“Tráeles flores el día de los muertos y
ponlas en las manchas que hay en el suelo,
ellos te darán las gracias
desde las nubes altas que hay en el cielo.
El tiempo y la distancia todo lo cubre
pero no olvides la matanza del 2 de octubre”.
Ricardo Tello Castillo
Mi infancia y adolescencia sucedieron en Tlatelolco, entre edificios con tonalidades rojas, amarillas y grises. Los pájaros cantaban desde las primeras horas de la mañana entre los muchos árboles que rodean aquella unidad habitacional. Los niños y niñas corrían entre los jardines, mientras que la Plaza de las Tres Culturas se llenaba cada fin de semana de familias enteras que paseaban con sus mascotas y disfrutaban de las vistas únicas que ofrece aquel lugar.
En esta plaza se puede distinguir tres épocas cruciales para la historia de México: la zona arqueológica (que alguna vez formó parte de la Gran Tenochtitlan), la iglesia de Santiago (como constante recordatorio de la conquista española y su incesante necesidad de “sepultar” el pasado mexica) y el imponente edificio Chihuahua, parte del proyecto de modernización de la urbe capitalina del arquitecto Mario Pani, que más tarde describiría Carlos Monsiváis como “la utopía del México sin vecindades”, y similar al que no soportó el sismo de 1985 y cayó metros atrás. Tlatelolco atesora mucha de la historia de la Ciudad de México.
Algo que siempre me llamó la atención de esta colonia fue el ambiente de comunidad que se forma entre las vecinas y vecinos. Cerca de un 2 de octubre de hace algunos años, mientras caminaba por los corredores llenos de vegetación y un tanto deteriorados por el paso de los años, me encontré con una vecina que llevaba toda su vida viviendo en un departamento de la unidad habitacional; Margarita siempre estaba atenta de que nuestro edificio se mantuviera en las mejores condiciones posibles, ella daba constantes recorridos y era habitual encontrarla. En una de sus caminatas vespertinas se detuvo a platicarme su historia de aquel trágico día, quizá por la cercanía de las fechas.
El sol ya daba sus últimos rayos del día y en medio de los pasillos entre edificio 13 y 12, Margarita no logró contener el llanto al recordar cómo por ese mismo lugar en que estábamos paradas ella vio a decenas de estudiantes correr por sus vidas, mientras soldados y grupos paramilitares dejaban a los asistentes a la marcha del 2 de octubre tendidos en la plancha de la Plaza de las tres culturas tras ser alcanzados por las balas del fuego cruzado en el que quedaron atrapados. Ella misma, según me comentó, ayudó a algunos manifestantes que tocaron a la puerta de su casa para que pudieran esconderse. Nos cayó la noche durante esa conversación.
El 2 de octubre de 1968 está grabado en la memoria colectiva de México con tinta roja, la tinta de la sangre de las cientas de personas que respondieron al llamado para manifestarse en la Plaza de las Tres Culturas. Este barrio, enclavado en el corazón de la Ciudad de México, fue testigo de una brutal represión.
En aras de asegurar que los Juegos Olímpicos se llevaran a cabo sin contratiempos ni cuestionamientos sociales, el presidente Gustavo Díaz Ordaz emprendió una cruel estrategia para silenciar las voces disonantes que pudieran eclipsar la competición internacional con problemas internos. Los cientos y cientas de estudiantes que se congregaron aquella tarde no imaginaban que estarían siendo acorralados por el Ejército, y que entre las filas de la manifestación se encontraban agentes al servicio del gobierno, conocidos como el Batallón Olimpia, y que implementarían acciones mortales.
Mientras un grupo de estudiantes pronunciaba sus palabras de protesta, un helicóptero surcaba los cielos y, de pronto, arrojó una bengala que iluminó la oscuridad y desencadenó la masacre. El Batallón Olimpia, grupo paramilitar creado por el gobierno, abrió fuego contra estudiantes y soldados, con el objetivo de sembrar la confusión y provocar una respuesta de las fuerzas armadas. Durante horas personas, entre ellas estudiantes y maestros, fueron asesinadas a tiros desde todas las direcciones. En la iglesia que se alzaba frente a la Plaza se observaban francotiradores y desde el edificio Chihuahua estudiantes eran sometidos a torturas y llevados a prisión o ejecutados.
Los tanques militares rodearon el espacio donde previamente la indignación y el espíritu de lucha estudiantil habían dominado. No hubo escape.
Los residentes de Tlatelolco fueron testigos de la desesperación de maestros y estudiantes que buscaban refugio en sus hogares para sobrevivir. Algunos habitantes de estas unidades habitacionales les brindaron protección, logrando así salvar muchas vidas. Sin embargo, en otros casos los militares ingresaron a las viviendas y se llevaron a los estudiantes, según lo relatan los vecinos que aún recorren esos pasillos. Fue un ataque despiadado contra aquellos que ejercían su derecho a la libertad de expresión y a la protesta pacífica.
Al caer la noche del 2 de octubre, el gobierno se apresuró a borrar las huellas de sangre que atestiguaban el horror que había acontecido horas antes. Han pasado 55 años desde aquel trágico día, pero la herida sigue abierta, más profunda que nunca.
A lo largo de la historia, las fuerzas armadas de México han estado involucradas en los episodios más oscuros y han sido señaladas en numerosos casos de violaciones graves de los derechos humanos, e incluso crímenes internacionales. Pese a la narrativa actual del gobierno, es imperante recordar que el Ejército sigue siendo el mismo, sus formas de operar no han cambiado, no existe algún proceso de justicia por lo sucedido aquel día en Tlatelolco.
Hoy en día, su poder es amplísimo y, al hablar del 2 de octubre, es imposible omitir el papel que desempeñó el Ejército, no solo en la matanza de este día, sino en la supresión de pruebas y en el intento de borrar la memoria a lo largo de los años. Los sucesivos gobiernos han blindado esta institución y permitido que la impunidad prevalezca hasta nuestros días. Incluso promueven campañas que glorifican la labor militar, presentando a sus miembros como héroes de la patria.
Cientos de relatos atestiguan el horror de aquel día, y es fundamental preservar espacios como el Memorial del 68, donde se detalla minuciosamente lo que ocurrió el 2 de octubre. Es clave recordar y aprender de la historia para evitar que tragedias similares se repitan en el futuro.
Ignorar el involucramiento del Ejército en esos hechos criminales sería negar la verdad y la justicia a las víctimas y sus familias. Al reflexionar sobre el papel del Ejército en la Matanza del 2 de octubre, debemos cuestionar el nulo control civil sobre las fuerzas armadas y la necesidad de salvaguardar los derechos humanos en todo momento. La Matanza del 2 de octubre es un recordatorio doloroso pero crucial de la importancia del Ejército en la historia de México. Recordar es honrar a las víctimas y, al mismo tiempo, es un compromiso con un futuro en el que eventos como este nunca vuelvan a suceder.
En mi corazón guardo el espíritu de lucha de mi madre, una mujer tlatelolca que cada 2 de octubre me tenía lista desde horas antes de la marcha para que una vez que a lo lejos se escucharon los primeros gritos de los grupos de manifestantes que venían desde el metro Tlatelolco, bajaramos de prisa con nuestras pancartas y nos uniéramos entre aquellas personas que cada año se daban cita para recordar este doloroso hecho en nuestra historia. La indignación a lo que ha hecho el Ejército y cómo ha sido protegido, debe ser nuestro motor para no permitir que la impunidad perdure a lo paso de los años. La memoria es necesaria para que nunca más nuestros estudiantes y estudiantas sean silenciadas.
Mientras el Ejército siga siendo glorificado y protegido por los gobiernos que pasan a través de los años, la resistencia y la memoria social son necesarias. ¡2 de octubre, no se olvida!
* Eva Avilés es Licenciada en Relaciones Internacionales por la UNAM. Actualmente se desempeña como coordinadora del Área de Comunicación en la @CMDPDH.
El papa Francisco decidió desalojar de su residencia en el Vaticano al cardenal estadounidense Raymond Leo Burke y retirarle su salario.
Bourke es uno de los principales “tradicionalistas” de la Santa Sede y desde hace tiempo ha sido abiertamente crítico de las gestiones del Papa para reformar la Iglesia católica.
El Papa aún no ha hecho efectivo el desalojo del eclesiástico, le dijo una fuente del Vaticano a la BBC.
Pero la decisión, agregó la fuente, no pretende ser un castigo personal, sino se basa en la creencia de que una persona no debería disfrutar de privilegios de cardenales mientras critica al jefe de la Iglesia.
Raymond Burke nació en Wisconsin, Estados Unidos, en 1948. Estudio en el Seminario de la Santa de Cruz de La Crosse y en la Universidad Católica de América, donde obtuvo la licenciatura y el máster en filosofía.
En 1975 Burke fue ordenado sacerdote por el papa Pablo VI en la Basílica de San Pedro, tras lo que regresó a La Crosse, en Wisconsin, donde fue rector asociado en la Catedral de San José Obrero.
En 1980 regresó a Roma para obtener un doctorado en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana.
Después de ser nombrado obispo en 1994 y arzobispo de San Luis en 2003, el papa Benedicto XVI lo nombró prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, la máxima autoridad judicial de la Iglesia católica, con sede en el Palacio de la Cancillería de Roma.
Fue también el papa Benedicto quien lo hizo cardenal en 2010 y desde entonces se le ha percibido como una de las principales voces del tradicionalismo entre los prelados de la Iglesia católica y el líder de facto de su ala más conservadora.
Las tensiones entre el cardenal Burke y el papa Francisco han estado latentes desde el inicio de este último pontificado.
El cardenal ha sido un abierto crítico de las gestiones del Papa para reformar los asuntos, tanto litúrgicos como sociales, de la Iglesia.
Burke se ha opuesto a los intentos de otros obispos de relajar las actitudes de la Iglesia hacia los homosexuales o hacia los católicos que se han divorciado y vuelto a casar.
También opinó que los políticos católicos que apoyan la legalización del aborto, como John Kerry o Joe Biden, no deberían recibir la eucaristía.
En 2013 Francisco retiró a Burke y a otros 13 prelados de la Congregación para Obispos, el grupo que se encarga de nombrar obispos.
Pocos días después, el cardenal estadounidense criticó al Papa en una entrevista con la emisora católica EWTN.
“Se podría tener la impresión, o así lo interpretan los medios, de que él (Papa) piensa que nosotros hablamos demasiado sobre el aborto, demasiado sobre la integridad del matrimonio entre un hombre y una mujer”, señaló Burke. “Pero nunca podremos hablar lo suficiente sobre eso”.
Un año después, en 2014, el cardenal le dijo a BuzzFeed que el Papa lo había “degradado” de su cargo como prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica para nombrarlo Patrón de la Orden Militar Soberana de Malta, un cargo principalmente ceremonial dedicado al bienestar espiritual de los miembros de la Orden.
En 2016, a diferencia del papa Francisco, que se mostró crítico de Donald Trump durante la campaña presidencial -en particular por sus planes para construir un muro entre México y EE.UU.- el cardenal Burke apoyó al republicano diciendo que éste “defendería los valores de la Iglesia”.
“Por lo que escuché durante la campaña, me parece que el nuevo presidente comprende bien lo que es importante para nosotros”, le dijo el cardenal al diario Daily Express.
“En primer lugar, estoy convencido de que se preocupará por la defensa de la vida humana desde su concepción y desplegará todas las acciones posibles para contrarrestar el aborto”.
“Y también creo que tiene muy claro el bien irremplazable de la libertad religiosa”, agregó.
En febrero de 2017, aparecieron por toda Roma carteles criticando al Papa. Y los cardenales de la ciudad recibieron una noticia falsa burlándose del pontífice.
Christopher Lamb, el corresponsal en Roma de The Tablet, decidió investigar para la BBC quién era el responsable de las fechorías.
En un artículo que tituló “Quién es el trol del Papa”, Lamb no encontró evidencia de que se tratara del cardenal Burke, pero escribió: “(Francisco) enfrenta resistencia a su reorganización del Vaticano y está enfureciendo a los creyentes del ala más tradicional de la Iglesia”.
“A la vanguardia de la oposición al papa Francisco se encuentra el cardenal estadounidense Raymond Burke, un rigorista con las reglas… que ha dedicado gran parte de su vida a estudiar las leyes de la Iglesia y quiere asegurarse de que se cumplan”.
Y agregó que Burke, “cree que este Papa está jugando peligrosamente con la tradición de 2.000 años del cristianismo”.
Lamb, que había entrevistado al cardenal anteriormente, explicó en su artículo que éste “vive en un gran apartamento justo al lado de la gran avenida construida por Mussolini que conduce a la Plaza de San Pedro desde el río Tíber. Es aquí desde donde dirige su operación para promover lo que él llama ‘claridad doctrinal’”.
No se sabe, sin embargo, si Burke continúa viviendo en este apartamento.
La agencia Reuters informa que el cardenal, que durante años no ha desempeñado un cargo importante en el Vaticano, pasa la mayor parte de su tiempo en su estado natal de Wisconsin.
De cualquier forma, como le dijo a la BBC Christopher White, un observador del Vaticano que escribe para el National Catholic Reporter, la medida del Papa de retirarle a Burke sus privilegios, “no tiene precedentes en la era de Francisco”.
“Parece que el Papa percibe a Burke como alguien que fomenta un culto a la personalidad, centrado en el tradicionalismo o ideales regresivos. Esta medida parece dirigida a limitar la influencia de Burke cortando sus vínculos con Roma”, agrega White.
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