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Sentipensar la ciudad: desde la lucha peatonal a la lucha por transporte digno
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Sentipensar la ciudad: desde la lucha peatonal a la lucha por transporte digno

¿De qué me sirven los camiones rosas si mi parada de transporte público no tiene luminaria cerca? ¿Para qué pintar la mitad de los asientos dentro del camión de color rosa, si al bajarme en la parada hay múltiples puntos ciegos gracias al puente antipeatonal que se roba la banqueta? A pesar de los avances obtenidos, las experiencias urbanas de millones de mujeres mexicanas siguen marcadas por la hostilidad de los espacios públicos plagados de violencia machista.
09 de octubre, 2024
Por: Diana Infante-Vargas

Son las seis de la mañana. Esperas debajo de un anuncio metálico -amarrado de un poste- una promesa de transporte público que se deshace sobre una banqueta de tierra sin bancas para sentarse. Ves cómo se acerca la ruta que te llevará al trabajo. Viene hasta la madre, pero ni modo, abordas y navegas entre el espacio disminuido que se forma en el pasillo; a tu alrededor no se ven asientos vacíos. No es como que pudieras esperar al siguiente camión; no puedes llegar tarde, no tienes idea de cuánto tardaría en pasar el siguiente. Te resignas y recuerdas alejarte de los cabrones mano larga que siempre quieren pasarse de listos arrimándote sus genitales mientras se hacen pendejos y voltean a las ventanas con la mirada perdida, como si nada pasara. Esto es solamente la primera combi del día.

De noche regresa el estrés y la tensión en el cuello por tener que regresar a casa en transporte público. Caminas a la parada con las llaves entre los dedos, por si acaso. Apresuras el paso porque sabes que estás en una zona desolada y casi no hay luces, pero incluso al llegar a la parada tus sentimientos de vulnerabilidad no se van. Al subir a la combi escoges estratégicamente tu asiento, lejos de algún hombre y evitando los asientos en ventana; tiene que ser alguno que dé al pasillo. Evitas la parte trasera de la combi porque ves que ahí va un grupo de hombres envalentonándose entre sí: que no existe el pacto patriarcal, dicen, pero uno de ellos te grita ‘mamacita’ y te chifla, y los demás le aplauden el chistecito. Un ejercicio de poder que disfrazan entre risas.

Ya cerca de tu destino, y a sabiendas de que no es parada oficial, le pides al conductor que te baje en la siguiente esquina porque esperar hasta la parada significa caminar más —caminar de noche, sola, con miedo, con hartazgo. El conductor te regaña y te dice que ahí no es parada oficial, pero aun así se detiene y te deja bajar —como si no supieras tú que no es parada oficial, como si fuera una petición ingenua o egoísta, y no de autopreservación, hombres necios… Revisas que no te sigan y caminas con el mismo paso veloz con dirección a casa, las llaves en los nudillos hasta entrar en tu lugar seguro. Ahora sí te das tiempo de avisar a tus amigas que llegaste bien. Ahora sí, puedes relajar tu cuerpo.

Situaciones como esta, o incluso peores, suceden a diario en todas las ciudades mexicanas al movernos en los sistemas de transporte público. En Saltillo, 95 % de las usuarias de camión han sido acosadas o agredidas sexualmente, y estas situaciones moldean la manera en la que las mujeres exploran la ciudad, las oportunidades a las que tienen acceso, y su calidad de vida en general. En los últimos diez años, la lucha por los derechos peatonales en México ha tenido pasos considerables —desde el reconocimiento del derecho a la movilidad a través de la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, el diseño e implementación de proyectos de calles completas en zonas metropolitanas donde previamente predominaba el automóvil particular, hasta la campaña #AdiósPuentesAntiPeatonales que ha logrado derribar barreras físicas significativas y que contribuye a desmantelar mitos sobre movilidad peatonal. A pesar de los avances obtenidos, las experiencias urbanas de millones de mujeres mexicanas siguen marcadas por la hostilidad de los espacios públicos plagados de violencia machista; al caminar por la ciudad en la cotidianidad todavía se siente el desafío del estatus quo por demandar banquetas accesibles, espacios públicos libres de violencia, o transporte público digno, seguro, y eficiente.

Pero hablar de sistemas de transporte con perspectiva de género no se reduce a camiones rosas o vagones exclusivos que funcionen como ‘burbujas de seguridad’. Se trata de planear e implementar sistemas de movilidad que nos permitan navegar entornos urbanos libres de miedo, sin tener el cuerpo en constante estado de lucha o huida. ¿De qué me sirven los camiones rosas si mi parada de transporte público no tiene luminaria cerca? ¿Para qué pintar la mitad de los asientos dentro del camión de color rosa si al bajarme en la parada hay múltiples puntos ciegos gracias al puente antipeatonal que se roba la banqueta?

Para poder planear sistemas de transporte público con perspectiva de género se necesita un profundo entendimiento de las experiencias que tienen las mujeres, niñas y adultas mayores al moverse por su ciudad. Se necesitan incorporar sus vivencias y sentipensares en el quehacer de la política pública y en el rediseño de ciudades para evitar medidas paternalistas y proteccionistas que buscan crear falsas ‘burbujas de seguridad’. Se necesitan políticas públicas co-construidas, que busquen desmantelar las configuraciones urbanas que vulneran a las mujeres en su día a día.

Cuando pensamos en infraestructura para transporte público pensamos en sistemas de transporte masivo que son complejos y articulados, olvidando que la infraestructura más esencial y primordial siempre serán las banquetas. El reconocimiento del derecho a una movilidad peatonal segura y cómoda es clave para asegurar el acceso a sistemas de transporte dignos, eficientes y sostenibles. Sin banquetas dignas, ¿cómo llegamos a la estación, a la parada de autobús, a la cicloestación? La lucha por ciudades cuidadoras, sustentables, y con perspectiva de género, empieza a nivel banqueta.

* Diana Infante-Vargas (@holasoydianamx) originaria de Saltillo, actualmente realiza el programa de Doctorado en Desarrollo Global Interdisciplinario en la Universidad de York en Reino Unido. Es autora del libro “Acosadores a bordo: Un estudio sobre la violencia de género en el transporte público de Saltillo” (2021). Colabora con Ruedas Rebeldes (@ruedasrebeldes) Periodismo en Bicicleta, como columnista en la sección Historias Banqueteras.

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Imagen BBC
El gran éxito económico que lograron los libaneses que migraron a América Latina en el siglo XIX y que mantienen sus descendientes
9 minutos de lectura

La diáspora libanesa en América Latina echó raíces en la región desde hace casi 150 años. Desde entonces se convirtió en una de las comunidades más prósperas.

03 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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“Ser libanés no es una nacionalidad, es un oficio”, dice un poema del escritor libanés Roda Fawaz.

Su verso transmite un sentimiento que comparten millones de personas originarias de esa nación de Medio Oriente, o descendientes de migrantes que lo hicieron a lo largo de los últimos 150 años, y que se establecieron en muchos países del mundo.

América Latina fue un destino de una buena parte de ellos. Notablemente en Brasil, con entre 8 y 10 millones de brasileños-libaneses. Pero también en el resto de los países, desde México hasta Argentina, se calcula que hay unos cuatro millones más repartidos en la región.

Entre ellos hay nombres que han logrado un lugar destacado en el mundo de los negocios, la política o la cultura. Los empresarios son tal vez los más conocidos, con apellidos como Slim (México), Jafet y Ghosh (Brasil), Char (Colombia), Menem (Argentina) o Saieh (Chile).

Y con fama internacional, Shakira o Salma Hayek o el actor Ricardo Darín dan muestra de lo lejos que han llegado las artistas de origen libanés.

La diáspora en América Latina casi triplica los 5 millones de habitantes de Líbano, país que actualmente atraviesa una crisis por la guerra entre el grupo armado Hezbolá asentado en territorio libanés y las fuerzas de Israel.

Shakira en Líbano en 2003
Getty Images
Shakira, cuyos apellido libanés Mebarak viene de su padre, visitó Líbano en más de una ocasión.

Pero el éxito de esta comunidad en América Latina no fue automático. Fue a base de lo que el historiador mexicano de origen libanés Carlos Martínez Assad llama “una migración solidaria” que los llevó a establecerse en diversos países de la región.

“Algunos estuvieron primero en Venezuela o Colombia y luego se vinieron a México. Y al revés, gente que estuvo en México terminó en otro país de América Latina. O a Estados Unidos y viceversa, primero llegaron allá y se vienen a México. Es un fenómeno de establecimiento de redes”, explica el investigador, autor de una basta colección de libros y publicaciones sobre la migración libanesa.

Pero lo que caracterizó a esta comunidad, y que los llevó a fijarse en el imaginario social, fue el comercio. Encontraron las formas y los medios para llevar productos a muchos puntos de los países que adoptaron y así establecer sus bases en la industrialización y modernización de América Latina.

¿Por qué dejaron Líbano?

El país que hoy es Líbano fue durante tres siglos (1516-1918) parte del Imperio Otomano, que dominó extensas porciones de Medio Oriente, el norte de África y la península de los Balcanes en el este de Europa.

Fue en el siglo XIX cuando la región del Monte Líbano comenzó a experimentar una época convulsa, en buena medida por la disputa por el poder político, económico y religioso entre los cristianos maronitas y los musulmanes drusos.

Los maronitas vieron cómo a partir de la década de 1840 empezó a haber escasez de alimentos y oportunidades, dice Martínez Assad. Y con el estallido de una guerra con los drusos, vinieron las primeras oleadas de emigración a partir de 1860.

“Hubo 60 años de gran inestabilidad en la región”, explica el historiador. Muchos de los maronitas se dirigieron a Europa, Asia, Oceanía y África. Pero otros también apuntaron al pujante continente americano.

Una ilustración de la masacre de maronitas de 1860
Getty Images
En la década de 1860 hubo matanzas de cristianos maronitas en el conflicto con los drusos.

La Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano hizo alianza con las Potencias Centrales, generó una nueva oleada de emigrantes. “Los turcos reclutan a jóvenes, sin importar su religión, los agarran de la calle. Por eso mucha gente, para proteger a los hijos, los sigue enviando a otros países, como los de América”,

Eso explica en buena medida por qué la migración libanesa a América se caracterizó por la llegada de gente joven.

Se sabe que en un inicio muchos libaneses fueron llevados desde Europa a los países de la región latinoamericana con intermedio de agentes. Muchos tenían intención de llegar a EE.UU., pero fueron engañados y llevados a países como Brasil, Venezuela, Cuba o México.

Otros vieron en los países de América Latina un lugar con oportunidades.

Los comerciantes

El hecho de que los libaneses que emigraban de su país fueran cristianos, de la rama de los maronitas que practican un ritual cercano al católico, facilitó en buena medida su adaptación y aceptación cultural en los países de la región, explica Martínez Assad.

“Va a permitir el contacto mucho más amplio, incluso favorece los matrimonios, algo que no sucedió con otras comunidades, como los judíos o los asiáticos”, señala.

El territorio libanés otomano también tuvo una fuerte relación con Francia. Durante la conflictiva década de 1860, las fuerzas francesas defendieron a los maronitas y tras la Primera Guerra Mundial el territorio libanés fue un protectorado francés. Eso explica que culturalmente hubo mucho intercambio entre ambas partes.

Por ello, considera Martínez Assad, la francofilia de los libaneses les ayudó a la adaptación a otras lenguas romances, como el español y el portugués de los países de América Latina.

Ya desembarcados en América, se produjo un “fenómeno de establecimiento de redes” de libaneses que les permitió extenderse más allá de los principales puertos y ciudades.

“En Líbano hay algo que se le da mucha importancia al pasado fenicio, que aunque fue hace miles de años, queda en el inconsciente la idea de ser mercaderes. De tirarse al mar para la aventura y vivir de lo que se produce”, dice el historiador.

Un vendedor
Archivo General de la Nación Argentina
Los libaneses se hicieron buenos comerciantes, pero una imagen de vendedor ambulante fue la que se fijó en el imaginario colectivo.

Los libaneses se dedicaban, en general, al comercio y la agricultura en Líbano.

Pero es esa primera actividad la que empiezan a desarrollar en América Latina. Quienes no eran comerciantes en el pasado, entienden que en países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México o Venezuela hay necesidad de establecer cadenas de distribución.

Y así es que muchos “se dan a la tarea de irse a muchos poblados”.

En Brasil se dio uno de los primeros fenómenos de los llamados “mascates” que caracterizarían a los libaneses en el continente: eran vendedores ambulantes que cargaban a cuestas una enorme caja con productos novedosos, muchos traídos del exterior, que iban vendiendo por las calles y las plazas.

Una figura que se replicó en otros países rápidamente y que llevó a los libaneses a adquirir ese perfil social de comerciantes de todo tipo de productos y novedades.

Si bien ser cristianos y adaptarse al idioma les permitió ir echando raíces en los países de la región. también enfrentaron algunas resistencias. En Sudamérica, en particular, los empezaron a llamar “turcos”, en ocasiones con un dejo despectivo, por su acento al hablar español y el hecho mismo de que vinieran del imperio dominado por Turquía.

Pero de hecho, la migración libanesa también se fundió con la de los sirios (vecinos de Líbano) que llegaron a América para probar suerte, lo que los llevó a ser puestos socialmente en el mismo grupo migrante aunque en estricto sentido fueran de origen diferente.

El monumento a la migración libanesa en Ciudad de México
Getty Images
En Ciudad de México hay un monumento a la migración libanesa.

Su prosperidad

Aunque Martínez Assad destaca que no todas las familias de origen libanés que hoy viven en América Latina son adineradas, fueron un grupo social que tuvo cierta prosperidad a lo largo del siglo XX.

Muchos comerciantes pasaron de ser vendedores ambulantes a establecer locales comerciales. Las redes para mover mercancías ya no solo se limitaron a un nivel local o regional, sino que comenzaron a establecer agencias de importación.

Las segundas y terceras generaciones de libaneses en América Latina también tuvieron mayor acceso a la educación universitaria, lo que fue clave para las familias.

Los Slim en México, los Char en Colombia, o la Jafet en Brasil, pero también otras cuantas familias en otros países de la región, pusieron las bases de lo que hoy son grandes empresas e industrias desde la década de 1920.

Miembros de la comunidad libanesa en CDMX
Getty Images
La diáspora libanesa ha alcanzado altos espacios en los negocios y la política.

Y con los negocios también abrieron la puerta de la política, desde su acceso a puestos locales hasta los nacionales. En Brasil, el país con la mayor población de origen libanés, Michel Temer es un político de origen libanés que llegó a ser presidente (2016-2018). Pero también cientos de políticos de esa comunidad han pasado por el Congreso.

Ecuador también tuvo al presidente Abdalá Bucaram (1996-1997), México a Plutarco Elías Calles (1924-1928) y Argentina a Carlos Menem (1989-1999). Dos altos funcionarios venezolanos son Tarek William Saab y Tareck El Aissami, que tienen origen sirio-libanés.

Shakira y Salma Hayek son dos de las artistas latinoamericanas que más lejos han llegado en la música y el cine, respectivamente.

También crearon fundaciones, hospitales y su comida se empezó a conocer mediante restaurantes en las principales ciudades de América Latina.

El poder político y económico, sin embargo, también ha atraído escándalos de corrupción. En México, dos miembros de la comunidad, de las familias Nacif y Kuri, estuvieron involucrados en casos de pederastia. Situaciones individuales que terminan por salpicar a toda la comunidad.

Mirar desde lejos

Para Martínez Assad, la prosperidad de la comunidad vino a consecuencia de la dedicación al trabajo de las primeras generaciones.

“Algo que se exalta mucho es el trabajo y yo creo que es cierto. Yo procedo de una familia que mis tíos se levantaban a las 5 am para arreglar su negocio. Pasaban todo el día la tienda. Y en la noche seguían arreglando los negocios del día siguiente”, señala.

En la actualidad, los constantes conflictos sociales y militares en Líbano en las últimas dos décadas -en especial la lucha del grupo armado chiita Hezbolá con Israel- ha sido vista con preocupación por la comunidad libanesa.

Sin embargo, Martínez Assad percibe cierta distancia, cuando menos en la comunidad mexicana cristiana maronita.

“No hay migración de vuelta ni mucho conocimiento de lo que ocurre en Líbano. La política es muy compleja de entenderla. El gobierno está conformado por grupos religiosos, de 18 religiones que hay en Líbano”, señala

Situaciones como el conflicto actual con Israel, que ha emprendido incursiones contra Hezbolá en el sur de Líbano, sin embargo, no dejan de ser “muy lamentables” para los libaneses que tienen que ver desde lejos el conflicto en el país que para sus ancestros fue su hogar y que les da identidad a miles de kilómetros de distancia.

Como escribía Fawaz: “Ser libanés es dejar Líbano pero Líbano no te abandona jamás. Ser libanés es tener un país que nunca he vivido pero es el mío”.

Línea gris
BBC

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