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Hacia una medicina menos antropocéntrica: nuestra deuda con el planeta
Una vida examinada: reflexiones bioéticas
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El Programa Universitario de Bioética (UNAM) desarrolla investigaciones interdisciplinarias, docencia y difusión que promuevan la... Continuar Leyendo
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Hacia una medicina menos antropocéntrica: nuestra deuda con el planeta

La medicina ha priorizado la preservación de la vida humana a toda costa, muchas veces a expensas de los sistemas naturales que sostienen la vida en su conjunto. Este modelo antropocéntrico ha generado impactos ambientales tan devastadores, que se hace necesaria una revisión ética del papel de la medicina para promover su integración en una corresponsabilidad con el planeta.
12 de marzo, 2025
Por: José Israel León Pedroza

La medicina es un ejercicio esencialmente antropocéntrico y se desentiende del daño que su ejercicio pueda causar a otros seres vivos y a la compleja estructura inanimada del planeta. Cada año, por ejemplo, se estima que se administran 16 000 millones de inyecciones que generan residuos no biodegradables que pueden causar desbalances críticos en los entornos donde son desechados. Por ello, se hace necesaria una revisión ética del papel de la medicina para promover su integración en una corresponsabilidad con el planeta.

El Antropoceno se ha definido como la era en la que la actividad humana es una fuerza con potencial transformador a una escala geológica, y se ha caracterizado por una indiferencia egoísta del ser humano ante el impacto ambiental. Este abuso desmedido de los beneficios que la casa común aporta al ser humano raya en la obscenidad, por lo que Kiza utiliza la palabra “Antropobsceno” para dotarla de una magnitud lexicológica. 1 El entorno ha sido manipulado, explotado y cambiado acelerada y desmesuradamente, hasta el punto en el que la propia existencia humana sobre la tierra está hoy comprometida. Algunos autores más radicales (¿o más realistas?) dirían que la existencia humana está condenada de forma irreversible. Morton, 2 por ejemplo, argumenta que el “fin del mundo” tal como lo conocíamos ya ha sucedido, por causa de “hiperobjetos” como el cambio climático, cuya escala temporal y espacial trasciende la comprensión humana.

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha identificado puntos de no retorno que ya han sido sobrepasados o están cerca de ser alcanzados. Entre ellos, el aumento irreversible del nivel del mar debido al derretimiento de Groenlandia y la Antártida Occidental, la pérdida de biodiversidad en ecosistemas tropicales como el Amazonas y la acidificación de los océanos. La causa: el hipercapitalismo, definido como un uso desmedido, irracional, extractivo y egoísta de recursos. Moore propone que no es la existencia del ser humano la causante de esta transformación destructiva del planeta, sino un sistema capitalista global que explota recursos naturales de manera insostenible para maximizar el crecimiento económico, por lo que más que llamarle Antropoceno, propone que debiera ser llamado “Capitaloceno”, donde el ser humano ha ejercido un sistema de dominación y explotación sin límites.

La práctica médica contemporánea ha mostrado ser un ejercicio de dominación que opera bajo una lógica de control y explotación del entorno. Esto fue puesto particularmente de manifiesto en el contexto de la crisis por la pandemia de COVID-19: la ingente cantidad de plásticos generados durante la pandemia, tanto en entornos clínicos como en la vida cotidiana —como mascarillas, guantes, equipos de protección personal y productos desechables— inundaron el planeta, muchos de ellos sin cumplir una función imprescindible. Según informes ambientales, gran parte de estos materiales no fueron gestionados de forma adecuada, lo que resultó en un aumento significativo de los residuos plásticos en océanos y ecosistemas terrestres. Este fenómeno refleja una desconexión con el planeta, relegando el impacto ambiental a un plano secundario.

La lógica extractivista 3 permea incluso la atención a la salud, priorizando la producción y el consumo masivo de bienes desechables con el fin de disminuir al máximo el dolor. Vivimos en una sociedad intolerante al dolor, que consume recursos de forma irreflexiva, enemistándose incluso con las formas de vida bacterianas bajo la luz aséptica de quirófanos de alta tecnología, usando plásticos estériles de un solo uso y generando cantidades inmanejables de residuos para la atención de algunas cuantas personas. Siguiendo la máxima kantiana del imperativo categórico, no se justifica la destrucción de los sistemas ecológicos que sustentan la vida misma: el ejercicio capitalista de la atención a la salud amenaza, incluso, las más básicas condiciones necesarias para la vida.

Es necesario repensar los fundamentos éticos de nuestras decisiones, no sólo en términos de humanidad, sino también considerando el bienestar del planeta. Nos enfrentamos a lo que resulta incognoscible para el ser humano, ante lo cual sólo puede adoptarse una forma de admiración, asombro y la reverencia frente a lo desconocido y sublime, el thauma (del griego Θαύμα, maravilla o sorpresa). Heidegger 4 sugiere que este thauma es la base para una relación auténtica con el mundo, un mundo que hoy debemos repensar y expandir en su concepción. El asombro ante lo indecible nos conduce a una disposición reverencial, alejándonos de la explotación instrumental del entorno, hacia una actitud de cuidado y respeto (sorge, del alemán, cuidado o preocupación) 5 hacia todo lo que existe. La medicina debe plantearse no como una relación de dominio, sino de asombro y cuidado, reconociendo que hay aspectos del complejo sistema donde interactúa lo vivo y lo inerte, que siempre permanecerán más allá de nuestra capacidad de comprensión.

Michel Serres 6 introdujo la interpretación del término negligencia como una derivación de negación de la unión neg-ligar, refiriéndose a la desconexión entre la humanidad y su entorno. Somos negligentes cuando, con una falta de consideración por los sistemas naturales que sostienen todas las formas de vida, subyugamos la existencia del resto de los seres a una perspectiva egoísta, donde los humanos no se perciben como parte de un sistema planetario vivo, como la que propone Latour, 7 sino que nos situamos como sus dominadores. La medicina debe buscar replantearse para re-ligar a los humanos con su entorno, estableciendo una corresponsabilidad entre la práctica médica y la sostenibilidad ecológica. Al resultado científico y práctico de esta transición sólo el tiempo dirá si podremos seguirle llamando medicina.

* José Israel León Pedroza es médico especialista en Medicina Interna y maestro en ciencias en Inmunología. Es profesor investigador en la Universidad Anáhuac México y ejerce la medicina en el Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, donde es coordinador de investigación y miembro del Comité de Ética en Investigación. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y es también profesor de asignatura en la Facultad de Medicina de la UNAM.

Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.

 

1 Kiza, Borja D. Antropoceno obsceno: sobrevivir a la nueva (i)lógica planetaria. Icaria, 2020.

2 Morton, Timothy. Hiperobjetos: Filosofía y ecología después del fin del mundo. University of Minnesota Press, 2013.

3 Klein, Naomi. This changes everything: capitalism vs. the climate. Simon & Schuster, 2014.

4 Heidegger, Martin. Ser y tiempo. Niemeyer, 1927.

5 En alemán, el término sorge puede traducirse como ejercer un cuidado o tener preocupación sobre algo. En la filosofía de Heidegger, lo utiliza en Ser y tiempo (1927) como un concepto central en su análisis de la existencia (Dasein), la estructura fundamental del ser-en-el-mundo, no de manera aislada, sino intrínsecamente relacionada con el mundo y con los demás. El sorge tiene, por un lado, la connotación del cuidado por las cosas del mundo (besorgen) y, por otro lado, la del cuidado más profundo y existencial hacia su propio ser y hacia el de los otros (fürsorge). Esto implica que nuestra relación con el mundo no es meramente instrumental, sino que está cargada de significado existencial. Además de un reconocimiento de nuestra finitud; es un reconocimiento de nuestra responsabilidad hacia lo que nos rodea y hacia nosotros mismos. Nos llama a relacionarnos con el mundo desde una actitud de respeto, cuidado y consideración, en lugar de explotación y dominio.

6 Serres, Michel. El contrato natural. Pretextos, 1991.

7 Latour, Bruno. Cara a cara con el planeta: Una nueva mirada sobre el cambio climático. Siglo XXI Editores, 2019.

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Imagen BBC
“Es mucho peor que cruzar el Darién”: las peligrosas rutas marítimas desde Panamá a Colombia que usan los migrantes venezolanos
9 minutos de lectura

Cientos de venezolanos regresan a su país tras desistir de llegar a EU. El trayecto más difícil y más costoso en su camino es el que hay entre Panamá y Colombia.

06 de marzo, 2025
Por: BBC News Mundo
0

“Si pudiera devolver el tiempo, jamás pasaría por eso”, dice Carlos*, un migrante venezolano, refiriéndose a la ruta que hizo en lancha desde Panamá hasta Colombia.

Él es uno de los cientos de migrantes que decidieron regresar a su país a raíz de que Donald Trump eliminara las opciones que tenían para cruzar la frontera de Estados Unidos legalmente como solicitantes de asilo.

La lancha en la que iba este lunes con su esposa y sus hijos de 8 y 12 años desde Puerto Obaldía, Panamá, hasta Capurganá, Colombia, se quedó varada en mar abierto.

“Le entró agua al motor y quedamos flotando a mar abierto”, relata Carlos para BBC Mundo. “Llamaron a un lanchero para que nos fuera a rescatar, pero cuando llegó, chocó con nuestra lancha, se montó encima de nosotros y casi nos volteamos”.

El choque le abrió un hueco a la lancha, por el que se empezó a entrar el agua. Afortunadamente, otra embarcación los rescató y los llevó de vuelta a Puerto Obaldía.

Más tarde, y tras algunas reparaciones, Carlos y su familia volvieron a zarpar en la misma lancha y lograron llegar a Capurganá.

El trayecto entre Panamá y Colombia es el más complicado del viaje entre Norteamérica y Suramérica porque no hay carreteras que unan a los dos países.

La gran mayoría de los migrantes atravesaron de ida la peligrosa selva del Darién, una travesía en la cual murieron 84 personas en 2023 y 55 en 2024, según cifras del gobierno de Panamá.

Ahora, para evitar hacerlo de nuevo y por las fuertes restricciones que ha implementado Panamá al tránsito por el Darién, están cruzando por mar.

Para Carlos, lo que vivió en la lancha fue mucho peor que vivió hace seis meses en la selva. La define como una experiencia “traumática”.

“La lancha en mar abierto brinca más de un metro y cae como si estuvieran tirándote de golpe al piso. Sientes como si te estuvieran dando un golpe con un palo en la espalda, en las piernas”.

El choque no fue el único incidente que vivió en la ruta. En un momento, se quedaron sin combustible. Y en otro, el patrón perdió el control del volante y la lancha se ladeó tanto que Carlos quedó parcialmente sumergido en el agua.

Su prioridad cuando iba en la lancha, sin embargo, era mantener agarrados a sus hijos y distraerlos del miedo que sentían.

“Yo lo pienso ahorita y digo: ¿cómo pudimos exponer nuestras vidas así?”.

Mapa de las rutas del flujo inverso
BBC

Según el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, más de 2.200 migrantes llegaron a ese país durante febrero en su camino de regreso hacia Venezuela.

No se sabe cuántos de ellos han salido en lanchas hacia Colombia, pero estas se han convertido en el principal medio de transporte para los migrantes que regresan.

El sábado 22 de febrero una lancha que zarpó de Cartí, en la comarca indígena Guna Yala, naufragó con 21 pasajeros —19 de ellos migrantes— en medio de la noche.

El Servicio Nacional de Fronteras de Panamá confirmó que logró rescatar a 20 de ellos, pero una niña venezolana de 8 años falleció.

Según un experto consultado por BBC Mundo, la ruta que siguen las lanchas que transportan migrantes no es particularmente difícil.

Sin embargo, los vientos alisios, que son más intensos entre enero y abril, sí provocan mareas altas que pueden ser amenazantes para las lanchas abiertas, como aquellas en las que se trasladan los migrantes. No son embarcaciones diseñadas para trayectos tan largos.

A pesar de los riesgos, en TikTok y grupos de WhatsApp, cientos de migrantes venezolanos se alientan mutuamente a realizar el viaje y se felicitan cuando logran llegar al otro lado.

“Es una tranquilidad que no tiene precio llegar a Necoclí (Colombia)”, escribe uno de ellos. “Ni aunque me pagaran $5.000 (unos US$245) semanales, me quedaba un día más en México”, escribe otro.

Las rutas

Las rutas marítimas improvisadas que han usado cientos de migrantes en las últimas semanas para llegar a Colombia arrancan desde dos puntos: uno en la comarca de Guna Yala y otro en la provincia de Colón, en Panamá.

Guna Yala es una comarca indígena en el noreste del país que se extiende a lo largo de la costa Caribe desde la frontera con Colombia. Es, por ende, el lugar más cercano desde donde llegar por mar a Necoclí.

Desde que ocurrió el naufragio del 21 de febrero, sin embargo, dejaron de zarpar lanchas desde Guna Yala y se trasladó todo el transporte de migrantes a la provincia de Colón, según informan fuentes en el terreno.

Mapa Colombia y Panamá
BBC

Las autoridades indígenas de Guna Yala le dijeron a BBC Mundo que, desde antes del naufragio, habían advertido de que a su territorio estaban llegando decenas de migrantes en carros particulares, taxis y a pie para embarcarse en las lanchas.

“Lamentablemente, Gunayala no está en condiciones de recibir y atender a esos seres humanos en condiciones adecuadas, y nos sorprende que ni las Naciones Unidas ni el gobierno de Panamá hayan puesto recursos para un albergue, botes, carros o alimentación para atender estas personas”, decía un comunicado del Congreso General Gunayala.

Las embarcaciones desde Guna Yala zarpaban en Cartí y llegaban hasta Puerto Obaldía, un corregimiento muy cerca de la frontera con Colombia. Ese trayecto toma al menos 7 horas.

A pesar de que la instrucción expresa de las autoridades de Guna Yala es no navegar después de las 5:00 pm, la lancha que naufragó el 22 de febrero viajaba en medio de la noche.

Lancha con migrantes en el muelle de Puerto Cartí, Panamá
Getty Images
La embarcación en las lanchas en Puerto Cartí el 21 de febrero al parecer fue vigilada por miembros de la fuerza pública panameña.

BBC Mundo contactó con las autoridades panameñas para saber cuál ha sido su papel en el transporte de los migrantes que van de norte a sur, pero no obtuvo respuesta.

Sin embargo, fotos que tomó la agencia de noticias AFP en Puerto Cartí el 21 de febrero mostraban a miembros de la fuerza pública panameña vigilando el muelle mientras los migrantes embarcaban.

Ese mismo día y de ese mismo lugar zarpó la embarcación que naufragó.

US$300 hasta Necoclí

La otra ruta, que es por la que avanzan hacia su destino casi todos los migrantes desde que ocurrió el naufragio, arranca en Miramar, un corregimiento en la provincia de Colón.

Ahí, los migrantes abordan una primera lancha que para en Gaigirgordub, una isla en la comarca de Guna Yala, y llega hasta Puerto Obaldía. Es un viaje que toma aproximadamente unas 9 horas.

“Realmente hay que vivirlo para poder entenderlo”, le contó a BBC Mundo Rafael*, otro migrante que realizó la travesía.

“Tu vida depende depende de otra persona, a a la que no le importan tus miedos o los golpes que estás sufriendo. Ellos solo quieren llegar”.

“Había un conductor de una lancha que iba a toda mecha y tomando licor”, agregó.

Según los testimonios que recogió BBC Mundo, en Puerto Obaldía los migrantes se quedan una noche. Ahí, hay un puesto de control de las autoridades panameñas donde les revisan los documentos.

Los transportistas les dicen que la comida y el hospedaje de esa noche están incluidos en el precio que pagan, pero eso no es así, según Rafael.

“No te dan agua, ni siquiera agua dulce para que te puedas bañar”, le dijo a BBC Mundo.

Al día siguiente, otra lancha los lleva desde allí hasta Capurganá, un trayecto que toma unos 25 minutos.

En Capurganá, cambian nuevamente de lancha a otra más grande para ir hacia Necoclí o Turbo, dos municipios colombianos relativamente bien conectados desde donde los migrantes pueden continuar su camino por tierra.

Según Carlos, la lancha que lo llevó de Capurganá a Necoclí tenía capacidad para 63 personas, pero en ella iban 68.

En grupos de Whatsapp, algunos migrantes afirman que los patrones de las lanchas les habían vendido un paquete que supuestamente los llevaría hasta Necoclí pero terminaron dejándolos en Puerto Obaldía, a mitad de camino.

Migrantes venezolanos en una lancha en Puerto Carti
Getty Images
Según el gobierno panameño, son más de 2.900 los migrantes que han llegado a Panamá en el “flujo inverso” desde México.

El paso entre Panamá y Colombia es lo más caro de todo el viaje desde México hasta Venezuela.

Las lanchas cobran aproximadamente unos US$300 por persona por llevar a los migrantes desde el Caribe panameño hasta Necoclí.

A eso se suman otros US$200 que les cuesta más o menos a cada uno llegar desde Tapachula, México, hasta Panamá, un trayecto que hacen en autobús y toma más o menos cinco días.

Reunir ese dinero en México, sobre todo para las familias con niños, es muy difícil, según los testimonios que recogió BBC Mundo.

Por ende, muchos que no tienen cómo pagar el precio de las lanchas han quedado varados en albergues en la provincia del Darién.

Es el caso de Adrianyela, una migrante que logró llegar con su hija de dos años hasta Panamá con el dinero que ganó vendiendo dulces, pidiendo en la calle y limpiando vidrios en el camino.

Como no tiene la cantidad necesaria para seguir, lleva dos semanas en la Estación Temporal de Recepción de Migrantes de Lajas Blancas, de donde no tiene como salir y donde la infraestructura es muy precaria.

El presidente Mulino ha dicho en varias ocasiones que está trabajando para llegar a un acuerdo con Colombia que permita que los migrantes venezolanos que se encuentran en albergues panameños, como Adrianyela, sean trasladados en vuelos humanitarios hasta Cúcuta.

Sin embargo, por el momento no se conoce ningún acuerdo binacional para que Colombia reciba a migrantes provenientes de Panamá.

BBC Mundo consultó a Migración Colombia y a la Cancillería colombiana en qué punto se encuentra esa negociación y qué medidas se están tomando ante la llegada de migrantes de regreso, pero no recibió respuesta.

Lancha con migrantes
Getty Images
Los migrantes venezolanos han zarpado desde muelles en la provincia de Colón y la comarca Guna Yala.

A muchos de los migrantes, la alternativa que les queda es pedirles a sus familiares y amigos que les envíen dinero dinero para poder continuar su camino.

“Los familiares por nosotros hasta se endeudan con tal de vernos a nosotros bien”, decía uno de los migrantes en un grupo de Whatsapp.

“Cuando uno anda loco por irse, no le importa el costo ni de los pasajes de bus ni de las lanchas. Lo importante es llegar bien, abrazar a la familia y a los hijos”, escribía otro.

Con todo y los riesgos, subirse a una de esas lanchas es el mayor deseo de muchos migrantes en la medida en que los acercan a la posibilidad de rehacer su vida luego de meses viajando, sin poder llegar a su destino final, EE.UU.

A pesar de que la situación económica y política en Venezuela por la que decidieron migrar sigue igual, volver para muchos de los migrantes es la manera de dejar atrás meses en los que se han enfrentado a xenofobia, robos, estafas e incluso secuestros.

“Por todo lo que viví, estoy superemocionado de llegar a Venezuela”, dice Carlos.

“Los migrantes solo queremos regresar a casa y dejar atrás tantas penurias y frustraciones”, concluye Rafael.

*Los nombres fueron cambiados por petición de los migrantes.

Línea gris
BBC

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