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Pasta de Conchos: siempre tuvieron razón
La lucha cotidiana de los derechos humanos
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El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh) es una organización civil... Continuar Leyendo
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Pasta de Conchos: siempre tuvieron razón

Para no cubrir el costo de la obra y para ocultar malas prácticas, tres administraciones federales se pusieron de lado de los intereses empresariales y no del lado de las víctimas en el caso de Pasta de Conchos. Que el rescate ocurra ahora muestra, entre otras cosas, que las familias siempre tuvieron la razón.
06 de agosto, 2024
Por: Centro Prodh

El 19 de febrero de 2006 ocurrió un siniestro en la mina Pasta de Conchos en el que fallecieron 65 mineros, 63 de ellos permanecieron sepultados en el mismo sitio. La mina estaba concesionada a Grupo México.

Desde 2006, las familias de los mineros cuyos cuerpos quedaron atrapados emprendieron una lucha ejemplar. A los días del siniestro, ya habían establecido un plantón afuera de la mina y exigieron el rescate de los restos de sus seres queridos.

Pero su exigencia se enfrentó a un muro de indiferencia, negligencia y connivencia. Tres administraciones federales se negaron a avanzar en los temas esenciales para las familias: en la justicia, porque eludieron la debida investigación y sanción de los responsables; en el rescate, porque arguyeron que la recuperación de los mineros era inviable, y en las garantías de no repetición, pues omitieron fortalecer la rectoría del Estado sobre la minería de carbón.

Pese a la impunidad empresarial y la complicidad gubernamental, las familias de los mineros nunca dejaron de presentar argumentos sobre la viabilidad del rescate. También participaron en las distintas investigaciones iniciadas. Además, cada 19 de febrero, durante 18 años, marcharon en la Ciudad de México para preservar la memoria. Como parte de estos esfuerzos, en 2018 instalaron el antimonumento “+65” en la Avenida Reforma de la capital, frente a la Bolsa Mexicana de Valores, a efecto de apuntar simbólicamente hacia la responsabilidad corporativa. También durante ese año, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) admitió el caso a trámite, presentado con acompañamiento del Centro Prodh, considerando que existen elementos que apuntan a la responsabilidad del Estado mexicano por distintas violaciones a los derechos humanos, ante la falta de justicia y verdad en el ámbito nacional.

Así se llegó a este sexenio en el que se abrió la posibilidad de retomar los trabajos de rescate, por impulso presidencial y bajo la coordinación de la Secretaría de Gobernación y la Secretaría del Trabajo y la Comisión Federal de Electricidad. Las labores avanzaron con lentitud y retrasos respecto de  los planes originales, dada la complejidad técnica de la obra. Como es natural, el legítimo ímpetu de las familias en ocasiones colisionó con los tiempos gubernamentales y se generaron tensiones, además de preocupaciones sobre la falta de condiciones de seguridad para los rescatistas. Pero las familias nunca abandonaron la interlocución, siendo así una fuerza dinamizadora del proceso. Y es que en casos así el reclamo de las víctimas no sólo es legítimo y comprensible, sino que además contribuye, como un digno acicate, al avance, aunque esto no siempre lo sepan comprender todas las autoridades.

Finalmente, tras casi siete mil días, hace unas semanas los trabajadores que valerosamente se han adentrado a la mina tuvieron, por primera vez, contacto visual con algunos restos.

Esta noticia no puede minimizarse. Se trata, como lo destacó la Oficina en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en su momento, de un innegable, que debe reconocerse. También es un triunfo de las familias de los mineros atrapados, que ven ahora cómo 18 años de lucha dan, por fin, frutos.

Para el memorial de la ignominia quedarán quienes una y otra vez insistieron en que el rescate era imposible. Hoy es más claro que nunca que esta reticencia no obedeció a razones técnicas, sino que fue expresión de la captura del poder político por el poder económico: para no cubrir el costo de la obra y para ocultar malas prácticas, tres administraciones federales se pusieron de lado de los intereses empresariales y no del lado de las víctimas. Que el rescate ocurra ahora muestra, entre otras cosas, que las familias siempre tuvieron la razón.

Desde luego, el caso no ha concluido. Los trabajos que vienen serán complicados y deberán sostenerse hasta que sean rescatados todos los cuerpos. La identificación de los restos será una labor compleja, que demandará plena certidumbre científica y la restitución a las familias de los cuerpos exige ser digna. En este sentido, el pasado 8 de julio familiares demandaron más transparencia en la actuación de la Comisión federal de Electricidad, de la Secretaría del Trabajo y de la Fiscalía General de la República, que ha quedado ahora a cargo de los procesos.

Por otro lado, también quedará como gran pendiente el diseño de garantías de no repetición, pues como muestra el caso de la mina de “El Pinabete”, las actividades extractivas en la zona carbonífera —esa región de inmensa dignidad, desde los tiempos de la histórica lucha de los mineros de Nueva Rosita— sigue siendo sumamente peligrosa, y la presencia del Estado es indispensable, sobre todo mediante el incremento del número y la calidad de las inspecciones a las minas y de la acción decidida contra la muy peligrosa explotación clandestina.

Con todo, el anuncio del hallazgo debe saludarse y tiene un profundo significado. No es menor que ya haya ocurrido la primera identificación, correspondiente al minero José Alfredo Ordoñez Martínez, cuyo cuerpo finalmente fue inhumado en condiciones dignas por sus familiares, que podrán comenzar el proceso de un duelo suspendido.

Además de no escatimar reconocimiento a las autoridades que han coordinado e impulsado las labores, así como a los trabajadores que se han adentrado a las profundidades de la mina, es de justicia reconocer la persistencia de las víctimas. Mujeres valientes como Elvira Martínez, que no dejó de luchar habiendo quedado viuda y con tres hijos, y que en el acto público de hace unas semanas dijo a las autoridades “este es el inicio de lo que siempre hemos pedido […]”. O como Doña María Trinidad Cantú, que buscó incansablemente recuperar los restos de su hijo, junto con Don Raúl Villasana, su esposo que se adelantó en el camino, quien en ese mismo acto externó visiblemente emocionada: “este es un sueño realizado […] no estamos contra el trabajo, estamos contra la injusticia”.

Vale la pena reconocer también a quienes han caminado con las familias todo este tiempo. Las y los integrantes del Equipo Nacional de Pastoral Laboral y del Centro de Reflexión y Acción Laboral (CEREAL), de la Compañía de Jesús, que acompañaron a las víctimas luego de que ocurrió el siniestro, como lo hizo también el entonces Obispo de Saltillo, hoy emérito, Don Raúl Vera. Y sobre todo, hay que reconocer a la Organización Familia Pasta de Conchos (OFPC), de la que es parte la valiente defensora de derechos humanos Cristina Auerbach, quien pese a las descalificaciones y las adversidades nunca dejó de acompañar la exigencia, gritada tantas veces a una voz y hoy por fin cercana, de: ¡rescate ya!

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Imagen BBC
¿Por qué cada vez menos jóvenes responden llamadas? Aquí te explicamos la posible razón
7 minutos de lectura

Según una encuesta reciente, una cuarta parte de las personas de entre 18 y 34 años no contesta nunca las llamadas.

28 de agosto, 2024
Por: BBC News Mundo
0

“Hola, has contactado con el buzón de voz de Yasmin Rufo. Por favor no dejes ningún mensaje porque no lo escucharé ni te llamaré de vuelta”.

Desafortunadamente ese no es el mensaje del buzón de mi teléfono, pero sí podría ser el de muchos jóvenes de la generación Z y de los millennials.

Una reciente encuesta reveló que una de cada cuatro personas que tienen entre 18 y 34 años nunca contestan las llamadas de teléfono. Los encuestados aseguran que ignoran la llamada, responden vía mensaje de texto o buscan en internet el número para ver si lo reconocen.

La encuesta de Uswitch, con una muestra de 2.000 personas, también arrojó que cerca del 7% de los jóvenes entre 18 y 35 años prefiere servicios de mensajería de texto por encima de una llamada.

Para las generaciones mayores, hablar por teléfono es normal: mis padres pasaron su adolescencia peleando con sus hermanos por quién usaba la línea telefónica solo para que después toda la familia escuchara sus conversaciones.

Una niña habla por teléfono fijo.
Yasmin Rufo
A finales de los 90 sólo utilizaba el teléfono fijo para llamadas de trabajo.

En cambio, los años de mi adolescencia yo los pasé enviando mensajes de texto.

Desde el momento en que recibí mi Nokia rosado en mi cumpleaños número 13, me obsesioné con enviar mensajes de texto.

Pasaba todas las tardes después de la escuela escribiendo mensajes de 160 caracteres para mis amigos, sacando cada vocal y espacio innecesario, hasta el punto de que el mensaje parecía un revoltijo de consonantes que incluso una agencia de inteligencia hubiera tenido dificultades para descifrarlo.

En 2009, las llamadas en mi teléfono celular podían costar una fortuna.

“No te dimos este teléfono para que pudieras chismear con tus amigos toda la noche”, me recordaban mis padres mientras revisaban mi factura telefónica mensual.

Y así nació una generación de mensajeadores: las llamadas desde el móvil eran solo para emergencias y el teléfono fijo se usaba con poca frecuencia para hablar con los abuelos.

Imagen fija de la película Chicas pesadas.
Getty Images
Las protagonistas de “Mean girls” definitivamente habrían pensado que una llamada de a tres en 2024 no es algo cool.

Malas noticias

La doctora Elena Touroni, psicóloga consultora, explica que como los jóvenes no han desarrollado el hábito de hablar por teléfono “ahora les parece extraño al no ser la norma”.

Esto puede provocar que los jóvenes teman lo peor cuando su móvil comienza a sonar (o a encenderse silenciosamente porque ninguna persona menor de 35 tiene un ringtone estridente).

Más de la mitad de la población joven que respondió en el estudio de Uswitch admitió que pensaba que una llamada inesperada era sinónimo de malas noticias.

La psicoterapeuta Eloise Skinner explica que la ansiedad en torno a las llamadas proviene de “una asociación con algo malo; una sensación de un mal presagio o temor”.

“A medida que nuestras vidas se vuelven más ajetreadas y los horarios de trabajo más impredecibles, tenemos menos tiempo para llamar a un amigo simplemente para ponernos al día. Las llamadas telefónicas, entonces, quedan reservadas para las noticias importantes de nuestras vidas, que con frecuencia pueden ser complicadas y difíciles”, afirma.

“Es exactamente eso”, dice Jack Longley, de 26 años, y añade que él tampoco responde nunca a números desconocidos porque pueden ser “estafadores o telemercadeo”.

“Es más fácil simplemente ignorar las llamadas en lugar de analizarlas para descubrir cuáles son legítimas”.

Personajes de la serie Heartstopper.
Netflix
Nick y Charlie, de la serie “Heartstopper”, son parte de la generación que prefiere un mensaje a una llamada.

Pero no hablar por teléfono no significa que la gente joven no esté en contacto con sus amistades: nuestros chats se llenan de notificaciones durante el día con una mezcla de mensajes banales, memes, chismes y, más recientemente, notas de voz.

Muchas de estas conversaciones ahora tienen lugar en redes sociales, particularmente en Instagram y Snapchat, donde es más fácil enviar imágenes y memes junto a un texto.

Mientras muchos están de acuerdo en que las llamadas son un gran “no”, las notas de voz han dividido a las nuevas generaciones.

En la citada encuesta, un 37% de los jóvenes entre 18 y 34 años dijo que su forma preferida para comunicarse eran las notas de voz. En comparación, solo un 1% de las personas entre 35 y 54 años prefieren mensajes de voz por sobre una llamada.

Una mujer envía un mensaje de voz.
Getty Images
La nota de voz ha dividido a las generaciones jóvenes.

“Una nota de voz es como hablar por teléfono, pero mejor”, dice Susie Jones, una estudiante de 19 años. “Obtienes los beneficios de escuchar la voz de tu amigo, pero sin presiones, por lo que es una forma más amable de comunicarse”.

Pero para mí, escuchar una nota de voz de cinco minutos de un amigo que me quiere poner al día acerca de su vida es doloroso. Se desvían del tema, cada idea la terminan con expresiones repetitivas y la historia completa se podría haber perfectamente contado en un par de mensajes de texto.

Con todo, tanto los mensajes como las notas de voz permiten a la gente joven participar en conversaciones a su propio ritmo y entregar respuestas más meditadas y ponderadas.

La fobia al celular en el lugar de trabajo

Pero ¿hasta qué punto la fobia al teléfono móvil en tu vida personal empieza a afectar tu vida laboral?

Henry Nelson-Case es un abogado y creador de contenido de 31 años cuyos videos de “millennials abrumados” resultan dolorosamente familiares: incluyen la angustia de enviar un correo electrónico a toda la empresa, negarse amablemente a trabajar horas extras y, por supuesto, uno sobre un empleado que hace cualquier cosa para evitar una llamada telefónica.

Él dice que “es la ansiedad asociada con las conversaciones en tiempo real, la posible incomodidad que estas pueden conllevar, el no tener las respuestas y la presión de responder inmediatamente” lo que lo hace odiar hablar por teléfono.

“Las llamadas te exponen más e implican un mayor nivel de intimidad, mientras que los mensajes son más distantes y te permiten conectarse sin sentirte vulnerable o expuesto”, explica Touroni.

Foto de la serie Despistados.
Getty Images
Solo Cher y Dionne en la película “Clueless” podrían hacer que una llamada por teléfono fuera remotamente cool.

Dunja Relic, una abogada de 27 años, dice que evita las llamadas en el lugar de trabajo porque “pueden consumir mucho tiempo y hacer que se retrase en sus tareas”.

Skinner lo describe como el sentimiento de “esto podría haber sido un correo electrónico”.

“Hay una creciente sensación de protección sobre nuestro tiempo y llamar a alguien requiere que el destinatario haga una pausa en su día y dedique atención a la conversación, algo difícil de hacer para quienes realizan varias tareas a la vez”.

James Holton, un empresario de 64 años, dice que sus empleados más jóvenes rara vez responden a sus llamadas telefónicas. “O tienen un mensaje predeterminado que dice que están ocupados o ponen mi número en llamadas desviadas, por lo que la llamada nunca se realiza”, afirma.

“Siempre tienen una excusa bajo la manga, siendo la más común el que mi teléfono estaba en silencio, así que nunca lo vi y me olvidé de llamarte después”.

Dice que definitivamente ha tenido que adaptarse después de darse cuenta de “una brecha visible de comunicación” entre generaciones.

Para él, “si los empleados se sienten más cómodos con los mensajes de texto, entonces es mi responsabilidad respetar esa elección”.

Pero con la preferencia de la comunicación no verbal y la tendencia a trabajar desde casa, ¿estamos perdiendo la habilidad para las conversaciones informales no agendadas previamente?

Skinner dice que si la tendencia actual se mantiene en el tiempo, entonces “podríamos perder el sentido de cercanía o conexión”.

“Cuando nos comunicamos verbalmente nos sentimos más alineados, emocional, profesional o personalmente”, continúa. “Esta conexión puede generar una mayor sensación de realización, especialmente en el lugar de trabajo”.

Ciara Brodie, gerente de área de supermercado de 25 años, va contra la corriente y dice que “le encanta y aprecia cuando mis superiores me llaman”.

“Es más reflexivo que un mensaje de texto porque requiere una cierta cantidad de esfuerzo, por lo que realmente sabes que tus superiores valoran tu aporte”.

A ella especialmente le gusta hablar con sus colegas por teléfono en los días en que trabaja desde casa ya que “esto puede terminar siendo algo solitario y es agradable mantenerse conectada”.

Mientras algunos podrían decir que esta nueva tendencia comunicativa es prueba suficiente de que somos una generación de cristal, en realidad no es así.

En cambio, se trata de adaptarse. Sin duda hace 25 años la gente se resistía a cambiar el fax por el correo electrónico, pero el cambio hizo que la comunicación fuera mucho más eficiente.

Tal vez ahora sea el momento de reconocer el poder de los mensajes de texto y, tal como dejamos atrás el fax en los años 90, dejar atrás las temidas llamadas telefónicas en 2024.

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BBC

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