En primer lugar, se asume que el homicidio es una de las múltiples expresiones de violencia que existen en México. Asimismo, se entiende que la violencia no es resultado de cuestiones naturales, sino de una o múltiples intenciones de grupos sociales y/o individuos. Es el resultado de desigualdades de poder y condiciones de vida, que responde a un interés o intención -dado que funge como un medio- y que está intrínsecamente relacionada con el poder. Es un fenómeno social.
En segundo lugar, conviene señalar que las características, motivos, modos/formas y frecuencia del homicidio varían de acuerdo a las condiciones del contexto en el que se suscite. Como cualquier tipo de violencia, este cuenta con sus particularidades, no obstante, no es inherente al resto de los diferentes tipos de violencia, inclusive, se relaciona o se presenta simultáneamente con el resto.
De acuerdo con las Estadísticas de Defunciones Registradas (EDR) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), desde 1990 hasta 2023 se han registrado 670,821 homicidios en todo el país.
Al observar la tendencia de este acto violento se destacan los siguientes aspectos: a) Entre 1990 y 2007 se presentó una disminución constante, alcanzando su nivel más bajo; b) No obstante, a partir de ese año la tendencia comenzó a subir, registrándose en 2011 el primer aumento significativo en el país; c) entre 2012 y 2014 volvió a disminuir, aunque a partir de 2014 los casos retomaron al alza, alcanzando en 2018 el pico más alto hasta el momento y d) desde dicho año los registros han ido a la baja (véase gráfica 1).
Gráfica 1. Total de homicidios en México 1990-2023
Tal y como se señaló, el homicidio es heterogéneo, por ello, conviene desglosar las características generales del mismo. En razón de sexo, -de acuerdo con el EDR-, del total de homicidios cometidos, se tiene registro que
en 594,126 casos la víctima fue hombre y en 73,065 lo fue una mujer. Resulta que durante el periodo 1990-2023, las principales víctimas de este tipo de violencia han sido los hombres (89 %).
Otra de las principales características del homicidio en México es que se distribuye y concentra en zonas geográficas muy específicas. Por ejemplo, durante el periodo 2017-2023 las entidades con las tasas más altas por cada cien mil habitantes fueron: Baja California, Chihuahua, Colima, Guanajuato y Zacatecas.
Tabla 1. Tasa de homicidios por cada cien mil habitantes de las entidades federativas, 1990-2023
Destaca el caso de Colima al ser la entidad con mayor registro durante los años señalados. También es importante resaltar el caso de Chihuahua que desde el 2008 ha presentado números muy significativos, siendo así que en el año 2010 registró la tasa más alta hasta el momento en el país (186.3 homicidios por cien mil habitantes).
En lo que respecta al medio con el que se comete el homicidio, de acuerdo con el INEGI, desde 1990 hasta 2022 ha predominado el disparo con arma. En cuanto a los homicidios en los que las víctimas han sido hombres, la tendencia de este medio ha ido incrementando: entre 1990 y 1994 representaba el 57.4 %, durante 2005 y 2009 representó el 61.1 % y, para el periodo de 2020 y 2022 llegó a tener registro en el 70.9 % del total de los casos. Por otro lado, en los homicidios donde las víctimas han sido mujeres, entre 1990 y 2009 la tendencia oscilaba entre el 34.3 % y el 35.2 %. A partir de ese año ha ido en aumento, alcanzando el 58% durante el periodo 2020-2022. Cabe destacar que desde 2015 hasta 2022 el ahorcamiento, estrangulamiento y sofocación ha ido al alza como segundo medio en el homicidio de mujeres (pasó de estar registrado en el 51,1 % de los casos a estarlo en el 58 % de los mismos durante el 2022).
Como se apreció en la gráfica y en la tabla anterior, la cifra de homicidios se disparó a partir del 2007. Es así que, desde ese año y hasta el año 2023 se han registrado 425,307 homicidios con registro de edad. Del total de esos homicidios el 46.8 % de las víctimas eran hombres de entre 20 y 34 años. Por otra parte, en el 28.7 % de los homicidios registrados en el periodo 2007-2023, las víctimas eran mujeres que oscilaban entre la edad de 20 y 29 años (Véase gráfica 2).
Gráfica 2. Distribución de homicidios según grupo de edad y sexo, 2007-2023
Ante tal fenómeno, Valenzuela desarrolló el concepto de juvenicidio 1 con la finalidad de cumplir cuatro objetivos: 1) señalar y visibilizar; 2) hacer visible las condiciones que propician la muerte de la población joven; 3) implementar estrategias y propuestas desde la academia, e 4) identificar causas y responsables (p.61).
El autor destaca que este concepto se desarrolló a la par del de feminicidio. Esto resulta de gran interés puesto que demuestra la importancia de estudiar este fenómeno desde sus particularidades, es decir, no es lo mismo el asesinato de un joven en la vía pública en comparación al asesinato de una joven dentro de su hogar y por una persona con la que mantenía algún vínculo afectivo y/o familiar.
Es similar en el caso del juvenicidio: no es lo mismo el asesinato de un joven que pertenece a la guerrilla en la entidad de Guerrero, al asesinato de un joven que se encuentra en compañía de sus amigos en una cancha de fútbol o en algún espacio público celebrando algún logro. Aunado a ello, este concepto vislumbra el entramado de poder y desigualdad que acompaña este acto violento, puesto que “permite identificar al exterminio o eliminación permanente y sistemática de jóvenes […] es producto y conclusión de diversas formas de precarización económica, social, cultural e identitaria” (Valenzuela, 2019, p.65).
El autor señala que dichas condiciones posicionan a este tipo de población en zonas de muertes, necrozonas, lo que da cuenta que la eliminación sistemática de jóvenes no hace alusión a la eliminación de todos los jóvenes, sino a los que comparten ciertas características de desigualdad.
En referencia a las reflexiones retomadas de este autor, se presenta la siguiente tabla en la que se aprecian las principales entidades con mayor registro de homicidios por cada cien mil habitantes en razón de sexo.
Tabla 2. Entidades federativas con mayor tasa de homicidios según sexo en intervalos de cinco años.
Por dar un par de ejemplos: En 1990, Michoacán presentó las tasas más altas de homicidio con relación a hombres y mujeres (cuarto y primer lugar, respectivamente). Del total de casos registrados en esa entidad y durante ese año, el 50.8 % de las víctimas hombres tenían entre 15 y 34 años y, con relación a los homicidios en los que las víctimas eran mujeres, el 32 % oscilaba entre la edad de 15 y 29 años.
Sucedió lo mismo durante el 2010 en donde Chihuahua ocupó el primer lugar en ambos rubros (53.9 % de víctimas hombres contaban con una edad de entre 20 y 34 años, mientras que las víctimas mujeres con el mismo rango de edad, 20-34 años, representó el 50.3 %). Y ocurrió lo mismo durante 2023 en donde Colima se posicionó en el primer lugar en ambos rubros (45 % de víctimas hombres oscilaban entre 20 y 34 años y 51.6 % de víctimas mujeres oscilaban entre 20 y 34 años).
Se podría revisar caso por caso en donde las tasas son altas y el resultado sería lo mismo. Es de vital importancia retomar el término de juvenicidio, ya que entre sus principales características asume que el principal responsable de este acto violento es el Estado. Por ende, vale la pena hacer y retomar las reflexiones con relación a la función y/o responsabilidad que ha tenido el Estado en cada uno de los casos mencionados.
* José Armando Ramos Bravo es sociólogo por la UAM-Azcapotzalco. Mario Pavel Díaz Román es sociólogo por El Colegio de México.
1 Valenzuela, J. (2019). Tragos de sangre y fuego. Grupo editorial: Editorial Universidad de Guadalajara / Coeditorial: FLACSO Ecuador – Publicado en asociación con: Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados (CALAS).
Los votantes que le dieron la victoria quieren ver precios bajos como los que había antes de la pandemia. Y aunque la inflación actual de EE.UU. es de solo 2,4%, la rabia persiste. ¿Qué está pasando?
Una de las causas del triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos fue la preocupación de los votantes por el estado de la economía.
Y puede resultar paradójico si se analiza el estado global de la principal economía del mundo.
“La economía, estúpido”, es el lema que refleja en la política estadounidense que son las finanzas las que deciden las elecciones en el país.
Y si nos atenemos a eso, podríamos haber pensado que triunfaría Kamala Harris como heredera de la economía del gobierno de Joe Biden.
Al fin y al cabo, el nivel de crecimiento, el desempleo en mínimos históricos, el haber evitado la recesión que muchos temían y una inflación de apenas un 2,4% podrían parecer indicadores muy positivos. Y lo son.
Pero estas elecciones reflejaron casi como ninguna otra la brecha entre las buenas cifras de la macroeconomía y la economía familiar de las personas, preocupadas por la inflación que creció durante la pandemia y que en los últimos años ha provocado un alza de precios que se mantiene, aunque su incremento ya se haya mitigado.
El gobierno de Biden tuvo que lidiar con los efectos económicos de la pandemia de 2020 y de la crisis energética desatada por la invasión de Rusia en Ucrania en febrero de 2022 y de acuerdo a los datos económicos, lo hizo bien.
Pero los números muestran una realidad que la gente no ve reflejada en su vida diaria.
“Aquí se paga US$5 por una docena de huevos. Antes costaba US$1”, comenta Samuel Negrón, un puertorriqueño de la ciudad de Allentown, en Pensilvania.
En ese estado, uno de los más decisivos en la contienda electoral, los demócratas ganaron en 2020, pero perdieron en las últimas elecciones.
“Es simple en realidad. Nos gustaba cómo eran las cosas hace cuatro años”, le dice Negrón a la BBC.
Trump supo capitalizar esa brecha entre los números y la percepción personal de la economía que muchos estadounidenses sentían al pagar en la caja del supermercado o la renta de su vivienda.
Estados Unidos tuvo la recuperación post-pandémica más fuerte dentro del Grupo de los Siete (conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), según los datos del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
En los cuatro años del gobierno de Biden, el PIB real creció a una tasa anual promedio de 3,2%, un resultado considerado por economistas de distintos colores políticos como un logro importante en medio de las vicisitudes que impuso el contexto internacional.
Una de las principales banderas de los demócratas durante la campaña electoral fue el récord de creación de empleo en este mandato: casi 16 millones de puestos de trabajo nuevos.
Y siguiendo con el mercado laboral, el desempleo -que rondaba el 7% cuando Trump dejó la presidencia- hoy está en 4,1%, considerado un muy buen nivel para la economía estadounidense.
En 2023 el desempleo incluso alcanzó su nivel más bajo en 54 años.
El gasto de los consumidores creció a una tasa anual del 3,7%, el nivel más alto en casi dos años. Eso quiere decir que pese al malestar con el costo de la vida, la gente sigue comprando. Y aunque el endeudamiento de los hogares aumentó a partir del 2021, su ritmo se desaceleró este año.
En cuanto a la inflación interanual, con las cifras disponibles hasta septiembre, ésta aumentó un 2,4% en los últimos 12 meses, muy cerca del nivel óptimo de 2% que se ha fijado el país.
Para comparar, la Unión Europea tiene una inflación anual del 2,1%.
Y en el mismo período, los salarios estadounidenses crecieron casi el doble que la inflación, al subir un 4,6%
Pero entonces, ¿cómo se explica la desconexión entre las buenas cifras macroeconómicas y el malestar de la gente?
Pese a las buenas cifras, una gran parte de los estadounidenses está decepcionado. Y el malestar tiene su origen, en la mayoría de los casos, en el aumento de los precios durante los últimos cuatro años.
Una parte de la explicación se puede ver en este gráfico que muestra cómo la inflación subió cerca de un 20% bajo el mandato de Biden.
Y aunque el 2,4% de inflación es un nivel bajo o moderado, los precios siguen estando más caros desde que la pandemia comenzó en febrero de 2020.
Sólo un 6% de los 400 productos monitoreados por la Oficina de Estadísticas Laborales está más barato hoy que entonces.
Y aunque los sueldos aumentaron casi en la misma proporción (sin que se perdiera poder adquisitivo), lo que quedó en la retina de los consumidores fue la gigantesca escalada en los precios en los últimos cuatro años.
En contraste, las cosas estuvieron comparativamente bastante bien para el bolsillo de los estadounidenses bajo el mandato de Trump (2017-2021).
La inflación acumulada en sus cuatro años de gobierno fue de un 7,8% (frente al 20% de los años de Biden), mientras que los salarios subieron casi el doble.
Don Leonard, académico de la Universidad de Ohio, plantea en diálogo con BBC Mundo que las preocupaciones de los estadounidenses sobre la economía no son un mero problema de percepción.
Su argumento es que al menos 20 millones de hogares estadounidenses tienen buenos motivos para estar desilusionados.
“Esos hogares han sufrido un dolor económico real que no es tan fácil de detectar en los datos económicos oficiales”, sostiene. “No es solo un sentimiento pesimista injustificado”.
Leonard dice que al trabajar con promedios, se crea un “un sesgo” que no permite mostrar lo difícil que es la vida diaria de los estadounidenses de menores ingresos, que gastan mucho más (como porcentaje de sus ingresos), en vivienda, alimentos o salud.
El segmento salarial en el que Trump logró mayor ventaja respecto a Kamala (53% frente a 45%) fue el que va entre US$30.000 y US$49.000
Y muchos demócratas, en tanto, insisten en que la frustración de la gente no está justificada.
Sin embargo, hay una gran parte de la población, dice Leonard, que no califica para recibir asistencia del gobierno, pero tiene dificultades económicas en su vida diaria. “No es que estén hipnotizados, lo están pasando mal”.
Algunos analistas creen que en la derrota demócrata fue fundamental la narrativa, es decir, que la campaña no supo comunicar bien los logros económicos del gobierno de Biden y plantear, a partir de ahí, un camino prometedor.
El malestar con la economía también ha estado influido por el alto costo del crédito.
Frente al máximo inflacionario de 9,1% en junio de 2022, el mayor en 40 años, la Reserva Federal (equivalente a un banco central) inició una agresiva política de aumento de tasas de interés que ayudó a ir reduciendo la inflación, pero afectó las finanzas personales.
Los estadounidenses, acostumbrados a vivir con crédito, sufrieron el impacto del aumento en las tasas de interés a la hora de comprar un auto, pagar las tarjetas o conseguir una hipoteca.
Muchos se sintieron acorralados entre la inflación y las tasas de interés, votando finalmente por el cambio. Las tasas sólo empezaron a bajar poco antes de la elección sin dar tiempo a que se refleje en los bolsillos de los votantes.
Y ese es otro elemento a tener en cuenta, dicen algunos analistas políticos.
La crisis generada por la pandemia y la guerra en Ucrania le pasó la cuenta a varios gobiernos que buscaban la reelección y perdieron ante un electorado cansado de los problemas económicos que han afectado sus finanzas personales.
“¿Estás mejor ahora o hace 4 años?”, les preguntaba Trump a los votantes en la campaña en busca de su apoyo. Muchos percibieron que ahora están peor a pesar de lo que digan las cifras macroeconómicas.
Y votaron por un cambio a la espera de que se refleje también en los precios que ven en los supermercados, la gasolinera o el pago de la renta.
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