la movilidad? Primero, a todas las personas nos toca “sacarnos el auto de la cabeza” y entender la ciudad a través de nuestros pies. Para las instituciones, implica un replanteamiento de la forma en la que se ha invertido el recurso público, implica gestionar la inversión para asignar los metros cuadrados que merece el transporte sustentable en las vías urbanas. Implica, básicamente, transformar nuestras calles redistribuyendo las secciones viales conforme a la jerarquía de la movilidad.
Hemos pasado tanto dolor en nuestras calles mexicanas por causa de atropellos, tantos “sustos” y violencia por causa del acoso que recibimos en las calles, y tantas salidas que hemos cambiado o evitado porque nuestras calles no tienen la accesibilidad universal que requerimos para salir de casa a ejercer nuestro derecho a la movilidad. A veces pienso que como sociedad, vivimos en la “desesperanza aprendida”, la cual nos ha permitido sobrevivir al gran dolor de perder a algún ser querido en hechos viales, o mantener nuestro ánimo a pensar de las atroces noticias de hechos viales que vemos todos los días. Por esto, las personas que nos dedicamos a analizar y rediseñar las vías urbanas durante más de una década de trabajo, no hemos podido ignorar más que esta realidad en la que vivimos no está creando los entornos con condiciones de seguridad vial, accesibilidad, eficiencia, sostenibilidad, calidad, inclusión e igualdad.
La buena noticia es que ahora, tenemos tres respaldos normativos para transformar las calles mexicanas: la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, la Estrategia Nacional de Movilidad y Seguridad Vial 2023-2042 y la NORMA Oficial Mexicana NOM-004-SEDATU-2023, Estructura y diseño para vías urbanas. Esta última, especifica que al diseñar o rediseñar vías urbanas siempre se debe “tener presente que la vida de la población está al centro de la toma de las decisiones”, reconoce la necesidad de “responder a las condiciones de circulación de personas usuarias en los entornos urbanos” y establece “las dos funciones básicas de toda calle: la función de movilidad y la de habitabilidad”. Así es, por fin tenemos una normativa oficial mexicana que reconoce que no sólo circulamos en las vías urbanas, sino que también podemos “habitar” nuestras calles.
En pocas palabras, esto significa que omitir la escala humana al construir y rediseñar las calles mexicanas, ya no es una opción. El rediseño de calles debe implementarse porque la responsabilidad jurídica sobre lo que nos pasa al transitar en las vías urbanas la tienen las personas que diseñan las calles. Desde la academia y la sociedad civil, queremos que no haya más muertes viales en nuestras calles y seguiremos exigiendo a las personas que nos representan en los gobiernos e instituciones que prioricen la vida de las personas al diseñar o rediseñar planes de transporte, planes de desarrollo urbano, proyectos de calle, etc.
El pasado 17 de agosto de 2024, desde CAMINA, la Escuela de Creactivismo, la Dirección de Movilidad de la SEDUSO del Municipio de Monterrey, junto a las organizaciones del colectivo “Calles de primer nivel, no de segundos pisos” y personas voluntarias, realizamos una intervención de urbanismo táctico como una acción conmemorativa para el Día internacional del peatón: pintamos y confinamos un espacio de una banqueta faltante sobre la Av. Félix U. Gómez, en su incorporación a la Av. Constitución.
Mediante esta acción mostramos cómo cabe el espacio peatonal en una calle, sabiéndolo acomodar. Este “nuevo” espacio confinado, resultó ser también espacio para que algunas personas ciclistas acortaran su trayecto de 40 a 20 min, porque al separar este espacio de los vehículos motorizados, se respetan las diferentes velocidades que tienen las personas que utilizan su propulsión humana para trasladarse en bici, a pie o en transporte público.
Confinar un espacio en una de las calles más peligrosas para transitar a pie o en bicicleta fue un mensaje de cómo estos pequeños cambios pero significativos, pueden ayudarnos a visualizar una realidad diferente en el corto plazo.
A lo largo de un poco más de 10 años, he podido ir creciendo en comunidad con personas (algunos dirán “loquillas y loquillos”) que sabíamos (o al menos intuíamos) que esta transformación era una carrera más parecida a un maratón o a una carrera de relevos, y que la paciencia debía de estar de nuestro lado para no desistir ante las ideas sembradas en nuestras cabezas (y que se han seguido repitiendo en toda publicidad que nos encuentra), para que podamos pensar en lo injusto que es tener una gran cantidad de espacio público (calles) en nuestras ciudades, utilizado por propiedades privadas (autos).
Cada quien, desde nuestra trinchera, hemos amadrinado y apadrinado esta causa. He aprendido tanto de todas y cada una de las personas que me he encontrado en este camino, que me queda claro que en nuestro país tenemos la capacidad técnica, el ímpetu, la creatividad y la lucidez de seguir transformando nuestros entornos urbanos en unos más seguros y placenteros.
Y, aunque hemos dado varios pasos contundentes durante más de una década hacia la movilidad sustentable en nuestro país, este trabajo no se acaba hasta que TODAS las calles mexicanas cuenten con las banquetas accesibles, la infraestructura ciclista y el transporte público que merecemos y que se requiere para proteger la vida de las personas usuarias de las vías urbanas.
*Yazmin Viramontes (@YazAPie) es arquitecta por el Tec de Monterrey, con Maestría en Transporte y Planificación Urbana en la University College London. Es fundadora y directora del Centro de Estudios de Movilidad Peatonal AC (@camina_mx). Coordinó el “Manual de Calles: Diseño Vial para Ciudades Mexicanas”, un esfuerzo conjunto de ITDP y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que fue publicado por SEDATU en el 2018.
P.D. Este texto lo dedico a todas las personas que han dejado su granito de arena en la construcción de esta comunidad peatonal desde cualquier trinchera, ya sea desde la academia, las instituciones privadas, las cooperativas internacionales, las personas voluntarias que nos han acompañado en las intervenciones de urbanismo táctico, los medios de comunicación, las vecinas y vecinos que no se rinden hasta ver sus calles transformadas. También, a nuestra red familiar que no nos suelta y que sigue apoyando la transformación de calles, dándonos aliento y echando porras cada vez que damos un paso más.
Los votantes que le dieron la victoria quieren ver precios bajos como los que había antes de la pandemia. Y aunque la inflación actual de EE.UU. es de solo 2,4%, la rabia persiste. ¿Qué está pasando?
Una de las causas del triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos fue la preocupación de los votantes por el estado de la economía.
Y puede resultar paradójico si se analiza el estado global de la principal economía del mundo.
“La economía, estúpido”, es el lema que refleja en la política estadounidense que son las finanzas las que deciden las elecciones en el país.
Y si nos atenemos a eso, podríamos haber pensado que triunfaría Kamala Harris como heredera de la economía del gobierno de Joe Biden.
Al fin y al cabo, el nivel de crecimiento, el desempleo en mínimos históricos, el haber evitado la recesión que muchos temían y una inflación de apenas un 2,4% podrían parecer indicadores muy positivos. Y lo son.
Pero estas elecciones reflejaron casi como ninguna otra la brecha entre las buenas cifras de la macroeconomía y la economía familiar de las personas, preocupadas por la inflación que creció durante la pandemia y que en los últimos años ha provocado un alza de precios que se mantiene, aunque su incremento ya se haya mitigado.
El gobierno de Biden tuvo que lidiar con los efectos económicos de la pandemia de 2020 y de la crisis energética desatada por la invasión de Rusia en Ucrania en febrero de 2022 y de acuerdo a los datos económicos, lo hizo bien.
Pero los números muestran una realidad que la gente no ve reflejada en su vida diaria.
“Aquí se paga US$5 por una docena de huevos. Antes costaba US$1”, comenta Samuel Negrón, un puertorriqueño de la ciudad de Allentown, en Pensilvania.
En ese estado, uno de los más decisivos en la contienda electoral, los demócratas ganaron en 2020, pero perdieron en las últimas elecciones.
“Es simple en realidad. Nos gustaba cómo eran las cosas hace cuatro años”, le dice Negrón a la BBC.
Trump supo capitalizar esa brecha entre los números y la percepción personal de la economía que muchos estadounidenses sentían al pagar en la caja del supermercado o la renta de su vivienda.
Estados Unidos tuvo la recuperación post-pandémica más fuerte dentro del Grupo de los Siete (conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), según los datos del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
En los cuatro años del gobierno de Biden, el PIB real creció a una tasa anual promedio de 3,2%, un resultado considerado por economistas de distintos colores políticos como un logro importante en medio de las vicisitudes que impuso el contexto internacional.
Una de las principales banderas de los demócratas durante la campaña electoral fue el récord de creación de empleo en este mandato: casi 16 millones de puestos de trabajo nuevos.
Y siguiendo con el mercado laboral, el desempleo -que rondaba el 7% cuando Trump dejó la presidencia- hoy está en 4,1%, considerado un muy buen nivel para la economía estadounidense.
En 2023 el desempleo incluso alcanzó su nivel más bajo en 54 años.
El gasto de los consumidores creció a una tasa anual del 3,7%, el nivel más alto en casi dos años. Eso quiere decir que pese al malestar con el costo de la vida, la gente sigue comprando. Y aunque el endeudamiento de los hogares aumentó a partir del 2021, su ritmo se desaceleró este año.
En cuanto a la inflación interanual, con las cifras disponibles hasta septiembre, ésta aumentó un 2,4% en los últimos 12 meses, muy cerca del nivel óptimo de 2% que se ha fijado el país.
Para comparar, la Unión Europea tiene una inflación anual del 2,1%.
Y en el mismo período, los salarios estadounidenses crecieron casi el doble que la inflación, al subir un 4,6%
Pero entonces, ¿cómo se explica la desconexión entre las buenas cifras macroeconómicas y el malestar de la gente?
Pese a las buenas cifras, una gran parte de los estadounidenses está decepcionado. Y el malestar tiene su origen, en la mayoría de los casos, en el aumento de los precios durante los últimos cuatro años.
Una parte de la explicación se puede ver en este gráfico que muestra cómo la inflación subió cerca de un 20% bajo el mandato de Biden.
Y aunque el 2,4% de inflación es un nivel bajo o moderado, los precios siguen estando más caros desde que la pandemia comenzó en febrero de 2020.
Sólo un 6% de los 400 productos monitoreados por la Oficina de Estadísticas Laborales está más barato hoy que entonces.
Y aunque los sueldos aumentaron casi en la misma proporción (sin que se perdiera poder adquisitivo), lo que quedó en la retina de los consumidores fue la gigantesca escalada en los precios en los últimos cuatro años.
En contraste, las cosas estuvieron comparativamente bastante bien para el bolsillo de los estadounidenses bajo el mandato de Trump (2017-2021).
La inflación acumulada en sus cuatro años de gobierno fue de un 7,8% (frente al 20% de los años de Biden), mientras que los salarios subieron casi el doble.
Don Leonard, académico de la Universidad de Ohio, plantea en diálogo con BBC Mundo que las preocupaciones de los estadounidenses sobre la economía no son un mero problema de percepción.
Su argumento es que al menos 20 millones de hogares estadounidenses tienen buenos motivos para estar desilusionados.
“Esos hogares han sufrido un dolor económico real que no es tan fácil de detectar en los datos económicos oficiales”, sostiene. “No es solo un sentimiento pesimista injustificado”.
Leonard dice que al trabajar con promedios, se crea un “un sesgo” que no permite mostrar lo difícil que es la vida diaria de los estadounidenses de menores ingresos, que gastan mucho más (como porcentaje de sus ingresos), en vivienda, alimentos o salud.
El segmento salarial en el que Trump logró mayor ventaja respecto a Kamala (53% frente a 45%) fue el que va entre US$30.000 y US$49.000
Y muchos demócratas, en tanto, insisten en que la frustración de la gente no está justificada.
Sin embargo, hay una gran parte de la población, dice Leonard, que no califica para recibir asistencia del gobierno, pero tiene dificultades económicas en su vida diaria. “No es que estén hipnotizados, lo están pasando mal”.
Algunos analistas creen que en la derrota demócrata fue fundamental la narrativa, es decir, que la campaña no supo comunicar bien los logros económicos del gobierno de Biden y plantear, a partir de ahí, un camino prometedor.
El malestar con la economía también ha estado influido por el alto costo del crédito.
Frente al máximo inflacionario de 9,1% en junio de 2022, el mayor en 40 años, la Reserva Federal (equivalente a un banco central) inició una agresiva política de aumento de tasas de interés que ayudó a ir reduciendo la inflación, pero afectó las finanzas personales.
Los estadounidenses, acostumbrados a vivir con crédito, sufrieron el impacto del aumento en las tasas de interés a la hora de comprar un auto, pagar las tarjetas o conseguir una hipoteca.
Muchos se sintieron acorralados entre la inflación y las tasas de interés, votando finalmente por el cambio. Las tasas sólo empezaron a bajar poco antes de la elección sin dar tiempo a que se refleje en los bolsillos de los votantes.
Y ese es otro elemento a tener en cuenta, dicen algunos analistas políticos.
La crisis generada por la pandemia y la guerra en Ucrania le pasó la cuenta a varios gobiernos que buscaban la reelección y perdieron ante un electorado cansado de los problemas económicos que han afectado sus finanzas personales.
“¿Estás mejor ahora o hace 4 años?”, les preguntaba Trump a los votantes en la campaña en busca de su apoyo. Muchos percibieron que ahora están peor a pesar de lo que digan las cifras macroeconómicas.
Y votaron por un cambio a la espera de que se refleje también en los precios que ven en los supermercados, la gasolinera o el pago de la renta.
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