La bioética es una disciplina híbrida que tiene en el diálogo deliberativo y creativo una conditio sine qua non de su existencia y su pervivencia. Como nueva frontera de conocimiento busca constituirse como un campo de reflexión en el que se rechaza cualquier tipo de jerarquización o defensa de actitudes morales concretas, es decir, la bioética se aleja de la biomoral, 1 porque su finalidad no es la de buscar, crear ni ofrecer respuestas absolutas o definitivas, sino que pretende ser un espacio abierto para la reflexión fundamentada, crítica y argumentada, con vistas al análisis, comprensión y reflexión centrada en la singularidad de las situaciones concretas. Esto es sumamente valioso al llegar al final del primer cuarto del siglo XXI, porque la bioética, desde sus orígenes hasta hoy, es una disciplina que posibilita que los seres humanos busquen, generen y ofrezcan orientaciones prácticas para decidir sabia y prudentemente, en medio de condiciones de falta de certidumbre. Los seres humanos, nunca como ahora, han de decidir en condiciones de incertidumbre y la bioética, entendida como el arte de cuidar la vida, se presenta como una de las opciones que, con base en la probabilidad, los puede ayudar a vivir, a convivir y a pervivir.
Muy probablemente la bioética que se requiere aquí y ahora no es aquella que, sobre la base de principios eternos y predeterminados, ofrece -y frecuentemente impone- respuestas prefabricadas sobre lo que se debe hacer o evitar, sino aquella que funcione más como indicación, como orientación; es decir, como un faro que proponga la responsabilidad como criterio de actuación y no como una receta única y universal. El que esta disciplina adopte el papel de faro que guía en medio de la oscuridad no significa que quienes acuden a ella en busca de respuestas y soluciones van a evitar trabajar con esfuerzo o van a librarse de la incertidumbre, de las dudas o de la indecisión. La razón de esto estriba en que, en un mundo globalizado, donde constantemente surgen situaciones nuevas, se requiere una bioética que sea la luz al final del camino, la luz que orienta, pero no la receta que se aplica, incluso, mecánicamente sin tener en cuenta las circunstancias específicas de cada escenario concreto.
La fundamentación propia de la bioética es, específicamente, multidisciplinar y su esencia radica en el diálogo entre diferentes disciplinas, que se ven congregadas por los desafíos y retos que suponen los avances vertiginosos de la biotecnociencia. Por eso, para que la bioética pueda expresarse es necesario que se nutra de pluralismo, racionalidad, autonomía y criticidad. Muy probablemente, de acuerdo con lo expresado hasta aquí, el método ideal de esta disciplina sea el de la prudencia, que es preferible denominar sabiduría práctica, vinculada íntimamente con la responsabilidad. Estos dos conceptos son las condiciones indispensables de la razón práctica. Por eso es factible aseverar que la bioética es deliberativa o no es, porque es la deliberación la que la fundamenta y también es una característica indispensable de su método de acción.
Así, no pasa inadvertido ni desapercibido el hecho de que la deliberación bioética está presente, con brío impetuoso, en la esfera hospitalaria, en el ámbito de las investigaciones científicas, tanto con seres humanos como con animales no humanos, en el dominio de la integridad científica y en la defensa y custodia del planeta Tierra, sin dejar de lado el entorno específico de cada una de las demás éticas aplicadas.
La ética es el reino de la inteligencia que busca la felicidad y ésta es ilimitada, porque se trata de “aquel modo de ser-en-el-mundo que nadie querría perder”. 2 El derecho es el reino de la inteligencia que busca la justicia, que es dar a cada uno lo suyo, porque está en poder de otra persona o porque puede ser atacado y dañado por ella. Desde esta perspectiva, la felicidad es siempre de máximos y el derecho siempre es de mínimos. El hecho de hermanar ambos conceptos es comprensible, pues se trata, en general, de dos sistemas normativos, pero el problema es que se confunden, se mezclan, se superponen; incluso, hay quienes hablan de juridificar la ética, que equivale a juridificar la búsqueda de la felicidad.
Llevadas estas consideraciones al ámbito de la bioética, conviene tener presente que ésta es una disciplina híbrida, que consiste en el diálogo creativo y multidisciplinar, entre las ciencias de la vida y los valores humanos. La finalidad es crear o encontrar soluciones a los problemas que surgen entre estos ámbitos. Se trata de un diálogo en situaciones de conflicto. La solución podría venir desde una perspectiva unidisciplinaria, por ejemplo, desde el derecho, la medicina o la sociología; la bioética crea y, si es posible, ofrece soluciones multidisciplinarias, porque convoca a unirse en la deliberación a las diferentes áreas de conocimiento implicadas en la problemática, siendo las más importantes las biociencias -y sus tecnologías-, la filosofía -principalmente la filosofía moral- y el derecho. Desde cada una de estas áreas se pueden ofrecer soluciones científicas, filosóficas y legales. De la inter, multi y transdisciplinariedad brotan las respuestas y soluciones bioéticas, fruto de “especialistas en ciencias fundamentales, investigadores clínicos, médicos, enfermeros, farmacéuticos, especialistas en bioética, clérigos, abogados especializados en salud, científicos conductuales, trabajadores sociales, abogados de los pacientes, administradores, personas no versadas en la materia y funcionarios públicos”.
Un ejemplo que puede ilustrar la necesidad de diferenciar entre la ética y el derecho, para que confluyan en el diálogo bioético, es el de la obesidad. Desde el derecho mexicano, la Ley General de Salud asevera en el Artículo 3º, fracción XII, que “es materia de salubridad general: La prevención, orientación, control y vigilancia en materia de nutrición, sobrepeso, obesidad y otros trastornos de la conducta alimentaria […]”. ¿Puede una ley prevenir la obesidad? Desde luego que deben establecerse legalmente las medidas de protección general para lograr una vida saludable, pero no se puede obligar a nadie a estar sano o a tener un peso corporal específico. Desde una perspectiva bioética, necesariamente multidisciplinar, se trata de invitar a las personas con obesidad a tomar conciencia de las condiciones que influyen en su situación de vivir con obesidad, porque, a partir de la evidencia actualmente disponible, existen múltiples factores que influyen en este fenómeno, como los genéticos, ambientales, médicos, conductuales, fisiológicos, psicológicos, sociales, espirituales o los económicos. Por eso, una persona sana, con un mínimo de competencia ética, es la mejor calificada para definir el concepto de vida digna que quiere adoptar. Si se adolece de competencia ética o no se cuenta con la información relevante, se podría convocar a entidades importantes como familiares, amigos, expertos y a quienes, desde su propia ética o competencia profesional, colaboran en la definición de la situación y en la elaboración y sustentación de las decisiones personales.
El derecho es el reino de la racionalidad que busca la justicia y su límite son las condiciones mínimas para lograr la convivencia pacífica de los seres humanos. El derecho no equivale a la ética, sino que es posterior e indispensable. Lo ejemplifico. Vivir una vida sin violencia se ha convertido en uno de los derechos humanos más importantes para las mujeres. El debate y el reconocimiento de la violencia familiar permitieron establecer un debate internacional que, además, vinculó al movimiento feminista internacional de los últimos veinticinco años. Ejemplo de ello son las iniciativas de ley para combatir la violencia familiar. Prácticamente, en todos los congresos y parlamentos de la región se ha legislado en esta materia. Además, la presencia de representantes del movimiento feminista en los congresos ha sido fundamental para impulsar dichas iniciativas.
En México, por ejemplo, el 30 de diciembre de 1997 se publicó, en el Diario Oficial de la Federación, la Ley de Violencia Familiar. En otros países, este debate se ganó en años anteriores: en 1989 se aprobó en Puerto Rico la Ley para la Prevención e Intervención con la Violencia Doméstica; en 1994 en Argentina y en Chile, la Ley sobre Violencia Intrafamiliar; en 1991 en Trinidad y Tobago; en 1992 en Belice y Barbados; en 1993 en Perú; en 1995 en Ecuador y en 1996 en Bolivia. Este tema, quizá, es el que más legitimación política ha tenido y los Estados han hecho un esfuerzo -no sin prejuicios, trabas o limitaciones- para considerar la violencia familiar como un delito. Sin embargo, todavía existen visiones parciales y limitadas para considerar los derechos de las mujeres como derechos humanos.
Desde estas consideraciones, queda claro que el derecho es necesario en las sociedades, aunque no es sinónimo de ética, porque se legisla para garantizar la justicia, y legisla quien está facultado: en México, por la Constitución, concretamente, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, Artículo 1º, que afirma que “Esta ley fue hecha para que el gobierno federal, los gobiernos de los estados y todas las autoridades del país trabajen juntos para proteger los derechos de las mujeres que son víctimas de violencia”. Dicho de otra manera, los derechos humanos son los mínimos indispensables que hacen factible que una persona elija y desarrolle una buena vida y una vida buena o, en otras palabras, una vida felicitante, floreciente y corresponsable. Dado que para muchos seres humanos es algo común ejercer violencia contra las mujeres y no alcanzar a dimensionar lo inhumano de ese comportamiento, el Estado debe intervenir para que sea posible visibilizar, identificar, clasificar y sancionar las violencias que viven las niñas y las mujeres. Primero se descubrió que era un derecho de las niñas y de las mujeres tener una vida libre de violencia; posteriormente, incluso después de episodios de sufrimiento y muerte, se legisló sobre el tema.
Felicidad y justicia, ética y derecho, Sociedad y Estado, conciencia y fuerza son los binomios que corresponden a dos realidades simbióticas, pero diferentes. El lenguaje de la Sociedad es la ética; el del Estado es el derecho. No es conveniente fundir, confundir ni suplantar un término con otro. No conviene juridificar la ética, porque las comunidades se edifican y destruyen, no al interior de las asambleas legislativas, sino de las familias y de las escuelas, que requieren mucha mayor atención.
* Eduardo Farías Trujillo es licenciado en Filosofía por la Universidad Vasco de Quiroga; maestro en Teología y Ciencias Patrísticas por la Universidad Lateranense de Roma, en Ética y Bioética Aplicada por la Universidad Autónoma de Querétaro, y en Bioética por la Universidad de Clarkson de Nueva York, así como doctor en Bioética por la UNAM.
Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.
1 Arellano Rodríguez, J. S. y E. Farías Trujillo. Bioética sin biomoral. Secretaría de Salud/Comisión Nacional de Bioética/Universidad Autónoma de Querétaro, 2023.
2 Marina, J. A. Ética para náufragos. Anagrama, 2018.
Los dos estadounidenses, quienes permanecieron casi nueve meses en la Estación Espacial Internacional, serán sometidos a una serie de exámenes que permitirán ampliar el conocimiento sobre los efectos para hombre de permanecer largas estancias fuera del planeta.
Los astronautas Suni Williams y Butch Wilmore nunca se imaginaron que permanecerían nueve meses en órbita.
Su viaje a la Estación Espacial Internacional (EEI) a bordo de la nave espacial Boeing Starliner estaba programado para durar solo ocho días en junio de 2024. Pero por problemas técnicos, los cuales a obligaron a la nave a regresar a la Tierra sin ellos, su estancia en el espacio se prolongó.
Ahora que finalmente regresaron, la pareja tendrá que aclimatarse a la fuerza de la gravedad de nuestro planeta tras tanto tiempo lejos de casa.
Para ninguno de los dos los rigores de los viajes espaciales es algo nuevo. Ambos son astronautas experimentados.
Pero es probable que cualquier tiempo prolongado en el extraño entorno haya afectado sus cuerpos. Para comprender cómo, debemos observar a quienes han permanecido aún más tiempo en el espacio.
El vuelo espacial más largo realizado por un estadounidense hasta la fecha fue el del astronauta de la NASA Frank Rubio, quien pasó 371 días viviendo a bordo del conjunto de módulos y paneles solares del tamaño de un campo de fútbol americano que componen la EEI.
Su tiempo en órbita, que superó el récord anterior de 355 días consecutivos, se prolongó en marzo de 2023 después de que la nave espacial en la que él y sus compañeros debían regresar a casa sufriera una fuga de refrigerante.
Finalmente volvió en octubre de 2023. Los meses adicionales en el espacio le permitieron a Rubio completar un total de 5.963 órbitas alrededor de la Tierra, recorriendo 253,3 millones de kilómetros.
Aun así, le faltaron unos dos meses para alcanzar el récord del vuelo espacial más largo jamás realizado por un ser humano que ostenta el cosmonauta ruso, Valeri Polyakov, quien pasó 437 días a bordo de la Estación Espacial Mir a mediados de la década de 1990.
Y en septiembre de 2024, dos cosmonautas rusos, Oleg Kononenko y Nikolai Chub, batieron el récord de la estancia más larga en la EEI tras pasar 374 días en órbita. La pareja partió de la estación en la nave espacial Soyuz MS-25 junto con el astronauta estadounidense Tracy Dyson, quien pasó seis meses a bordo.
Con una gran sonrisa, Kononenko hizo un gesto de aprobación con los pulgares al recibir ayuda para salir de la cápsula de reentrada, tras impactar contra la Tierra en medio de una nube de polvo cerca de la remota ciudad de Jezkazgan, en la estepa kazaja.
Ahora también ostenta el récord de mayor tiempo acumulado en el espacio: un total de 1.111 días en órbita.
Kononenko y Chub recorrieron más de 254 millones de kilómetros durante sus 5.984 vueltas a la Tierra en su última misión en la EEI. Sin embargo, pasar tanto tiempo en el entorno de baja gravedad de la estación espacial les afectó gravemente, por lo que los equipos de rescate tuvieron que sacarlos de la cápsula.
El prolongado viaje de Rubio al espacio proporcionó valiosas perspectivas sobre cómo los humanos pueden afrontar los vuelos espaciales de larga duración y cómo contrarrestar mejor los problemas que pueden presentar.
Rubio es el primer astronauta en participar en un estudio que examina cómo el ejercicio con equipo de gimnasio limitado puede afectar al cuerpo humano.
Si bien los resultados aún no se han publicado, esta información será vital a medida que la humanidad se propone enviar misiones para explorar las profundidades del Sistema Solar. Por ejemplo, se espera que un viaje de regreso de Marte dure alrededor de 1.100 días (poco más de tres años) según los planes actuales.
La nave espacial en la que viajarán será mucho más pequeña que la EEI, lo que significa que se necesitarán dispositivos de ejercicio más pequeños y ligeros.
Pero dejando de lado los problemas para mantenerse en forma, ¿qué efectos tiene el vuelo espacial en el cuerpo humano?
Sin la constante presión de la gravedad sobre nuestras extremidades, la masa muscular y ósea comienza a disminuir rápidamente en el espacio.
Los más afectados son los músculos que ayudan a mantener la postura en la espalda, el cuello, las pantorrillas y los cuádriceps, pues en microgravedad, ya no tienen que esforzarse tanto y comienzan a atrofiarse.
Tras solo dos semanas, la masa muscular puede disminuir hasta un 20% y, en misiones más largas, de tres a seis meses, un 30%.
De igual manera, dado que los astronautas no someten sus esqueletos a tanta tensión mecánica como cuando están sujetos a la gravedad terrestre, sus huesos también comienzan a desmineralizarse y a perder fuerza.
Los astronautas pueden perder entre un 1% y un 2% de su masa ósea cada mes que pasan en el espacio y hasta un 10% en un período de seis meses (en la Tierra, los hombres y mujeres mayores pierden masa ósea a un ritmo del 0,5% al 1% anual).
Esto puede aumentar el riesgo de sufrir fracturas y alarga el tiempo de recuperación, pues la masa ósea puede tardar hasta cuatro años en recuperarse tras regresar a la Tierra.
Para combatir esto, los astronautas realizan 2,5 horas diarias de ejercicio y entrenamiento intenso mientras están en órbita. Esto incluye una serie de sentadillas, peso muerto y remos con un dispositivo de resistencia instalado en el gimnasio de la EEI, además de sesiones regulares de trote y de bicicleta estática.
También toman suplementos dietéticos para mantener sus huesos lo más sanos posible.
Sin embargo, un estudio reciente destacó que incluso este régimen de ejercicios no fue suficiente para prevenir la pérdida muscular. Y, por ello, se recomendó evaluar si cargas más altas de ejercicios de resistencia y un entrenamiento de alta intensidad a intervalos podrían ayudar a contrarrestar esto.
La falta de gravedad ejerce presión sobre el cuerpo humano, lo que significa que los astronautas experimentan un ligero crecimiento durante su estancia en la EEI, pues su columna vertebral se alarga.
Esto puede provocar problemas como dolor de espalda y hernias discales al regresar a la Tierra.
Durante una sesión informativa a bordo de la EEI antes de su regreso a la Tierra, Rubio comentó que su columna vertebral estaba creciendo y que esto podría ayudarle a evitar una lesión de cuello común que los astronautas pueden sufrir cuando su nave espacial impacta contra el suelo.
“Creo que mi columna se ha extendido lo suficiente como para que esté encajado en mi asiento, así que no debería moverme mucho”, dijo.
Aunque el peso significa muy poco en órbita (el entorno de microgravedad permite que cualquier cosa que no esté atada pueda flotar libremente en la EEI, incluidos los cuerpos humanos), mantener un peso saludable es un desafío en órbita.
Si bien la NASA intenta garantizar que sus astronautas consuman una variedad de alimentos nutritivos, incluyendo algunas hojas de ensalada cultivadas a bordo de la estación, esto puede afectar el cuerpo de un astronauta.
Scott Kelly, astronauta de la NASA que participó en el estudio más extenso sobre los efectos de los vuelos espaciales de larga duración tras permanecer 340 días a bordo de la EEI mientras su hermano gemelo permanecía en la Tierra, perdió 7% de su masa corporal durante su estancia en órbita.
En la Tierra, la gravedad ayuda a impulsar la sangre hacia abajo mientras el corazón la bombea de nuevo hacia arriba. Sin embargo, en el espacio, este proceso se altera (aunque el cuerpo se adapta en cierta medida) y la sangre puede acumularse en la cabeza más de lo normal.
Es posible que parte del líquido se acumule en la parte posterior del ojo y alrededor del nervio óptico, lo que puede provocar un edema. Esto puede provocar cambios en la visión, como disminución de la agudeza visual y cambios estructurales en el propio ojo.
Los cambios pueden comenzar a ocurrir tan solo a dos semanas de estar en el espacio, pero a medida que transcurre ese tiempo, el riesgo aumenta. Algunos cambios en la visión se revierten aproximadamente al año del regreso a la Tierra, pero otros pueden ser permanentes.
La exposición a los rayos cósmicos y a las partículas solares también puede provocar otros problemas oculares. La atmósfera terrestre nos protege de estos problemas, pero en la órbita, esta protección desaparece.
Si bien las naves espaciales pueden llevar blindaje para evitar el exceso de radiación, los astronautas a bordo de la EEI han reportado haber visto destellos de luz en sus ojos cuando los rayos cósmicos y las partículas solares impactan en su retina y nervios ópticos.
Tras su larga estancia en la EEI, se descubrió que el rendimiento cognitivo de Kelly cambió poco y se mantuvo relativamente igual al de su hermano en la Tierra.
Sin embargo, los investigadores observaron que la velocidad y la precisión del rendimiento cognitivo de Kelly disminuyeron durante unos seis meses después de su aterrizaje, posiblemente a medida que su cerebro se reajustaba a la gravedad terrestre.
Un estudio sobre un cosmonauta ruso que pasó 169 días en la EEI en 2014 también reveló que algunos cambios en el cerebro parecen ocurrir durante la órbita.
Se encontraron cambios en los niveles de conectividad neuronal en partes del cerebro relacionadas con la función motora (es decir, el movimiento) y también en la corteza vestibular, que desempeña un papel importante en la orientación, el equilibrio y la percepción del propio movimiento.
Lo anterior no debería sorprender dada la peculiar naturaleza de la ingravidez en el espacio; los astronautas a menudo tienen que aprender a moverse eficientemente sin gravedad para anclarse a nada y adaptarse a un mundo donde no hay arriba ni abajo.
Un estudio más reciente ha suscitado preocupación. Las cavidades cerebrales conocidas como ventrículo lateral derecho y tercer ventrículo (responsables de almacenar líquido cefalorraquídeo que proporciona nutrientes al cerebro y elimina desechos) pueden hincharse y tardar hasta tres años en recuperar su tamaño normal.
Las investigaciones recientes demuestran que una clave importante para la buena salud reside en la composición y diversidad de los microorganismos que habitan en nuestro cuerpo. Esta microbiota puede influir en la digestión, afectar los niveles de inflamación e incluso alterar el funcionamiento del cerebro.
Los científicos que examinaron a Kelly tras su viaje a la EEI descubrieron que las bacterias y hongos que habitaban en su intestino se habían alterado profundamente.
Esto quizás no sea del todo sorprendente, dada la gran diferencia en su alimentación y el cambio en las personas con las que compartía sus días (obtenemos una cantidad alarmante de microorganismos intestinales y orales de las personas con las que convivimos).
Sin embargo, la exposición a la radiación y el uso de agua reciclada, junto con los cambios en su actividad física, también podrían haber influido.
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Aunque ya son cinco los astronautas de la NASA que han pasado más de 300 días en órbita, debemos agradecer a Kelly por la información sobre el estado de su piel tras su estancia. Se detectó una mayor sensibilidad en su piel y una erupción cutánea durante unos seis días tras su regreso.
Los investigadores especularon que la falta de estimulación cutánea durante la misión podría haber contribuido a su problema.
Uno de los hallazgos más significativos del prolongado viaje espacial de Kelly fueron los efectos a su ADN.
Al final de cada cadena de ADN están estructuras conocidas como telómeros, que se cree ayudan a proteger a nuestros genes. A medida que envejecemos, estos se acortan, pero las investigaciones sobre Kelly y otros astronautas han revelado que los viajes espaciales parecen alterar la longitud de los telómeros.
“Lo más sorprendente fue el hallazgo de telómeros significativamente más largos durante el vuelo espacial”, afirma Susan Bailey, profesora de Salud Ambiental y Radiológica en la Universidad Estatal de Colorado, quien formó parte del equipo que estudió a Kelly y a su hermano.
Bailey ha realizado estudios separados con otros 10 astronautas no emparentados que participaron en misiones más cortas.
“También fue inesperado que la longitud de los telómeros se acortó rápidamente al regresar a la Tierra para todos los miembros de la tripulación. De particular relevancia para la salud a largo plazo y el envejecimiento, los astronautas en general tenían muchos más telómeros cortos después del vuelo espacial que antes”, indicó.
Aún se está descifrando la razón exacta por la que esto sucede, afirmó. “Tenemos algunas pistas, pero la presencia de tripulantes adicionales de larga duración, como Rubio, quien pasó un año en el espacio, será fundamental para caracterizar y comprender esta respuesta y sus posibles consecuencias para la salud”.
Una posible causa podría ser la exposición a la compleja mezcla de radiación durante el espacio. Los astronautas que experimentan exposición prolongada en órbita muestran signos de daño en el ADN, añadió.
También se observaron en Kelly algunos cambios en la expresión génica (el mecanismo que interpreta el ADN para producir proteínas en las células) que podrían estar relacionados con su viaje espacial.
Algunos de estos cambios se relacionaban con la respuesta del cuerpo al daño en el ADN, la formación ósea y la respuesta del sistema inmunitario al estrés. Sin embargo, la mayoría de estos cambios se normalizaron a los seis meses de su regreso a la Tierra.
En junio de 2024, un nuevo estudio destacó algunas posibles diferencias entre la forma en que el sistema inmunitario de los astronautas masculinos y femeninos responde a los vuelos espaciales.
¡Bolillos para todos! Esto es lo que pasa con tu cuerpo y tu cerebro cuando tiembla
Utilizando datos de muestras obtenidas de la tripulación de la misión SpaceX Inspiration 4, que pasó poco menos de tres días en órbita en el otoño de 2021, se identificaron cambios en 18 proteínas relacionadas con el sistema inmunitario, el envejecimiento y el crecimiento muscular.
Al comparar su actividad genética con la de otros 64 astronautas en misiones anteriores, el estudio detectó la expresión de tres proteínas que influyen en la inflamación, en comparación con la de antes del vuelo. Los hombres tendieron a ser más sensibles al vuelo espacial, con mayor alteración de su actividad genética y tardaron más en recuperar su estado normal tras regresar a la Tierra.
En particular, los investigadores descubrieron que la actividad genética de dos proteínas conocidas como interleucina-6, que ayuda a controlar los niveles de inflamación en el cuerpo, e interleucina-8, que se produce para guiar a las células inmunitarias a los focos de infección, se vio más afectada en los hombres que en las mujeres.
Otra proteína, el firbrinógeno, que participa en la coagulación sanguínea, también se vio más afectada en los astronautas masculinos.
Sin embargo, los investigadores afirmaron que aún necesitan descubrir por qué las mujeres parecen ser menos sensibles a estos efectos particulares de los vuelos espaciales, aunque esto podría estar relacionado con su respuesta al estrés.
Kelly recibió una serie de vacunas antes, durante y después de su viaje espacial, y se observó que su sistema inmunitario reaccionaba con normalidad.
Sin embargo, la investigación descubrió que los astronautas sufren ciertas disminuciones en el recuento de glóbulos blancos que se corresponden con las dosis de radiación que reciben en órbita.
Aún quedan muchas preguntas por responder sobre el impacto que los viajes espaciales pueden tener en una especie bípeda de cerebro grande que evolucionó para vivir en la Tierra.
A medida que los investigadores analizan las pruebas médicas, las muestras de sangre y las exploraciones de Rubio tras sus 371 días en el espacio, sin duda esperan obtener más información.
* Este artículo fue publicado originalmente en BBC Future, cuya versión en inglés puede leer aquí.
* Este artículo se publicó originalmente el 27 de septiembre de 2023. Se actualizó el 12 de junio de 2024 para incluir detalles del estudio de la misión SpaceX Inspiration 4 y el 25 de septiembre de 2024 para incluir detalles del vuelo espacial de Oleg Kononenko y Nikolai Chub en la EEI. Se actualizó el 13 de marzo de 2025 para incluir detalles sobre Suni Williams y Butch Wilmore.
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