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Derecho a cuidar: licencias parentales para una sociedad igualitaria

Desde una perspectiva de derechos laborales y familiares, tanto los hombres como las mujeres deben tener acceso a licencias parentales que contemplen la adopción y garanticen su derecho a cuidar.
21 de octubre, 2024
Por: Anahí Rodríguez y Fernanda Castro

La desigualdad generada por la división sexual del trabajo y los roles de género impuestos socialmente afectan de manera desproporcionada a las mujeres, niñas y adolescentes. En ellas recaen las responsabilidades relacionadas al trabajo de cuidados y doméstico no remunerado. Esto tiene como consecuencia que su tiempo, calidad de vida, y en general el acceso igualitario a oportunidades de desarrollo personal y profesional se vean limitados. Sin embargo, los hombres también se ven afectados por los estereotipos de género que les despojan de su derecho a cuidar.

Desde GIRE se ha apostado por exigir que el Estado reconozca la importancia del trabajo de cuidados en la medida en que es esencial para el sostenimiento de la vida y, por lo tanto, de la sociedad. Y para ello debe garantizar que no signifique una carga desproporcionada para un sector de la población; por el contrario, que sea una corresponsabilidad entre personas, familias y sociedad, así como las empresas y el Estado. También debe garantizar que las condiciones en las que se brindan y reciben los cuidados sean adecuadas para todas las partes.

Para lograr una sociedad del cuidado corresponsable se requieren reformas legislativas y políticas públicas que desfeminicen y desfamiliaricen los cuidados, es decir, transitar de la idea de que las mujeres son las únicas que pueden cuidar y se debe comenzar a incluir a  los hombres en esta agenda. En este sentido, las licencias de maternidad y paternidad son un instrumento de política pública que permite democratizar el tiempo destinado a la crianza y los cuidados.

Sin embargo, en México aún nos falta un largo camino por recorrer; por ejemplo, fue hasta 2020 que se reformó la Ley del Seguro Social para que los hombres derechohabientes del IMSS pudieran acceder a estancias infantiles. Los casos acompañados por GIRE (algunos discutidos en la SCJN) tuvieron un papel fundamental para incidir en este cambio tan importante para la igualdad de género en México.

Ahora, en 2024, con una Ley del Seguro Social reformada y con la promesa de creación de un sistema de cuidados por parte de la nueva presidenta, será necesario continuar con la armonización legislativa que nos permita avanzar hacia la universalidad del disfrute de días para cuidar y promover una justa división de las tareas de cuidado dentro de las familias. Se fomenta así un piso parejo para hombres y mujeres en el desarrollo profesional y se rompen estereotipos de género, según los cuales las mujeres son las principales cuidadoras, además de considerar que existe una diversidad de familias y todas deberían tener acceso a licencias, prestaciones y protección del empleo.

Sin embargo, recientemente se publicó una primera iniciativa —presentada por la presidenta Claudia Sheinbaum— para reformar la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado (LFTSE) que propone otorgar un permiso de seis semanas a las mujeres trabajadoras que adopten a un infante, a partir de su recepción. En la ley se reconocería la prestación únicamente en beneficio de las madres, dejando fuera a los padres y haciendo este permiso exclusivo de las mujeres. Además, no hay que olvidar que sigue pendiente de discusión en el Senado de la República la reforma a la propia LFTSE así como a la Ley Federal de Trabajo, que permitiría ampliar las licencias de paternidad de cinco a 20 días con goce de sueldo, y una extensión de 10 días si hubiera complicaciones en el parto.

Resulta necesario señalar dos cosas sobre la iniciativa presentada por la presidenta: 1) se está proponiendo ampliar las licencias parentales para las madres trabajadoras al servicio del Estado, antes de siquiera contemplar las licencias para los padres de familia en la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado, y 2) la propuesta para incluir los permisos de adopción no aclara si esas seis semanas serán con goce de sueldo o no.

Es importante recordar que la diferencia entre permiso y licencia radica en que los permisos son pagados por los empleadores, lo que podría llevar a que se ejerza discriminación laboral en su contra, mientras que las licencias son obligatorias, intransferibles y financiadas por la institución de seguridad social en la que se encuentre asegurada la persona trabajadora. Por lo tanto, los permisos de paternidad deberían ser licencias para lograr que se distribuyan las tareas de cuidado de forma más equitativa. Esto, además de beneficiar al infante, ayudaría a que las mujeres tuvieran más tiempo para desarrollarse profesionalmente, disfrutar de actividades de ocio, descansar o el autocuidado.

Siempre conviene recordar cómo en diversos países del mundo se han adoptado políticas progresistas de licencias parentales para padres adoptivos. Suecia, Noruega y Dinamarca, por ejemplo, están a la vanguardia en ofrecer períodos amplios de licencia por adopción. En Suecia, los padres (incluye familias monoparentales y parejas de la comunidad LGBTQ+) tienen derecho a 480 días de licencia pagada para cuidar a su hijx, sea biológicx o adoptivx, además los días pueden ser transferibles a amigxs o familiares que puedan hacerse cargo del infante. Dicha política se basa en un concepto más amplio de la composición de las familias y redistribuye los cuidados.

Por su parte, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su Recomendación 191 establece que los derechos de los padres adoptivos deben ser equivalentes a los de los padres biológicos. Esto incluye el acceso a licencias remuneradas y la garantía de que los sistemas de seguridad social cubran a las familias adoptivas durante el tiempo necesario para adaptarse a su nueva dinámica.

Desde una perspectiva de derechos laborales y familiares, otorgar permisos por adopción únicamente a las mujeres es una política discriminatoria que perpetúa desigualdades estructurales en la sociedad. No solo obstaculiza la oportunidad de que los hombres se conviertan en cuidadores plenos, sino que también priva a lxs niñxs de recibir un cuidado equitativo de ambas figuras parentales. Tanto los hombres como las mujeres deben tener acceso a licencias parentales que contemplen la adopción y garanticen su derecho a cuidar.

* Anahí Rodríguez (@anahirgzm) es Oficial de Incidencia Política y Fernanda Castro (@Fer_Cass) es Oficial de Incidencia Social en @GIRE_mx.

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Imagen BBC
Cuáles son los países de América Latina con la natalidad más baja y más alta y qué consecuencias tiene
9 minutos de lectura

El rápido descenso de los nacimientos en América Latina y el mundo ha sorprendido y desafiado las estimaciones realizadas hasta ahora.

17 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
0

Las mujeres están teniendo menos bebés. Y, si los tienen, optan por formar familias pequeñas.

Esa es la tendencia global hoy día, que contrasta con la realidad demográfica que había décadas atrás.

Según información del Banco Mundial, en los años 60, la tasa de fecundidad en el mundo -es decir, el número de hijos por mujer-, era de 5,3. Actualmente, esa tasa es del 2,2.

América Latina no es la excepción.

De hecho, esta región es la que ha registrado la mayor caída de la fecundidad a nivel mundial entre 1950 y 2024: un 68,4%.

Asia, el continente que le sigue, cayó un 66,2%. Mientras que el promedio mundial llegó al 52,6%, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

“El descenso de las tasas de fecundidad en América Latina es muy interesante porque se ha dado a velocidades mucho más aceleradas que en otros lugares del mundo, considerando, además, que históricamente la región se ha caracterizado por tener una fertilidad numerosa y temprana”, explica Martina Yopo, doctora en sociología de la universidad de Cambridge e investigadora de la Universidad Católica de Chile.

Pero ¿qué países latinoamericanos tienen hoy la menor y la mayor natalidad? Y ¿qué consecuencias tiene esto? Te lo contamos a continuación.

Los latinoamericanos que tienen menos hijos

Chile, Uruguay, Costa Rica y Cuba son los países con las tasas de fecundidad más bajas de América Latina: 1,5 hijos por mujer, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa).

Brasil y Colombia le siguen, con 1,6 y 1,7, respectivamente.

La disminución de los nacimientos en estos países en las últimas décadas puede explicarse por varios factores.

Uno de ellos es la mayor capacidad de control de la fertilidad por parte de las mujeres, quienes hoy pueden decidir si quieren ser madre y cuándo.

“Hay una mayor prevalencia en el uso y legitimidad de los métodos anticonceptivos. Hoy es más fácil acceder a ellos y es un tema que socialmente se ha ido normalizando cada vez más”, explica Martina Yopo.

Otro factor que destaca en el contexto latinoamericano, afirma la investigadora, es que “hay transformaciones profundas en torno a los roles, aspiraciones y expectativas de género”.

“Hoy las mujeres tienen tasas de participación en el mercado laboral y en la educación superior mucho más altas. Este es un cambio cultural muy relevante, en donde ser mujer hoy día no significa ser madre y hacer familia no significa necesariamente tener hijos”, dice Yopo.

Sabrina Juran, especialista de la división de estadísticas del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), coincide.

“En América Latina vemos mejoras en el acceso a la educación, a los derechos reproductivos, a la planificación familiar y cambios profundos en las normas sociales”, indica.

Anticonceptivos
Getty Images
Hoy hay una mayor prevalencia y aceptación del uso de métodos anticonceptivos en América Latina.

Todo lo anterior también ha llevado a que muchas mujeres posterguen la maternidad, algo que también ha traído consecuencias.

“En Chile, por ejemplo, el porcentaje de mujeres que se convierten en madres después de los 30 años se ha cuadruplicado en la última década. Y una de las consecuencias directas de la postergación de la maternidad es efectivamente la infertilidad”, dice Martina Yopo.

“Eso se ve muy claro en el aumento de técnicas de reproducción asistida que ha habido en América Latina. A medida que se posterga la maternidad, lo que muestra la investigación es que la reproducción es menos eficiente”, añade.

Otro de los puntos a considerar es la precarización de las condiciones sociales para tener hijos, asevera la socióloga.

“El aumento de los costos de la vida y el hecho de que hoy sea cada vez más difícil acceder a buena salud, a una buena educación y vivienda, por supuesto que afecta. El kilo de bebé es muy caro”, indica.

Consecuencias de la baja natalidad

La tasa de fecundidad en varios países latinoamericanos se sitúa por debajo de la tasa de reemplazo de la población (es decir, los nacimientos mínimos necesarios para mantener a una población estable en el tiempo), que es de 2,1 hijos por mujer.

“En la región hay 29 países que tienen una tasa de fecundidad por debajo de la de reemplazo. Eso es más de la mitad del total de las naciones latinoamericanas, lo que implica desafíos importantes”, explica Sabrina Juran, de la Unfpa.

De acuerdo con diversos investigadores, la baja de los nacimientos se traducirá en que en un futuro (no muy lejano) habrá menos trabajadores y más personas jubiladas, lo que amenaza con transformar la forma en la que las sociedades se organizan.

“Los bajos índices preocupan porque se generará un envejecimiento de la población, se van a ir reduciendo las generaciones y eso es un cambio muy importante demográfico”, dice Juran.

Para Martina Yopo, “es un fenómeno complejo porque pone en cuestión el funcionamiento de los principales sistemas que tenemos en la sociedad: el mercado del trabajo, la educación superior, las pensiones o los cuidados, ámbitos en los que su organización se basa en que habrán generaciones que reemplazarán a las que ya existen”.

Todo esto ha encendido las alarmas, no sólo en Latinoamérica sino en el resto del mundo.

Según las Naciones Unidas, las tasas de fecundidad son más bajas que las de reemplazo en más de la mitad de los países a nivel global y casi una quinta parte de aquellos países -incluidos China, Italia, la República de Corea y España-, tienen ahora una fertilidad “ultrabaja”, con menos de 1,4 hijos por mujer.

Con el fin de estimular el índice de fecundidad, varios gobiernos han otorgado beneficios por bebés nacidos. También han aumentado los apoyos por hijo y los subsidios médicos para los tratamientos de fertilidad.

Pero, aunque en algunos lugares estas políticas han logrado ralentizar el descenso de los nacimientos, la tendencia a la baja sigue siendo la norma.

Una mujer embarazada y su hijo.
Getty Images
Cada vez menos mujeres optan por formar familias numerosas.

¿Y los países con la tasa de fecundidad más alta?

Al otro lado de la vereda -es decir, con altas tasas de fecundidad en América Latina- se encuentran países como Bolivia, que tiene 2,5 hijos por mujer; Paraguay, con 2,4; y Haití, con 2,7.

Aunque sus índices sobresalen en el contexto regional, a nivel mundial están lejos de las estadísticas demográficas de algunos lugares en África, donde hay números muchísimo más altos.

Níger, por ejemplo, tiene una tasa de 6,6 hijos por mujer, mientras Chad y Somalia, del 6.

Aún así, para la investigadora Martina Yopo es interesante mirar las brechas que se dan entre los países que pertenecen a la región latinoamericana.

“Aunque en todas las naciones de América Latina las tasas de fecundidad están disminuyendo, hay dos factores claves que determinan su descenso más o menos acelerado: uno, es el acceso a los anticonceptivos, donde existen muchas asimetrías en la región, y la otra es la participación de las mujeres en la educación superior y en el mercado laboral, donde también hay asimetrías”, explica.

Manos de una mamá y un bebé
Getty Images
En Latinoamérica hay un contraste entre la disminución de la tasa de fecundidad en varios países y el persistente alto índice de embarazo adolescente.

En este contexto, es importante mencionar el contraste de las bajas tasas de fecundidad en Latinoamérica con los altos números de embarazos adolescentes que aún persisten en la región.

De acuerdo con la CEPAL, las estimaciones muestran que “en las adolescentes de 15 a 19 años, América Latina y el Caribe presenta tasas de las más altas en el mundo, quedando solamente por debajo de las estimadas y proyectadas para África”.

Aunque la organización aclara que en la última década la región ha logrado reducir el embarazo adolescente (pasando de 73,1 hijos por 1.000 mujeres adolescentes en 2010 a 52,1 en 2022) el valor “sigue siendo elevado comparado con otras regiones del mundo y es 48% mayor que el promedio mundial”.

Según Sabrina Juran, “América Latina es una de las regiones con más desigualdades dentro de las poblaciones. Y eso es lo que estamos viendo en el tema de la fecundidad adolescente. Las tasas más altas están en poblaciones indígenas, rurales, con alta pobreza”.

Martina Yopo, por su parte, afirma que “a nivel latinoamericano ha habido una incapacidad estructural para reducir las tasas de embarazo adolescente, salvo algunas excepciones”.

“La evidencia demuestra que hay una polarización, un patrón bimodal en Latinoamérica, entre las mujeres de niveles socioeconómicos medios o altos que empiezan a postergar o elegir la maternidad, y otros sectores de la población, por lo general más precarizado, que tienen patrones reproductivos distintos”, agrega la socióloga.

¿Hacia dónde vamos?

El rápido descenso de los nacimientos en América Latina y el mundo ha sorprendido y desafiado las estimaciones realizadas incluso por reputadas organizaciones internacionales como las Naciones Unidas (ONU).

En su último informe sobre perspectivas de la población -publicado en julio de este año- la ONU aseguró que se espera que la población mundial (que actualmente asciende a 8.200 millones de personas) siga creciendo hasta 2080, alcanzando un máximo de 10.300 millones.

Pero ese número comenzará a disminuir “para ubicarse alrededor de 10.200 millones a fin de siglo, un 6% o 700 millones de personas menos de las que se proyectaban hace una década”.

No obstante, la organización dice que hay países -como China, Alemania, Japón y Rusia- que en 2024 alcanzarán su punto máximo y se calcula que “la población total de este grupo disminuirá un 14 % en los próximos treinta años”.

Una pareja de personas mayores.
Getty Images
Una de las consecuencias de la disminución de la tasa de fecundidad es el envejecimiento de la población.

“Un cambio notable en la demografía será que las personas de más de 65 años superarán a los menores de 18 años para fines de la década de 2070, en tanto que habrá más gente mayor de 80 años que bebés menores de un año a mediados de la década de 2030”, dice la ONU.

Ante este escenario, que no es ajeno a América Latina, Martina Yopo considera “imperativo desarrollar políticas públicas que nos permitan adaptarnos a estas nuevas condiciones demográficas”.

Para Sabrina Juran, sin embargo, la respuesta no necesariamente debe concentrarse en provocar cambios demográficos, como incentivar a las familias a tener más hijos.

“Hay que aceptar la nueva natalidad como una realidad. Es una tendencia e incluso es una tendencia buena porque te habla de mejoras en acceso a los anticonceptivos, a derechos reproductivos, a la educación”, afirma.

“Pero a nivel de la economía de los países, obviamente preocupa. Por eso, nosotros llamamos a que nos preparemos y anticipemos de manera adecuada, que invirtamos para que la gente mayor sea productiva o que aprovechemos al 100% de la población y no apartemos a las mujeres de la fuerza laboral, por ejemplo”, concluye.

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