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Maternidad en guardia: la doble explotación de las médicas residentes en México
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El Programa Universitario de Bioética (UNAM) desarrolla investigaciones interdisciplinarias, docencia y difusión que promuevan la... Continuar Leyendo
8 minutos de lectura

Maternidad en guardia: la doble explotación de las médicas residentes en México

El desafío no es humanizar un régimen inhumano, sino desmontar la estructura que convierte la maternidad en un recurso gratuito para el capital y el Estado.
10 de diciembre, 2025
Por: Sofía Teresa Díaz Torres

La residencia médica no se detiene frente a un embarazo. Cuando ambas experiencias coinciden, ocurre lo que el feminismo marxista ha nombrado desde hace décadas como la doble explotación. No se trata sólo de una metáfora, sino de un mecanismo material mediante el cual el capital y el Estado obtienen beneficios de manera simultánea; por un lado, la plusvalía del trabajo asalariado disfrazado de formación; por el otro, el fruto del trabajo reproductivo —gestar, parir, criar— que sostiene la continuidad social sin recibir remuneración ni condiciones dignas.

Autoras como Silvia Federici, 1 Angela Davis, 2 y más recientemente Tithi Bhattacharya, 3 han mostrado que el embarazo y la crianza no son “experiencias privadas”, sino procesos centrales de la reproducción social. La mujer residente encarna así, al menos, dos trabajos: el asalariado y el reproductivo, articulados en un régimen que exprime su cuerpo y tiempo hasta el agotamiento. El hospital se beneficia de su fuerza de trabajo flexible; la sociedad recibe un nuevo ciudadano y futura fuerza laboral, pero ninguna institución cubre los costos materiales ni emocionales de esa doble jornada.

Quiero detenerme en un caso cercano que ilumina con nitidez esta situación. La entrevistada fue una amiga de la preparatoria: compartimos aulas, amistades y un tramo formativo de la vida, pero después nuestros caminos se bifurcaron. Ella estudió medicina en otra institución y seguimos nuestros recorridos de manera fragmentaria, a la distancia, a través de lo que ambas publicamos en redes sociales. Ella había terminado la residencia cuando conversamos y su hija tenía poco más de un año. Esa cercanía nos permitió un diálogo en confianza, pero también marcó lo que podía contarse y lo que quedaba en silencio. No fue, por tanto, una entrevista neutral: como recuerda Haraway, 4 el conocimiento es siempre situado. Mi escucha, mediada por nuestra historia compartida, está inscrita en lo que aquí narro.

Ella relató jornadas que comenzaban antes del amanecer y se extendían hasta la tarde, seguidas de guardias hospitalarias de toda la noche. Al mismo tiempo, debía sostener su embarazo con desplazamientos físicos y cuidados médicos. En sus propias palabras: “me sentí como una adolescente que se embaraza sin haber terminado la escuela”. Esa metáfora muestra cómo el régimen hospitalario inscribe la maternidad en un registro moralizante y disciplinario, donde ser madre es irresponsable porque interrumpe la disponibilidad total del cuerpo al capital médico.

En México los marcos normativos reconocen ciertos derechos —licencias de maternidad, espacios de lactancia, guarderías—, pero en la práctica funcionan más como dispositivos performativos que como garantías efectivas. Nancy Fraser 5 ha señalado que los Estados neoliberales producen “derechos de papel”: medidas que aparentan proteger mientras legitiman la explotación y trasladan los costos del cuidado a las familias. ¿De qué sirve una hora de lactancia si la jornada es de 36 horas? ¿Qué valor tiene una licencia si, aun en el posparto, se exige conectarse a clases y presentar exámenes? Mi amiga relató que dedicaba alrededor de cinco horas diarias a la residencia, incluso a distancia, aun cuando su cuerpo seguía en recuperación. Desde mi interpretación, el lenguaje de la concesión —“me dejaron salir una hora antes”— muestra cómo los derechos se experimentan como favores otorgados, no como garantías exigibles. En este sentido, los derechos de papel cumplen una función clara: legitimar el orden hospitalario mientras preservan intacta la lógica de la explotación.

Aquí dialogan los aportes de distintas corrientes feministas. Martha Lamas 6 advierte que, sin perspectiva de género, las instituciones reproducen desigualdades al no reconocer la maternidad como parte de la ciudadanía laboral. Jacqui True 7 subraya que la igualdad debe institucionalizarse transversalmente, y no quedarse en medidas aisladas. Orloff y Palier, 8 desde la economía política comparada, muestran que en regímenes familistas como el mexicano, los costos de la reproducción recaen en las familias y, dentro de ellas, en las mujeres.

El testimonio confirma este diagnóstico: la red de apoyo de la residente fue, sobre todo, femenina —madre, abuela, compañeras—. Su esposo también estuvo presente y ofreció acompañamiento constante, pero quedó institucionalmente relegado: la ley sólo le reconoció cinco días de licencia de paternidad, sin ningún otro respaldo que hiciera posible una corresponsabilidad real. Esa restricción no es anecdótica: expresa un régimen laboral que naturaliza la maternidad como tarea exclusiva de las mujeres y expulsa a los padres de cualquier papel efectivo en el cuidado. La abuela, por su parte, tampoco recibió apoyos ni recursos, cargando con responsabilidades a costa de su propio tiempo y esfuerzo. Las compañeras residentes se solidarizaron con gestos concretos —como dejarla dormir durante las guardias—, pero esa red de apoyo, aunque indispensable, resulta precaria e insuficiente. El hospital y el Estado descansan en esa “buena voluntad” femenina para sostener lo insostenible: un régimen que externaliza los cuidados explota la solidaridad entre mujeres y se exime de garantizar derechos colectivos.

Así, la residencia sigue siendo un espacio que premia promedios y disponibilidad absoluta, mientras niega el reconocimiento de las desigualdades estructurales y de la interseccionalidad que atraviesa a las mujeres-madres en la formación médica. No existe una “mujer universal”: 9, 10 clase, racialización, origen regional o condición migratoria configuran experiencias radicalmente distintas. Una residente proveniente de sectores medios urbanos, con familia médica y redes de apoyo estables, puede amortiguar parcialmente las exigencias institucionales. En contraste, una residente indígena, afrodescendiente o de origen rural enfrenta mayores barreras: discriminación implícita, menor acceso a recursos materiales y redes de cuidado más frágiles. 11 De igual forma, la maternidad de una residente sin pareja estable o con pareja también precarizada genera cargas diferenciadas. Estas dimensiones cruzadas intensifican la vulnerabilidad: no sólo es la mujer-madre en el hospital, sino la mujer-madre racializada, de clase trabajadora o migrante, la que encarna en su cuerpo el peso completo de la reproducción social externalizada.

Así, el familismo del régimen mexicano no sólo traslada los costos de la reproducción a las familias: reproduce jerarquías dentro de las mujeres mismas. Mientras unas logran sostenerse con apoyo doméstico o intergeneracional, otras quedan atrapadas en una espiral de explotación múltiple, donde la maternidad en la residencia se convierte en un campo de lucha marcado por desigualdades históricas y estructurales.

La residencia médica mexicana, medida en horas sin dormir, no sólo castiga la maternidad: la integra como un mecanismo de disciplinamiento estructural. El temor de una residente al comunicar su embarazo —“¿cómo le iba a decir a mi coordinadora que estaba embarazada?”— es síntoma de un sistema que naturaliza la disponibilidad absoluta del cuerpo médico, negando la legitimidad de la maternidad dentro de la formación profesional.

¿Qué hacer?

  • Nombrar a las médicas residentes como trabajadoras plenas: no becarias, sino sujetos de derechos laborales, con salario, seguridad social y condiciones de reproducción de la vida.
  • Desnaturalizar el régimen hospitalario: la explotación no se resuelve sólo con guarderías o lactarios, sino cuestionando la organización misma de las guardias y la lógica productivista que las sostiene.
  • Desfamiliarizar la reproducción social: el cuidado no puede seguir externalizado a las familias y, dentro de ellas, a las mujeres; debe reconocerse como responsabilidad colectiva del Estado y de las instituciones de salud.
  • Radicalizar el horizonte: no basta con “mejorar” las residencias; un feminismo marxista debe plantear la transformación estructural de un sistema médico que, al tiempo que cura, produce cuerpos exhaustos y vidas sacrificadas.
  • Cuestionar desde la bioética el impacto de las estructuras laborales y reproductivas en la dignidad, autonomía y salud del personal de salud, analizando cómo estas estructuras perpetúan la explotación y alienación del trabajo reproductivo dentro del sistema capitalista.

Conclusión

El feminismo marxista permite nombrar esta paradoja: la sociedad obtiene dos beneficios —una médica especialista y una nueva ciudadana— mientras la residente paga los costos sola. Pero ya no pienso en teorías: pienso en mi amiga, en sus jornadas interminables, en su miedo y en el hospital que la formó. Su relato muestra que la doble explotación no es un accidente coyuntural, es el sostén de la productividad hospitalaria y comunitaria. Por lo tanto, el desafío no es humanizar un régimen inhumano, sino desmontar la estructura que convierte a la maternidad en un recurso gratuito para el capital y el Estado.

* Sofía Teresa Díaz Torres es médica cirujana y maestra en bioética por el Instituto Politécnico Nacional. Sus investigaciones se centran en la mejora de las condiciones laborales del personal de salud y la justicia en el acceso a la salud. Actualmente es residente de investigación en el Centro Médico ABC y estudiante del Doctorado en Bioética de la UNAM.

 

Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad únicamente de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.

 

 

1 Silvia Federici, Revolution at point zero: Housework, reproduction, and feminist struggle (PM Press, 2013).

2 Angela Yvonne Davis, Women, race & class (Vintage, 1981).

3 Tithi Bhattacharya, ed., Social Reproduction Theory: Remapping Class, Recentering Oppression (Pluto Press, 2017).

4 Donna Haraway, “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, en Feminist Studies 14, núm. 3 (1988): 575-99. https://doi.org/10.2307/3178066

5 Nancy Fraser, “Contradictions of capital and care”, en New Left Review 100 (2016): 99-117.

6 Marta Lamas, comp., El género: La construcción cultural de la diferencia sexual (Miguel Ángel Porrúa / PUEG-UNAM, 1996).

7 Jacqui True, Gender, Globalization, and Postsocialism. The Czech Republic After Communism (Columbia University Press, 2003).

8 Ann Shola Orloff y Bruno Palier, “The Power of Gender Perspectives: Feminist Influence on Policy Paradigms, Social Science, and Social Politics”, en Social Politics: International Studies in Gender, State & Society 16, núm. 4 (2009): 405-12.

10 Patricia Hill Collins, Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness, and the Politics of Empowerment (Routledge, 2000).

11 María Lugones, “The Coloniality of Gender”, en Worlds & Knowledges Otherwise 2, núm. 2 (2008) 1-17.

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Imagen BBC
Los secretos de un peligroso río de la Amazonía que una comunidad indígena empieza a revelar
11 minutos de lectura

Cuenta la leyenda que el río Santiago se tragaba las canoas de cualquiera que intentara explorarlo. Ahora, una comunidad indígena está descubriendo especies sorprendentes en sus aguas.

09 de diciembre, 2025
Por: BBC News Mundo
0

Nos subimos a una canoa de madera que se mecía sobre las aguas turbias del río Santiago, listos para visitar uno de los ecosistemas menos conocidos de la región amazónica.

Hasta hace poco, los científicos desconocían incluso qué clase de peces habitan esta parte del río, porque nunca había sido estudiada.

Ahora, tras dos días de viaje en buses y camiones desde Quito, Ecuador, la fotógrafa Karen Toro y yo nos acercábamos a nuestro destino: Kaputna, una comunidad indígena que ha descubierto nuevas especies de peces.

Rodeada de una selva virgen donde los jaguares, pecaríes y pumas todavía reinan con tranquilidad, Kaputna es una localidad en la ribera del río Santiago con 145 habitantes que son miembros de los shuar, una de las 11 naciones indígenas que viven en la Amazonía ecuatoriana.

A pesar de que Ecuador es considerado un punto central para la biodiversidad de peces de agua dulce, un grupo de científicos advirtió en 2021 que la falta de información sobre sus especies era “pasmosa” y que se necesitaba de manera urgente realizar más investigaciones.

Un grupo de residentes de Kaputna ha ayudado a llenar ese vacío, al descubrir una gran cantidad de peces que viven escondidos en el río, camuflados por las sombras marrones y plateadas, con bocas especialmente adaptadas para alimentarse de las rocas bajo el agua.

Gracias a los esfuerzos de monitoreo llevados a cabo entre 2021 y 2022, que combinaron conocimiento científico y tradicional, la comunidad indígena logró identificar cerca de 144 especies de peces en el río Santiago.

Cinco de ellas ya habían sido identificadas en otros países, pero nunca en Ecuador. Una de las especies todavía está siendo estudiada y podría ser totalmente nueva, de acuerdo a los biólogos que participaron en la investigación.

Algunos pescadores de Kaputna, como Germán Narankas, fueron como coautores del artículo científico que fue publicado con los hallazgos.

“Su conocimiento del territorio es esencial para descubrir las nuevas especies”, le dice a la BBC Jonathan Valdiviezo, un biólogo que participó en el análisis de muestras.

Una canoa en medio del río Santiago.
Karen Toro
El río Santiago, en la región amazónica ecuatoriana, había sido poco estudiado debido a su ubicación remota y peligrosidad.

Para Fernando Anaguano, el autor principal del estudio y biólogo de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés) que acompañó a Kaputna durante todo el proceso, el estudio marca un cambio trascendental en la forma en que los científicos trabajan con y reconocen a los colaboradores locales.

“No es usual que el trabajo de la gente local sea reconocido en las publicaciones científicas”, anota.

Un río que se traga las canoas

Las leyendas locales dicen que, antes de que aparecieran los botes a motor, la gente que se embarcaba por la parte baja del río desaparecía.

Un hoyo se “tragaba” las canoas y quienes venían de fuera nunca lograban llegar a la comunidad. Esta es la razón por la que esta zona se llama Kaputna, que significa “área donde el río fluye rápidamente”, de acuerdo con quienes viven allí.

Para llegar, tuvimos que conducir durante 10 horas desde Quito hasta Tiwintza, una localidad amazónica en la frontera con Perú.

A la mañana siguiente, Germán Narankas, un pescador de Kaputna, nos esperaba en la terminal de buses con su red de pescador que llevaba en la espalda.

“Hoy el calor va a ser infernal. No ha llovido en tres días”, nos advirtió, mientras se arremangaba para evitar quemarse con el sol. A las 09:00, la temperatura ya era de 35°C (95°F).

Emprendimos en camión un trayecto de 40 minutos hasta el puerto de Peñas, en el río Santiago, donde nos esperaba amarrada la canoa de Narankas, moviéndose por la fuerte corriente del río.

Las canoas equipadas con motores a gasolina, conocidas como peque-peques, son el único medio de transporte para llegar a Kaputna.

Narankas conoce el río Santiago como la palma de su mano. Incluso antes de hacer parte del proyecto de monitoreo científico, estaba familiarizado con los distintos tipos de peces que habitan el río.

En 2021, cuando comenzó el proyecto, aprendió a identificar las diferencias entre las especies y comenzó a llamarlas por sus nombres científicos.

Germán Narankas, miembro de la comunidad shuar, muestra una de las especies que él y su comunidad descubrieron
KarenToro
Germán Narankas, miembro de la comunidad shuar, muestra una de las especies que él y su comunidad descubrieron

El hombre recuerda que en 2017 vio una señal. Para los shuar, el río es más que un cuerpo de agua o una vía de acceso. En sus riberas se acostumbra a realizar el ritual de la ayahuasca, en el que se consume la planta también conocida como yagé. Los shuar creen que las visiones que esta produce revelan el futuro y guían las acciones de quienes la toman.

“Tuve sueños de que iba a cambiar el sistema. En las visiones, había un hombre que viajaba a otros países, y era yo, viajando con este proyecto. No lo sabía entonces”, dice.

Cuatro años más tarde, en 2021, los investigadores de la oficina de la WCS en Ecuador le pidieron ser parte del estudio enfocado en el descubrimiento de la biodiversidad del río Santiago.

Narankas y otros miembros de la comunidad recolectaron peces, les tomaron fotos y las subieron una aplicación llamada Ictio junto a otros datos importantes como la ubicación donde los habían capturado, el equipo de pesca que habían utilizado y las características de los animales.

“Había por lo menos tres de esos peces que nunca había visto en mi vida”, dice.

Durante el recorrido por el río, el sonido de los grillos ahogaba bajo el ruido del motor. A medida que nos interábamos en la selva, el agua se iba volviendo más cristalina.

“Hemos llegado al río Yaupi”, anunció Narankas. El Yaupi es uno de los afluentes del río Santiago, donde también se tomaron algunas muestras.

Este es el lugar de pesca favorito para los locales, porque las aguas son cristalinas y están libres de los residuos de la minería que han contaminado muchos otros ríos en la región del Amazonas.

En medio del follaje selvático, se divisan las banderas de Ecuador y Perú.

Narankas, su hermana Mireya y su hijo Josué se lanzaron al agua para pescar.

El pescador lanzó su red con todas sus fuerzas al río y luego la fue recogiendo lentamente para ver qué había logrado sacar: un pez al que él llama “carachama”, de unos 10 cm de largo.

Pertenece a la familia de los Loricariidae y esta especie en particular se llama Chaetostoma trimaculineum: un pez marrón, con algunas manchas oscuras y una boca redonda.

“Cerca de aquí encontramos una especie de pez que [los investigadores] dijeron que nunca había sido estudiado. Era muy parecido a esta carachama”, explicó Narankas.

El pez en cuestión era el Peckoltia relictum, una especie nueva en Ecuador. Mide aproximadamente 15 centímetros y usualmente se adhiere a las rocas.

Su boca es como una copa de succión y, en vez de escamas, tiene una especie de placas, una característica que distingue a las carachamas (Loricariidae).

Durante la investigación, Narankas y sus colaboradores también se llevaron algunos especímenes a una habitación en Kaputna, que funcionaba como un pequeño laboratorio donde medían y pesaban a los animales, les removían partes de sus tejidos con un bisturí y los preservaban en formaldehído.

“Fue muy emocionante aprender y recolectar información. Me siento un poco como una científica”, le cuenta a la BBC Liseth Chuim, una pescadora que hizo parte del monitoreo.

Dos mujeres indigenas en Ecuador señalan fotos de peces. Una de ellas tiene un bebé en brazos.
Karen Toro
Miembros de la comunidad con fotos de los peces que descubrieron.

“Tomábamos un pedazo de su carne y le cocíamos un sello con su nombre y un número”, explica Johnson Kajekau, otro residente de Kaputna que apoyó al equipo de monitoreo.

Uno de los peces que más recuerdan los tres es una especie de bagre que medía más de un metro. También, uno que tenía la “panza amarilla” y otro de color plateado.

El biólogo de la WCS Fernando Anaguano y sus colegas se encargaron de recolectar las muestras y llevarlas a laboratorios en Quito.

Revelar el misterio

Para los biólogos, la colaboración con los locales les permitió desbloquear un ecosistema que era un misterio para las personas de fuera de la comunidad.

“La cuenca del río Santiago es una de las menos exploradas. Hay muy pocos estudios que detallen la diversidad de peces que hay en ese lugar”, explica Anaguano, quien ha estado investigando peces de agua dulce por más de una década.

Lo atribuye a lo remoto de la región, las dificultades que había en el pasado para llegar hasta allí y también a que los peces de agua dulce con frecuencia han sido dejados de lado por los investigadores. Por lo general los investigadores se enfocan en grupos más “carismáticos” de animales, como los mamíferos o los pájaros y, cuando se estudian peces, por lo general se trata de especies marinas.

Sin embargo, señala Anaguano, los peces de agua dulce juegan un rol fundamental en los ecosistemas acuáticos y son fuente de alimento y recurso económico para las comunidades indígenas.

Hasta ahora, en investigaciones previas, se habían registrado cerca de 143 especies en un área extensa que incluye al río Santiago y sus afluentes por debajo de los 600 metros de altitud. Se le conoce como “zona ictiográfica de Morona Santiago” y tiene un área de 6.691 kilómetros cuadrados.

En comparación, el estudio con la comunidad Kaputna identificó un total de 144 especies en un área de apenas 21 kilómetros cuadrados dentro de esta zona. De esas especies, 77 no habían sido reportadas en las investigaciones anteriores del área de Morona Santiago.

La diversidad hallada en el estudio representa el 17% de todas las especies de peces de agua dulce en Ecuador (836) y el 20% de las registradas en la Amazonía ecuatoriana (725). Esto es un porcentaje muy significativo, considerando que el área de estudio donde estas especies fueron halladas es muy pequeña, según destaca Anaguano.

Fotos de peces sobre una mesa de madera y los brazos de una persona apoyados en esta.
Karen Toro
Miembros de la nación shuar documentaron 144 especies de peces, incluyendo estas cuatro. Las dos de abajo no se habían encontrado antes en Ecuador.

De hecho, la diversidad piscícola en la región amazónica es enorme.

Sus cuencas, localizadas en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela, Guyana y Surinam, tienen la mayor variedad de peces de agua dulce del mundo. Se han registrado hasta ahora 2.500 especies y se estima que hay miles más por descubrir.

Esos ríos también son el hogar de la migración más larga en el planeta: la del bagre dorado, que viaja por cerca de 11.000 kilómetros entre las estribaciones de los Andes hasta los estuarios del Amazonas, en el océano Atlántico.

En riesgo

Sin embargo, los peces de agua dulce como los de la Amazonía están gravemente amenazados. Según el informe del Índice Planeta Vivo (IPV) sobre peces migratorios de agua dulce, sus poblaciones han disminuido un 81% en los últimos 50 años. Y solo en Latinoamérica, incluso más: un 91%.

Anaguano explica que, más allá de la contribución de los peces para mantener el equilibrio de la vida en el planeta, estos animales forman parte de la cultura y la cosmovisión de los pueblos indígenas.

La seguridad alimentaria es otro problema. “Los peces son fuente de proteína de las comunidades locales”.

Por eso, a través de este tipo de investigación que incluye la perspectiva de los pescadores, buscamos no solo conservar los peces sino también garantizar la sostenibilidad de la pesca a largo plazo”, añade Jonathan Valdiviezo, biólogo del Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio), donde se procesaron y almacenaron las muestras del estudio.

Para Valdiviezo, que tiene más de 17 años de experiencia trabajando con peces, uno de los puntos cruciales del proceso fue la capacitación que recibieron los pescadores de Kaputna para etiquetar correctamente las muestras.

“Eso nos ayudó a evitar problemas al registrar la especie y confusiones”, afirma.

Aun así, el descubrimiento estuvo lleno de giros y sorpresas. Durante el análisis de tejidos, que incluyó análisis de ADN, los investigadores descubrieron que uno de los peces que creían que era nuevo para la ciencia ya había sido descrito en 2011.

“Cuando nos dimos cuenta de que esta especie era muy rara, extrajimos ADN de un pequeño fragmento de músculo”, explica Valdiviezo. Luego, compararon los resultados con el tejido de otras especies relacionadas registradas en su base de datos.

“Es similar al proceso que se utiliza para determinar la paternidad”, explica el biólogo. Ante la duda, enviaron una muestra a Canadá, donde confirmaron que se trataba de un ejemplar de Peckoltia relictum, un pez ya conocido.

Sin embargo, se trataba de una especie nueva para Ecuador, al igual que otras cuatro descubiertas como parte de esta investigación.

Canoas
Karen Toro
Canoas “peque-peque” en el río Santiago.

Ambos investigadores creen que aún queda una gran cantidad de especies por descubrir en las turbias aguas del Santiago. Por ahora, dice Valdiviezo, siguen analizando uno de los bagres encontrados, ya que creen que se trata de una especie nueva para la ciencia.

Su principal característica es que tiene rayas negras por todo el cuerpo. Anaguano comenta que esperan publicar un segundo artículo, coescrito por los pescadores de Kaputna, este año.

Sentadas en Kaputna al atardecer, bajo un cielo estrellado, le preguntamos a Narankas qué significaba para él ver su nombre en el artículo publicado. Se le llenan los ojos de lágrimas.

“Me siento orgulloso”, explicó sonriendo.

Pero el impacto ha sido aún más profundo. Después de esta experiencia, en agosto de 2025, el joven de 34 años regresó a la escuela secundaria. En un año y medio espera graduarse y luego estudiar biología para seguir desvelando los secretos del río Santiago, cuya historia de descubrimientos científicos apenas comienza.

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Getty Images

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