Las cápsulas Sarco, desarrolladas por Philip Nitschke y Exit International, son una tecnología diseñada para facilitar el suicidio asistido. Con un diseño futurista y la capacidad de ser impresas en 3D, estas cápsulas permiten una muerte rápida e indolora mediante la liberación de nitrógeno, lo que provoca una pérdida de consciencia seguida de la muerte. Su capacidad para ser fabricadas de forma accesible y utilizadas sin intervención médica directa ha desatado un amplio debate ético y legal sobre su implementación.
A diferencia de otros métodos de suicidio asistido o eutanasia, que requieren la supervisión de profesionales de la salud, las cápsulas Sarco permiten que el usuario active el proceso de manera completamente autónoma. Este avance desafía los marcos legales y éticos vigentes en muchos países, donde las regulaciones sobre la eutanasia y el suicidio asistido son estrictas. En países como Suiza, Bélgica, Países Bajos y algunos estados de Estados Unidos, estas prácticas están permitidas, pero bajo condiciones que requieren la intervención de médicos para garantizar que la decisión sea informada y tomada libremente. Las cápsulas Sarco, sin embargo, diluyen estas fronteras al ofrecer un método de muerte asistida sin supervisión médica, lo que genera preocupaciones sobre su control y regulación.
Los defensores de Sarco argumentan que el dispositivo es una manifestación de la autonomía personal, al permitir a las personas poner fin a su vida sin dolor ni sufrimiento prolongado. Para ellos, la tecnología ofrece una muerte digna y humanitaria, sin necesidad de recurrir a métodos dolorosos o menos controlados. Sin embargo, se puede presentar riesgo de abusos, especialmente para personas vulnerables, como aquellas con enfermedades mentales o bajo presión social. La falta de supervisión médica podría llevar a decisiones precipitadas o mal informadas, y es de señalar la posibilidad de que el dispositivo sea utilizado sin el adecuado acompañamiento médico o psicológico.
El caso de Suiza es un ejemplo relevante en este contexto. En ese país, el suicidio asistido es legal siempre que no se realice por motivos egoístas y no requiere la intervención de un médico. Esto podría permitir el uso de las cápsulas Sarco sin violar la ley, siempre que se cumplan los controles regulatorios. No obstante, en países como los Países Bajos y Bélgica, donde tanto la eutanasia como el suicidio asistido son legales, las regulaciones exigen la intervención de profesionales de la salud, lo que probablemente impediría el uso autónomo de las cápsulas Sarco.
En Estados Unidos sólo algunos estados, como Oregón, Washington y California, permiten el suicidio asistido bajo condiciones muy específicas, que incluyen supervisión médica y un diagnóstico terminal. En estos contextos, el uso de las cápsulas Sarco podría considerarse ilegal, ya que no cumpliría con los requisitos de supervisión ni con los criterios para recibir asistencia médica en el proceso de morir. En otros países, como México o España, donde el suicidio asistido es generalmente ilegal, la comercialización o el uso de Sarco enfrentaría serias restricciones.
Otro aspecto importante del debate es la responsabilidad jurídica de quienes fabrican y distribuyen las cápsulas Sarco. En países donde el suicidio asistido es legal, los proveedores del dispositivo podrían enfrentarse a cargos por complicidad en el suicidio asistido si no se siguen protocolos estrictos para su venta y uso. En lugares donde es ilegal, facilitar el acceso a las cápsulas podría llevar a cargos más graves, como homicidio o asistencia al suicidio, lo que complica aún más el panorama legal en torno a su uso.
Además, las cápsulas Sarco abren interrogantes éticas relacionadas con la autonomía del usuario. Aunque están diseñadas para ser activadas de manera autónoma, muchas personas en situaciones de sufrimiento físico o mental podrían no estar en condiciones de tomar una decisión libre de influencias externas. La responsabilidad moral y legal recae no sólo en el individuo, sino también en los fabricantes, quienes deben garantizar que el dispositivo no sea utilizado de manera indebida o bajo presión.
Desde una perspectiva bioética, la vida humana es inviolable y debe ser protegida, incluso en situaciones de sufrimiento extremo. Su valor intrínseco no puede relativizarse en función del sufrimiento subjetivo. No obstante, también existe el argumento de que la dignidad humana abarca el derecho a decidir sobre la propia muerte, especialmente frente a un sufrimiento prolongado e insoportable. En este sentido, permitir que las personas tomen esa decisión se ve como una extensión natural de su autonomía personal.
Pero la autonomía no es un principio absoluto y debe equilibrarse con la responsabilidad del Estado de proteger a los ciudadanos, especialmente a los más vulnerables. El acceso sencillo y autónomo a la muerte asistida mediante Sarco invita a advertir que esto podría resultar en decisiones apresuradas por parte de personas que están bajo presión social o que sufren enfermedades mentales no diagnosticadas. En estos casos, el papel del Estado es garantizar que las decisiones sobre el fin de la vida se tomen de manera libre, informada y sin coacción externa.
Por último, el acceso a las cápsulas Sarco plantea preocupaciones sobre la equidad social. Aunque el dispositivo puede ser impreso en 3D, su uso sigue requiriendo tecnología avanzada, insumos como el nitrógeno y asesoramiento especializado, lo que podría restringir su acceso a quienes tienen mayores recursos económicos. En regiones donde los cuidados paliativos son limitados, las cápsulas Sarco podrían verse como una opción de último recurso, no por elección libre, sino por la falta de alternativas. Esto plantea un dilema ético sobre si las decisiones de utilizar Sarco realmente reflejan el deseo de la persona o están condicionadas por las circunstancias sociales y económicas que enfrentan.
Las cápsulas Sarco representan una peligrosa simplificación de uno de los dilemas más profundos de la bioética: la tensión entre la autonomía personal y la inviolabilidad de la vida. Desde una postura basada en la dignidad humana, debemos recordar que el respeto a la vida física es un principio inalienable. Permitir que la vida se vea reducida a una decisión facilitada por la tecnología no sólo ignora el valor intrínseco de la persona, sino que abre la puerta a un peligroso pragmatismo en el que aquellos que sufren, cuestan o estorban, simplemente desaparecen. Las cápsulas Sarco ofrecen una salida fácil, una solución económica para el que ya no quiere vivir o para quien se percibe como una carga. Pero esto no es más que una renuncia a la verdadera responsabilidad que tenemos como sociedad: proteger a los más vulnerables. El respeto a la vida no puede ceder ante una visión utilitaria y mucho menos en nombre de una autonomía mal entendida. Frente a estas tecnologías, es fundamental un marco regulatorio que priorice el acompañamiento y la dignidad, asegurando que el sufrimiento sea atendido con alternativas más humanas, como los cuidados paliativos, y no con herramientas que simplifican y banalizan la decisión de poner fin a la vida.
*Juan Manuel Palomares Cantero es abogado, maestro y doctor en Bioética por la Universidad Anáhuac, México. Fue director de Capital Humano, director y coordinador general en la Facultad de Bioética. Actualmente se desempeña como investigador en la Dirección Académica de Formación Integral de la misma Universidad. Es miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética y de la Federación Latinoamericana y del Caribe de Instituciones de Bioética.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica, es bienvenido.
Con la subida de la temperatura global en el planeta, el gráfico que refleja la evolución del frío al calor tendrá el rojo más oscuro hasta la fecha.
Aunque parezca simple, este diseño de rayas de colores que ves arriba revolucionó la forma en que visualizamos y comunicamos el cambio climático.
Es un modelo en el que las rayas oscilan de tonos azules a tonos más rojos para ilustrar cómo el planeta se ha calentado a medida que los humanos han emitido más gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Durante un tiempo parecía que las llamadas “rayas del calentamiento” estaban en todos lados.
La imagen fue adoptada por activistas alrededor del mundo e incluso sirvió como portada para el libro The Climate Book, de Greta Thunberg, así como para ilustrar las portadas de ediciones impresas de varios medios internacionales.
A pesar de que el gráfico logró extender la conciencia social acerca del cambio climático, la temperatura global ha seguido aumentando.
Y a principios de 2024, las franjas climáticas se tuvieron que actualizar con un color adicional en ambos extremos: un azul más oscuro y un rojo más oscuro.
La razón fue que en 2023 hizo tanto calor que el equipo detrás de las rayas decidió cambiar la escala.
Y esta situación continúa.
Los expertos han confirmado que 2024 rompió récords y fue el año más caliente registrado a nivel mundial.
Esto significa que el gráfico tendrá el rojo aún más oscuro en la escala actualizada.
En 2017, Ellie Highwood, entonces profesora de física climática en la Universidad de Reading, Reino Unido, publicó una fotografía en Twitter (ahora X) de una “manta del calentamiento global” que había tejido a ganchillo como regalo para un bebé.
Highwood usó datos sobre el cambio promedio de la temperatura global anual para determinar el patrón de colores.
No tenía idea de que una versión gráfica creada posteriormente por un colega se convertiría en un símbolo reconocido del cambio climático.
A diferencia de las visualizaciones de datos tradicionales, la cobija sólo presentaba colores y se parecía más a un código de barras que a un gráfico normal con título, texto, números, etc.
“Algunas personas se desconectan apenas ven un gráfico, ¿verdad?”, dice Highwood.
En su blog, compartió instrucciones para que otros pudieran replicar la manta usando hilo u otros materiales.
“La versión artesanal hace algo diferente. Si estás reproduciendo físicamente el patrón, estás internalizando los datos y hay más posibilidades de que sientas que es real”.
Cuando Ed Hawkins, científico climático y profesor de la misma universidad, vio la cobija y las reacciones positivas de la gente en la red social, pensó que sería una buena manera de visualizar los datos del cambio climático digitalmente.
Redujo la gama de colores a tonos azules y rojos, generalmente asociados en los mapas meteorológicos con la temperatura, y compartió el gráfico con el público.
Años después, la imagen se hizo viral.
Parte del éxito de las franjas está en su simplicidad, lo llamativo que son sus colores y lo fácil que es sacar una conclusión al verlas: la temperatura está aumentando conforme pasa el tiempo.
Para Amanda Makulec, directora ejecutiva de la Sociedad de Visualización de Datos (DVS en inglés), lo que hace especiales a estas rayas es que han cobrado vida propia; cualquiera puede tejer, imprimir o reproducir el patrón de formas creativas, lo que ayuda a conectar con el mensaje.
“Puede hacer que los datos parezcan menos técnicos y nos permite mirar el panorama general y reflexionar”, expone Makulec.
Sin embargo, indica Hawkins, el gráfico también ha enfrentado algunas reacciones negativas, principalmente dentro de la comunidad científica, por ser demasiado sencillo.
“Ciertamente he recibido críticas porque no se pueden ver los detalles, los números. Creo que eso es justo”, admite el profesor de la Universidad de Reading.
“No hay una manera única de presentar esto de una forma que sea fácilmente comprensible y que brinde a todos todo lo que desean de un gráfico. Es sólo un recurso entre una amplia gama al que podemos recurrir para hablar con diferentes audiencias sobre el mismo tema”.
En cualquier caso, este estilo de comunicar datos se hizo tan popular que otras personas reinventaron las franjas climáticas para ayudar a ilustrar otras crisis que enfrenta el planeta, como las “franjas de la calidad del aire” con tonos de celeste a negro o las “franjas de la biodiversidad”, que van de verde a gris.
A Miles Richardson, quien dirige el grupo de investigación sobre conectividad con la naturaleza en la Universidad de Derby, en Reino Unido, le preocupaba que la pérdida de biodiversidad reciba menos cobertura que otros problemas globales.
Richardson conocía bien las franjas climáticas y pensó que sería efectivo crear una versión para la biodiversidad ya que nadie las había hecho.
“Hay una batalla por la atención todos los días, especialmente si vives en un entorno urbano. Pero el formato de rayas parece abrirse paso y captar la atención de la gente”, afirma.
Las rayas climáticas se han usado en todo tipo de eventos y por todo tipo de personas, desde políticos y deportistas hasta modelos de pasarela.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, las usó como mascarilla durante el debate final cuando era candidato en las elecciones de 2021.
También fueron exhibidas en obras de infraestructura pública y en medios de transporte en Europa.
Y han decorado edificios en Nueva York e incluso monumentos naturales como los Acantilados Blancos de Dover en Inglaterra.
Hace dos años, las mostraron en pantalla en un festival de música de tres días en la Ciudad de México.
Cycling 4 Climate, una fundación que ha organizado eventos de ciclismo en seis países en Europa para concienciar sobre el cambio climático, eligió el patrón de rayas como su uniforme por el fuerte mensaje que transmite.
“Con frecuencia me preguntan sobre la camiseta porque a la gente le gusta el diseño. Eso da pie a iniciar una conversación sobre el tema, y las personas siempre se sorprenden cuando entienden lo que representan las rayas”, le dice a la BBC Joost Brinkman, cofundador de Cycling 4 Climate afincado en los Países Bajos.
A finales del año pasado un equipo de científicos, activistas ambientales y aventureros imprimieron las rayas en el velero en el que emprendieron un viaje de unos 15.810 km desde Noruega hasta Alaska.
Atravesaron el pasaje del noroeste del Ártico con el fin de hacer un llamado de atención a la velocidad en que se está derritiendo el hielo de la zona.
Y es que esta vía marítima entre los océanos Atlántico y Pacífico, que alguna vez fue imposible de cruzar, se está volviendo más accesible a medida que el hielo marino del Ártico desaparece, acelerado por el calentamiento del planeta.
Las franjas climáticas no son en sí mismas la solución al calentamiento global, pero tal vez representen un primer paso para reconocer el problema.
“El cambio climático ha sido un desafío muy político, y si las rayas han abierto puertas para iniciar esas conversaciones, no puedo pensar en un mejor impacto”, concluye Amanda Makulec.
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