La fortaleza capitalina es una investigación del Seminario sobre Violencia y Paz, que concluye, entre otras cosas, que los éxitos y fracasos de las políticas de seguridad de la Ciudad de México (CDMX) estarán incompletos mientras no se contemple lo que pasa en toda la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM). Para ello, hay que impulsar una mirada metropolitana de la seguridad. ¿Qué supone esa mirada?
Con alrededor de 22 millones de habitantes, la ZMVM es el octavo espacio metropolitano más poblado a nivel mundial y el primero a escala continental. Comparado con los 9.2 millones de habitantes de la CDMX, en la escala metropolitana habitan más del doble de la población capitalina. Y con una densidad poblacional aproximada de 2,772 habitantes por kilómetro cuadrado, esta zona concentra poco más del 17 % de la población nacional (INEGI, 2020). Este espacio es un polo demográfico, económico y político fundamental en la región. Geográficamente, la ZMVM genera colindancias entre la CDMX, Estado de México e Hidalgo a partir de Tizayuca, el único municipio hidalguense de la zona. En total, la ZMVM involucra a las 16 alcaldías capitalinas, 59 municipios mexiquenses y uno hidalguense.
En términos de seguridad, este monstruo urbano es, a la vez, un apretado espacio de oportunidades y peligros para quienes la habitan y transitan. En una entrevista, la Dra. Carmina Jasso, investigadora de la UNAM, propuso una metáfora que describe la ironía. Las fronteras entre la CDMX y el Estado de México son, dijo, una especie de cicatrices que resultan de la violencia y la criminalidad de ambos espacios. Una cicatriz no diferencia, solo recuerda el vestigio de la herida inicial. La división entre ambas entidades es compleja. Por momentos parece imperceptible, y luego supone cambios drásticos que van más allá de una separación administrativa. A pesar de ser la misma metrópoli, sus separaciones marcan formas distintas de convivencia y de coexistencia. Esto, en materia de seguridad y criminalidad, se traduce en formas diferenciadas de percibir y experimentar la (in)seguridad.
Para muestra un botón. El citado informe encuentra que, a lo largo de las últimas décadas, la CDMX redujo drásticamente la incidencia de lesiones dolosas, lo que es francamente esperanzador porque esto refleja la manera en la que se canaliza el conflicto. Ante él, las personas de la CDMX dejaron de agredirse intencionalmente como primera opción. No obstante, el optimismo se reduce cuando se mira el fenómeno de manera metropolitana, pues en el mismo periodo los municipios mexiquenses experimentaron un incremento tan grande que pone a la ZMVM en datos comparables con los de la CDMX en su época más violenta (ver Gráfico 1).
Gráfico 1. Tasas de lesiones dolosas por cada 100,000 habitantes a nivel nacional, CDMX y ZMVM (1997-octubre de 2023).
Las cicatrices fronterizas, siguiendo la metáfora, no siempre han estado ahí. Entre 1859 y 1867 existió un episodio poco conocido, pero explicado con brillantez por el historiador Gerald L. McGowan: la creación del estado del Valle de México, una entidad territorial reconocida tanto por el gobierno de Benito Juárez como por el de Maximiliano de Habsburgo. Aun en la división extrema, ambos grupos políticos coincidieron en la creación de este espacio territorial. Como lo explica el propio McGowan, la idea del estado del Valle de México apareció casi desde la consumación de la independencia mexicana, concretamente en el marco del constituyente de 1824. La propuesta estaba fuertemente asociada con el planteamiento de trasladar o no a los poderes supremos fuera de la ciudad de México.
El estado del Valle de México era una referencia territorial amplísima que cubría, de este a oeste, desde los poblados de Santa Fe hasta los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, el Ajusco hacia el sur, y hasta la Laguna de Zumpango al norte, zona en donde actualmente opera el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. La propuesta regresaría a finales de 1916 a cargo del propio Venustiano Carranza, quien vio oportunidad política en el replanteamiento fronterizo de la entidad para proteger el espacio militarmente. No obstante, no volvió a prosperar en el constituyente de 1917. Así, la elasticidad de las fronteras entre Estado de México, Distrito Federal y la intención del estado del Valle de México flotó durante el primer siglo de vida independiente, lo que de maneras diversas empujó dinámicas de urbanización y territoriales que ayudan a entender la intensidad de la ZMVM contemporánea.
Desde que asumió el poder en octubre del año pasado, la jefa de Gobierno, Clara Brugada, planteó la creación de un Cabildo Metropolitano. En el discurso que pronunció durante su sesión inaugural, Brugada lo describió como un “espacio plural para los grandes temas de la Capital”. El Cabildo sí tiene la intención de mirar, de manera metropolitana, problemáticas comunes a la CDMX, el Estado de México, Hidalgo, y también suma a Morelos. La seguridad está en la agenda, pero también temas de transporte, agua, ordenamiento urbano, manejo de residuos, entre otros. El panorama político es oportuno y permite el optimismo por dos razones: en primer lugar, porque Brugada está usando su liderazgo para impulsar la mirada metropolitana, y en segundo, porque existen coincidencias partidistas inusuales entre las personas gobernantes de la metrópoli. Sin embargo, el mayor reto consistirá en institucionalizar las buenas voluntades para no depender de contingencias y coincidencias políticas.
El siglo XX heredó una carencia histórica para ignorar y operativizar una visión metropolitana de la seguridad en la ZMVM. El reto de la mirada metropolitana consiste, en materia de seguridad, en trascender la colaboración reglamentada, pero no vinculatoria, entre autoridades de distintos estados, y en su lugar caminar hacia estrategias integradas de seguridad que dependan menos de acuerdos políticos y que descansen más en el incremento de capacidades institucionales y de prevención del delito, especialmente en las fronteras entre estados o en espacios estratégicos como carreteras y aeropuertos. Urge institucionalizar una política de seguridad metropolitana que permita expandir las buenas prácticas, impulsar nuevas lógicas de prevención y reconocer el peso de lo metropolitano en la dinámica urbana de la seguridad. No hacerlo consolidará estas fronteras como cicatrices imborrables de distinción, diferenciación e inseguridad.
* Rodrigo Peña González es doctor en Humanidades por la Universidad de Leiden (Países Bajos), investigador y director ejecutivo del Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores e Investigadoras. La asistencia de investigación para la recuperación de información para este texto por la Lic. Montserrat Cambroni Nava.
Friedrich Merz, líder de la CDU, vencedora de las elecciones, representa un giro conservador en la línea de su partido y, mientras que sus defensores consideran que servirá de revulsivo ante la crisis que atraviesa Alemania, sus críticos temen que podría abrir la puerta a que la ultraderecha entre al poder.
Sus partidarios aseguran que es el antídoto que Alemania necesita ante la crisis de confianza en Europa, y una mayoría de alemanes lo respaldaron este domingo para ser el próximo canciller.
El democristiano Friedrich Merz ha logrado que su partido, la conservadora CDU, vuelva a ser la fuerza más votada en Alemania en las elecciones celebradas este domingo, según las proyecciones de resultados que lo sitúan con entorno a un 30 % de los votos.
Alejado del Bundestag durante años para dedicarse a las finanzas y amasar una fortuna, Merz regresó a la política después de que su gran rival en el partido, la excanciller Angela Merkel se retirara de la política.
Merz lidera la Unión Demócrata Cristiana desde el pasado septiembre, y ni sus propuestas ni su estilo podrían estar más alejados de los de la mujer que gobernó Alemania durante 16 años.
El líder democristiano ha prometido bajar los impuestos y recortar el gasto social para relanzar la estancada economía alemana.
Pero también mano dura contra la inmigración ilegal, un mantra del que la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD, según sus siglas en alemán), segunda fuerza política del país tras obtener su mejor resultado histórico.
A finales de enero Merz ya se valió de los votos de la extrema derecha para intentar endurecer las normas migratorias, lo que reveló hasta dónde estaba dispuesto a arriesgar el nuevo líder de la CDU rompiendo los tabúes que hasta ahora habían dominado la política alemana.
Pero aunque Merz no lograra finalmente cambiar la ley, su maniobra supuso un terremoto en la campaña electoral que precipitó el colapso del gobierno del socialista Olaf Scholz a finales del año pasado.
Sin embargo, el vencedor de los comicios de este domingo ha dicho, en repetidas ocasiones, que no pactará con AfD para formar gobierno, y que importantes cuestiones ideológicas alejan a ambas formaciones como, por ejemplo, la cercanía a Rusia de los ultras.
Merz ha hecho hincapié en su defensa de Ucrania. “No somos neutrales”, dijo en uno de los últimos debates antes de los comicios, donde reafirmó que “también por eso haré todo lo posible por que la AfD no entre en el gobierno”.
Descartada la AfD, ahora la pregunta es con quién formará gobierno.
Merz dijo este domingo en la noche que la líder de AfD, Alice Weidel, no quiere solucionar los problemas de Alemania porque “están felices de que los problemas vayan cada vez a peor”.
Entonces, ¿con quién puede gobernar? Los socialdemócratas son la elección obvia, aunque deberán encontrar puntos de acuerdo en economía y migración.
Si Merz necesita a los Verdes, deberá superar la animosidad entre ambos partidos. En las últimas semanas Merz criticó al líder de los Verdes, Robert Habeck, mientras que Markus Söder, dirigente de los democristianos del estado de Baviera, descartó cualquier pacto con los ambientalistas, cuarta fuerza en el Parlamento.
“Un gobierno sin los Verdes sería un mejor gobierno”, dijo Söder, mientras que Merz también prefiere un único socio en lugar de dos.
Alto (mide 1.98 m), delgado, siempre con traje impecable y gafas, Merz ofrece una imagen tranquila, convencional, de hombre de negocios dispuesto a ejercer el poder.
En un país donde los políticos no suelen hacer alarde de riqueza y donde la ostentación se mira con recelo, Merz, que tiene licencia de piloto, protagonizó en 2022 una anécdota que revela que no es un político conservador al uso.
Invitado a la boda del también político Christian Lindner en la isla de Sylt, en el norte de Alemania, Merz se presentó en el casamiento pilotando su propio avión, un Diamond DA62, lo que levantó numerosas críticas.
En lugar de amilanarse, el hoy líder de la CDU se defendió asegurando que cualquier vehículo oficial gastaba más combustible que su “pequeño avión”.
Puede que su actitud refleje un cambio en la política alemana, que hasta hace no tanto consideraba a Merz como una figura del pasado.
Su camino hasta la cancillería no ha sido fácil.
Merz nació en la ciudad alemana de Brilon en 1955, en el seno de una familia católica conservadora.
Su padre fue juez de la localidad, al igual que lo es su esposa Charlotte, con quien lleva casado 40 años.
Sintió una inclinación política desde muy joven, ya que se afilió a la CDU cuando aún estaba en la escuela.
Pese a su educación conservadora, Merz ha ofrecido en el pasado pinceladas de una juventud más rebelde de lo que se habría podido suponer.
En una entrevista concedida hace 25 años al diario alemán Tagesspiegel, Merz contó que hacía carreras en moto por las calles, que pasaba el rato con sus amigos junto a un puesto de papas fritas y que se dedicaba a jugar a las cartas al fondo de la clase.
En una fiesta de adolescentes de la que habló, un grupo de alumnos acabó orinando en el acuario de la escuela, según la revista Der Spiegel.
Pero existe cierto escepticismo sobre si el Merz adolescente fue realmente un gamberro o si se trata de una forma de suavizar su imagen.
Personas que lo conocen y han tratado de cerca contaron a la corresponsal en Berlín de la BBC, Jessica Parker, que le gusta salir a tomarse una cerveza y que puede ser divertido, aunque pocos pudieron ofrecerle una anécdota que lo ilustrara.
Tras la escuela, Merz hizo el servicio militar antes de estudiar Derecho y casarse con su compañera Charlotte Gass en 1981.
La pareja tiene tres hijos.
Trabajó como abogado durante unos años, pero siempre estuvo interesado en la política, y en 1989, a los 33 años, fue elegido diputado al Parlamento Europeo.
“Los dos éramos bastante jóvenes y podríamos decir que poco contaminados”, aseguró Dagmar Roth-Behrendt, que se convirtió en eurodiputada al mismo tiempo por el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), de centro-izquierda.
El joven Merz le parecía serio, fiable, honesto y educado.
Incluso gracioso, una cualidad que ahora le parece menos evidente: “Supongo que la cantidad de golpes sufridos con el tiempo le habrán endurecido un poco”.
Pero, ¿se le veía al principio de su carrera como un canciller en potencia?
“Probablemente habría dicho que no, de ninguna manera”, dijo Roth-Behrendt a Jessica Parker.
Sin embargo, todo el mundo lo veía como alguien muy ambicioso y Merz no tardó en pasar de la política de la UE al Parlamento nacional alemán, el Bundestag, en 1994.
Ascendió en las filas de la CDU, donde era considerado un valor en alza en la facción tradicionalista más a la derecha del partido.
“Es un orador espléndido y un pensador profundo”, asegura Klaus-Peter Willsch, diputado de la CDU en el Bundestag y que lo conoce desde hace más de 30 años.
“Un luchador”, afirma Willsch, como demuestra el hecho de que Merz haya protagonizado tres intentos de liderar su partido.
Sus dos primeros fracasos, en 2018 y enero de 2021, podrían leerse también como una señal de su dificultad para ganarse a las bases.
Pero fue a principios de los años noventa que sus ambiciones se descarrilaron por primera vez, cuando perdió frente a Angela Merkel en una lucha por el poder del partido.
Entre Merkel, la discreta química cuántica del antiguo Este comunista, y Merz, el abogado abiertamente seguro del Oeste, nunca hubo mucha coincidencia.
Merz minimiza este amargo episodio en una breve entrada autobiográfica en el sitio web de la CDU, en la que afirma que en 2009 decidió abandonar el Parlamento para “dejar espacio a la reflexión”.
Sus años de reflexión consistieron en forjarse una carrera en las finanzas y el derecho empresarial, convirtiéndose en directivo de varias empresas internacionales y, según se dice, en millonario.
Entre otros, Merz llegó a dirigir la filial alemana de BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo.
Tuvo que pasar más de una década antes de que regresara al Parlamento, donde ha intentado desde entonces romper la doctrina más centrista de Merkel en el conservadurismo de la CDU.
Merz criticó en numerosas ocasiones las políticas de Merkel, en particular, su decisión de acoger a un millón de refugiados en 2015.
Aquel año, ante las oleadas de personas que huían de la guerra en Siria e Irak y llegaban en precarias embarcaciones a las costas europeas, la canciller pronunció su famoso “wir schaffen das“, “podemos hacerlo”.
Merz planteó sus dudas sobre la capacidad de integrar a esta cantidad de refugiados, un asunto que ha sido capital durante la campaña electoral, donde ha propuesto que Alemania pueda rechazar en su frontera a solicitantes de asilo procedentes de otros países de la Unión Europea.
Esta ruptura política se escenificó a finales del mes pasado, cuando Merz impulsó una proposición de ley sobre el endurecimiento de las normas de inmigración, apoyándose en los votos de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Insistió en que no hubo colaboración directa con la AfD, pero su maniobra provocó protestas masivas en el país, y ha sido condenada en dos ocasiones por la propia Merkel.
Sus detractores dicen que fue una táctica electoral imperdonable que solo beneficiará a la AfD, pero sus partidarios insisten en que Merz está, de hecho, tratando astutamente de captar el voto de la extrema derecha.
No es la primera vez, sin embargo, que se arriesga a distanciarse de los sectores más moderados del electorado. En los años 90, Merz votó en contra de un proyecto de ley que incluía castigar la violación dentro del matrimonio.
Según explicó después, el entonces diputado consideraba que la violación conyugal ya era un delito, y a lo que se oponía era a otras cuestiones del proyecto de ley.
Las encuestas sugieren que no es especialmente popular entre los jóvenes y las mujeres, pero Klaus-Peter Willsch cree que la imagen que dan de él los medios de comunicación alemanes es injusta.
“Lo he visto varias veces en mi circunscripción”, señaló a la corresponsal de la BBC en Berlín. “Las mujeres se acercan y dicen que es un buen tipo”.
Charlotte Merz, su esposa, también ha salido en su defensa, declarando al diario Westfalenpost: “Lo que algunos escriben sobre la imagen que mi marido tiene de las mujeres es sencillamente falso”.
Según ella, su matrimonio ha sido de apoyo mutuo: “Ambos nos ocupábamos del trabajo del otro y nos repartíamos el cuidado de los niños de forma que fuera compatible con nuestras obligaciones profesionales”.
*Con reportería de la corresponsal de la BBC en Berlín, Jessica Parker.
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