La captura de Ismael “El Mayo” Zambada, el pasado 25 de julio de 2024, catalizó una auténtica guerra criminal en Sinaloa que hasta ahora ha arrojado un saldo de más de 500 homicidios dolosos y 700 desapariciones. Desde que inició este conflicto, una serie de acusaciones entre las facciones en pugna, Mayitos y Chapitos han evidenciado un complejo entramado de relaciones políticas entre las autoridades locales de Sinaloa y los liderazgos criminales del Cártel de Sinaloa.
La declaración de Ismael Zambada a propósito de su captura fueron reveladoras: según su testimonio, fue sorprendido mientras se disponía a realizar una actividad que al parecer le resultaba de lo más común. Joaquín Guzmán López lo convocó para resolver un conflicto que involucraba a un opositor local, Melesio Cuén, y al gobernador del estado, Rubén Rocha Moya, en una pugna relacionada con la Universidad Autónoma de Sinaloa. Al parecer, tan habitual fue la cita que se le solicitó a Zambada que éste último no reparó en lo extraordinario del evento ni en la posibilidad de una traición. La normalización de su participación en la negociación política estatal fue un factor implícito que contribuyó a su captura.
Muchos son los analistas que se han preguntado hasta qué punto Ismael Zambada, en el largo tiempo a la cabeza del Cártel de Sinaloa, se involucró en la resolución de conflictos de orden político o social. Algunos denuncian con vehemencia la complicidad del gobernador Rocha Moya y sus vínculos con el Cártel de Sinaloa. No obstante, estas críticas, aunque justificadas, se limitan a describir la punta del iceberg de un fenómeno estructural. Declaraciones de personalidades políticas y exgobernadores evidencian que los mandatarios locales de Sinaloa han tenido que negociar con el Cártel de Sinaloa sistemáticamente desde hace décadas.
Más aún, investigaciones académicas que abarcan un período más extenso muestran cómo la clase política se ha servido históricamente de la presencia del crimen organizado para resolver conflictos políticos y acceder a fuentes extraordinarias de renta económica. Como han documentado Will Pansters y Benjamin Smith, al menos desde 1940 -es decir, hace más de 80 años- las autoridades de Sinaloa se encargaron de regular el comercio de droga, resolver las pugnas entre las organizaciones criminales y emplear a estos grupos como una herramienta adicional en la resolución de conflictos locales.
Este tipo de experiencias sólo evidencian que la relación de la clase política con el crimen organizado no es una cuestión secundaria ni intermitente, sino más bien un elemento constitutivo de la formación del régimen y de sus instituciones más fundamentales. Amén de las condiciones del sistema internacional que han facilitado la expansión del mercado de drogas y, en consecuencia, la proliferación de organizaciones criminales cada vez más robustas, lo cierto es que el Estado mexicano ha tenido un control históricamente limitado sobre su territorio al tratarse de la extracción fiscal y de la capacidad de garantizar protección a sus ciudadanos. Por lo menos desde la Revolución, el Estado ha tenido que apoyarse en un conjunto de prácticas informales de carácter clientelar y caciquil, permitiéndole controlar ámbitos sociales, políticos y económicos que, por medio de instituciones formales, no le habría sido posible alcanzar.
Gracias al ordenamiento personalista y patrimonialista articulado en torno a las clases políticas locales y a sus “hombres fuertes”, el régimen posrevolucionario estableció un control aparente sobre sus territorios y garantizó una estabilidad relativa que habría sido imposible de instaurar mediante un sistema jurídico coercitivo convencional, es decir, un Estado de derecho. Aunque la regulación de la vida política mexicana por medio de instituciones informales durante la consolidación del autoritarismo mexicano no fue privativa del fenómeno criminal, éste es un componente fundamental para comprender cómo el poder político posibilitó el empoderamiento de los cárteles.
La incapacidad del Estado para modernizar áreas clave como la seguridad, la impartición de justicia o la extracción tributaria le ha orientado a recurrir sistemáticamente a prácticas “ilícitas” complementarias que le ayuden a hacer valer su soberanía mediante mecanismos no convencionales. De este modo, la protección informal estatal de las clases políticas locales (y en ocasiones incluso de la nacional) le asegura al crimen organizado un flujo abundante de ganancias derivadas de mercados ilícitos, así como un dominio tolerado sobre territorios específicos. A cambio, las élites políticas obtienen recursos del mundo informal criminal para apuntalar su autoridad en ámbitos particulares, como el financiamiento de proyectos de infraestructura pública o de los aparatos de seguridad para reprimir discrecionalmente a sus opositores. La corrupción y la impunidad son entonces prácticas informales que al tiempo que debilitan la “cara licita” del Estado, permiten la expansión de la “cara ilícita”. Esta dualidad contradictoria, como el dios Jano, ha contribuido a la supervivencia del Estado mexicano en los tiempos de crisis y a su prosperidad en tiempos de paz.
Desde los tiempos del régimen autoritario posrevolucionario, pasando por el período de la transición y hasta el nacimiento de un nuevo régimen bajo el tutelaje de MORENA, las autoridades políticas se han beneficiado de la interrelación con el crimen organizado. Ese pacto de impunidad sobrevivió a la ola de democratización, e instituciones clave en la implementación de la seguridad pública, como el ejército, las fiscalías estatales, las policías y aun los mandos más altos de la administración federal, ofrecen protección a organizaciones criminales a cambio de rentas provenientes de mercados ilegales.
Desafortunadamente, la relación entre el crimen organizado y el gobierno aún ocupa un lugar discreto en la discusión pública, ínfimo en relación con el papel protagónico que debería tener por sus consecuencias en la inseguridad y la violencia. Aunque experiencias recientes como el “Operativo Enjambre” son positivas en tanto que comienzan a poner el dedo en la llaga, estas medidas son superficiales, pues no atienden a los compromisos partidistas y los intereses políticos locales, que son el mayor factor de resistencia al momento de impartir justicia. Mientras el partido en el poder asuma una posición de cerrazón y se niegue a investigar a actores políticos de alto nivel acusados de involucrarse con el crimen organizado, como es el caso de Chiapas, Sinaloa, Tabasco o Morelos, todo operativo de seguridad orientado a sanear las estructuras político-administrativas será superficial: obedecerá más a una lógica publicitaria que a un verdadero esfuerzo por dislocar de una vez por todas la relación entre el crimen organizado y la clase política mexicana.
* Emiliano Aguilar es analista de seguridad y crimen organizado en Lantia Intelligence, y es licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Egresado del Diplomado sobre Violencia y Paz, Generación 2024 del Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México.
Tras un intento fallido de votación la semana pasada, el Parlamento logró los votos necesarios para la acusación y Yoon Suk-yeol será suspendido inmediatamente de su cargo.
El Parlamento de Corea del Sur ha votado a favor de iniciar un proceso de impeachment para destituir al presidente del país Yoon Suk Yeol.
La medida viene después de que el pasado 3 de diciembre el presidente declarara la ley marcial en el país democrático por primera vez en 40 años.
La drástica medida de Yoon, anunciada en un programa de televisión nocturno, mencionaba a “fuerzas antiestatales” y la amenaza de Corea del Norte. Pero pronto quedó claro que no había sido impulsada por amenazas externas, sino por sus propios y desesperados problemas políticos.
La decisión provocó protestas masivas en el país y Yoon Suk Yeol tuvo que retractarse y retirar la ley marcial.
Los diputados de oposición se organizaron rápidamente para impulsar un impeachment, es decir, una acusación en su contra.
Tras un intento fallido de votación la semana pasada, este sábado el Parlamento logró los votos necesarios para la acusación. Esto significa que Yoon será suspendido inmediatamente de su cargo y el primer ministro pasará a ser presidente interino.
Participaron los 300 legisladores, con 204 votos a favor, 85 en contra, tres abstenciones y cuatro votos nulos.
Al poco de saberse el resultado, Yoon emitió un comunicado.
“Estoy deteniendo temporalmente mi viaje”, dijo el presidente.
“Aunque me detenga por ahora, el viaje hacia el futuro que he recorrido durante los últimos dos años y medio nunca debe detenerse. Nunca me rendiré. Tomaré en serio sus críticas, elogios y apoyo y haré lo mejor que pueda por el país hasta el final”, añadió.
Aún así, el proceso de destitución podría durar semanas, ya que todavía debe celebrarse un juicio ante el Tribunal Constitucional. Si seis de los nueve miembros del consejo votan a favor de mantener el impeachment, sólo entonces se destituirá al presidente.
En este escenario, se convocarán elecciones para elegir al próximo presidente dentro de los 60 días siguientes a la sentencia.
Según el presidente del Parlamento, Woo Won-shik, los poderes y deberes presidenciales de Yoon quedarán suspendidos después de que se le entreguen a él y al Tribunal Constitucional copias de un documento sobre el impeachment.
Y, en ese momento, será el primer ministro Han Duck-soo asumirá el cargo de presidente interino.
Sin embargo, incluso después de que se suspendan sus poderes, Yoon permanecerá en el cargo hasta que el Tribunal Constitucional decida si mantiene su impeachment.
En el momento en que se anunciaron los resultados, estallaron vítores en el Partido Demócrata, mientras que los miembros del partido gobernante abandonaron silenciosamente la cámara. Durante el recuento de votos, se vio a algunos legisladores del partido gobernante juntando sus manos en oración.
“Esperamos que el fin de año sea un poco más feliz y que se puedan reanudar todas las celebraciones que se habían cancelado”, dijo el presidente del Parlamento, Woo Won-shik, tras anunciar los resultados.
“El futuro de la República de Corea y nuestra esperanza están en manos del pueblo, nuestra esperanza es fuerte. Muchas gracias”, dijo al finalizar la sesión.
La semana pasada, cuando el Parlamento no logró reunir los votos necesarios para sacar adelante esta moción, miles de surcoreanos salieron a las calles de Seúl para exigir la renuncia del presidente del país después.
El ambiente este sábado a las puertas del Parlamento era distinto.
La respuesta inmediata de la gente al conocer el resultado de la votación fue de alegría inmediata, según cuenta Leehyun Choi, reportando desde Seúl.
La gente empezó a cantar y encender fuegos artificiales.
“La canción Into the New World del grupo de K-pop Girls’ Generation vuelve a sonar a todo volumen en las puertas de la Asamblea Nacional. La misma canción se escuchó aquí antes, antes de la votación del impeachment”, narra Choi.
En cambio, al otro lado de la ciudad, en la plaza Gwanghwamun, en una manifestación a favor de Yoon, los partidarios del presidente se mantuvieron en silencio tras conocerse la noticia.
Son Bang-gle, una manifestante de unos 30 años, dijo que se había unido a la manifestación porque sabía que se sentiría aún peor si estaba sola en el momento de enterarse del resultado. Estaba llorando y dijo que estaba preocupada por el país.
La aprobación de la moción de impeachment “no es el fin de la agitación política de Corea del Sur”, según contó a la BBC Leif-Eric Easley, profesor de la Universidad Ewha de Seúl.
“Ni siquiera es el principio del fin, que en última instancia implicará la elección de un nuevo presidente”, afirmó.
El tribunal constitucional tiene ahora hasta 180 días para decidir si el presidente Yoon debe ser destituido o reinstaurado. Si decide destituirlo, se deben convocar elecciones para el próximo presidente dentro de los 60 días siguientes a la sentencia.
El líder del principal partido de la oposición, el Partido Democrático, Lee Jae-myung, que perdió por un estrecho margen frente a Yoon en 2022, es el favorito para ganar las elecciones para reemplazarlo. Pero Lee también corre peligro legal, señaló el profesor Easley.
Lee tiene una condena en apelación y varias otras sentencias pendientes que podrían descalificarlo para el máximo cargo.
“Por lo tanto, antes de la carrera final en las urnas, habrá una carrera en los tribunales”, afirmó.
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