Fue durante la consolidación del Primer Imperio en 1821, en el gobierno de Agustín de Iturbide, que apareció la primera bandera tricolor donde por primera vez vislumbramos los colores de lo que hoy conocemos como México. Dicen los que saben 1 que toda nación es un proyecto ideológico y una tradición inventada, y nuestro país no es la excepción. Dentro de la construcción de la identidad del país se nos ha dicho que el verde es la esperanza del pueblo, el blanco la paz que anhelamos y el rojo la sangre que derramaron “nuestros héroes”.
No obstante, tal como refleja el estudio presentado por Lexia en marzo de este año, Sueños y aspiraciones de las y los mexicanos, para las y los mexicanos es difícil mantener la esperanza ante tanta inequidad, corrupción y crisis económica. A lo largo de los 200 años de historia de esta joven nación no se ha logrado mantener la paz: guerras, intervenciones, represión contra disidencias (estudiantes, maestros y maestras, activistas, defensoras y defensores del territorio, feministas, etc.), así como el uso excesivo de la fuerza, desapariciones, violaciones a derechos humanos, feminicidios y guerra contra el narco. Vivimos en un país que se ha convertido en una fosa común, en dónde incluso las madres deben buscar por sus propios medios y con sus propias fuerzas a sus “tesoros”, y ante este panorama tan desolador, la paz parece tan solo una utopía. Dentro de este lienzo mexicano pareciera que se impone el rojo.
Ante este desolador escenario, quizá es momento de mirar a otros colores, a otros lienzos, no debemos limitarnos al tricolor. Afortunadamente, vivimos en un país megadiverso, multicultural y multicromático, de donde podemos aprender, reaprender y desaprender. Dentro de este gran proyecto identitario que es la nación mexicana, históricamente se han silenciado y borrado saberes que hoy día deberíamos escuchar.
Con el proyecto nacionalista impulsado a lo largo del siglo XIX se retomaron muchas de las investigaciones referentes a los pueblos existentes antes de la llegada de los colonizadores europeos, las famosas culturas prehispánicas. El criterio para seleccionar lo que formaría parte de nuestra gran Historia Nacional (así con mayúsculas), fue la existencia de grandes construcciones monumentales, que vino junto a los descubrimientos de zonas ceremoniales como La Venta, Teotihuacan, Monte Albán, Tajín, Chichen Itzá, Palenque, Tulum, Tula y Templo Mayor. La importancia que desde el Estado se le dio a estas construcciones y a sus creadores terminó por homogeneizar la historia de la diversidad cultural. Aún hoy en día poco sabemos sobre los pueblos que ocuparon el norte y Occidente del territorio, y aunque tenemos algunas pistas, dentro de la gran Historia Nacional a estos pueblos no se les ha otorgado el estatus que a los anteriormente mencionados, pues lo importante era resaltar la magnificencia.
La identidad mexicana se ha basado mucho en esta historia prehispánica, sin negar la historia colonial. Mucho se habla de “nuestras raíces”, “nuestros “pueblos”, como si las personas y las identidades se pudieran poseer; el replicar estas discursivas refleja el excelente trabajo que han hecho las instituciones Estatales en la consolidación de su proyecto nacional.
Mucho de esta gran Historia Nacional se ha construido sobre el aire, el racismo y el despojo. Y digo que se han colocado castillos en el aire, simplemente retomando al reconocido etnólogo Paul Kirchoff, principal impulsor del concepto de Mesoamérica que sentaría las bases para esta construcción del glorioso pasado mexicano. Después de la zona de confort que generó su texto sobre los límites geográficos de Mesoamérica, Oasisamérica y Aridoamérica, él mismo pidió que estas categorías se criticaran y se mejoraran, pues se corría el riesgo -cosa que ocurrió- de invisibilizar las particularidades propias de cada cultura; sus recomendaciones se pasaron por alto e incluso hoy en día se siguen replicando, tanto en la academia, como en libros de texto y en la divulgación histórica.
Posteriormente Kirchoff, junto al etnohistoriador Wigberto Jimenez, señalaron que lo que conocíamos referente al pasado prehispánico no era ni el 1 %, pues el otro 99 % se fue perdiendo con el tiempo, por la falta de registros y con la colonización del territorio iniciada en 1521 con la caída de Tenochtitlan. Todo ese desconocimiento es lo que me lleva a decir que se construyó sobre el aire. Por otro lado, no debemos de perder de vista que lo que conocemos como Virreinato o la Época Colonial se construyó sobre el exterminio de cientos de pueblos; una gran cantidad de lenguas originarias desaparecieron y con ellas su historia, conocimiento y saberes. Las crónicas de aquellos tiempos fueron escritas por frailes y conquistadores, siempre bajo sus propias ideas y prejuicios; lo que conocemos es mínimo y con obvios sesgos.
Lo que hoy reconocemos como el territorio mexicano estaba lleno de colores en la comida, en la pintura, en los códices, en los templos, en los rituales y en los textiles. Estas expresiones materiales e inmateriales de los pueblos se vieron enriquecidas con la llegada de los europeos (y la influencia árabe que con ellos venía) y de las personas esclavizadas traídas de África, por lo que los lienzos que se empezaron a crear, tejer y bordar se enriquecieron. Y no lo digo metafóricamente, sino también literalmente.
En más de una ocasión las tejedoras mayas de Guatemala han señalado que sus textiles son los libros que la colonia no pudo quemar, y sin duda es una de las más bellas aseveraciones de nuestros tiempos. El tejido en telar de cintura y gran parte de las prendas que se crean con él son un buen ejemplo de la historia y saberes de los pueblos, así como una bella muestra de la diversidad y colores que hay dentro de la historia. A eso me refiero cuando digo que somos más que solo tricolor: la gran diversidad de técnicas y lienzos es una mínima muestra de lo que alguna vez existió en este territorio.
Hoy día vemos cómo los textiles creados por tejedoras y tejedores de comunidades indígenas se mercantilizan, cómo aquellas grandes casas de diseñador se enriquecen con la venta de prendas que no entienden, se apropian de diseños sin reconocer a las y los verdaderos herederos de estos. Se comercian y son usadas entre personas que pocas veces han encarnado el racismo o la discriminación por su color de piel, que terminan por apropiarse de prendas, luchas y discursivas que pocas vences comprenden y entienden. Incluso, hay quienes acaban banalizándolas de tal manera que las incorporan a sus discursos de campaña.
En aquellas elecciones de 2018, por primera vez una mujer, elegida por pueblos y comunidades indígenas se lanzó a la presidencia, y sólo encontró obstáculos institucionales, burlas, señalamientos, discriminación, etc. Al parecer no todas tienen la misma fortuna que otras de portar un huipil sin ser blanco de ataques. Mari Chuy, en algún momento nos demostró cómo se hacía una contienda política con dignidad y honestidad. Tenemos mucho que aprender de los pueblos, comunidades y naciones originarias que preceden a la creación de México como Estado- Nación. Organización comunitaria, participación igualitaria y defensa del territorio como en Chiapas, Michoacán, Oaxaca, Sonora, Sinaloa, Guerrero, Yucatán, etc.… Otros mundos son posibles, más no sencillos. Cada lugar tiene sus propios problemas internos, no debemos romantizar los procesos, a veces los desacuerdos son más que los acuerdos, pero se camina en conjunto evitando los caudillismos y la personificación de las transformaciones. Tenemos mucho que ver y aprender de este gran lienzo multicolor.
Aprendamos de la diversidad, conozcamos y respetemos otras formas de ser y existir en el mundo. Reconozcamos las luchas y la resistencia de cada comunidad, pueblo y nación que, como señala la lingüista mixe Yásnaya Aguilar Gil, quedaron encapsuladas dentro del Estado mexicano. Históricamente han peleado por existir y mantenerse; no banalicemos su existencia, ni sus saberes. No son nuestros, no nos pertenecen, su historia se ha tejido aparte de la población mestiza, pues en ella se mantiene el colonialismo y se encarna el racismo, el despojo y la violencia. Sin embargo, han encontrado formas de vivir en paz, con dignidad y alegría. Aprendamos de eso, pero no nos apropiemos de saberes ni vivencias que no nos corresponden. Empecemos por lo pequeño, el respeto a los textiles. Estos no pueden usarse banalmente y como disfraces de “lo mexicano”; como representantes de identidad “mexicana”, usar un huipil no nos hace pertenecientes a alguna comunidad. Respetemos las formas de gobierno propio y lo que ello conlleva. Los bastones de mando no son estafetas que se pasan sin consentimiento de las comunidades. Cada expresión material e inmaterial tiene una historia mucho más compleja de lo que nos han dicho en nuestras clases de historia y en los libros de texto, y no hablo de los recientes, sino de los que marcaron la infancia de todas y todos quienes se asumen mexican@s.
* Eréndira Martínez Almonte (@ErendiraTecpatl) Estratega en Lexia, Etnohistoriadora de medio tiempo y Antropóloga de tiempo completo.
1 Hobsbawm, Eric (1997 [1991]) Naciones y Nacionalismo desde 1780, Grijalbo, Barcelona.
Aunque estas palabras estén incluidas en el diccionario de la Real Academia Española, eso no significa que pertenezcan a la norma culta.
Si necesitas saber lo que es una azotehuela, parrillar, un pósnet, rapear, un sérum, tutti frutti o yuyu, desde diciembre pasado lo puedes consultar en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia y de la Asociación de Academias de Lengua Española.
Más sorprendente puede ser descubrir que también están en el diccionario palabras como “almóndiga”, “toballa” o “murciégalo”.
Desde que existe una versión electrónica del DLE (como se conoce el diccionario), cada año se publican nuevas incorporaciones. En 2024, se llegó a la actualización 23.8 o, lo que es lo mismo, la octava actualización de la vigésima tercera edición, publicada en 2014.
Estas actualizaciones afectan tanto a nuevas palabras, como a la incorporación o revisión de acepciones, etimologías… sin que haya un número exacto estipulado. En la última edición supuso más de cuatro mil novedades (entre incorporaciones, modificaciones y supresiones); el número de entradas en el diccionario asciende a 94 mil.
El Diccionario de la Lengua Española es un diccionario de uso: para determinar si un término está asentado y podría incorporarse, existen bancos de datos que proporcionan sus datos exactos, como es el caso del CORPES XXI. Esto permite hacerse una idea de si está extendido el término.
En ese caso, al comprobar que una voz está suficientemente implantada al aparecer en el corpus con un número significativo de casos, ya sea en una zona geográfica, o en un estilo concreto, se incluye en el diccionario. Pero no siempre lo más documentado es lo más culto.
La Real Academia justifica la inclusión de los términos con el siguiente criterio de uso:
“El diccionario es una herramienta para entender el significado de las palabras y expresiones que se emplean en textos actuales y antiguos de las numerosas áreas hispanohablantes y de los distintos registros”.
¿Por qué, entonces, pueden preguntarse los lectores, no se incluyen neologismos como “juernes” (voz coloquial usada en España procedente de un cruce entre jueves y viernes, en la que se aplica al día jueves la característica del viernes de ser víspera de festivo) o “brillibrilli” (objeto con un brillo especial)?
De nuevo, lo amplio de su uso es el criterio esgrimido por la Academia:
“Trata el diccionario de recoger exclusivamente las palabras y acepciones de nueva creación que se consideran extendidas y asentadas en el uso de los hablantes. De ahí que muchos neologismos de creación muy reciente no generalizados deban esperar para poder incorporarse al diccionario”.
Lo que más suele llamar la atención de las voces registradas en el diccionario son aquellas vulgares o coloquiales, entendiendo por estas los usos ajenos a la norma culta, porque puede parecer que no son adecuadas a este tipo de obras.
El hecho de ser un diccionario de uso hace que en él tengan cabida voces que son incorrectas o se consideran “vulgarismos”. Pero incluirse en el diccionario no significa que deje de ser vulgar: es importante distinguir entre “estar incluido en el diccionario” (cualquier voz que aparezca en él) y “pertenecer a la norma culta” (uso perteneciente a un estilo cuidado).
Abreviaturas, como vulg. (vulgar) o coloq. (coloquial) nos informan del estilo al que corresponde su uso.
Muchos de los vulgarismos incluidos se mantienen porque fueron incluidos en el pasado:
“En general, solo se pueden encontrar en el diccionario algunos de los vulgarismos que se incluyeron en siglos pasados y que hoy, como mucho, siguen usándose en niveles de lengua bajos. Así, almóndiga entró en la primera edición del diccionario (en 1726), donde ya se consideraba una variante corrupta y sin fundamento de albóndiga”.
Otros, en cambio, son más recientes, como la palabra “conchudo”, que se introdujo en 1992 con esta definición: “2. adj. coloq. Am. Sinvergüenza, caradura”.
Por esta razón, la entrada para almóndiga es la siguiente:
almóndiga 1. f. desus. albóndiga. U. c. vulg. .
Se marca que es femenino (f.), pero también vulgar (vulg.) y en desuso (desus.), es decir, no pertenece a la norma culta, la misma indicación hecha en el Diccionario panhispánico de dudas:
“No debe usarse la forma almóndiga, propia del habla popular de algunas zonas”.
Aun así, tanto ha corrido el rumor de que estaba “admitido”, que la RAE se pronunció al respecto para aclarar que ni se ha incluido en el diccionario en época reciente, ni pertenece al lenguaje culto.
Por su parte, la palabra “cocreta” nunca se ha integrado en los diccionarios académicos, salvo en el Diccionario panhispánico, aunque advirtiendo de que “Es errónea la forma cocreta, usada a veces en la lengua popular”.
Tampoco ha estado en los diccionarios académicos fragoneta, que no está documentada en el CORPES XXI.
Otro ejemplo interesante es murciégalo, forma que “entró ya en 1734 como variante válida e incluso preferida de murciélago (…) y fue solo en ediciones posteriores cuando adquirió la marca de vulgar y desusada, según fue cayendo en desuso en la lengua culta general”.
Algo similar ocurrió con asín, también vulgar, de la edición de 1770 o toballa, en desuso.
Almóndiga, murciégalo, toballa o asín están en el diccionario aunque no pertenecen a la norma culta. Tampoco lo están brillibrilli o juernes, por no hallarse todavía suficientemente documentados. Si algún día se incluyeran, probablemente lo harían como coloquialismos, por lo que no pertenecerían a la norma culta, es decir, no estarán aceptados, aunque estén registrados.
*Amalia Pedrero González es profesora titular de lengua española de la Universidad CEU San Pablo, España.
Este artículo fue publicado en The Converation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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