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“Voltea al Campo” para alcanzar condiciones de trabajo decente en la agroindustria

El trabajo en el campo mexicano reúne las características de un trabajo precarizado y con amplias oportunidades de explotación y vulneración sistemática de derechos laborales y humanos. No puede considerarse un trabajo decente o digno.
14 de octubre, 2024
Por: Daniel Cortés Martínez

El pasado lunes 7 de octubre se lanzó la campaña “Voltea al Campo”, impulsada por el Proyecto Periplo, iniciativa colaborativa que promueve el ejercicio y la defensa de los derechos humanos y laborales de las personas trabajadoras agrícolas migrantes. El principal objetivo de la campaña es entablar un diálogo y catalizar una serie de reflexiones en los consumidores acerca del origen de los alimentos que consumen, el trabajo que hay detrás de todo el proceso desde la siembra hasta que el alimento llega a las mesas, y hacer visibles y palpables las violaciones sistemáticas a los derechos laborales y humanos que enfrentan las personas que llevan a cabo esa labor fundamental para el sostenimiento de la economía y de la vida misma de miles de personas.

Coincidente y muy adecuadamente, el mismo 7 de octubre se celebró el Día Mundial del Trabajo Decente, fecha que fue instaurada para hacer un llamamiento internacional a favor de las condiciones laborales dignas, el respeto a los derechos fundamentales en el trabajo, y el fomento a la protección social. Al respecto, conviene mencionar el marco de referencia para el trabajo decente adoptado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para posteriormente empatarlo con las estadísticas disponibles acerca de las condiciones reales del trabajo en el campo. Dicho marco de referencia se compone de 10 elementos sustantivos que son: 1) oportunidades en el mercado laboral; 2) salario adecuado; 3) jornada laboral decente; 4) balance entre los ámbitos laboral, familiar y personal; 5) trabajos que deberían ser abolidos; 6) estabilidad y seguridad en el trabajo; 7) igualdad de oportunidades y trato en el empleo; 8) entorno de trabajo seguro; 9) seguridad social, y 10) diálogo social, representación de los trabajadores y los empleadores.

En palabras de Pedro Américo Furtado, director de la oficina para México y Cuba de la OIT, en aquellos casos en los que se incumple uno solo de estos puntos sustantivos entonces ya no estamos hablando de un trabajo decente o digno. Dicho esto, ¿podemos afirmar que existen las condiciones suficientes y necesarias para un trabajo decente en el campo mexicano? De acuerdo con datos y cifras compartidos desde la campaña “Voltea al Campo” podemos darle respuesta a esta pregunta. Desde el 1º de enero de 2024 el salario mínimo mensual para las personas trabajadoras agrícolas es de $8,442.60 para la mayor parte del país, pero en realidad el salario promedio mensual alcanza los $3,040 pesos y en algunas regiones del país el ingreso llega a ser menor a los $1,000 pesos mensuales, sin contar los casos de subregistro o aquellos en los que ni siquiera se otorga una remuneración económica por la labor realizada. Así encontramos el incumplimiento del punto dos del marco de referencia.

Por otro lado encontramos que el 78.1 % de la población jornalera agrícola trabaja más de 48 horas por semana, lo que contraviene directamente el punto número tres referente a la jornada laboral decente, e incluso contraviniendo la propia Ley Federal del Trabajo. Referente al punto número cinco del marco de referencia sobre los trabajos que deberían ser abolidos, encontramos que el trabajo infantil y el trabajo juvenil de personas entre 15 y 17 años ha existido históricamente en los campos agrícolas, situación que se vuelve particularmente preocupante por las características de trabajo peligroso y arduo que reúne el trabajo en el campo.

En el primer trimestre de 2024 la informalidad laboral en el sector agrícola alcanzó 78.9 %, además de que las circunstancias de alta movilidad de campo en campo y de región en región crean condiciones de inestabilidad económica y laboral, yendo en contra del punto seis del marco de referencia. Sin continuar ahondando en la multiplicidad de problemáticas que enfrenta este sector en particular, quiero ahora hacer mención a la complicada situación a la que hacen frente las mujeres jornaleras agrícolas para ilustrar la desigualdad de oportunidades y trato en el empleo referente al punto siete. En México hay aproximadamente 323 mil mujeres trabajadoras agrícolas, de las cuales 58% trabajan sin pago, 93 % carece de contrato que garantice la formalidad de la relación laboral, 90 % no tiene acceso a seguridad social o a servicios de salud proporcionadas por el patrón y 86 % no cuenta con ningún tipo de prestaciones laborales.

Así pues, después de este breve análisis podemos responder a la pregunta planteada con anterioridad, llegando a afirmar que en el trabajo del campo mexicano NO existen las condiciones necesarias ni suficientes para considerarlo como un trabajo decente o digno, sino que reúne las características de un trabajo precarizado y con amplias oportunidades de explotación y vulneración sistemática de derechos laborales y humanos. De esta manera, la campaña “Voltea al Campo” busca hacer un llamado para hacer visibles y crear consciencia acerca de estos problemas mencionados y lograr la intervención activa de las y los consumidores para mejorar las condiciones laborales de las personas trabajadoras agrícolas.

* Daniel Cortés Martínez (@danielcormar89) es coordinador de la causa de defensa de los derechos de las personas trabajadoras agrícolas migrantes en @NosotrxsMx.

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Imagen BBC
El gran éxito económico que lograron los libaneses que migraron a América Latina en el siglo XIX y que mantienen sus descendientes
9 minutos de lectura

La diáspora libanesa en América Latina echó raíces en la región desde hace casi 150 años. Desde entonces se convirtió en una de las comunidades más prósperas.

03 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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“Ser libanés no es una nacionalidad, es un oficio”, dice un poema del escritor libanés Roda Fawaz.

Su verso transmite un sentimiento que comparten millones de personas originarias de esa nación de Medio Oriente, o descendientes de migrantes que lo hicieron a lo largo de los últimos 150 años, y que se establecieron en muchos países del mundo.

América Latina fue un destino de una buena parte de ellos. Notablemente en Brasil, con entre 8 y 10 millones de brasileños-libaneses. Pero también en el resto de los países, desde México hasta Argentina, se calcula que hay unos cuatro millones más repartidos en la región.

Entre ellos hay nombres que han logrado un lugar destacado en el mundo de los negocios, la política o la cultura. Los empresarios son tal vez los más conocidos, con apellidos como Slim (México), Jafet y Ghosh (Brasil), Char (Colombia), Menem (Argentina) o Saieh (Chile).

Y con fama internacional, Shakira o Salma Hayek o el actor Ricardo Darín dan muestra de lo lejos que han llegado las artistas de origen libanés.

La diáspora en América Latina casi triplica los 5 millones de habitantes de Líbano, país que actualmente atraviesa una crisis por la guerra entre el grupo armado Hezbolá asentado en territorio libanés y las fuerzas de Israel.

Shakira en Líbano en 2003
Getty Images
Shakira, cuyos apellido libanés Mebarak viene de su padre, visitó Líbano en más de una ocasión.

Pero el éxito de esta comunidad en América Latina no fue automático. Fue a base de lo que el historiador mexicano de origen libanés Carlos Martínez Assad llama “una migración solidaria” que los llevó a establecerse en diversos países de la región.

“Algunos estuvieron primero en Venezuela o Colombia y luego se vinieron a México. Y al revés, gente que estuvo en México terminó en otro país de América Latina. O a Estados Unidos y viceversa, primero llegaron allá y se vienen a México. Es un fenómeno de establecimiento de redes”, explica el investigador, autor de una basta colección de libros y publicaciones sobre la migración libanesa.

Pero lo que caracterizó a esta comunidad, y que los llevó a fijarse en el imaginario social, fue el comercio. Encontraron las formas y los medios para llevar productos a muchos puntos de los países que adoptaron y así establecer sus bases en la industrialización y modernización de América Latina.

¿Por qué dejaron Líbano?

El país que hoy es Líbano fue durante tres siglos (1516-1918) parte del Imperio Otomano, que dominó extensas porciones de Medio Oriente, el norte de África y la península de los Balcanes en el este de Europa.

Fue en el siglo XIX cuando la región del Monte Líbano comenzó a experimentar una época convulsa, en buena medida por la disputa por el poder político, económico y religioso entre los cristianos maronitas y los musulmanes drusos.

Los maronitas vieron cómo a partir de la década de 1840 empezó a haber escasez de alimentos y oportunidades, dice Martínez Assad. Y con el estallido de una guerra con los drusos, vinieron las primeras oleadas de emigración a partir de 1860.

“Hubo 60 años de gran inestabilidad en la región”, explica el historiador. Muchos de los maronitas se dirigieron a Europa, Asia, Oceanía y África. Pero otros también apuntaron al pujante continente americano.

Una ilustración de la masacre de maronitas de 1860
Getty Images
En la década de 1860 hubo matanzas de cristianos maronitas en el conflicto con los drusos.

La Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio Otomano hizo alianza con las Potencias Centrales, generó una nueva oleada de emigrantes. “Los turcos reclutan a jóvenes, sin importar su religión, los agarran de la calle. Por eso mucha gente, para proteger a los hijos, los sigue enviando a otros países, como los de América”,

Eso explica en buena medida por qué la migración libanesa a América se caracterizó por la llegada de gente joven.

Se sabe que en un inicio muchos libaneses fueron llevados desde Europa a los países de la región latinoamericana con intermedio de agentes. Muchos tenían intención de llegar a EE.UU., pero fueron engañados y llevados a países como Brasil, Venezuela, Cuba o México.

Otros vieron en los países de América Latina un lugar con oportunidades.

Los comerciantes

El hecho de que los libaneses que emigraban de su país fueran cristianos, de la rama de los maronitas que practican un ritual cercano al católico, facilitó en buena medida su adaptación y aceptación cultural en los países de la región, explica Martínez Assad.

“Va a permitir el contacto mucho más amplio, incluso favorece los matrimonios, algo que no sucedió con otras comunidades, como los judíos o los asiáticos”, señala.

El territorio libanés otomano también tuvo una fuerte relación con Francia. Durante la conflictiva década de 1860, las fuerzas francesas defendieron a los maronitas y tras la Primera Guerra Mundial el territorio libanés fue un protectorado francés. Eso explica que culturalmente hubo mucho intercambio entre ambas partes.

Por ello, considera Martínez Assad, la francofilia de los libaneses les ayudó a la adaptación a otras lenguas romances, como el español y el portugués de los países de América Latina.

Ya desembarcados en América, se produjo un “fenómeno de establecimiento de redes” de libaneses que les permitió extenderse más allá de los principales puertos y ciudades.

“En Líbano hay algo que se le da mucha importancia al pasado fenicio, que aunque fue hace miles de años, queda en el inconsciente la idea de ser mercaderes. De tirarse al mar para la aventura y vivir de lo que se produce”, dice el historiador.

Un vendedor
Archivo General de la Nación Argentina
Los libaneses se hicieron buenos comerciantes, pero una imagen de vendedor ambulante fue la que se fijó en el imaginario colectivo.

Los libaneses se dedicaban, en general, al comercio y la agricultura en Líbano.

Pero es esa primera actividad la que empiezan a desarrollar en América Latina. Quienes no eran comerciantes en el pasado, entienden que en países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México o Venezuela hay necesidad de establecer cadenas de distribución.

Y así es que muchos “se dan a la tarea de irse a muchos poblados”.

En Brasil se dio uno de los primeros fenómenos de los llamados “mascates” que caracterizarían a los libaneses en el continente: eran vendedores ambulantes que cargaban a cuestas una enorme caja con productos novedosos, muchos traídos del exterior, que iban vendiendo por las calles y las plazas.

Una figura que se replicó en otros países rápidamente y que llevó a los libaneses a adquirir ese perfil social de comerciantes de todo tipo de productos y novedades.

Si bien ser cristianos y adaptarse al idioma les permitió ir echando raíces en los países de la región. también enfrentaron algunas resistencias. En Sudamérica, en particular, los empezaron a llamar “turcos”, en ocasiones con un dejo despectivo, por su acento al hablar español y el hecho mismo de que vinieran del imperio dominado por Turquía.

Pero de hecho, la migración libanesa también se fundió con la de los sirios (vecinos de Líbano) que llegaron a América para probar suerte, lo que los llevó a ser puestos socialmente en el mismo grupo migrante aunque en estricto sentido fueran de origen diferente.

El monumento a la migración libanesa en Ciudad de México
Getty Images
En Ciudad de México hay un monumento a la migración libanesa.

Su prosperidad

Aunque Martínez Assad destaca que no todas las familias de origen libanés que hoy viven en América Latina son adineradas, fueron un grupo social que tuvo cierta prosperidad a lo largo del siglo XX.

Muchos comerciantes pasaron de ser vendedores ambulantes a establecer locales comerciales. Las redes para mover mercancías ya no solo se limitaron a un nivel local o regional, sino que comenzaron a establecer agencias de importación.

Las segundas y terceras generaciones de libaneses en América Latina también tuvieron mayor acceso a la educación universitaria, lo que fue clave para las familias.

Los Slim en México, los Char en Colombia, o la Jafet en Brasil, pero también otras cuantas familias en otros países de la región, pusieron las bases de lo que hoy son grandes empresas e industrias desde la década de 1920.

Miembros de la comunidad libanesa en CDMX
Getty Images
La diáspora libanesa ha alcanzado altos espacios en los negocios y la política.

Y con los negocios también abrieron la puerta de la política, desde su acceso a puestos locales hasta los nacionales. En Brasil, el país con la mayor población de origen libanés, Michel Temer es un político de origen libanés que llegó a ser presidente (2016-2018). Pero también cientos de políticos de esa comunidad han pasado por el Congreso.

Ecuador también tuvo al presidente Abdalá Bucaram (1996-1997), México a Plutarco Elías Calles (1924-1928) y Argentina a Carlos Menem (1989-1999). Dos altos funcionarios venezolanos son Tarek William Saab y Tareck El Aissami, que tienen origen sirio-libanés.

Shakira y Salma Hayek son dos de las artistas latinoamericanas que más lejos han llegado en la música y el cine, respectivamente.

También crearon fundaciones, hospitales y su comida se empezó a conocer mediante restaurantes en las principales ciudades de América Latina.

El poder político y económico, sin embargo, también ha atraído escándalos de corrupción. En México, dos miembros de la comunidad, de las familias Nacif y Kuri, estuvieron involucrados en casos de pederastia. Situaciones individuales que terminan por salpicar a toda la comunidad.

Mirar desde lejos

Para Martínez Assad, la prosperidad de la comunidad vino a consecuencia de la dedicación al trabajo de las primeras generaciones.

“Algo que se exalta mucho es el trabajo y yo creo que es cierto. Yo procedo de una familia que mis tíos se levantaban a las 5 am para arreglar su negocio. Pasaban todo el día la tienda. Y en la noche seguían arreglando los negocios del día siguiente”, señala.

En la actualidad, los constantes conflictos sociales y militares en Líbano en las últimas dos décadas -en especial la lucha del grupo armado chiita Hezbolá con Israel- ha sido vista con preocupación por la comunidad libanesa.

Sin embargo, Martínez Assad percibe cierta distancia, cuando menos en la comunidad mexicana cristiana maronita.

“No hay migración de vuelta ni mucho conocimiento de lo que ocurre en Líbano. La política es muy compleja de entenderla. El gobierno está conformado por grupos religiosos, de 18 religiones que hay en Líbano”, señala

Situaciones como el conflicto actual con Israel, que ha emprendido incursiones contra Hezbolá en el sur de Líbano, sin embargo, no dejan de ser “muy lamentables” para los libaneses que tienen que ver desde lejos el conflicto en el país que para sus ancestros fue su hogar y que les da identidad a miles de kilómetros de distancia.

Como escribía Fawaz: “Ser libanés es dejar Líbano pero Líbano no te abandona jamás. Ser libanés es tener un país que nunca he vivido pero es el mío”.

Línea gris
BBC

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