El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es un día para visibilizar y denunciar la constante ola de violencia que se ejerce en contra de nosotras en todo el mundo, por cuestiones de género. Este día fue designado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, derivado de la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer aprobada en su resolución 48/104 y 52/86, como un acto de memoria por el asesinato de las tres hermanas y activistas políticas de República Dominicana, Patria, Minerva y María Teresa, por orden del entonces gobernante Rafael Trujillo en 1960.
Al día de hoy, la violencia contra las mujeres y las niñas continúa siendo una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas y generalizadas alrededor del mundo. Esto, de la mano de las relaciones de poder históricas donde (por lo general) los hombres resultan favorecidos como grupo social a consecuencia de las relaciones asimétricas establecidas entre géneros.
El contexto actual de las mujeres mexicanas es desolador, pues según datos de la Secretaría de las Mujeres, solo en el primer trimestre del año hubo un registro total de 4 mil 765 de mujeres en situación de violencia en la Ciudad de México. De esta cifra, mujeres de entre 20 y 44 años de edad (60.1%) experimentaron uno o más tipos de violencia: psicoemocional (96.0%), económica (46.4%) y física (45.6%), sin dejar de lado la violencia sexual, padecida al menos por el 50 por ciento de mujeres en México. A estos números hay que sumar los 75 feminicidios registrados solo de enero a marzo del 2024, que representan en promedio de 9 a 10 feminicidios diarios.
A pesar de los aparentes esfuerzos del Estado por erradicar estos tipos de violencia, la realidad es que no han tenido el impacto debido, pues las violencias no cesan y el acceso a la justicia es casi imposible. La gran mayoría de los casos se encuentran enmarcados por la impunidad, lo que nos hace cuestionar el problema estructural al que nos enfrentamos y las acciones que se han tomado frente a ello. ¿Las medidas implementadas son las adecuadas según las necesidades y el contexto en el que nos encontramos actualmente? ¿O son los estigmas y prejuicios machistas que permean en la sociedad el principal causante de ello?
Este panorama tan complejo ha orillado a muchas mujeres a defender su vida misma, sus derechos y el de otras mujeres. Sin embargo, la titánica labor de defensa de derechos es un trabajo de alto riesgo, pues suele implicar actos de intimidación, hostigamiento judicial, detención arbitraria, amenazas de muerte, agresión física, desaparición forzada, tortura y, en los casos más extremos, el homicidio.
Durante el 2021, la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en México registró 970 casos de violencia contra defensoras. La consecuencia de vivir ante una continua preocupación por la integridad y seguridad física, sumado a la exposición prolongada de narrativas de frustración, rabia y dolor, puede generar afecciones transversales en las vidas personales e incluso en los espacios de lucha y resistencia. Visibilizar las múltiples violencias que experimentamos las defensoras resulta indispensable para la implementación de medidas protectoras y de atención diferenciadas con perspectivas integrales. Apremia que los enfoques no solo sean en la seguridad física y sexual, sino también en el acompañamiento psicológico, pues es uno de los mayores impactos que se experimentan.
En el marco del 25N es importante reconocer el trabajo y compromiso con el que las mujeres accionan por y para la defensa de sus derechos en el país. Todo, con la intención de construir colectivamente un espacio justo y digno para todas. Hoy somos nosotras quienes encabezamos y protagonizamos muchos de los movimientos sociales. Las mujeres no somos las responsables de luchar por nuestros derechos, es el Estado quien está obligado a garantizar los mecanismos necesarios para ejercer la libre práctica de nuestros derechos y evitar que sean vulnerados. No obstante, en la praxis no hay un verdadero compromiso al respecto. Por el contrario, la omisión ante estás desigualdades desde el género escalan a niveles internacionales, puesto que a pesar de existir convenios con principios básicos de equidad y respeto entre las personas, el problema de las violencias de género permanece. ¿Hasta cuándo vamos a seguir normalizando las múltiples violencias que por razones de género vivimos? ¿Cómo el Estado y la nueva presidenta de México salvaguardarán las vidas de quienes somos defensoras, activistas y luchadoras sociales?
*Leslie Joryet (@lesliejoryet) es colaboradora del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria A. C. (@CentroVitoriaMX).
El aroma corporal evoluciona a lo largo de nuestra vida, y los cambios que se producen no solo tienen una explicación biológica, sino que ha sido clave en la selección social y evolutiva.
Le propongo un reto: ¿sería capaz de adivinar el rango de edad de alguien sentado a su lado que no lleve perfume utilizando tan solo el sentido del olfato? No he encontrado ningún reto de este tipo en TikTok, pero sí una investigación que lo demuestra: podemos discriminar la edad de una persona por su aroma.
El olor corporal evoluciona a lo largo de nuestra vida, y los cambios que se producen no solo tienen una explicación biológica, sino que también han jugado un papel importante en la selección social y evolutiva.
Durante la infancia, el olor corporal suele ser suave debido a la baja actividad de las glándulas sudoríparas y a un microbioma (comunidad de microrganismos) cutáneo sencillo. Aun así, los padres son capaces de identificar la “fragancia” que despide su propio hijo y preferirla a la de niños desconocidos.
Los olores que en este caso generan una percepción olfativa emocional (información hedónica) agradable o familiar, activan las redes neuronales de la recompensa y el placer y disminuyen las respuestas al estrés. En coherencia con esto, las madres con trastornos del vínculo posparto no desarrollan este reconocimiento ni preferencia olfativa de su propio bebé.
Desde un punto de vista evolutivo puramente pragmático, la identificación placentera de la descendencia permitiría la inversión selectiva de los recursos.
La adolescencia supone un cambio importante en el olor corporal. Esta transformación se debe a la producción de hormonas sexuales, que, entre otras cosas, induce la activación de las glándulas sudoríparas y sebáceas.
Mientras que la mayoría de las glándulas sudoríparas (las ecrinas) excretan agua y sales, las glándulas sudoríparas llamadas apocrinas (asociadas al vello y localizadas en las axilas y la zona genital) segregan proteínas y lípidos
Es la degradación conjunta de estos lípidos y del sebo (triglicéridos, ésteres de cera, escualeno y ácidos grasos libres) liberado por las glándulas sebáceas presentes por casi toda la piel lo que genera el característico aroma a “humanidad”.
La descomposición de esas sustancias ocurre cuando entran en contacto con el aire y las bacterias de la piel. Microorganismos como los Staphylococcus convierten las grasas en ácido acético y ácido 3-metilbutonoico, responsables del olor agrio de los adolescentes.
Otras moléculas volátiles que aparecen en mayor cantidad en el sudor de los púberes frente al de los niños son la androstenona (olor sudoroso y urinario, similar al almizcle), el androstenol (parecido al sándalo o el almizcle) y el escualeno (rancio, graso o ligeramente metálico cuando se oxida).
La capacidad de reconocer a los hijos por el olor corporal disminuye tanto en madres como en padres cuando sus descendientes abandonan la infancia y están en plena adolescencia.
De hecho, las madres incluso prefieren el aroma de desconocidos. Y en ambos casos, la capacidad de identificación y preferencia se recupera cuando los vástagos entran en la etapa de pospúberes.
Una posible explicación a esta especie de “rechazo” hacia el olor corporal de los propios hijos adolescentes sería la prevención del incesto y, por tanto, la endogamia.
Las glándulas sebáceas alcanzan su actividad máxima en la edad adulta. Aunque menos intenso que en la adolescencia, el olor corporal sigue existiendo en cada persona y depende de factores como la dieta, el estrés, los niveles de hormonas o el microbioma cutáneo.
Pero ¿qué sentido tendría poseer un olor propio cambiante a lo largo de la vida si no tuviésemos la capacidad de sentirlo? El mismísimo Darwin se equivocó (nadie es perfecto) al afirmar que “para el hombre, el sentido del olfato es de muy poca utilidad, si es que tiene alguna”.
En realidad, el olfato es eficaz para obtener información de congéneres, resulta esencial cuando la visión o audición están restringidas (entorno oscuro o ruidoso) y permite detectar eventos pasados, pues las moléculas odoríferas persisten en el espacio y el tiempo.
Por lo tanto, poseer un aroma característico y la capacidad de detectar olores ajenos proporciona información social respecto a nosotros mismos, nuestros parientes, la edad, el sexo, la personalidad, las enfermedades y las emociones.
Igual que en otros animales, los olores corporales ayudan en la selección de pareja, el reconocimiento del parentesco o la diferenciación sexual.
Con el envejecimiento, la falta de colágeno de la piel aplasta y reduce la actividad de las glándulas sudoríparas y sebáceas.
La pérdida de las primeras explica la dificultad de las personas mayores para mantener el equilibio térmico. En cuanto a las sebáceas, no solo disminuye su producción, sino que cambia su composición, disminuyendo la cantidad de compuestos antioxidantes como la vitamina E o el escualeno.
Todo esto, sumado a la también menor capacidad de producción de antioxidantes por las células cutáneas, desencadena un aumento de reacciones de oxidación, dando lugar al olor “a persona mayor”, que los japoneses llaman kareishu.
Así, a partir de los 40 años, comienza a cambiar la forma en que se procesan algunos ácidos grasos de la piel, como el omega-7 (ácido palmitoleico). La oxidación de este ácido graso monoinsaturado da lugar al 2-nonenal, responsable del olor característico.
Por cierto, este compuesto se encuentra también en la cerveza añeja y el trigo sarraceno, y se describe como un olor a grasa y hierba.
Si para algunas personas este olor resulta desagradable, la mayoría lo asociamos con buenos recuerdos de abuelos y padres. Y es probable que, al igual que en la infancia, ayude a perpetuar los cuidados, esta vez de nuestros mayores.
Por lo tanto, el olor de la vejez no tiene tanto que ver con la higiene; de hecho, el 2-nonenal no es soluble en agua, por lo que no se elimina fácilmente ni con la ducha ni lavando la ropa.
A medida que la piel madura, su protección antioxidante disminuye, generando una mayor presencia del citado compuesto, así que lo mejor para minimizar el rastro olfativo es beber abundante agua, hacer ejercicio, seguir una alimentación sana, disminuir el estrés y reducir el consumo de tabaco o alcohol. Todos estos hábitos reducen el estrés oxidativo responsable de nuestro olor.
*Noelia Valle es profesora de Fisiología, Creadora de La Pizarra de Noe, Universidad Francisco de Vitoria.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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