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Vidas animales para remediar enfermedades humanas: tiempo de equilibrar la balanza
Una vida examinada: reflexiones bioéticas
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El Programa Universitario de Bioética (UNAM) desarrolla investigaciones interdisciplinarias, docencia y difusión que promuevan la... Continuar Leyendo
5 minutos de lectura

Vidas animales para remediar enfermedades humanas: tiempo de equilibrar la balanza

¿Cuántos animales pueden utilizarse en la búsqueda de soluciones para aliviar las enfermedades y los padecimientos humanos?
30 de octubre, 2024
Por: María Clara Vadela Claus y Ricardo Noguera Solano

Imagina que un ser querido ha sido diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer. Probablemente, la angustia de verlo perder sus recuerdos y capacidades te resultaría insoportable. Ahora, imagina que te ofrecen una opción: utilizar un animal para avanzar en la investigación de una posible cura. Quizá, sin dudarlo, aceptarías, pero ¿qué pasaría si en lugar de un solo animal fueran necesarios miles y miles a lo largo de varios años para lograr un pequeño avance?

Éste es uno de los dilemas éticos que enfrenta la investigación biomédica desde hace décadas en el campo de las investigaciones neurodegenerativas: ¿cuántos animales pueden utilizarse en la búsqueda de soluciones para aliviar las enfermedades y los padecimientos humanos? Con los años, la pregunta se ha vuelto cada vez más compleja, y aunque es cierto que la bioética ha intentado buscar soluciones, la discusión sobre el uso de animales todavía es una cuestión debatible con dos caras.

Por un lado, tenemos la necesidad de avanzar en la medicina para tratar y curar enfermedades que afectan a millones de personas en todo el mundo. Por otro lado, existe una responsabilidad ética de evitar daño y dolor innecesarios a los animales que, como seres sintientes, deberían ser también considerados en términos similares a los que tenemos con otros seres humanos, a quienes consideramos seres morales.

El uso de animales en la investigación científica se remonta a la Antigüedad, cuando personajes como Aristóteles, Hipócrates o Galeno realizaban experimentos con ellos para entender la anatomía y la fisiología. Con el tiempo, esta práctica se consolidó como una herramienta esencial en la medicina, permitiendo descubrimientos cruciales como la vacuna contra la viruela y los antibióticos. Actualmente la conciencia sobre los derechos de los animales ha crecido, por lo que su uso en las investigaciones se ha vuelto un tema controversial.

El principal argumento a favor de la experimentación con animales radica en su similitud biológica con el ser humano y su potencial para salvar vidas humanas. Gracias a estudios preclínicos que analizan la seguridad, eficacia y efectos biológicos de nuevos tratamientos en organismos vivos, se han desarrollado tratamientos y terapias para enfermedades como el cáncer, la diabetes y las enfermedades neurodegenerativas. Sin estos modelos, la transición de la teoría científica a la aplicación clínica sería, en extremo, lenta y menos efectiva, ya que probar fármacos directamente en humanos conlleva riesgos éticos y de seguridad.

Por ejemplo, en la investigación sobre el Alzheimer, el uso de modelos animales ha sido importante para comprender cómo se desarrollan los procesos neurodegenerativos y para probar posibles tratamientos que frenen o reviertan el deterioro cognitivo.

Aunque el dilema bioético en torno al uso de animales no es nuevo, las posiciones enfrentadas continúan siendo motivo de un debate intenso. Una de las posturas éticas que se ha utilizado para intentar resolverlo es el utilitarismo, el cual sostiene que las acciones deben ser evaluadas en función de su capacidad para maximizar el bienestar y minimizar el sufrimiento.

Entonces, si el sufrimiento de un número relativamente pequeño de animales puede conducir a curas y tratamientos que salven millones de vidas humanas, ¿podría argumentarse que el balance de la ecuación moral se inclina hacia la justificación de su uso?

Peter Singer, uno de los defensores más destacados de la corriente filosófica del utilitarismo, argumenta que no hay una justificación moral válida para dar mayor consideración a los intereses humanos por encima de las vidas animales. Desde esta perspectiva, infligir dolor a seres sintientes “en nombre del progreso” e independientemente de los beneficios potenciales, sería moralmente inaceptable, ya que el sufrimiento de los animales en los laboratorios merecería el mismo peso moral que el sufrimiento humano. Esto plantea dudas éticas en las investigaciones biomédicas en tanto que cuestiona la práctica de su uso como medio para llegar a un fin.

Además, existen preocupaciones sobre la efectividad de los modelos animales para predecir respuestas humanas, ya que muchos tratamientos exitosos en animales no han logrado replicar los mismos resultados en humanos. Aunado a esto, la creciente disponibilidad de tecnologías alternativas, como los organoides y la modelización computacional, ofrece nuevas formas de investigar sin recurrir al uso de animales, sugiriendo que es posible seguir avanzando en las investigaciones biomédicas sin causarles daño.

Es aquí cuando los Comités Internos para el Cuidado y Uso de Animales de Laboratorio (CICUALes) tienen un papel crucial en el proceso de las investigaciones, ya que trabajan bajo el principio de las 3R (reemplazo, reducción y refinamiento), lo cual garantiza que los experimentos sean vitales y necesarios, al asegurar que el uso de animales esté justificado y que se minimice su sufrimiento, o bien que se busquen alternativas para reemplazarlos.

Estos comités no sólo evalúan la justificación científica de los experimentos, también su moralidad, y aunque es cierto que han logrado avances significativos en cuanto a la protección de animales, hoy en día la ciencia y la tecnología plantean nuevos desafíos que requieren una continua reevaluación de las prácticas y normas existentes. En ese sentido, es importante que los CICUALes encuentren un equilibrio entre la necesidad de la investigación biomédica y las consideraciones éticas relacionadas con el bienestar animal.

Posturas como el utilitarismo nos llevan a reflexionar y a tomar en cuenta los intereses de todos los seres afectados por nuestras acciones, sean humanos o no. Esto crea una tensión inherente entre la necesidad de salvar vidas humanas y la obligación de respetar la vida y el bienestar de los animales, por lo que la pregunta persiste: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para encontrar curas a las enfermedades humanas?

No hay una respuesta simple, sin embargo, hasta ahora, la balanza ha estado inclinada a favor del ser humano, pero lo que queda claro es que el sufrimiento animal no puede ser ignorado en la búsqueda de soluciones médicas. Cualquier avance debe hacerse con un profundo respeto por toda forma de vida y tratando de mover la balanza hacia un punto mucho más equilibrado.

* María Clara Vadela Claus estudió Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y es tesista del Taller de Estudios Filosóficos, Históricos y Sociales sobre Biología Evolutiva, donde investiga temas relacionados con el uso de animales de laboratorio y la pertinencia de la normativa en México desde un enfoque bioético. Ricardo Noguera Solano es profesor de tiempo completo de la Facultad de Ciencias, miembro del Programa Universitario de Bioética donde coordina el Seminario Raíces evolutivas de la moralidad y actualmente también es secretario técnico del Seminario Universitario de Evolución de la UNAM.

Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad exclusiva de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM. Todo comentario, réplica o crítica es bienvenido.

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Imagen BBC
“¿Te imaginas lo que he sentido viendo a mis 6 hijos morir?”: la desnutrición infantil que devasta a Afganistán
8 minutos de lectura

La desnutrición aguda, que ha causado estragos en Afganistán durante décadas, ha alcanzado un nivel sin precedentes.

23 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
0

“Esto es como el fin del mundo para mí. Siento tanto dolor. ¿Te imaginas por lo que he pasado viendo a mis hijos morir?”, dice Amina.

Ha perdido seis hijos. Ninguno de ellos vivió más allá de los tres años y ahora otra está luchando por sobrevivir.

Bibi Hajira tiene siete meses pero es del tamaño de una recién nacida. Sufre de una severa desnutrición aguda, y ocupa la mitad de una cama en el pabellón del hospital regional en Jalalabad, en la provincia oriental de Nangarhar, Afganistán.

“Mis hijos están muriendo de pobreza. Todo lo que les puedo dar de comer es pan seco y agua que caliento poniéndola al sol”, cuenta Amina, casi gritando de angustia.

Lo que es más devastador es que su historia no es para nada la única, y que muchas más vidas podrían salvarse con un tratamiento oportuno.

Hospital
BBC/Imogen Anderson
El hospital, donde rondaba un silencio fantasmal, alojaba 18 niños en siete camas.

Bibi Hajira es una de 3,2 millones de menores que sufren de desnutrición aguda, que está causando estragos en el país. Es una condición que ha asolado Afganistán durante décadas, instigada por 40 años de guerra, pobreza extrema y una multitud de factores en estos años que el Talibán tomó control.

Pero la situación ha llegado a un abismo sin precedentes.

Demasiado débiles para moverse

Es difícil imaginar lo que 3,2 millones significan, así que las historias de apenas un pequeño cuarto de hospital pueden servir para entender este desastre en desarrollo.

Hay 18 menores en siete camas. No es un aumento temporal, es como es todos los días. No hay llantos ni balbuceos, el silencio enervante en el cuarto solo se rompe con el agudo pitido del monitor de pulso cardíaco.

La mayoría de los niños no están sedados ni tienen máscaras de oxígeno. Están despiertos pero demasiado débiles para moverse o emitir un sonido.

Sana, de tres años, que viste una túnica púrpura y se cubre la cara con su pequeñísimo brazo, comparte la cama con Bibi Hajira. Su madre murió dando a luz a su hermanita hace unos meses, así que su tía Laila cuida de ella. Laila me toca el brazo y levanta siete dedos; uno por cada hijo que ha perdido.

En la cama vecina está Ilham, de tres años, diminuto para su edad, con la piel descascarándose de sus brazos, piernas y cara. Hace tres años, su hermana murió a la edad de dos.

Es demasiado penoso el solo echarle una mirada a Asma, que tiene un año. Tiene unos hermosos ojos castaños y largas pestañas, pero están abiertos de par en par, casi sin parpadear, respirando con dificultad en una máscara de oxígeno que cubre casi toda su pequeña cara.

La bebita Asma
BBC/Imogen Anderson
El cuerpo de la bebita Asma había entrado en shock séptico. Murió poco después.

El doctor Sikandar Ghani, que la observa, sacude la cabeza. “No creo que vaya a sobrevivir”, vaticina. El cuerpito de Asma ha entrado en shock séptico.

A pesar de las circunstancias, hasta ese momento, había estoicismo en el cuarto; las enfermeras y las madres haciendo su trabajo, alimentando a los niños, consolándolos. Todo se detiene, una mirada descompuesta se fija en muchas caras.

Nasiba, la madre de Asma, está llorando. Levanta su velo y se agacha para besar a su hija.

“Siento como si la carne se me estuviera derritiendo. No puedo soportar verla sufrir así”, gime. Nasiba ya ha perdido tres hijos. “Mi esposo es un jornalero. Cuando le dan trabajo, comemos”.

El doctor Ghani nos cuenta que Asma podría sufrir un ataque cardíaco en cualquier momento. Salimos del cuarto. Menos de una hora más tarde, ha muerto.

Caída de la financiación internacional

700 niños han muerto en los últimos seis meses en este hospital, más de tres por día, nos informó el departamento de Salud Pública del Talibán en Nangarhar. Una cifra abrumadora, pero habría muchas más muertes si esta instalación no se mantuviera funcionando con el financiamiento del Banco Mundial y UNICEF.

Hasta agosto de 2021, los fondos internacionales que se entregaban directamente al gobierno anterior financiaban casi todo el cuidado de salud pública en Afganistán.

Cuando el Talibán retomó el control, el dinero dejó de entrar debido a las sanciones internacionales que les impusieron. Eso desató el colapso del sistema sanitario. Las agencias de socorro actuaron para proveer lo que se suponía que era una respuesta temporal de emergencia.

Dr Sikandar Ghani
BBC/Imogen Anderson
El doctor Ghani se pregunta cúanto más podrá Afganistán soportar la situación.

Siempre ha sido una solución insostenible y, ahora, en un mundo distraído por tantas otras cosas, los fondos para Afganistán se han encogido. De la misma manera, las políticas del gobierno del Talibán, específicamente sus restricciones contra las mujeres, significan que los donantes están renuentes de dar financiación.

“Heredamos un problema de pobreza y desnutrición, que se ha vuelto peor por los desastres naturales como las inundaciones y el cambio climático. La comunidad internacional debería incrementar la ayuda humanitaria, no deberían vincularla a los asuntos políticos e internos”, nos comentó Hamdullah Fitrat, el vocero encargado del gobierno talibán.

En los últimos tres años hemos ido a más de una decena de centros de salud en el país y hemos visto un rápido deterioro de la situación. Durante cada una de nuestras recientes visitas a hospitales, hemos visto niños muriendo.

Pero también hemos visto evidencia de que el tratamiento adecuado puede salvarlos. Bibi Hajira, que estaba en un estado frágil cuando llegó al hospital, se encuentra mucho mejor ahora y ha sido dada de alta, nos confirmó el doctor Ghani por teléfono.

“Si tuviéramos más medicamentos, instalaciones y personal, podríamos salvar a más niños. Nuestro personal está fuertemente comprometido. Trabajamos incansablemente y estamos listos a dar más”, aseguró.

“Yo también tengo hijos. Cuando un niño muere, también sufrimos. Entiendo lo que debe estar pasando en los corazones de los padres”.

Un niño tras otro

La desnutrición no es la única causa del auge en la mortalidad. Otras enfermedades prevenibles y curables también están matando a los niños.

En la unidad de cuidados intensivos, al lado del pabellón de desnutrición, Umrah, de seis meses, está luchando contra una pulmonía severa. Llora intensamente a medida que una enfermera le inyecta un suero intravenoso en el cuerpo. Nasreen, la madre de Umrah, está sentada a su lado, con lágrimas rodándole por la cara.

“Cómo quisiera morir en lugar de ella. Tengo tanto miedo”, dice. Dos días después de que visitamos el hospital, Umrah murió.

Estas son las historias de aquellos que pudieron llegar a un hospital. Innumerables otros no pueden. Sólo uno de cada cinco niños que requieren tratamiento hospitalario pueden recibirlo en el hospital de Jalalabad.

La presión sobre el centro es tan intensa que casi inmediatamente después de que Asma muriera, una pequeñita bebé de tres meses, Aaliya, fue trasladada a la mitad de la cama que Asma había dejado vacía.

Nadie en el cuarto tuvo tiempo de procesar lo que había pasado. Había otra menor seriamente enferma que había que tratar.

Umrah y su madre
BBC/Imogen Anderson
La bebé Umrah, aquí con su madre Nasreen, murió dos días después.

El hospital de Jalalabad sirve a la población de cinco provincias, que el gobierno del Talibán estima en unos cinco millones de personas. Y ahora la presión ha aumentado. La mayoría de los más de 700.000 refugiados afganos que fueron forzosamente deportados por Pakistán desde finales del año pasado permanecen en Nangarhar.

En las comunidades que rodean el hospital, encontramos evidencia de otra estadística alarmante divulgada esta año por la ONU: que 45% de los niños menores de 5 años en Afganistán tienen retraso en el crecimiento; son más pequeños de lo que deberían ser.

Mohammed, el hijo de Robina de 2 años, no puede pararse solo todavía y mide mucho menos de los que le corresponde.

Robina y Mohammed
BBC/Imogen Anderson
Robina teme que Mohammed nunca podrá ser capaz de caminar.

“El doctor me dice que si recibe tratamiento durante los próximos tres a seis meses, estará bien. Pero ni siquiera podemos comprar comida. ¿Cómo vamos a pagar el tratamiento?”, se pregunta Robina.

Ella y su familia tuvieron que irse de Pakistán el años pasado y ahora viven en un asentamiento seco y polvoriento en el área de Sheikh Misri, a poca distancia en auto de Jalalabad por enlodados caminos.

“Temo que se vuelva discapacitado y nunca sea capaz de caminar”, indica Robina.

“En Pakistán, también tuvimos una vida difícil. Pero había trabajo. Aquí mi esposo, un jornalero, escasamente consigue empleo. Lo hubiéramos podido llevar a tratamiento si todavía siguiéramos en Pakistán”.

La aldea de Sheikh Misri
BBC/Imogen Anderson
Las casas en el área de Sheikh Misri están hechas principalmente de barro y ladrillo.

UNICEF afirma que el retraso en el crecimiento puede causar severos daños físicos y cognitivos irreversibles, cuyos efectos pueden durar toda la vida y hasta afectar la siguiente generación.

“Afganistán ya está enfrentando problemas económicos. Si amplias secciones de nuestra futura generación está física o mentalmente discapacitada, ¿cómo podrá ayudarles nuestra sociedad?, cuestiona el doctor Ghani.

Mohammad puede ser salvado de sufrir daños permanentes si recibe tratamiento antes de que sea demasiado tarde.

Pero los programas comunitarios de nutrición administrados por las agencias de socorro en Afganistán han sufrido los recortes más dramáticos, muchos de ellos han recibido apenas una cuarta parte de la asistencia necesaria.

Sardar Gul con Umar y Mujib
BBC/Imogen Anderson
Sardar Gul dice que los paquetes de comida realmente han ayudad a su hijo menor Mujib (sentado en su regazo).

En cada calle de Sheikh Misri nos encontramos con familias con niños desnutridos o con retraso de crecimiento.

Sardar Gul tiene dos hijos desnutridos: Umar de 3 años y Mujib de 8 meses, un niño pequeños con ojos brillantes que carga en su regazo.

“Hace un mes, el peso de Mujib se redujo a menos de tres kilos. Una vez que pudimos registrarlo con una agencia de socorro, empezamos a recibir paquetes de comida. Eso verdaderamente lo ha ayudado”, afirma Sardar Gul.

Mujib ahora pesa seis kilos, todavía un par de kilos por debajo del peso normal, pero significativamente mejor.

Es evidencia que la intervención oportuna puede salvar a los niños de la muerte y la discapacidad.

*Con información adicional de Imogen Anderson y Sanjay Ganguly

Línea
BBC

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