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Día de Muertos: entre la desaparición y la angustia por no saber
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El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), organización imparcial, neutral e independiente, tiene la... Continuar Leyendo
6 minutos de lectura

Día de Muertos: entre la desaparición y la angustia por no saber

¿Cómo pasarán este Día de Muertos las familias de las más de cien mil personas desaparecidas en México, las más de cuarenta mil en Guatemala? No darles una respuesta es un fracaso y una deuda que nos toca a todos como comunidad.
02 de noviembre, 2024
Por: José Pablo Baraybar

Me sorprende que después de más de treinta años de trabajar con la muerte, aún sienta tal fascinación por el 1 y 2 de noviembre. En estas fechas del Día de Muertos tan señaladas en los países de la región, donde trabajamos como parte del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), no recuerdo desde cuándo espero poder sumarme a esta celebración, así sea de lejos, como turista, o como un “otro” curioso. Al fin y al cabo, estoy en México, un país donde los múltiples símbolos de la muerte se entrelazan con la vida cotidiana.

Pero es también un día de sentimientos encontrados. El Día de Muertos es un momento para honrar y recordar a quienes se fueron, ofrecerles sus viandas favoritas y marcarles el camino para que puedan lograr una comunión con nosotros. Los pensamos siempre, pero ese día, lo pasamos juntos. Ello es posible en la medida en que sabemos que nuestro ser querido dejó de estar, murió.

Me pregunto, sin embargo, qué ocurre con todos aquellos que dejaron de estar, pero cuya suerte no ha sido confirmada y para sus seres queridos sigue siendo una incertidumbre si están vivos o muertos. Desaparecidos, solemos llamarlos. En México y América Central un número desconocido de personas fallecidas permanece sin identificar, ya sea en los servicios médicos forenses o en fosas comunes. Muchas de ellas están siendo buscadas por sus allegados y se cuentan entre los desaparecidos. ¿Cómo pasarán este día las familias de las más de 100,000 personas desaparecidas en México, las más de 40,000 en Guatemala? ¿Qué camino se les puede señalar a quienes se mantienen en el limbo de la ambigüedad? No darles una respuesta es un fracaso y una deuda que nos toca a todos como comunidad.

Liz y Carmen, como otras familias, buscan a su padre, Gersaín Cardona, desaparecido en Piedras Negras, Coahuila, México, en 2009. Ellas han decidido abrazar la tradición y dedicarle un altar como una forma de enfrentar su ausencia: un memorial para no olvidar, con un camino de flores y velas que lo guíe de regreso a casa.

Indefectiblemente, esta conmemoración y testimonios como los de estas jovencitas, conocidas por el equipo del CICR, me llevan a evocar con sentimientos encontrados dos historias paralelas que ocurrieron hace algún tiempo en mi andar como forense en diversas instituciones, en otra geografía —en los Balcanes—, pero que se repiten todos los días y en todas partes.

***

Hoy, frente a la distancia de los hechos, debo admitir que en su momento prometí a Olgica que haría lo imposible por encontrar a sus familiares. El encuentro en esa primera reunión fue tan doloroso como inexplicable. Acababa de llegar. No entendía nada, pero sabía que el dolor acumulado y vertido en esos pedidos desesperados era real. Olgica y su familia recuperaron parte de sus familiares, incluso algunos de los que estaban en la “fosa de los 13”. Cumplí en gran parte. Me sentí aliviado.

Sin embargo, hubo una promesa que no pude cumplir. El marido de Zhora, médico, estaba desaparecido desde que tratara de cruzar las montañas hacia Montenegro. No estaba solo. Lo acompañaban otros profesionales que decidieron huir cuando la situación se complejizaba.

—¿Quién podría matar un médico?— preguntaba.

La persona a la que pagaron para cruzar juraba haber cumplido su parte del trato. El hecho es que el grupo cayó en una emboscada y justamente era el guía el único que conocía el itinerario.

—Hable con él. Le ofrecí dinero. Lo amenacé. Le rogué llorando— contaba Zhora en una sucesión interminable de cigarrillos—. Repetía la misma historia: que los emboscaron, que se escapó, que no sabía nada.

—Yo sé que miente, pero no puedo hacer más— me dijo.

Siempre me llamó la atención la fuerza de Zhora. Se quedó con los hijos pequeños y salió adelante pese a la tragedia. Se sabía víctima, pero no se dejaría llevar por las llamas incombustibles de la desgracia y la tristeza.

En el afán de hallar a su marido decidió agotar todas las pistas que pudiesen ayudar a encontrarlo. Así la conocí. En el medio de montañas con leves ondulaciones y pinos por doquier; un bosque ralo. Según la información, algunos metros por delante de uno de esos pinos habría una fosa común. Al ver el sitio pensé que la información era decididamente incorrecta. Las raíces de los enormes árboles eran lo suficientemente profundas para impedir cualquier excavación. La fiscal insistía en que la información era correcta. Pese a mi escepticismo, procedimos a excavar hasta, poco después, llegar a las dichosas raíces que formaban una malla compacta. La fiscal observó el lugar con cierta decepción. Nos dijo que en ese lugar un grupo de hombres intentaba cruzar las montañas para dirigirse a Montenegro y que habrían sido emboscados por grupos armados.

—No dudo que hayan sido emboscados, pero no parece que hubieran enterrado a nadie.

Al ver la cara de decepción de la fiscal, que resumía más bien su desesperación, le dije que observaríamos las anomalías en el terreno para excavar lo que nos pareciese sospechoso. Y eso hicimos. Cuales topos, realizamos pequeñas excavaciones en cuanta depresión encontramos. No recuerdo cuántas fueron, pero llegó el momento en que dije que se podía afirmar que no estábamos en el lugar correcto.

La fiscal nos agradeció con su sonrisa triste y regresamos a Pristina.

Poco tiempo después, alguien me explicó que ella utilizaba cuanta información llegara a sus manos. Algunos la tildaban de loca. Es tan fácil juzgar a los demás cuando no somos capaces de acercarnos siquiera al dolor que los consume. Un día de esos, no recuerdo exactamente cuándo fue, se lo prometí: haría todo lo que estuviese en mis manos para encontrar a su marido y seguiría cada pista que ella me proporcionase. No se lo prometí como se hace con los ancianos o los niños, sino con la conciencia de que mi determinación sería suficiente. Siendo fiscal, Zhora tenía acceso a gente con información dispuesta a canjearla por una reducción de pena o la propia libertad.

Acompañé a Zhora por valles, montañas, cementerios donde podrían haber escondido los restos de su esposo. A estas alturas, ella sabía (sin saber) que estaba muerto, y si así era, solo quería poder enterrarlo. Pasó el tiempo y todas las pistas resultaron infructuosas. Un domingo me invitó a su casa, quería presentarme a sus hijos, adultos y profesionales. De manera solemne les dijo que mister José era el hombre que creyó en ella y buscaba al padre desaparecido. Todos me agradecieron. Sentía que mi responsabilidad no hacía más que multiplicarse. No había hecho nada especial. La promesa que le hice era la misma promesa tácita hecha a todas las demás familias, sin enunciarlo de manera tan elocuente.

Cuando me fui de Kosovo, Zhora se despidió de mí. No podría cumplir mi promesa y ella lo sabía. No hubo recriminaciones. Me abrazó dulcemente. Tiempo después me enteré de que murió de cáncer. Se fue sin encontrar a su esposo.

***

Hoy pienso en quienes, como Olgica, recuperaron a sus familiares asesinados, que pasaron de “desaparecidos” a fallecidos, que pudieron ser enterrados y honrados en cada oportunidad.

A la muerte podemos nombrarla, describirla, podemos tocarla y olerla. Sus imágenes indelebles permanecen en nuestra retina y nos visitan como sendos recordatorios del lugar en el que no hay que terminar. Pero hoy pienso también en Zhora y en todos aquellos que esperan en la misma ambigüedad. ¿Cuál es el camino que debemos marcar para que el desaparecido vuelva a nosotros, si justamente su condición incluye, pero no necesariamente prescribe, la muerte?

Hablar de desaparición lleva en sí misma la crueldad de la ambigüedad, de lo innombrable y etéreo. Cada noviembre quisiera marcar el camino para que quienes no están a mi lado –muertos o buscando su lugar entre vivos o muertos– lo compartan conmigo; para que quienes están lejos pronto puedan regresar con sus seres queridos. Hoy recordamos no solo a quienes han partido, también a quienes seguimos buscando con la esperanza de que vuelvan a casa.

* José Pablo Baraybar es el coordinador regional forense del Comité Internacional de la Cruz Roja para México y América Central (@CICR_DRMX).

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Imagen BBC
Casas hechas con latas de cerveza y llantas hace 40 años en Nuevo México son ejemplo contra cambio climático
7 minutos de lectura

Las llamadas Earthships están diseñadas para soportar las temperaturas extremas de un desierto, como el que rodea Taos.

21 de octubre, 2024
Por: BBC News Mundo
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Si te adentras en el hermoso y desolado desierto de Nuevo México, es posible que te encuentres con algunas casas fantásticas y poco convencionales (algunas palaciegas y esculturalmente redondeadas; otras con una forma similar a la de un templo antiguo) que parecen sacadas de una película de “La guerra de las galaxias”.

Ubicadas en la ciudad de Taos y sus alrededores, donde se inventaron hace casi 40 años, estas son las Earthships, casas de diseño sostenible y con emisiones netas cero construidas principalmente con materiales naturales y de desecho, como neumáticos viejos, botellas de vino vacías, madera y barro.

Debido a que la construcción de las Earthships requiere menos materiales de construcción tóxicos o que emitan carbono, como hormigón y plásticos, estas exquisitas casas son cada vez más buscadas en todo el mundo.

Las Earthships se venden por entre US$500.000 y US$900.000, y también están disponibles para pernoctar en Taos y sus alrededores por unos US$240 la noche.

El movimiento Earthship comenzó en Taos en la década de 1970 después de que Michael Reynolds, oriundo de Kentucky y fundador de la empresa de construcción ecológica Earthship Biotecture, se mudara aquí en 1969 tras obtener su título en arquitectura.

Su objetivo era “conducir motos de cross, por diversión”, dice.

El hombre, que ahora tiene 71 años, tuvo un momento de inspiración.

Earthship en Nuevo México
Getty Images

La idea

“Vi a Walter Cronkite [presentador de noticias de CBS News] hablando sobre la tala de bosques para obtener madera, lo que no solo crea erosión, sino también un problema de oxígeno porque los árboles emiten oxígeno”, le cuenta Reynolds a la BBC.

“Estaba hablando de lo que ahora llamamos cambio climático y calentamiento global. Vi todas esas latas de cerveza tiradas a la basura y me dije: ‘¿Por qué no construimos con latas de cerveza y no con árboles?'”.

Reynolds construyó su casa hecha con latas de cerveza en 1971, y no recibió mucha atención en las noticias por su peculiaridad.

Sin embargo, se exhibió en varias partes del mundo, incluido el Museo del Louvre en París y el Museo de Arte Moderno (MoMA) de la ciudad de Nueva York.

Reynolds señala, con cierta incredulidad, que “el MoMA acaba de comprar un ladrillo hecho con latas de cerveza por US$4.500”.

De hecho, después de utilizar uno de los bloques de construcción hechos con latas de cerveza en una exposición, el museo decidió añadir uno a su colección permanente.

Aun así, durante años se lo consideró, en el mejor de los casos, un chiflado y no un arquitecto serio.

“Era una idea un tanto ingenua y ridícula, pero seguí adelante y empecé a ir en esa dirección”, dice Reynolds.

“Comencé a utilizar botellas y neumáticos, y seguí adelante. Llevo en esta dirección fácilmente 55 años, y luego, hace unos 36 años, etiqueté por primera vez una casa como Earthship”.

Earthship en Normandía
Getty Images
Cada Earthship tiene un invernadero en un lado para que los residentes puedan cultivar sus propios alimentos.

Cómo funcionan

Pero ha llevado mucho tiempo llegar al punto de una aceptación más amplia.

“Ya sabes, parecían demasiado raras y siguen pareciendo extrañas, pero ahora la gente lo está entendiendo, y también está abierta a ellas porque [muchos] están a punto de quedarse sin hogar y paralizados por las facturas de la electricidad y los servicios públicos”, afirma Reynolds sobre el aspecto financieramente empoderador de vivir desconectado de la red eléctrica.

“Y ahora la gente quiere revertir el cambio climático”.

Taos es un lugar que ha atraído a artistas e individualistas desde hace mucho tiempo.

Su antiguo pueblo (aldea) y la ciudad más nueva tienen una arquitectura sorprendente, en su mayoría casas tradicionales de adobe con vigas de madera, cuyos techos están hechos de madera y tierra apisonada.

Taos fue la incubadora perfecta para las casas Earthships, que tienen una gruesa pared de neumáticos, cada uno lleno de tierra.

Un terraplén (un banco de tierra construido a propósito) rodea las Earthships por tres lados, proporcionando una masa aislante que controla la temperatura.

La refrigeración se realiza a través de ventanas tradicionales de travesaño colocadas en lo alto de las vigas de soporte para ventilar de forma cruzada, y de las rejillas de ventilación del edificio.

Cada una tiene un invernadero (ya que Reynolds cree que la gente debería tener la capacidad de cultivar su propia comida), ya sea en el lado norte o sur, según la ubicación.

La mayoría de las Earthships funcionan únicamente con energía solar; algunas también tienen turbinas eólicas como complemento o una estufa de leña como respaldo.

Taos tiene inviernos fríos y nevados, y veranos a menudo secos y calurosos, pero en una Earthship, la temperatura interna se mantiene cerca de los 21 °C durante todo el año, independientemente de las condiciones climáticas externas.

Earthship
Getty Images
A pesar de su atractivo ambiental, las Earthships aún no son aceptadas como una opción para aliviar la crisis de vivienda y el cambio climático.

“No queremos irnos”

Reynolds se mudó a su primer Earthship hace 35 años, dice, y crió a su familia allí. Todavía vive allí: “Es tan cómodo que no queremos irnos”, asegura.

¿Qué se siente al estar dentro de una Earthship? “Se siente como si estuvieras dentro del útero”, señala la directora de construcción de Earthship, Deborah Binder.

“Te sientes constantemente abrazado y acurrucado. La temperatura siempre es agradable. A veces, cuando hace mucho frío afuera, salgo sin abrigo sin darme cuenta, porque adentro hace mucho calor”.

Binder se incorporó hace 11 años a la compañía para gestionar un proyecto sin ánimo de lucro en Malawi, África, sin ningún tipo de experiencia en construcción, dice.

No solo se quedó en la empresa, sino que se mudó a Taos y actualmente alquila una Earthship mientras construye la suya.

Binder también enseña en la Earthship Academy, que atrae a estudiantes de todo tipo para aprender los principios de diseño, los métodos de construcción y la filosofía de Earthship.

“La mayoría de la gente quiere aprender por sí misma”, señala Binder. “Algunos aprenden a construir para proyectos comunitarios”.

A pesar de su atractivo medioambiental, las Earthships todavía no son aceptadas como una opción para aliviar la crisis de la vivienda y el cambio climático.

“En cierto modo, todavía están al margen”, expresa Binder. “Es muy importante que la gente viva en una de ellas. La sensación que se tiene al vivir en ellas es única, y en la práctica no se pagan facturas de servicios públicos. Eso es bastante sorprendente”.

Michael Reynolds
Getty Images
El ecoarquitecto Michael Reynolds con los neumáticos viejos que se pueden utilizar en la construcción de casas.

En todo el mundo

“Una vez que la gente las prueba, normalmente quiere una”, añade Reynolds, algo que se confirma con los numerosos testimonios entusiastas en los libros de visitas colocados en cada alquiler de Earthship.

Reynolds cree que no podría ser más oportuno, incluso urgente, convertir las Earthships en la norma.

Su objetivo es construir viviendas comunitarias alquilables como respuesta a la falta de vivienda y al consumo de energía devastador para el planeta.

“No me interesan tanto los encargos; tener un cliente me hace ir más lento”, dice. “Necesito producirlas rápido y arrendarlas a la gente por un alquiler justo”.

Reynolds está a toda máquina con su último modelo simplificado de Refuge Earthship, que cree que podría ayudar a combatir la falta de vivienda y la pobreza debido a la simple cuestión económica de no pagar enormes facturas de servicios públicos cada mes.

“Refuge es el modelo más económico que se construye; el que vamos a replicar en todo el mundo”, afirma apasionadamente.

Luego está la extravagante Atlántida, una llamativa nave terrestre turquesa con curvas, creada como ejemplo del lado escultural y artístico de los edificios.

“Tienen un lado artístico: jugué con las botellas como vitrales, y está el aspecto escultural. Son hermosas”, dice Reynolds, quien se pagó sus estudios universitarios trabajando como artista.

“Lo que es realmente hermoso es que cuidan a las personas mientras cuidan el planeta. Nada tiene tanto significado en el arte como lo tiene una casa”.

Este artículo apareció en BBC Travel. Puedes leer la versión original en inglés aquí.

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