Mucho se ha dicho ya sobre lo histórico de tener a la primera mujer presidenta en México, por supuesto que lo es. Tuvieron que pasar 200 años desde la vida democrática en el país para que una mujer accediera a la posición de poder más alta a la que se puede aspirar: dirigir una nación.
Sin embargo, que una mujer cargue la banda presidencial no necesariamente implica que sea, por un lado, un triunfo feminista y por el otro, que esto garantice que su mandato vaya a tener una perspectiva de género y con ello se avale la justicia para todas las mexicanas.
El análisis político, así como la vida, debe tener matices siempre. En este texto trataré de dejar registro de dos panoramas que se vislumbran como fundamentales a tomar en cuenta en el sexenio que está por iniciar.
El primero es el panorama optimista. México tiene a una mujer presidenta, esto es un hecho de enorme poder simbólico que va más allá de la política y toca fibras profundas de la sociedad. La elección de una mujer en la presidencia desafía las normas de género predominantes donde el liderazgo político en México, como en muchísimas partes del mundo, ha estado dominado por hombres. También se envía un mensaje claro de que las mujeres no solo tienen lugar en la política, sino que también pueden ocupar los puestos más altos de poder.
Los símbolos tienen una importancia crucial en la formación de las identidades colectivas y en la construcción de la cultura. Tener una mujer en la presidencia servirá como un símbolo poderoso de cambio y de avance hacia la igualdad de género. Mucho se ha mencionado que este tipo de representación puede inspirar a generaciones futuras de mujeres y niñas, mostrando que los límites que alguna vez se consideraron inquebrantables ya no lo son. Este dicho, aunque suena romántico y tiene algo de cierto, también es bastante utópico, porque no todas las mujeres y niñas podrán inspirarse en Claudia Sheinbaum. Habrá quienes sí lo hagan; aquellas que afortunadamente tengan resueltos los problemas básicos de alimentación, vivienda, recreación, educación, seguridad, etc. Pero las niñas de clases menos privilegiadas muy seguramente ni se detengan a mirar a la presidenta del país; sus preocupaciones diarias y sus miradas están en otro lado, en tener recursos para alimentarse o en poder protegerse de contextos de discriminación y violencia, es decir, las clases sociales y los contextos de origen son muy importantes siempre.
Pero volvamos al optimismo, sin duda una mujer presidenta es un símbolo poderoso pues podría provocar una reevaluación de los roles tradicionales de género en otros ámbitos, desde el hogar hasta el lugar de trabajo, contribuyendo a una transformación más amplia en la sociedad. Además, los símbolos no solo reflejan la realidad, sino que también la moldean. La presidencia de una mujer podría acelerar la aceptación y normalización de las mujeres en roles de liderazgo en todos los niveles. Esto es fundamental en una sociedad donde las brechas de género aún persisten. Todo esto podría ser motivo de celebración.
Sin embargo, en el lado pesimista de la historia, tenemos algunos aspectos relevantes a tomar en cuenta.
Aunque en el discurso la ahora presidenta electa dice ser feminista y estar del lado de las mujeres, la experiencia de gobierno, al menos cuando fue jefa de Gobierno de la Ciudad de México, indica que no logró entablar un diálogo fructífero con algunos colectivos feministas, con aquellos que consideró que no se manifestaban en las formas correctas y de buen modo, e incluso durante algunas marchas del 8M durante su mandato, en varias ocasiones se dieron enfrentamientos entre la policía que utilizó gas pimienta y gomas de bala para intentar frenar a las manifestantes, hechos que la hoy presidenta electa negó reiteradamente.
Sin embargo, mantener un canal de comunicación abierto con todos los feminismos del país es clave. Es primordial que la próxima presidenta tome en cuenta a todos los colectivos y no solo aquellos con los que se siente más identificada, pues éste nunca ha sido un movimiento homogéneo. Existe una diversidad enorme que se debe tomar en cuenta y darle voz para llegar a una verdadera inclusión, porque si no, solo se terminan acentuando las diferencias y desigualdades entre diferentes grupos de mujeres.
bell hooks, una destacada teórica feminista y crítica cultural, ha señalado en múltiples ocasiones que el feminismo blanco, para referirse a movimientos que priorizan las necesidades y perspectivas de las mujeres blancas de clase media a menudo a expensas de las mujeres de color, mujeres pobres y otras minorías, ignorando las intersecciones de raza, clase y género, no solo limita la eficacia del movimiento, sino que también perpetúa las jerarquías de poder existentes al no reconocer cómo la raza y la clase se cruzan con el género para crear experiencias distintas de opresión.
Esta crítica sigue siendo relevante en el mundo, pero también en México, ya que muchas mujeres se han sentido excluidas de un feminismo que no refleja sus experiencias y luchas. Por lo tanto, actualmente sería deseable que la próxima presidenta abogue por un feminismo que no solo incluya a todas las mujeres, sino que también desafíe activamente las estructuras de poder que oprimen a las mujeres en función de su raza, clase, orientación sexual y otras identidades.
México es un país con profundas desigualdades raciales y de clase, donde las mujeres indígenas, afrodescendientes y de clases trabajadoras enfrentan formas de opresión que a menudo no se reflejan en las agendas políticas predominantes, incluso aquellas promovidas por mujeres en el poder.
En su discurso al recibir la constancia que la avala como presidenta electa, Claudia Sheinbaum señaló varios puntos de su agenda feminista y ha mencionado en reiteradas ocasiones que con su triunfo no llega sola, sino que llegan todas las mexicanas. En ese discurso nombró a varias mujeres que han tenido papeles importantísimos en la historia de México, como Leona Vicario, Dolores Jimenez, Juana Gutiérrez, Rosario Castellanos, Frida Kahlo, Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras; incluso mencionó a Josefa Ortiz, de quien no quiso citar el apellido “De Dominguez” para no restarle significado a su apellido personal, sobre el de su esposo, como se ha hecho históricamente. Fue un discurso muy emotivo, donde también señaló algunas de las acciones que pondrá en marcha:
Por supuesto que durante todo el sexenio habrá muchas miradas en estas propuestas a fin de dar seguimiento y revisar el impacto que tendrán en la vida de muchas mujeres mexicanas y con el deseo esperanzador de que todas las políticas públicas que se implementen sean para brindar mayor calidad de vida a las mujeres en México. La pretensión que se tiene de Claudia Sheinbaum es que el poder simbólico de que sea una mujer presidenta radique no solo en su capacidad para desafiar las percepciones existentes, sino en abrir nuevos caminos y catalizar cambios sociales más amplios hacia la equidad y la justicia de género en México.
El feminismo debe ser un movimiento que no solo festeje la representación simbólica de las mujeres en el poder, sino que también trabaje para garantizar que todas las mujeres, especialmente aquellas en los márgenes, se beneficien de los avances sociales y políticos.
Si bien Sheinbaum se identifica con una agenda progresista y ha sido vista por unos sectores como una aliada de las causas feministas, la pregunta que surge, en línea con las preocupaciones de bell hooks, es si su liderazgo podrá realmente abordar las necesidades de todas las mujeres en México, o si su enfoque se limitará a una visión más estrecha que favorezca a ciertos grupos sobre otros.
* Claudia Bravo (@ClauBravo1) es comunicóloga por la UNAM y cuenta con estudios en Comunicación Institucional y Diseño de Campañas por el Instituto de Investigaciones Sociales también de la UNAM. Curiosa y muy observadora. Es estratega Sr. en LEXIA y dedica su tiempo libre a buscar lugares nuevos para correr o leer.
Beijing informa que a partir del lunes impondrá sus propios aranceles de 15% a las importaciones de carbón y 10% al petróleo y camionetas provenientes de Estados Unidos.
China anunció una serie de aranceles a productos estadounidenses, en represalia por las tarifas a bienes chinos impuestas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Los aranceles chinos, que entrarán en vigor el lunes próximo, incluyen un impuesto del 15% al carbón y al gas natural licuado, además del 10% al petróleo, maquinaria agrícola, camionetas y algunos autos de lujo.
Este martes en la madrugada comenzaron a aplicarse aranceles del 10% a todas las importaciones de China a EE.UU.
El presidente Trump alega que la medida contra los productos chinos son en respuesta al déficit comercial que existe con la nación asiática y son una manera para forzar a China a que frene el flujo de fentanilo a EE.UU.
Por su parte, el gobierno de Beijing acusó al de Washington de violar las reglas del comercio internacional.
“La imposición unilateral de aranceles por parte de EE.UU. es una seria violación de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). No sólo no ayuda a resolver sus propios problemas, sino que además socava la cooperación y comercio normales entre China y EE.UU.”, dice el comunicado que anunciaba las tarifas de represalia.
Además califica la acción de “flagrante” y que “representa un ejemplo típico de unilateralidad y proteccionismo comercial”.
El Ministerio de Comercio de China anunció que presentará una queja ante la OMC para que intervenga en aras de “salvaguardar sus derechos e intereses legítimos”.
En una medida adicional, el ente de vigilancia de competencia en China afirma haber iniciado una investigación de la empresa Google.
La Administración Estatal de Regulación del Mercado dice sospechar que el gigante informático viola las leyes antimonopolio.
Con los anuncios, Beijing dejó claro que no rehuirá de un enfrentamiento comercial contra Washington.
No es la primera vez que esto sucede entre las dos principales potencias económicas del mundo, que ya se habían enfrascado en una guerra arancelaria durante el primer mandato de Trump en 2018.
En ese momento, Trump implementaba su agenda conocida como “EE.UU. primero”, imponiendo serie tras serie de aranceles a los productos extranjeros. Cientos de miles de millones de dólares en productos chinos enfrentaron nuevos impuestos o tarifas más altas, lo que motivó una represalia por parte de Beijing.
Durante el gobierno de Joe Biden, Washington mantuvo los aranceles y hasta incrementó algunos de ellos. Biden adoptó una estrategia más enfocada en el sector de alta tecnología con más tarifas y restricciones a los productos como semiconductores y vehículos eléctricos.
A pesar de las tensiones, estas dos grandes economías están profundamente entrelazadas, comenta João da Silva, analista económico de la BBC.
Ambos países son importantes socios comerciales. Las importaciones de China a EE.UU. alcanzaron US$401.000 millones en los primeros 11 meses del año pasado, mientras que China importó de EE.UU. el equivalente a US$131.000 millones.
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